sábado, 22 de agosto de 2020

PANDEMIAS DE CÓLERA DURANTE EL SIGLO XIX Y EL MILAGRO DE MOTA DEL MARQUÉS

Desearía dedicar esta leyenda a Rebeca Justo Alonso; motana que ha luchado por la conservación del patrimonio del pueblo y la del Camino de Santiago (de Toledo a Santiago, con parada en Mota). Pero sobre todo, porque ella es uno de esos sanitarios de nuestro país; que han logrado salvar la vida de miles de españoles, durante esta pandemia del Covid-19 (arriesgando su propia salud).

Los capítulos se desarrollan en un texto escrito en negro y se acompañan de imágenes con un amplio comentario explicativo (recogido en rojo y cuya finalidad es razonar ideas). Si desea leer el artículo entre líneas, bastará seguir las letras negrillas y las rojas destacadas.

ÍNDICE GENERAL: Pulsando el siguiente enlace, se llega a un índice general de leyendas: http://leyendas-de-la-mota-del-marques.blogspot.com/2023/01/indice-de-leyendas-de-la-mota-del.html


EN IMÁGENES, al lado: Una fotografía mía tomada en Madroñera (Cáceres) hacia 1966; con unos cinco años de edad y vestido de pastor. Por entonces quería dedicarme a cuidar ovejas y ser ganadero trashumante, pero mis padres me obligaban a regresar a Madrid, después de las vacaciones (para volver al colegio9. Pese a todo, los días más felices de mi infancia los pasé junto a los pastores, en esta zona de Extremadura; que me enseñaron a vivir como ellos. Tristemente hubo algunas temporadas en las que no pudimos ir a Madroñera, ni a las dehesas de Trujillo; porque allí se declararon epidemias de cólera. Las noticias sobre esas infecciones, sus contagios, e incluso los fallecimientos; fueron mis primeros contactos con este terrible mal, que fue una endemia en el siglo XIX; hasta que hallaron su remedio.

Abajo: Otra fotografía mía tomada hacia 1965; esta vez, en las playas de Alicante. También conocí algunos datos sobre el cólera desde muy pequeño, durante los veraneos en el Mediterráneo; en las charlas de toldo y hamaca, donde todos hablaban sobre cuanto se acontecía. Recuerdo perfectamente cómo un médico llamado Carlos MacLellan -que veraneaba junto a nosotros-; me narró numerosas anécdotas y casos acerca de esta enfermedad (todavía temida, por aquel entonces).



I - ) MIS PRIMEROS CONTACTOS CON LAS PANDEMIAS:

I - A ) El cólera en España durante la década de los sesenta:

Tenía unos ocho años de edad, cuando por primera vez oí hablar de este mal, al que también llamaban “morbo asiático”. Lo recuerdo perfectamente, porque se había declarado un brote epidémico en algunas zonas cercanas a Trujillo; donde íbamos a pasar las vacaciones de invierno. Debido a ello, la temporada en que comenzó una gran invasión de cólera, no pudimos acercarnos a los campos de Madroñera; un lugar en el que viví los momentos más alegres de mi infancia. Allí fui feliz de niño, junto a los pastores trashumantes; tanto que deseaba tener esa profesión de mayor. Aunque mis padres me obligaban regresar a Madrid, para seguir mis estudios; cada vez que terminaban las Navidades o los días de Semana Santa. Debido a mi corta edad, no conocía los beneficios de vivir en la ciudad; menos aún, las consecuencias que tenía carecer de un buen alcantarillado y disfrutar de aguas bien tratadas para el consumo. Pero muy pronto tuve noticia de ello; ya que tras la aparición del cólera en esa zona de Cáceres, me explicaron que el contagio se producía fundamentalmente por la falta de red de cloacas y por la insalubridad general (principalmente en pozos, charcas y ríos). Fue mi primer contacto con esa “muerte negra”; y al referirme a La Parca de ese color azabache, deseo recalcar que no todas las formas de fallecer son iguales. Pues hay enfermedades que parecen nacidas del diablo. Antaño, una de ellas era el cólera morbo asiático.


Ese mal que llegó a Europa importando de Asia, hacia 1820; actualmente es un simple proceso infeccioso, que tiene vacuna y hasta cura -si se contrae-. Pero tan solo cincuenta años atrás, era todavía de una importante infección, que provocaba estragos en algunas zonas de nuestro país. No digamos ya, lo que fue el cólera hace algo más de un siglo; cuando se trataba de una de las epidemias más temidas -de ello hablaremos extensamente más adelante-. Pero regresando a mi primer contacto con esos brotes que aparecieron en nuestro país; recuerdo perfectamente cómo varias personas de Madroñera murieron entonces del cólera. Uno de los fallecidos fue el anticuario del lugar, que se llamaba Santiago y estaba “especializado” en platos populares. Un hombre bastante joven y fuerte, que convirtió Madroñera en un punto al que acudían todos los coleccionistas de cerámica; para comprar las lozas y cerámicas que él traía desde los pueblos más remotos. Yo le conocí bien porque a mi madre le encantaban sus “cacharritos” y siempre que se fijaba en uno, le preguntaba:

- Santiago: ¿Este; es antiguo? -

A lo que el vendedor respondía de igual manera:

- Ya lo creo. ¡Antiguo, “antigüísimo”! -


A mí, aquello del “antiguo antigüísimo” me encantaba; me sonaba a poético y aunque tenía menos de ocho años, imitaba al referido Santiago cada vez que le veía. Repitiendo ante él, o frente a quien le conociese; esa certificación de su género. Soltando perfectamente lo que el vendedor decía sobre sus platos, comentando que todo lo que allí había era: “antiguo... antgüísimo”. Así que el pobre anticuario, cuando me escuchaba con aquella pantomima de sus palabras; se dirigía a mi madre comentando:

- Señora lo que usted tiene, aunque de poco tamaño, es más peligroso que un caimán. Vamos, que el niño suyo es malo hasta debajo del agua... . ¡A ver si se calla un poquito; al menos dentro de la tienda!.-

Y es que a los clientes les daba la risa oírme imitarle, de una forma tan real y midiendo yo poco más de un metro... . Por ello, al sufrido dueño de la almoneda, le resultaba mi visita más atravesada que la oreja de un punk. Pero fuera como fuese, a mí me encantaba el tenderete del referido Santiago -lleno de cachibaches raros y platos viejos-, tanto como su persona. Pues en verdad era el típico "ser" que uno no sabía si había salido del Lazarillo de Tormes; o si su bazar fue visitado por Cervantes poco antes de escribir El Quijote -inspirándose en su ambiente y en el habla del que lo regentaba-. Debido a todo cuanto narro, me impresionó enormemente su triste final; más aún conociendo desde niño las severas consecuencias que tenía el contagio con ese “morbo asiático”.


COMENTARIO A LAS IMÁGENES: Desde mi infancia, mi madre estaba muy ilusionada para que yo decidiera hacerme sacerdote. Con esa intención, me envió varias veces a Asia; con el fin de que me instruyese e interesase sobre otras culturas. Mandándome sobre todo a La India, donde creyó que podría crecer mi vocación religiosa (al ver la enorme pobreza en la que por entonces vivía ese país -hace más de cuarenta años-). Pese a ello, allí sufrí un enorme “choque espiritual”; al observar cómo la miseria que proliferaba por doquier, en gran parte se debía a sus costumbres ancestrales y a sus ritos religiosos. Uno de ellos era la obligación de entregar al río Ganges los cuerpos de los fallecidos siguiendo el siguiente protocolo: Aquellos que habían muerto sin sufrir grandes enfermedades, eran cremados en piras de leña, antes de depositar sus restos en las aguas fluviales. Mientras los cadáveres de los finados por enfermedades terribles -como el cólera, la lepra o la viruela-; se dejaban directamente en el cauce sagrado, tras amortajarlos. Al considerar que ya habían sufrido demasiado en vida y que no precisaban pasar por la prueba del fuego en su camino hacia el Mas Allá. Estos ritos funerarios llevados a cabo por millones de personas, constituían un enorme foco de contagio y difusión de toda epidemia. Así conocí directamente a mis quince años, el lugar y origen de esa enfermedad llamada “cólera morbo asiático”. También denominada antaño “el mal del Ganges”, por haberse generado entre quienes entregaban los cadáveres al río y los que allí se lavaban; realizando sus ritos de ablución y bebiendo de esas aguas -para ellos, sagradas-.

Fotografías: Al lado, Junto a mi hermana en Jaipur, verano de 1976 (yo acababa de cumplir quince años). Abajo, Con mi hermano Mario, en el mismo verano; subidos en un elefante para visitar la Ciudad Perdida. Mi hermano lucía un precioso gorro chino que se había comprado en Tailandia unas semanas antes.


Muy impresionados por lo sucedido en esta zona de Cáceres -durante aquellos años cercanos a 1970-, en nuestro entorno se hablaba a menudo sobre el cólera. De cuanto se decía, también viene a mi memoria lo que escuché algunos veranos en las numerosas charlas de toldo y playa; durante los meses que íbamos a disfrutar del mar a Alicante (a Altea y Benidorm). Mientras, y a la sombra de ese “morbo” endémico; se ponía de moda con una enorme morbosidad social el libro “La Peste” (de Albert Camus, muy divulgado por un club editorial llamado “Círculo de Lectores”). Así fue como me enteré de innumerables datos sobre esta enfermedad; entre los que me llamó la atención que la bandera “amarilla y negra” fuera la de declaración de su epidemia. Por cuanto, si en un barco se tenía la mínima sospecha de que alguno de los que allí viajaba, sufría un brote de cólera; debía izarse la señal amarilla y negra en un mástil de modo inmediato. Tras ello, la nave permanecería a una distancia de varias millas, sin atracar, ni tocar tierra; pidiendo asistencia para que les enviasen víveres, botiquín y -si fuera posible- que llegase un médico hasta la embarcación afectada. Con ese protocolo debía permanecer hasta que cesase el posible contagio; sin poder acercarse a la costa, mientras no comprobasen que se había superado la infección entre los ocupantes. Siendo común que esto sucediera por entonces; era obligatorio llevar entre las banderas de los barcos, la de color negro y amarillo, para indicar un posible contagio y aislar al pasaje en el mar.


También recuerdo haber oído hablar sobre el cólera a un médico que vivía junto a nosotros, durante los veranos. Una persona encantadora que se llamaba Carlos MacLellan Godoy; de ascendencia británica, aunque de costumbres almerienses. Este hombre tenía una erudición y cultura como pocas veces he vuelto a ver; hablaba inglés y francés del mismo modo que el español (su lengua materna) y sabía de todo -principalmente de microbiología, su especialidad-. Tenía una preciosa mujer llamada Olga y un perrito salchicha de nombre Tito; único hijo del matrimonio, por lo que yo pasaba horas en su casa (donde sobraba cariño y faltaban niños). El mencionado Carlos MacLellan, en una ocasión en que hablábamos sobre el cólera, contó una curiosa historia que jamás se me olvidará. Comentando que en 1939, él ya era profesor de la Universidad Central (hoy dividida en la Complutense, Autónoma y la de Alcalá). Así narraba que un compañero suyo, tras terminar la Guerra Civil española; se empeñó en examinar a los matriculados que venían de El Frente. A quienes se solía dar aprobado general, por el simple hecho de haberse encontrado en la guerra, durante el año en curso. Pero hubo un catedrático que se obcecó en examinarlos (al menos de forma oral) y MacLellan debía estar en el tribunal que juzgaba los conocimientos de aquellos excombatientes.


De ese modo se dispusieron a hacer la prueba y el primero que entró llegó vestido de oficial de campaña; portando dos pistolas como dos hogazas de pan gallego y las trinchas llenas de balas... . Se miraron los profesores con recelo, al ver ese primer examinado de uniforme y totalmente armado; por lo que con cierta timidez, el catedrático de turno decidió preguntarle algo fácil. Así; dirigiéndose al "peligroso alumno", le dijo tímidamente:

- Por favor, explique algo sobre el cólera -

La respuesta del aspirante a médico fue rápida y clara, contestado con seguridad:

- ¡Es una enfermedad que te “vas por las patas pa bajo”, hasta que terminas limpiándote el culo en el cementerio! -.

Al parecer, se produjo un momento de desconcierto en la sala; mientras todos los profesores se miraban, pensando en la burrada que había soltado el examinado en cuestión. Pero aquel silencio fue roto muy pronto por el alumno; que (mientras se echaba la mano al cinto y se tocaba “las pistolas”) con tono adusto y en voz muy alta; realizó la siguiente pregunta a quienes juzgaban sus conocimientos:

- ¡¿He estado bien, señores profesores?! -

Ante lo que MacLellan rápidamente afirmó (mandando callar al resto):

- ¡Ha estado Usted fenomenal! . Y si no le dan nota, será porque aquí hay muchos que no saben bien lo que es “la cólera”; ni menos lo de “irse por las patas pa bajo”-.


EN IMÁGENES: De nuevo nos enviaron a Asia en verano de 1978. Esta vez fuimos a Cachemira, Katmandú-Pashupatinath y Benarés; donde otra vez pude ver las cremaciones y la entrega de cuerpos al sagrado Ganges y a sus afluentes. Visitando los templos y las piras mortuorias de Pashupatinath, sobre el río Bagmati; que nace en el Himalaya -limpio como un cristal- pero que a su paso por Karmandú ya era de color chocolate. Lo mismo sucedía con el “padre Ganges” (que recibe las aguas del Bagmati); y que a su paso por la ciudad santa de La India -Benarés- era puro lodo con residuos y restos humanos... .


Como expongo, para mí fue un terrible “choque” observar que en el Ganges y sus afluentes, se dejaban los cuerpos de los muertos; normalmente mal calcinados. Pareciéndome terriblemente peligrosa la costumbre de no cremar a los fallecidos por infecciones, depositando sus cadáveres directamente en las aguas fluviales (debido a que la enfermedad ya había purificado al fallecido, por lo que esos difuntos infecciosos no necesitaban pasar por el fuego). Allí mismo se echaban al río todos los restos de las cremaciones llevadas a cabo en piras de leña, situadas en las riberas. Donde comúnmente quedaban partes enteras del finado; debido a que los familiares no podían pagar la madera necesaria para convertir enteramente en cenizas a su pariente. Pero lo más impresionante resultaba ver cómo junto a aquellos restos y cuerpos, al lado de las piras funerarias; se lavaban los peregrinos y los lugareños, realizando abluciones matinales, bebiendo el agua de esos ríos y purificando así sus carnes. Debido a estos ritos y costumbres, el cólera fue un mal endémico en la India durante milenios; enfermedad que amplió con velocidad su área de expansión, llegando finalmente hasta Europa en el siglo XIX -tras la aparición de los ingleses en las cercanías del Ganges-.

En las fotografías, arriba y al lado: Dos imágenes mías en Cachemira, en 1978; cuando acababa de cumplir los diecisiete años. El lago Dal de Srinagar era un lugar de ensueño, al norte de La India; flotando entre montañas cercanas al Tibet, recibía a los turistas en hoteles barco con góndolas (como una Venecia asiática, sobre el Himalaya). En aquel enorme estanque vivía una gran población, habitando en casas fluviales -a modo de palafitos- y cultivando sus huertos en los humedales; incluso en plantaciones sobre las aguas. Debido a ello, el Dal era un enorme foco de infecciones; donde la malaria o el paludismo se hacían tan comunes, como la gripe, entre nosotros. A estos males procedentes de sus aguas estancadas, se sumaban brotes de cólera y viruela que sufrían quienes no habían sido vacunados; junto a la lepra (un azote constante en La India). Allí, la belleza y la muerte se unían de un modo tan doloroso, que parecía como si la miseria y la elegancia se hubieran dado el “sí quiero” indefinido.

Abajo: En Srinagar (Lago Dal, año 1978); junto a mi hermano Mario y unos amigos, en una de las góndolas usadas como “taxi” acuático, para comunicar los hoteles barco. En la imagen, en primer término y tumbado, aparezco yo. Detrás -también tumbado- mi hermano. Entre nosotros, una buena amiga y al final de la góndola (sentados, a nuestra derecha) un matrimonio conocido.


I - B ) El mal procedente de La India:


Como ya dije, durante mi adolescencia, mi madre estaba muy ilusionada por que yo fuera cura. Para ello, me enviaba a los lugares donde más pobreza había, con el fin de concienciarme espiritualmente; seguramente pensando que al tener contacto con tanto dolor humano, se despertaría mi vocación religiosa. Pero contrariamente a lo que se esperaba, en la India sufrí un enorme retroceso en mi fe en Dios; tras observar cómo aquella miseria que allí proliferaba entonces por doquier, que se debía en gran parte a sus costumbres ancestrales y a sus ritos. Al seguir los hindúes una de las religiones más antiguas del Planeta, donde se llegó dividir la Sociedad en castas (según su nacimiento). Existiendo incluso quienes venían al mundo sin “grupo natal”. Personas que por lo tanto, no podían siquiera tocar a quienes tenían rango (casta); por lo que eran llamados “intocables”. De tal manera, desde hace milenios así estaba todo resuelto en La India; debido a aquella gran “rueda vital”, como círculo interminable de la existencia y la reencarnación. Donde quienes nacen pobres o enfermos, lo son porque vienen al Mundo a pagar los daños que hicieron en anteriores vidas. Mientras los que ven la luz sanos o ricos; tienen la razón de su beneficios en una previa existencia, en la que fueron justos y buenos. Habiéndose establecido conforme a ello, más de doscientas castas; distinguidas por el grupo familiar y llegando a existir aquellos que carecían de grupo social (quizás como almas inexistentes en vidas anteriores).


Vi a estos “intocables” por primera vez en los cuartos de baño de Delhi; donde les dejaban trabajar en profesiones como limpiar y cuidar retretes. Se me acercó uno de ellos, aunque guardando un enorme cuidado; pues siquiera su sombra podía ponerse sobre la un individuo con grado natural (como consideraban a los occidentales). Así fue el modo en que -a mis quince años- pregunté a uno de estos ciudadanos “malditos”, por qué tenía tanto miedo al entregarme la toalla (mientras me secaba las manos, en un aseo). Él, con enorme recelo, me contestó que era un “intocable” y que no podía acercarse a nosotros; siquiera le estaba permitido que su sombra se posase encima de un hombre con casta. Su respuesta, me creó una enorme incertidumbre y volví a cuestionarle al “intocable”, dónde vivía o con quién podía formar una familia, un nacido sin “grupo civil”. Por lo que comprendiendo ese “maldito” que mi curiosidad nacía desde la juventud y la lejanía cultural, me contestó que habitaban fuera de las ciudades; normalmente en cuevas o chozas, y que se casaban solo entre ellos... . Puedo asegurar que cuando uno tiene quince años y escucha aquellas palabras, solo piensa que es mejor una sociedad absolutamente laica, a cualquiera que establezca este tipo de orden. Donde lo individuos se clasifican desde sus orígenes en clases impermeables; naciendo quienes ni siquiera tienen casta (todo ello, debido a que en su nueva reencarnación han de pagar por los males causados en anteriores vidas...).


Otro de los enormes problemas que tuve en La India, fue observar los ritos funerarios del hinduismo. Principalmente las incineraciones junto al Gánges; donde -como ya he dicho- se dejaban los restos del difunto, tras la cremación. En mi interés por las religiones y las culturas antiguas, quise vivir en primera fila estas ceremonias mortuorias. Pero aquellas mañanas que visité las orillas del Ganges -en Benarés- o las del Bagmati -en Pashupatinath-, con el fin de conocer cómo eran allí las despedidas a los muertos (sus entregas al río); marcaron mi vida y mi pensamiento. Covirtiéndome casi en ateo; un estado que logré superar años más tarde, tras vivir en Japón; una Sociedad que hacer recuperar la confianza y la fe en Dios. Por lo que vi al asistir a ritos mortuorios de la India, en los años hablo (entre 1976 y 1978). Y algunos de ellos no habían cambiado demasiado desde la llegada de los ingleses a esa tierra. Pese a que los británicos habían erradicado -cien años antes- costumbres tan fatales, como el Sati; una ceremonia final, consistente en la obligación que tenían las viuda de sentase sobre a la pira de fuego en la que ardía su marido -inmolándose junto a él- (1) . Mucho se habla de lo que destruyen algunos conquistadores e imperios, pero pocas veces se menciona lo que aportan. Lo que en el caso de La India se puede constatar, al observar cómo este enorme país se convirtió en una gran potencia mundial, gracias a la presencia inglesa en sus tierras. Después de más de un siglo de dominación británica, durante los cuales lograron abolir los sacrificios humanos en las ceremonias religiosas. Unos rituales terribles que se realizaban en serpentarios y otros templos, entre los que destacaba el Satí. Que como dijimos, era la obligación para toda viuda, de inmolarse viva en la hoguera mortuoria de su esposo; al considerarse que una casada es “una parte del marido”.


DOS IMÁGENES DEL PASO DEL GANGES EN VARANASÍ: Al lado, grabado de James Princeps publicado en 1830, donde vemos uno de los embarcaderos de Benarés, con sus piras (el de Dagagvamedha). En estos carpios junto al río, llamados Ghat; existen escalinatas para que los fieles puedan bajar a realizar abluciones en las aguas sagradas. Asimismo, a pocos metros de las escaleras, hay embarcaderos donde se amarran las naves fluviales, que comúnmente transportan peregrinos o fallecidos con sus familiares. Finalmente, junto a ellos, están las piras mortuorias, donde se llevan a cabo las cremaciones. En los tiempos en que yo estuve, hasta allí se acercaban miles de peregrinos y de parientes con sus muertos, que cargaban hasta el Ganges con los finados -llevándolos algunos de forma increíble; transportándolos en burro o en sus bicicletas-. De esa forma, Benarés -en los días de los que hablo- se convertía en un ir y venir de barcos, coches, carros, motos y todo medio de transporte; donde se portaban cadáveres. Asimismo, proliferaban por doquier los enfermos que buscaban morir en la ciudad santa; pudiendo encontrarse en cada esquina de la ciudad, personas agonizando. A su vez, gente llegaba de toda La India a esa ciudad santa, para venerar al río; junto a los que transportaban el cuerpo de un amigo o de familiar, del modo en que podían.

Abajo, fotografía del Ganges a su paso por Benarés, tomada por un viajero inglés en 1890. Estas escalinatas que observamos llenas de peregrinos, se denominan Ghat y en ellas se celebran los ritos de abluciones, donde los creyentes bajan a las aguas fluviales para lavarse (y beberlas). Junto a los Ghat, se hallan las piras funerarias; que en la fotografía se distinguen a nuestro lado izquierdo. A la vez, esos lugares son el embarcadero de miles de naves fluviales, donde se transporta a los fieles que desean visitar la ciudad santa. En ellas también llegan enfermos que desean morir junto al Ganges y familias que traen a sus difuntos hasta esas orillas, para darles su último adiós. En los años setenta, cuando las visité, eran un hervidero de gentes; donde se agolpaban a millares los fieles, los enfermos y las personas celebrando sus duelos. No se permitía hacer fotos -por el lógico respeto a las ceremonias que allí se realizaban-; aunque puedo asegurar que nadie normal hubiera tomado imágenes de tan duros rituales. Pues en estos Ghat se vivían las cremaciones, debiendo soportar todos el olor de los muertos que se purificaban con el paso por el fuego; oyendo el modo en que crujían sus cuerpos (al reventarles las entrañas y los huesos, por efecto del calor).


Regresando a mi visión de aquellas celebraciones funerarias en La India de los años setenta; diré que este fue un hecho que transformó mi mente -quizás tal como mi madre deseaba...-. Interesándome desde entonces por la antropología, la arqueología y las antiguas religiones; pues no llegaba a acertar qué sentimiento humano provoca determinados ritos religiosos. Sin comprender aquello que veían mis ojos; aún sabiendo, que se había producido durante milenios. Así me vi obligado a reflexionar de por vida acerca de ciertos comportamientos del hombre; tras vivir las cremaciones y las deposiciones de los fallecidos junto al río Ganges (y sus afluentes). Un ritual que comenzaba por la entrega del finado, envuelto en un sudario y sujeto entre dos cañas -a modo de camilla-; situándolo así sobre el montón de leña. Tras encender la pira, se producía un terrible olor a carne quemada, acompañado con los sonidos del cuerpo difunto; que iba estallando y abriéndose en partes, hasta que el fuego paraba la escena (en ocasiones sin haber consumido totalmente al fallecido). Finalmente, los restos eran depositados en el Ganges, tal como hubieran quedado; debido a ello, se veían multitud de trozos humanos fragmentados o abrasados, flotando en las aguas fluviales -tal como he narrado antes-. Ya que muchos no podían permitirse comprar la madera necesaria para cremar totalmente a su muerto; por lo que estos fallecidos entraban el cauce sagrado, sin ser convertidos  en cenizas.


Peor era el tratamiento que se daba a los muertos por enfermedades víricas o terribles -al menos desde el punto de vista sanitario- . Quienes se consideraba que ya no necesitaban la purificación del fuego. Así, estos finados por infecciones o fuertes virus, eran dejados directamente en las aguas del Ganges y de cuerpo entero (tras ser simplemente envueltos en sudarios, sujetados entre dos cañas -que actuaban de asideros para moverlos-). Ello suponía que quienes sufrían males como la viruela, la lepra o el cólera; no eran quemados y sus restos se depositaban tal cual en el río sagrado (o en sus afluentes); contagiando las aguas con sus enfermedades. Pero lo más increíble para mí, fue observar que junto a las escalinatas sagradas del Ganges (los “Gath”) y a pocos metros donde se dejaban los cadáveres; allí mismo, se lavaban los peregrinos y fieles. Convocándose en esas riberas miles de personas que llegaban hasta las orillas santas, para realizar sus abluciones -algunos de forma diaria-. Así fue como aquella visión de Benarés y Pashupatinath, a mis quince y diecisiete años de edad, me marcó de por vida; pues mientras visitábamos los crematorios junto a las aguas y observábamos el modo en que entregaban los muertos. Nos explicaban que debido a esas costumbres el cólera era un mal endémico en la zona, desde tiempos inmemoriales. A la vez que enfermedades como a viruela o la lepra, se extendían de un modo imparable y no se atajaban ni siquiera con las vacunas modernas.


Después de tan desagradables párrafos como los que he escrito, desearía acabar este epígrafe recordando algunas anécdotas sucedidas en estos viajes míos a La India (en los años setenta). Hechos que al menos me dejaron buen recuerdo. Una de ellas sucedió en mi segunda estancia, cuando quise hacerme listo y enseñar La India a otros viajeros españoles. Así, haciendo de guía entre algunos conocidos, llegué a un restaurante y me atreví a dar consejos acerca qué era lo mejor para elegir como menú y bebidas. Uno de los que atentamente seguía mis palabras, tras consultar la carta, dijo que deseaba tomar un chateaubriand. Ante lo que yo -con aplomo y seguridad- le advertí de modo indicativo, replicando:

- No tomes vino en La India, que te va a salir carísimo... -

Al oír mi comentario, aquel que me tenía por un buen guía; respondió:

- Pues sí que estás tú bien enterado... . Un chateaubriand es un solomillo de carne vacuna y en España me dijeron que aquí lo preparaban muy bien -.

Yo, no sabiendo cómo salir del entuerto, respondí que estaba enterado de cosas del país, no de recetarios franceses... .


Otra de las anécdotas vividas en La India (esta otra en mi primer viaje) sucedió con un catalán de pura cepa; al que yo me acercaba y seguía en todo momento, porque sus comentarios me parecían muy interesantes. Su actitud en este país, junto a lo que decía acerca de las costumbres y de sus habitantes, era divertido e ingenioso. Pero me extrañó un día verle dar la mano a los mendigos, en vez de entregarles limosna o huir de ellos (como el resto de los extranjeros realizábamos). Me acerqué a él y le pregunté por qué llegaba a ofrecer su mano a los leprosos y a todos los pobres que se le acercaban. Él contestó que cuanto necesitaba esa gente era cariño, en vez de dinero; y que además, dar limosna era favorecer las mafias que creaban profesionales de la mendicidad. Mientras me explicaba esto, a lado estaba su mujer; quien le reprochaba, gritando:

- Este se va a coger la lepra, por no soltar una moneda... . Y lo peor es que me la va a contagiar a mí también. ¡Todo por no dar una limosna!. ¡La Mare de Deu; yo también soy catalana, pero no tanto! -.


Nos entró la risa a todos al oír las quejas de su esposa; pero pronto aquel ingenioso barcelonés nos explicó las razones por las que era importante impedir la limosna (tal como él defendía). No solo porque si se entregaba una moneda a un niño, al momento aparecían decenas de ellos, pidiendo otras. Sino, sobre todo, porque algunas familias y mafias compraban menores y bebés, a los que amputaban miembros; para que así sirvieran como reclamo, dedicando a esos pobres lisiados a la mendicidad de por vida. De pronto paró la risa de los allí presentes. Nadie quería creer lo que este hombre contaba y al momento vimos un chaval al que le faltaban varios miembros; sus cortes no se correspondían con nada natural, ni normal; menos se debían a una operación médica. Fue entonces cuando el catalán sacó unas monedas y se las dio a ese niño inválido. Tras ello, le entregó la mano y le dio un beso; algo que nadie se hubiera atrevido a hacer, porque el pobre menor estaba cubierto por tal cantidad de suciedad, que más bien parecía un animal -nunca una persona-.


Finalmente, para no dejar un gusto tan amargo a los lectores, narraré lo que nos pasó poco después, con uno de estos jóvenes mendigos (ya en Jaipur). Pues haciendo caso a nuestro amigo catalán, decidimos no dar muchas limosnas a los niños que se acercaban. Pero mientras visitábamos los preciosos jardines del Fuerte Rojo -de Jaipur-, se nos acercó uno de los mendigos que era más espabilado que el resto. Se trataba de esos jóvenes que tan solo pidiendo y tratando con los turistas, habían logrado aprender varias lenguas. Hablaba el chico bien el español, además del francés y el inglés (idioma oficial de La India -junto al hindi y al de cada región-). Nos pedía dinero y contaba chistes en castellano; pese a lo cual no recibió ni una moneda de nosotros; tan solo apretones de mano y trato de cariño. Finalmente, cuando vio cómo subíamos a las torres del Fuerte, para disfrutar desde allí de los jardines y del atardecer; parece que el muchacho se convenció de que no íbamos a darle nada y decidió meterse en los estanques del parque -dejando de seguirnos-. Así fue como mientras presenciábamos extasiados la puesta del Sol en ese maravilloso entorno, comenzamos a oír unas voces que repetidamente nos decían:

- Señora, señor; miren, miren -

Dejamos entonces de observar aquel magnífico ocaso, desviando la atención hacia el lugar de donde venían las palabras -que era el estanque mayor-. Quedándonos sorprendidos al ver a ese chico, nadando desnudo y boca arriba. Un instante sirvió tan solo para darnos cuenta de que aquello que sobresalía del agua, era su recto miembro viril; todo lo que se confirmaba cuando volvimos a escucharle decir:

- Señora, señor. Mira periscopio. Mira no dar dinero. ¡Mira señora.... Mira señor...! ¡No dar dinero; tengo periscopio para usted!-

Nos entró un ataque la risa a todos y fue entonces cuando la mujer de nuestro amigo catalán exclamó, en tono sentencioso:

- ¡Nos vamos a contagiar de lepra por no dar limosna y ofrecer a cambio la mano. Pero es que además, nos van a dar a todos por el “cul”! -


JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Otras dos fotografías de nuestro viaje a La india en 1976. Al lado imagen tomada por mi hermano Mario, donde vemos la subida a la Ciudad perdida (entre Agra y Jaipur). En la zona de inicio de camino, se observa un “parking” de elefantes, animal que se utilizaba como taxi para acceder a esta urbe de leyenda. Abajo, junto a mis padres y hermanos en el Taj-Mahal de Agra -aparezco a nuestra izquierda, con quince años recién cumplidos; a mediados de agosto en 1976-.


II-) PANDEMIAS DE CÓLERA EN EL SIGLO XIX (epidemias entorno a Mota del Marqués):


II - A ) El cólera durante el siglo XIX y su incidencia en España: (2)

No deseamos realizar un resumen sobre la historia de este mal conocido como “morbo asiático”; aunque para comprender la leyenda que hoy recogemos, necesitaremos saber qué significaron sus brotes epidémicos durante el siglo XIX. Un contagio, que importado a Europa por vía marítima, llegó principalmente con los soldados y viajeros que regresaban de La India -tras ocuparla el Imperio Británico-. Así fue como el también llamado “mal del Ganges” se hizo presente en todo nuestro Continente entorno a 1830; con el primer gran brote que aparece en España en 1833. Se calcula que esta epidemia inicial acabó con la vida de unos trescientos mil españoles; mortandad a la que se sumaron las bajas de la Primera Guerra Carlista (que tuvo lugar en los mismos años), esquilmando la población de nuestras tierras, en casi un 2%. Volvió a brotar el cólera en la Península en 1854, provocando dos cientos cuarenta mil fallecidos; lo que suponía prácticamente otro 2% del total de habitantes de España. Regresó de nuevo la enfermedad en 1865, aunque ese año resultó un poco menos virulenta, matando a unos 120.000 pacientes; al igual que lo fue en su último gran brote del siglo XIX. Reapareciendo en 1885 con una enorme extensión geográfica y provocando la muerte aproximadamente a la misma cantidad de españoles que veinte años antes. La importancia histórica de este último caso se refiere a su tardía fecha; ya que se trataba de finales del XIX, en los albores del siglo XX. Tiempos en los cuales la medicina había avanzado bastante; pero en los que el mal logró volver a extenderse de modo imparable. Acabando con la vida de infinidad pacientes, pese a que ya se habían descubierto sus causas y múltiples remedios para su cura. Incluyendo la vacuna, que en España no se autorizó hasta decenios más tarde. Debido a ello, en 1885 murieron esos ciento veinte mil compatriotas; que en su mayoría se hubieran podido salvar, de haber sido vacunados -tal como propuso el doctor Ferrán con su sistema de inoculación, que las autoridades desestimaron- (2a) .


De este modo, la falta de prevención y el desorden institucional, llevó a que durante el siglo XIX cada país actuase a su modo; adoptando las naciones sus propias medidas, ante las numerosas apariciones del Cólera en Europa. Sin coordinación alguna, ni preocupación por crear un ente institucional para todo el Continente, que gestionara la expansión y control de las sucesivas epidemias. Así, el sistema de combatir las distintas epidemias de “morbo asiático” en España, se centró fundamentalmente en las cuarentenas, en el envío de los infectados a los lazaretos o en el aislamiento de aquellos que habían contraído la enfermedad (y el de sus familias). El problema surgió cuando esta aplicación de cordones sanitarios se vio insuficiente e inefectiva; debido a que los habitantes de zonas afectadas se los saltaban o porque las infecciones avanzaban a través del contagio de aguas y ambientes. Debido a ello, los confinamientos solo se veían como un sistema de empobrecimiento de la población, ya que aislaban económicamente las zonas supuestamente afectadas por la enfermedad. Asimismo se realizaban fumigaciones y prohibiciones de consumir ciertas aguas (que se consideraban insalubres); apartando los estercoleros y las letrinas de los núcleos habitados. Aunque no se tomaban medidas verdaderamente efectivas, debido al desconocimiento del mal; ya que en el siglo XIX todavía no había nacido la medicina microbacteriana. Consecuentemente, los diagnósticos primeros se centraban en las “teorías de las miasmas”. Considerando que la enfermedad procedía de exhalaciones de la tierra o de las aguas, afectadas por la suciedad y la dejadez general. Creyendo que era una enfermedad que se circunscribía a pobres y sucios; similar a la lepra, de la que se sabía tan solo que era contraída por falta de higiene (pero nunca por contagio bacteriano).


Hasta los últimos brotes del siglo XIX, fue imposible deducir su forma de infección y menos la existencia de bacilos que pudieran trasladar de un cuerpo a otro este morbo asiático (al no existir medios para comprobar la teoría microbacteriana). Considerándose que se trataba de un mal que “flotaba en el ambiente”, generándose principalmente en zonas deprimidas y sin limpieza. Hoy en día conocemos hasta su procedencia y de este modo nos habla sobre ello Bernardo Ríos, en su trabajo sobre el cólera: Parece casi seguro que el origen de esta enfermedad está en la India. Particularmente, en el río Ganges, en la ciudad de Benarés. Es la gran ciudad sagrada del hinduismo y es famosa por sus ritos sagrados de defunción, en los que los ricos incineran a los muertos, pero los pobres, simplemente, los echan al agua (...) Tradicionalmente se han contado seis grandes epidemias de cólera, aunque ha habido más. De hecho, sigue siendo endémica en algunas zonas del planeta con escaso acceso a fuentes de agua potable y malas condiciones higiénicas, principalmente en el África subsahariana (...) Estas fueron en 1817, 1829, 1852, 1863, 1881-1896 y 1899-1923. En ese tiempo -prácticamente todo el siglo XIX- murieron millones de personas. Solo en España se calcula que murieron más de 300 000 personas por causa directa del cólera” (2b) . Acerca de todo ello, recomendamos leer el artículo y consultar el video que recogemos en cita (2c) .


JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Dos imágenes de la iglesia de San Lázaro, en Palencia; uno de los primeros lazaretos que se conocen en Castilla; creyendo fue fundado por El Cid. El templo que vemos en foto es de construcción muy posterior (siglos XIV y XV), considerando que se levantó sobre las ruinas del hospital para enfermos terminales (lazareto), fundado hace casi mil años por Rodrigo Díaz de Vivar. Al lado, estatua moderna del santo patrón, junto a la iglesia. Abajo, la iglesia, tal como hoy se encuentra. Hemos de imaginar que en tiempos del Cid, en los lazaretos se atendería principalmente a enfermos de viruela y de lepra; pues La Peste Negra no había aparecido por entonces (ni aún menos se conocía el cólera).




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JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Otra de las pandemias llegadas desde Asia fue La Peste Negra; que apareció en España hacia 1350 importada desde los puertos del Sur de Italia, donde había llegado a manos de marineros venidos desde el Mar Negro. Estos navegantes que la contraen primero y la contagian por toda Europa, parece que se infectaron en Crimea; debido a que el mal se había propagado desde China -donde se mantuvo como endémico hasta el siglo XX- Extendiéndose La Peste por La Ruta de la Seda, alcanzando entorno a 1330 las costas de Constantinopla (3) . En imágenes, al lado: Grabado de Paul Fürst (hacia 1656), representando un médico vistiendo el traje contra La Peste -lo que en nuestros días sería un “epi”-. Se trata de un conjunto protector, que debemos considerar fabricado en cuero y que tenía una careta (mascarilla) con lentes, terminada en un gran pico. Este añadido en la boca servía para que pusieran ciertos fármacos que -se suponía- protegían contra la enfermedad. Colocando en aquel pico: sulfatos, sales, especias, etc; junto a varias ramas aromáticas, que actuaban contra el olor terrible que desprendían los bubones de los afectados por esa enfermedad.


Al lado: Grabado que representa uno de los últimos brotes de Peste en Marsella, durante el año 1720 (publicado en Histoire de France Illustrée. Tomo II, des 1.610 à nos jours; Paris, Librairie Larousse, hacia 1912). Abajo, otra imagen de La Peste, en este caso representado la epidemia de Florencia durante el Renacimiento. En el lado derecho inferior del grabado, vemos a Dante entregando un libro; a mi juicio evocando La Divina Comedia y el brote que la obra relata en su “canto XX” (recordando esta plaga en Egina). Asimismo, en el centro de la escena aparecen unos monjes bendiciendo a los fallecidos, junto a una columna que tiene tallada una calavera coronada y dos tibias cruzadas. Este signo es el de la muerte triunfadora y se utilizaba principalmente para ocasiones como las epidemias y plagas que asolaban la población.


II - B ) El cólera en Valladolid durante a útima gran epidemia del siglo XIX:

Varias fueron las oleadas que llegaron a la capital castellano-leonesa durante este centenio en el que esta enfermedad se hizo endémica (apareciendo y desapareciendo cada veinte años). Siendo la última epidemia la que más testimonios nos ha dejado y que -como dijimos- se aconteció en el año 1885. Numerosas fueron las crónicas sobre este brote que contienen los archivos de El Norte de Castilla, diario vallisoletano que por entonces era uno de los más significativos de nuestro país. Algunas de estas fueron recogidas en artículos publicados recientemente y resumidas en una serie que editó el periódico, donde se relata la “HISTORIA DE VALLADOLID A TRAVÉS DE EL NORTE DE CASTILLA” (4) . En uno de sus capítulos, intitulado “Indefensos ante el cólera”; trata lo sucedido en la capital castellana durante esa crisis. Relatando que el seis de agosto de 1885, las autoridades pincianas ya no podían ocultar más la existencia de una nueva epidemia de “morbo asiático”; mal que se extendía como una mancha de sangre entre las orillas del Duero, el Esgueva y el Pisuerga. El contagio había aparecido en Alicante a finales de 1884 y durante los días de marzo del siguiente año ya era epidémico en el puerto de Valencia; tanto, que solo en cuatro meses se hallaban brotes por toda la Península. El total de enfermos españoles que menciona El Norte de Castilla, es de unos trescientos cuarenta mil; a los que se sumaron más de ciento veinte mil muertos -siendo los fallecidos en la provincia vallisoletana, unos dos mil cuatrocientos (en solo tres meses)-.


Sigue narrando la crónica del diario de Pincia, que la ermita del Páramo de San Isidro -en esta ciudad- fue convertida en lazareto y allí se destinaron todos los afectados (apartándolos de los hospitales generales, con el fin de que no extendieran su mal). El primer contagio documentado se produjo el 12 de julio de 1885 en Tordesillas; propagándose el mal durante tres meses y sin cesar hasta el 15 de octubre -censándose los últimos casos en Siete Iglesias-. Por su parte, el Esgueva parece que fue un cauce que rápidamente se infectó y así, uno de los municipios que más sufrieron la epidemia sería Valoria La Buena, donde hubo más de 390 muertes y unos 1800 afectados (4b) . Lo mismo sucedería en Esguevillas de Esgueva -tal como relataremos más adelante- por cuanto pronto se prohibió el uso y el abastecimiento desde este río, habida cuenta que en Inglaterra y durante las epidemias de 1854, se pudo probar que esta enfermedad se propagaba a través de las aguas.


Recogiendo las palabras de El Norte de Castilla, la incidencia de esta plaga en 1885 fue la que una de sus crónicas relata: “Contaba entonces la provincia de Valladolid 247.458 habitantes (...) el cólera se extendió a todos los partidos judiciales, invadiendo a un total de 7.578 personas; el número de fallecidos, siempre a tenor de las cifras oficiales, fue de 2.401, es decir, un tercio de la población afectada. Mucho más impactantes fueron los datos registrados en Valladolid capital, donde fallecieron 791 de 796 afectados (...) El impacto fue enorme en los núcleos más insalubres y peor acondicionados (ramal sur del Esgueva, barrios de San Andrés, Santa Clara y Tenerías) -idem cita (4) -. Termina el artículo que resumimos narrando la labor heroica de ciertos médicos y autoridades vallisoletanas; entre la que sobresalió el doctor Nicanor Remolar (que perdió su vida atendiendo a los enfermos). Aunque no menos generosos y valientes fueron otros compañeros de este catedrático de higiene médica; destacando asimismo cuanto hicieron durante esos días los doctores Lucas Guerra, Bedoya y Ledo.


SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Tres imágenes relacionadas con las epidemias de cólera en el Valladolid del siglo XIX. Arriba, litografía de la capital vallisoletana en la época. Realizada por Alfred Guesdn en 1854 y publicada en París por Francois de La Rue; se conserva en el Archivo Municipal de la ciudad (al que agradecemos nos permita divulgarlo) .


Al lado, el doctor Nicanor Remolar; catedrático de la Universidad de Valladolid, que dio su vida curando a enfermos del cólera, en el año 1885. Muy importante sería que desde niños nos inculcasen figuras de héroes como la de este “santo varón”; enseñándonos a seguir el ejemplo del bien absoluto, que ellos representan -en vez de educar a los jóvenes en valores idiotas; como los del éxito social, la moda, la fama o el fútbol-.En cita (5) podemos leer una nota biográfica sobre el doctor Remolar, que tristemente ni siquiera tiene calle en Valladolid.

Abajo, un grabado del siglo XIX que recoge El Norte de Castilla, tomado desde el ABC de la época; donde vemos la entrada del cólera en Valencia y la atención de los enfermos en el lazareto de esta ciudad. En la escena tan solo se ven niñas y mujeres (algunas con mascarillas), que hemos de suponer aisladas en cuarentena o bien asistiendo y ayudando, durante la fase de epidemia.


II - C ) El cólera en el Esgueva durante el verano de 1885:

Este río se había convertido en una pequeña cloaca ya desde el siglo XVII; momento en que todavía cruzaba el centro de cuidad pinciana, pasando por la actual Calle Miguel Íscar, para unirse al Pisuerga, creando diversos canales (a modo de una pequeña Venecia). Su infortunado cauce y las numerosas charcas que se formaban en las cercanías de la capital, se vinieron usando como lavaderos, letrinas y hasta basureros; por lo que desde siglos atrás era un verdadero nido de detritus. Tanto es así, que en opinión de muchos, el cambio de capital hacia Madrid fue ordenado por Felipe III, debido a que no soportaba los insectos y los olores que procedían de esos estancados canales que formaba el Esgueva en medio de Valladolid. La propagación de la enfermedad en 1885 a través de la aguas de este accidentado río, se narra en el blog Cerrato Insólito escrito por Fernando Pastor (6) . Mencionando que uno de los lugares más afectados fue Esguevillas de Esgueva, cuya población se vio invadida en un 60%. Muriendo decenas de personas, entre los solo mil habitantes que entonces había; falleciendo además sus dos médicos (Alberto Valverde y Gencio Santillana).


Sigue narrando el artículo antes referido, cómo pretendían erradicar el contagio con quemas de sulfatos y ácidos; realizando hogueras en las calles y en las plazas donde principalmente se echaba azufre y ácido fénico. Allí se “purificaban” las ropas de los afectados, realizándose estos fuegos en las puertas de casas donde había víctimas o contagiados -a la vez que toda plaza y calle era lugar para encender los azufres y el fenol-. Todo ello se combinaba con el ambiente tétrico de las gentes mandadas a lazaretos, en cuanto sospechaban que pudieran tener contacto con el mal. A esta terrible escena, se unían las morgues y los múltiples entierros, realizados con toda cautela. Interviniendo normalmente tan solo quienes tenían la obligación de recoger cadáveres; cuerpos que apilaban en carros y que en ocasiones eran inhumados en condiciones infrahumanas (tan solo con el sudario, en fosas comunes y vertiendo cal sobre ellos). Pese a todo, la más desagradable de las misiones no la tenían estos enterradores provisionales, elegidos entre la población (por sorteo o atendiendo a su petición, al estar bien pagados y deseando ayudar así en la causa). Pues entre los más desgraciados que luchaban contra el cólera, se hallaban los que apodaron en el Esgueva “barruntas”. Cuyo cometido era recorrer calles de ciudades y pueblos preguntando “qué se barruntaba” en el lugar -localizando quiénes estaban posiblemente contagiados-. Que, sabiendo cómo casi nadie sería capaz de delatar a sus convecinos, procesionaban por las aceras durante las horas en que apenas había movimiento, escuchando todo cuanto en los hogares se movía. De tal modo, su cometido era el de oír llantos y lamentos, descubriendo así las posibles familias infectadas; entrando en las casas de donde procedían esos gemidos, para tomar las medidas de higiene que el gobierno estipulaba: Quemado toda ropa de infectado, para mandarlo al lazareto; aislando luego a los parientes que hubiesen estado en contacto con ellos -sin dejar que nadie mantuviese en su hogar ningún enfermo, ni menos un fallecido por la epidemia-.


Acerca del ingrato trabajo que tenía esta “policía del cólera”; el artículo que referimos narra cómo Los vecinos conocían la existencia y la labor de los barruntas, por lo que los familiares de los enfermos hacían verdaderos esfuerzos por no llorar para no ser oídos, para que los barruntas no entraran y arrancaran del hogar a sus familiares enfermos para llevarlos al lazareto” . Continúa Fernando Pastor, narrando que: “En una ocasión los barruntas entraron en casa de Ventura, un afilador, al que estimando que su estado era terminal llevaron al depósito. Horas después, siendo ya media noche, su madre, Felipa, oye que llaman a la puerta, gritando: -abre, soy Ventura-. Indignada, pensó que sería algún gamberro, precisamente la primera noche después de haberse llevado a su hijo, al que ya daba por fallecido. Sin embargo se trataba del propio Ventura, que había mejorado y al despertar del estado semi inconsciente en que se encontraba, se vio rodeado de otros moribundos y de cadáveres, por lo que se levantó y escapó de allí despavorido-idem cita (6) -.


El relato anterior muestra lo que debieron ser las epidemias de cólera en el Valladolid del siglo XIX; donde hasta se instituyó una “policía civil” para entrar en cualquier domicilio sospechoso, con el fin de llevarse a los contagiados y a los fallecidos. Podremos pensar que aquellos apodados “barruntas” en el Esgueva, eran gente de pocos escrúpulos y menos sentimientos; pero hay que reflexionar acerca de lo que suponía en esos días andar por las calles buscando infectados y entrar en los hogares de posibles enfermos. Algo que realmente era jugarse la vida, en el intento desesperado porque la enfermedad no se expandiera. Siendo otros deberes y duras obligaciones que se asignaban a los vecinos -en estos momentos-; esos que se centraban en lograr botiquines, mercancías o víveres (debido a los aislamientos). Tanto como limpiar estercoleros y letrinas, hacer las famosas hogueras de azufre con ácido fénico o encargarse de los lazaretos. Aunque entre los peores, se hallaba el de recoger y enterrar a los innumerables fallecidos, que se sucedían a diario. Tantos y tan infecciosos, que se dispusieron las ermitas como morgues; para que los muertos por el cólera no pasasen por hospitales, ni estuvieran en la espera de ser inhumados en zonas centrales, ni menos cercanas a las poblaciones.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de localidades cercanas al Esgueva que se vieron muy afectadas por la epidemia de 1885. Al lado, foto donde vemos el estado del palacio de los condes de Valoria la Buena, que hace unos años presentaba esta triste situación de abandono. Una circunstancia en gran parte debida la epidemia de la que hablamos; tras la que el pueblo fue abandonado por muchos de sus habitantes. Quedando “vaciado” no solo por sus muertos de cólera, sino también por quienes después huyeron. Abajo, imagen de la iglesia de Esguevillas de Esgueva; donde se suceden algunos de los episodios que Mariano Diez Loisele relata, en su magnífico trabajo sobre esta crisis del mal del Ganges, llegada a Valladolid en 1885.




Acerca del brote de “morbo asiático” vivido en las poblaciones cercanas al Esgueva a fines del siglo XIX; la Revista Folklore publicó un artículo firmado por Alberto Llorente de la Fuente, intitulado: LA EPIDEMIA DE CÓLERA EN 1885, EN ESGUEVILLAS” -del que recogemos sus párrafos más importantes, en cita (7) -. El autor del trabajo comienza explicando las diferentes epidemias de esta enfermedad; mal que se conocía como “el de los habitantes del Ganges”, importada a Europa principalmente por militares y comerciantes ingleses, cuando regresaban ya contagiados de La India. Tras narrar las sucesivas olas de cólera y sus áreas de expansión; Alberto Llorente expone cómo una quinta pandemia, la que llega a España en 1885, atacando de forma virulenta Valladolid (en especial, el área del Esgueva). Habiendo sido el municipio más infectado Valoria la Buena, junto con Esguevillas de Esgueva; poblaciones que por entonces estaban unidas desde el punto de vista administrativo. Ambas localidades se encuentran a orillas de este río poco profundo, encharcado y donde las gentes no solo lavaban la ropa, sino que además hacían sus necesidades y vertían basura -como ya hemos dicho-. El estado de poca higiene en su cauce y las altas temperaturas del verano, propiciaron que en los primeros contagios, el cólera se cebase con los habitantes que frecuentaban aquellas aguas. Los vecinos mencionados de Esguevillas y Valoria, pero también los de Piña de Esgueva, Villanueva de los Infantes, Castrillo de Tejeriego, Villafuerte y Amusquillo.


El primer caso que se registró en el área, se documenta en Esguevillas el 1 de agosto de 1885; un momento algo tardío, pues Tordesillas, Toro o el mismo Valladolid (capital), se habían visto afectadas desde mediados del mes de julio. Ello, supone que el contagio del Esgueva subió desde el Duero y en sentido contrario al río, tardando al menos quince días en alcanzar el área de la que hablamos (que de haberse aislado bien, quizás se hubiera salvado del cólera). Pese a todo, hasta e 5 de agosto las autoridades no reconocieron el brote en la zona de Valoria; aunque ya era tarde entonces para confinar el área, pues tan solo dos semanas después la morbilidad fue terrible -427 infecciones y 27 fallecimientos en Esguevillas, en ocho días-. La epidemia terminó hacia el 12 de septiembre, pero su virulencia fue tal, que hasta los médicos del pueblo murieron (tal como ya hemos dicho); falleciendo también con el doctor Santillana la mayor parte de su familia -mujer e hijos-. Sigue narrando Llorente de la Fuente, que entre las medidas preventivas que se tomaron, estaba principalmente la de no celebrar festividad, ni fiesta alguna (para evitar aglomeraciones). Asimismo, se realizaron numerosas fogatas con azufre, cloruro de cal y ácido fénico; sometiendo a todo viajero a reconocimiento y fumigación. Menciona asimismo el autor que se recomendó hervir el agua y mezclarla con el vino (o con bebidas alcohólicas) con el fin de purificarla. Aunque hemos de añadir, que realmente lo que se hizo fue combinarla con anises y aguardientes; pues poca fe se tenía en que la ebullición pudiera mejorarlas, mientras sí se consideraba que un buen chorro de anís lograba acabar con el cólera... .



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de Esguevillas de Esgueva. Al lado, un crucero probablemente donado durante el sigo XIX por algunos supervivientes del cólera, para mostrar su agradecimiento a la parroquia. Abajo, de nuevo la preciosa iglesia del pueblo, con otro crucero a su entrada (mucho más antiguo y de tiempos de La Peste; otra epidemia que asoló a esta población).








Uno de los mejores artículos que relata esta epidemia de cólera en el Esgueva; podemos leerlo en el blog de Mariano Díez Loisele, bajo el título “El día que a Esguevillas llegó `El Cuarto Jinete´” . En nuestra cita (8) recogemos los párrafos más importantes de este trabajo; que hemos de destacar por su descripción detallada y la gran narración que realiza sobre lo sucedido (durante los meses de agosto y septiembre de 1885, en Esguevillas). Desarrollado en un largo capítulo, donde el autor -vecino de este pueblo-, documenta perfectamente todos y cada uno de los aspectos vividos durante esa epidemia. Desarrollando a un gran artículo, de enorme valor etnográfico y literario; en el que Diéz Loisele narra el día a día de cuanto sucedió en Esguevillas durante esas siete semanas apocalípticas; dando protagonismo a los héroes que salvaron vidas. Especialmente hablando de los doctores Valverde y Santillana; pero también de una mujer llamada “el ángel del cólera”. Apodada la tía Cirila, quien -al parecer- era una pastora trashumante que se hallaba por esos días con su ganado, en los prados de Esguevillas. Pero que al caer enfermo su padre, fue junto a él al lazareto; sin miedo a morir, con el fin cuidarle en lo que parecían sus últimos días. Prometió a todos que si la dejaban asistir a su progenitor y este sobrevivía; se quedaría en el hospital de terminales, para atender a cuantos enfermos llegasen. Así lo hizo; salvando vidas y cuidando a aquellos que la perdieron, durante las semanas que duró la epidemia. Al finalizar el brote de cólera, la famosa tía Cirila desapareció y nunca más se supo de ella; pese a que el pueblo de Esguevillas la idolatraba. Todos se preguntaban por Cirila y se cree que marchó con su ganado, viajando junto a su familia (como era común entre los trashumantes); pudiendo constatarse que no falleció en el lazareto, donde permaneció hasta el final del cólera (pues de lo contrario su nombre de Cirila se encontraría en el registro de muertos). Muchos piensan que fue una aparición y otros la consideraron un ángel, enviado para curar y cuidar a los que muchos -temerosos- abandonaban en Esguevillas.


El magnífico artículo de Diéz Loisele, podemos leerlo casi entero en la ya referida cita (8) ; aunque a continuación recojo sus párrafos más importantes. SIC:

Esguevillas de Esgueva era, en las postrimerías del siglo XIX, una villa floreciente, con una población de más de 1000 habitantes y con abundantes negocios comerciales que, aunque medianos y pequeños, constituían juntos un centro de comercio bastante importante para todos los pueblos limítrofes. No obstante nuestro pueblo era fundamentalmente agrícola y esto conllevaba que, en la mayoría de las viviendas, el corral era el estercolero o muladar donde se juntaban las basuras del ganado de labranza, con las de los cerdos, gallinas, cabras, ovejas y como no los excrementos humanos. Esto sumado a la falta de alcantarillado, ausencia de agua corriente y la deficiente higiene personal, suponía un riesgo grave a la hora de poder contraer enfermedades. Hay que señalar que el señor alcalde de Esguevillas, D. Anastasio González, consciente del peligro que un río mal encauzado suponía, se había preocupado, ya a mediados de mayo, de limpiar su cauce, de sanear las aguas de las fuentes y arroyos aledaños y de encalar interiormente las paredes de los edificios públicos (...) El día uno de agosto algunas personas empezaron a sentir los efectos del mal y D. Alberto Valverde Bastardo, medico titular, informó a las autoridades municipales de que sospechaba que el cólera había llegado a Esguevillas, pero el Sr. Alcalde y concejales no quisieron reconocer que las sospechas del galeno eran ciertas y, dado que para la economía de la Villa podría suponer grandes pérdidas, callaron de momento esta información a pesar de que las órdenes dadas el día 22 de julio, por el señor gobernador de Valladolid D. Joaquín García Espinosa, eran tajantes y claras, pidiendo los partes sanitarios de todos los pueblos de la provincia donde hubiera enfermos por el “cólera morbo”.

(...)

El pánico se apodera de los esguevanos que no saben cómo ni de qué manera se producen los contagios; el pueblo se encuentra inmerso en los trabajos de recolección de la cosecha, con las gentes esparcidas por los campos y eras, lo que dificulta aún más el control de los infectados, pues los agosteros duermen, comen y conviven con mulos y caballos en las casetas de las eras entre los efluvios del estiércol y las moscas que, volando de las basuras al plato y viceversa, son agentes de contagio. (...) El médico multiplica sus esfuerzos y pone tratamientos bastante acertados para la época, como friegas en las extremidades que se quedan frías, infusiones de todo tipo, agua de arroz, teínas, revulsivos y sobre todo beber mucha agua hervida o mezclada con vino. Las infusiones no es que curasen pero como había que beber muchos líquidos y el agua de las infusiones era hervida, esto suponía evitar aguas contaminadas. En algunos pueblos, como Renedo, se crea un hospital de coléricos o “lazareto”, y Esguevillas, más poblado, no podía ser menos y el Ayuntamiento aconsejado por el Doctor, crea un “lazareto” habilitando como “hospital de coléricos” una gran caseta de labranza a las afueras del Pueblo, siguiendo la calle de la Saliega, en lo alto de una pequeña loma ventilada a los cuatro vientos; y en ella se adecentan suelo y paredes y se colocan somieres y colchones donde instalar a los enfermos que pronto ocupan todos las plazas”.

(...)

Es muy difícil, en nuestros días, imaginarnos el panorama dantesco y aterrador en que se encontraba Esguevillas en aquellas fechas. El verano era excesivamente caluroso con tórridas temperaturas de cuarenta y más grados, el llanto unas veces contenido y otras desgarrado de madres y esposas que ven llevar en el carro a sus seres queridos, el lastimero miserere de las continuas procesiones funerarias hacia el camposanto donde se daba el último adiós a los muertos, y por las noches…,¡¡¡las claras noches de luna de nuestro agosto castellano!!!, se vieron ensombrecidas por la humareda de las hogueras donde se quemaba con azufre, ácido fénico y cal viva, las ropas que habían estado en contacto con los invadidos. Y este era otro problema, pues por desgracia el descarnado jinete de la muerte, se cebó de bestial y singular manera con las gentes humildes como jornaleros y pequeños labradores; y a estas familias, quemar sus pobres ajuares les suponía un gasto y un dolor añadidos a las terrible pérdida de la vida de sus familiares. a peste atacó menos a artesanos, comerciantes y ricos propietarios. Al principio no se sabía el motivo pero después se comprendió ya que el “modus vivendi” y las medidas higiénicas de estos eran muy diferentes”.



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes relacionadas con esta pandemia que reapareció repetidamente durante el sigo XIX. Al lado, grabado de época en el que se muestra el cólera en Toledo, en su primera ola (imagen tomada del artículo de Díez Loisele). En su escena vemos la recogida de muertos en carros, durante los contagios en Toledo, el año 1833. Abajo, portada del magnífico libro aparecido en febrero de 2020, donde se narra la epidemia de cólera vivida en Villalonso y en los pueblos aledaños. Toro, Casasola de Arión, Villavendimio, Tiedra o Mota del Marqués, son localidades muy próximas, que se vieron también azotadas por ese mal de los habitantes del Ganges. En nuestro siguiente epígrafe resumiremos cuanto se narra en esta obra recientemente publicada, escrita por Félix Alonso, Antonio Berián e Hilarión Pascual.



II - D ) El cólera en Villalonso y el testimonio de Manuel Gamazo:


Apenas hace seis meses, se publicó el libro: LA EPIDEMIA DE CÓLERA DE 1885, EN LA COMARCA DE TORO, CON SU EPICENTRO EN VILLALONSO. Sus tres autores -Alonso, Berián y Pascual- narran de un modo minucioso y muy descriptivo, cuanto sucedió durante este contagio en la zona que comprende la comarca de Toro y gran parte de los montes Torozos (antes Toresanos). La obra presenta rasgos de presagio; ya que fue escrita previamente a la aparición generalizada del coronavirus y con meses de antelación a que se declarase la epidemia Covid-19. Siendo editada con más de treinta días de anticipación al Estado de Alarma (decretado el 14 de marzo pasado). En este libro, además podemos ver cómo los problemas y reacciones que surgen ante las pandemias, son siempre muy similares -en toda época-. Situaciones que se resuelven gracias a quienes aportan sus conocimientos y su enorme esfuerzo sanitario. Junto a los que generosamente se enfrentan al mal, con dedicación y sin miedo; llegando a dar su vida, curando y cuidando a la población, evitando así que la enfermedad se expanda. Por su parte, el recurso de los aislamientos (o confinamientos) también vividos durante las pandemias de cólera en el siglo XIX; contenían ya un mismo debate al actual, debido a que empobrecen tremendamente a quienes los sufren. Mientras, las autoridades normalmente se ajustan a lo que sucede; sin lograr que sean los sucesos aquellos que se adapten a las medidas que ellos toman. Justificando todo el mal en la enfermedad y en quienes se saltan las normas impuestas; pero sin llegar a hacer cumplir la ley, ni saber claramente lo que hay que dictaminar en cada momento.


Continuando con el libro sobre el cólera en la comarca de Toro; en su parte final contiene un documento de enorme valor. Como es el minucioso relato de uno de los vecinos de Villalonso, que vivió la epidemia y fue escribiendo un diario en el que recogió cuanto sucedió. Aquel empadronado en el pueblo infectado se llamaba Manuel Gamazo Manso; quien redactó una reseña diaria, que comienza el 21 de julio -fecha en que murió el contagiado "cero"- y finaliza el 28 de agosto -cuando se decretó que el pueblo estaba ya libre de cólera-. Comienza su escrito diciendo: “En el año de 1885 se declaró en este pueblo (Villalonso) el Cólera Morbo Asiático, sucediéndose el primer caso el 21 de julio”. Sigue narrando que ese día todavía sonaron normalmente las campanas; aunque al siguiente y tras fallecer otro afectado del mismo mal, ya no se tocó campana alguna -suponemos que para no dar sensación de pánico-. Tras esa segunda jornada, se reunió la junta municipal y como primera medida mandaron convertir la ermita en morgue, dando parte al gobernador (quien dijo iba a hacer todo lo posible por sacar de esta situación a la localidad). Ese mismo 22 de julio, se reclamaron médicos para que se trasladasen a Villalonso, pero ninguno quiso ir; así que dando parte al gobernador, este les hizo llegar un botiquín el día 23 para primeros auxilios. Quienes les entregaron los referidos medicamentos no pasaban ya del puente de entrada al pueblo; llegando junto a ellos un médico nacido en Villalonso (de gran valor y energía) llamado Timoteo Gónzalez.


SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de Villalonso. Vista general de la localidad, tomada desde el castillo; observemos su despoblación y la enorme distancia que hay hasta el cementerio, creado en esas fechas (julio-agosto de 1885). Este Campo Santo se observa al final del paisaje y lo que he marcado con una flecha en la foto superior.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes del imponente castillo de Villalonso. Fortaleza que fue de Pedro I y también de la familia Ulloa; se trata de uno de los enclaves más importantes que tuvo Toro y de un baluarte en la antigua frontera entre Castilla y León.


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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Otras dos fotografías del castillo de Villalonso, en este caso de su interior. En el patio de armas -que vemos- se quemaron el 29 de agosto de 1885 las miles de tripas choriceras, que eran el negocio de muchos de los vecinos; quienes vivían de embutir chacinas. A estas pieles de intestino se culpó de la infección del cólera, cuando aún no se creía en la medicina microbacteriana y se pensaba que este tipo de enfermedades se transmitían por las “miasmas” (la suciedad o la podredumbre ambiental, sin atender a los microorganismos que las generan).



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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos más del castillo de Villalonso. Al lado, el autor de estas lineas, pensativo y sentando en una de sus torres. Abajo, el enorme despoblado del pueblo, con su fortaleza solitaria.




En la siguiente jornada -24 de julio- mandaron un practicante de Toro y llegaron los médicos de Villavendimio y de Morales de Toro (obligados por las autoridades). Asimismo, la junta del ayuntamiento, rogó a la diputación que enviasen Hermanas de la Caridad, con el fin de atender a los enfermos. Ese mismo día el gobernador mandó que se requisasen todas las tripas de embutidos, pese a ser el negocio principal de muchas familias de Villalonso; quienes vivían de “embuchar” chacinas. Pero considerando las autoridades que el contagio podría proceder de estos intestinos de embuchar; decidieron incautar cuantos había almacenados en la localidad, para dejarlos en el castillo -alejados de la población-. El día siguiente (25 de julio) llegaron dos Hermanas de la Caridad y un diputado (Ezequiel Salinde) quienes dispusieron un hospital lazareto en la escuela. Ya desde esta fecha, no dejaron entrar a nadie más en Villalonso (excepto a los que el gobierno autorizase); obligando a sus habitantes a recoger la comida y víveres que se dejasen en los límites del municipio, en pleno campo.


El 26 de julio llegó al pueblo una comisión formada por un delegado del gobernador, un médico, un practicante y un sacerdote. Estos crearon un depósito para cadáveres, lejos de las zonas habitadas (camino de Morales). Asimismo mandaron traer agua de otros lugares, con carros; viniendo las cubas de Villavendimio y Morales. También dispusieron hogueras por las calles y plazas de Villalonso, quemando en ellas azufre. Este día 26 terminó con las hogueras, aunque era difícil mantenerlas porque -según dice Manuel Gamazo- llovía mucho. Mientras arreciaba la tormenta, observaban como llevaban los muertos cargados en burros, que acarreaban las cajas sobre sus lomos. En la siguiente jornada llegaron más camas al pueblo, porque se vieron obligados a abrir otro hospital; esta vez en una “panera” que un vecino -llamado Juan González- generosamente ofreció (9) . Asimismo, ese 27 de julio vinieron dos carros desde Pinilla de Toro, cargados con panes y carne, regalados por sus vecinos y que así se los enviaban; alimentos que se repartieron entre los más pobres de Villalonso. Desde este día también comenzaron a quemar toda ropa en contacto con infectados y a la mañana siguiente ordenaron abrir hoyos, poniendo tinajas en el exterior de las casas. Se les prohibió a todos salir al campo, haciendo arder por las noches hogueras de azufre. Pese a ello, los enfermos aumentaban y se necesitó pedir otra panera para aumentar los centros de asistencia, dejando un vecino llamado Isidoro Villar la suya, para instalar el nuevo hospital. Tal era la cantidad de afectados que esa jornada aparecieron otras dos Hermanas de la Caridad, pues no había manos ya dentro del pueblo, para atender a tanto infectado.


El día 29 de julio, las autoridades dieron orden de aumentar la distancia a la que se podían acercar los forastero; quienes llegaban hasta la marca delimitada, para entregar medicamentos, bebidas o víveres. Advirtiendo a todo extraño al pueblo que no se acercase más allá de esa nueva linde, señalada con una cruz y una bandera blanca. Asimismo, crearon turnos para limpiar las cuadras y corrales del pueblo diariamente. Este día se quemaron todas las tripas de embutido que había almacenadas en el castillo, con una gran hoguera que ardió a las doce de la noche, en el patio central -de armas-. El mismo Manuel Gamazo se vio obligado a destruir estas tripas, que eran el principal negocio de ciento veinte familias de Villalonso; narrando con gran tristeza cómo el fuego que él avivaba fue la ruina de esos convecinos -quienes además, eran los más pobres del lugar-. Él mismo escribe el modo en que llegó a su casa triste y afligido, porque en aquella hoguera se habían ido los dineros y el negocio de gran cantidad de amigos y parientes. La jornada siguiente (30 de julio) establecieron un hospicio para niños huérfanos del cólera y Manuel Gamazo se sintió feliz al ver el trato que les daban las monjas que hasta allí llegaron. A él le tocó servir en el referido hospicio y luego en los hospitales de las paneras, de todo cuanto se alegra; narrando que ello es señal de que todavía está vivo y sano. Pese a todo, uno de los médicos (llamado Ribera) se había contagiado esa jornada y para terminar el triste día, cayó tal tormenta que arrastró muchas de las camas dispuestas en uno de los “hospitales panera”.


SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, Tiedra vista desde las torres del Castillo de Villalonso. Se observa que este pueblo domina Villalonso sobe un macizo de montañas que emergen, tras un llano, en el que se sitúa el que sufrió la gran epidemia de cólera. Abajo, vista de Villalonso desde el lugar de “la raya” que se había marcado entre este municipio y el de Casasola. Ese punto fronterizo, se halla en la división entre las provincias de Zamora y Valladolid; consistiendo en un alto desde el que se observa perfectamente la población de Villalonso.


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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, de nuevo el lugar que separa Casasola de Villalonso; donde estaba la “raya” de separación y límite en que se hacía entrega de los víveres y medicamentos. Abajo, vista del cementerio nuevo de Villalonso, construido tras la epidemia del cólera, está situado a varios kilómetros del pueblo.


Sigue el diario de Manuel Gamazo narrando que al día siguiente (último de julio) iban disminuyendo los contagios, aunque uno de los practicantes (llamado Eusebio) también cayó enfermo esa mañana. Luego, escribe que le tocó como servicio ir por los víveres y enseres hasta el límite del cerco impuesto con Casasola, que ese situaba en el de la provincia -pues como vemos en imágenes, en la linea de Zamora y Valladolid se halla la frontera entre ambos pueblos-. Terminó esa jornada con una nueva tormenta de verano y haciéndose hogueras frente a las casas. Comienza el diaro en el mes de agosto, con la frase “van cediendo las invasiones”. Luego habla de un parte llegado desde Abezames y de cómo el diputado Lázaro Somoza -que había llegado hasta allí, cuando se declaró la epidemia, para ayudar- se tuvo que trasladar hasta este otro pueblo, haciéndolo a través del campo, pues los de Pinilla y Villardondiego no le dejaron atravesar sus localidades. Al regresar el diputado Somoza, informó que en Abezames había diecinueve infectados de cólera. Debido a ello, al día siguiente, D. Lázaro, acompañado por dos Hermanas de la Caridad, se fueron hacia aquel cercano pueblo, donde había comenzado otro brote. Además de esa pérdida de colaboradores en Villalonso; al día siguiente (3 de agosto) murió su párroco, junto a otra vecina. Pese a ello, desde esa fecha les quitaron parte de la ayuda, varios médicos, gran cantidad de botiquín y se llevaron a algunas hermanas de la Caridad; algo que disgustó a los vecinos. Debido a ello, desde el 4 de agosto tuvieron que buscar solución entre los empadronados en Villalonso, creando turnos y labores. Recibieron un análisis de las aguas, que llegaba de Madrid, determinando que esas de su pueblo eran buenas; por lo que también les quitaron el suministro de barricas llevadas con carros. Asimismo, este día se cerraron los hospitales provisionales y hasta el hospicio; por lo que termina diciendo el autor del diario: “Dios quiera que no nos haga falta reclamar más auxilios”.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, cartel con el nombre de la avenida de los triperos; principal calle de Villalonso. Como dijimos, el arte de embutir era el negocio principal de los vecinos de la localidad, por lo que guardaban miles de tripas en sus almacenes, hasta que llegaban las carnes para embucharlas. Se culpó a estos intestinos secos de haber creado miasmas del cólera, por lo que se quemaron los que había en el pueblo, arruinando sin motivo a gran parte de sus habitantes. Abajo, una de las muchas casas y almacenes de Villalonso; quizás fue esta una de las paneras que se usó como hospital, pues se halla junto a la ermita y en un lugar propicio para las inundaciones (tal como narra el relato de Manuel Gamazo sucedió dentro del centro de atención instalado en una panera).



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de la ermita de Villalonso, donde se colocó la morgue. En la de abajo se observa que este “humilladero” tiene una cruz en su entrada. Normalmente esos cruceros eran regalados por gentes agradecidas tras superar una grave enfermedad y muchos de ellos se levantaron después de las epidemias de cólera.






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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, casa abandonada y vacía frente a la iglesia de Villalonso. Abajo, la iglesia de este pueblo, con una preciosa torre campanario.



Los días 5 y 6 de agosto, Manuel Gamazo cuenta cómo fue hasta “la frontera” con Casasola, por pan, en su carro; el dinero para comprarlo, lo aportaba el ayuntamiento de Villalonso y traía diariamente doscientas cincuenta hogazas. Asimismo, se llegaba hasta la raya con Pinilla de Toro, para lograr carne y más víveres. En su texto, ya no relata más que las defunciones que hubo desde esta fecha (que fueron dos el día 7 y una diaria, desde entonces, hasta el 14 de agosto). Finalizando su escrito con la contabilidad de muertos; en la que nos dice que cuando cesó el cólera, habían fallecido un total de ochenta y ocho vecinos, 24 hombres, 42 mujeres y 22 menores. Se dispuso un cementerio nuevo, a las afueras del pueblo y donde enterraron a 72 de estos muertos por el mal del Ganges. Quienes los inhumaban (Miguel el zapatero, Hipólito García, Javier Carreras y El Mudo) primero llevaban sus cajas a hombros; pero hasta el lejano y nuevo Campo Santo los trasladaban en burro, atravesando sobre sus lomos las cuerpos. Finalmente, arrendaron un carro para este fin; pero en este vehículo los llevaban ya solo en sudario y sin ataúd, viéndose salir los pies de los cadáveres fuera del carricoche, tirado por una mula.


Termina también narrando cómo Casasola les ayudó sobremanera; y para ello habían colocado una bandera blanca con una cruz en el lugar de frontera entre municipios. Allí se llegaba voceando, avisando así de la presencia de un vecino de Villalonso a los del otro lado. Al momento, aparecían los de Casasola, a lo lejos; portando y haciendo sonar un caldero, del que salía humo (a modo de incensario). Tras colocar un escrito con lo que se pedía, bajo un mojón de piedra -donde estaba la bandera-, debía retirarse el que lo solicitaba; para que llegasen los del otro pueblo, con el fin de recogerlo y leerlo. Venían los de Casasola, acompañados por una pareja de la Guardia Civil y dos miembros del ayuntamiento. Tomaban el mensaje; y cuanto se les pedía, lo dejaban depositado junto a la misma piedra, exactamente a las doce horas, desde que se había solicitado. Al parecer, no fueron tan buenos vecinos los de Villavendimio; de los que Gamazo cuenta se valían de la “fuerza bruta” y si veían cerca de sus tierras a alguien de Villalonso -aunque fuera de paso-, les echaban por las bravas. Tanto, que menciona cómo a su cuñado se le escapó una mula, que marchó en dirección a Villavendimio. Tras lo que yendo el dueño por el animal, se encontraron ambos -amo y bestia- a los vecinos de ese pueblo contiguo, que les echaban para atrás a pedradas y amenazándoles con las hoces.


Finalmente el autor del diario, recuerda el último día que fue hasta la “raya” con Casasola; cuando los que le dieron pan, no quisieron cogerle el dinero, por lo que tuvo que lanzarlo de lejos. Al rato, se dio cuenta de que atrás se había olvidado la bolsa para la mercancía, y miró hacia el lugar del descuido; pero vio como quienes allí estaban -llegados de Casasola-, tomaron ese morral con una vara larga y lo tiraron al fuego... . Da fin al relato Manuel Gamazo, con el brote terminado y comentando que se encontraban en la ruina tras el cólera, pues solo en azucarillos se habían gastado 6 arrobas diarias (unos ochenta kilos). Sus últimas frases narran que la mitad del campo estaba aún sin segar y habiendo por esos días comenzado las lluvias, temía por que la cosecha se perdiese. Siendo el final del relato, el siguiente: “Dios nos libre de ver otra epidemia. Escrito por un testigo presencial. En Villalonso a 28 de agosto de 1885: Manuel Gamazo Manso” (10) .


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, vista de Benafarces y de Tiedra, tomada desde Villalonso. En la fotografía se distingue claramente la distancia que separa a Tiedra y Benafarces de esta localidad (unos cuatro y seis kilómetros respectivamente). Asimismo se ve claramente que Villalonso se halla en un valle donde llegan las aguas de estos pueblos colindantes. Abajo, el llamado arroyo de Benafarces que trae agua a Villalonso desde los altos de Tiedra, Benafarces, Urueña y otras poblaciones que se hayan en puntos más altos.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, la iglesia de Villalonso vista desde la ermita. Se observa claramente que en este pueblo se producen riadas (tal como narra Manuel Gamazo) y por ello existen vías y canales para reconducir las aguas -muchas de ellas llegadas desde Tiedra, Benafarces, Villavendimio y Pinilla. Abajo, la fuente de Villalonso, situada junto al arroyo de Benafarces y al lado del castillo.



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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, otra casa con problemas de abandono, frente a la iglesia de Villalonso. Se observa el tejado de su panera hundido. Esta pudo ser una de las paneras usadas como hospital durante la crisis del cólera de 1885. Abajo, foto del castillo de Villalonso, donde vemos que el pozo y depósito municipal está aquí; precisamente en el lugar donde convergen varios arroyos que vienen desde otros pueblos (principalmente de Tiedra, Benafarces y Villavendimio). A mi juicio fue esta la vía de entrada del cólera, ya que Tiedra y Villavendimio están junto a la actual Nacional 6; antiguo camino de La Coruña a Madrid, y desde donde se supone llegó la enfermedad a Tordesillas, a mediados de julio de 1885.


II - E ) El cólera en la comarca de Toro, con su centro en Villalonso:

En este epígrafe, analizamos lo que nos dicen acerca de todo ello los autores del libro ya mencionado: LA EPIDEMIA DEL CÓLERA DE 1885, EN LA COMARCA DE TORO CON SU EPICENTRO EN VILLALONSO -de Félix Alonso, Antonio Berián e Hilarión Pascual- (11) . Quienes comienzan hablando sobre las diferentes oleadas pandémicas llegadas a Europa y España de este mal, que también se conocía como “el viajero del Ganges”. Fijando principalmente cuatro fechas endémicas de cólera mundial: 1834; 1854; 1865 y 1885 (11a) . Ello supone que durante el siglo XIX cada diez o veinte años, morían millones de personas a manos de este terrible mal. Pues, como hemos dicho, hasta los estudios de Pasteur y el descubrimiento del mundo microbacteriano (que sucede cerca de 1885) se pensaba que esta enfermedad se contagiaba y provocaba por las miasmas -el mal ambiente y la higiene poco cuidada; sin atender a los bacilos que la transportaban- (11b) . Debido a ello, las medidas para la supervivencia eran principalmente de aislamiento, mantener y mejorar la limpieza o quemar los enseres tocados por infectados; a lo que se sumaban fumigaciones y fogatas (principalmente hechas con azufre, sales y sulfatos).


Finalmente, tras la epidemia de 1865 se demuestra que el agua hervida evitaba la propagación, aunque no es una medida profiláctica que se siguió de manera generalizada. Siquiera en la España de finales del XIX; donde parece que preferían echar vino, ron o anís del mono, a lo que se bebía -para purificarlo...- (11c) . Ello, pese a que John Snow descubre en 1855 que al hervir las aguas podría cortarse todo contagio a través de ellas, creando una primera depuradora en Londres. Además, en 1884 Robert Koch halló el bacilo que lleva su nombre, llegando a inocular las primeras vacunas contra el cólera (11d) . Pero durante la epidemia de 1885, no se pudieron salvar muchos españoles, porque las autoridades no dieron el visto bueno a las inyecciones preparadas con el antídoto (aunque las que había creado el un médico valenciano, eran de una enorme efectividad y sin efectos secundarios).





SOBRE; JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Cuadros del libro que estamos comentando. En la figura primera (imagen arriba), podemos ver la expansión de la epidemia. Al lado, se hallan los diagnósticos, entre los que destacan 28 colitis en Mota del Marqués. Abajo, tenemos los pueblos más afectados por este mal, entre los cuales Villalonso es el séptimo de España, con más del 15% de la población muerta.




Acerca de los errores sociales que llevaron a las tragedias que las epidemias generaron; se destaca en el libro que comentamos, el conocido veto al doctor Ferrán. Quien -como hemos dicho- ya había inventado una vacuna totalmente efectiva en 1885. La primera del Mundo sin consecuencias graves; pues la de Koch era peligrosa al inocular el bacilo entre personas; no desde un animal a ser humano, tal como logró hacer Ferrán. Pese a ello y aunque en Levante este médico ya había logrado enormes éxitos, su método fue desestimado por los científicos españoles y las autoridades dejaron a la población sin ella; lo que provocó que en 1885 murieran unas ciento veinte mil personas de cólera en España -sin remedio; aunque muchos podrían haberse salvado- (11e) . Así fue como el gobierno de Cánovas del Castillo prohibió la inoculación de Ferrán; quedando el discurso una vez más, en una lucha entre bandos políticos, donde los médicos adoptaron una posición neutral. Debido a ello, proliferaron los métodos curativos de los charlatanes y curanderos. Diciéndonos los autores del libro, textualmente:


"La profusión de remedios anunciados por la prensa de la época fue ingente. A ello contribuyó la abundancia de intrusos y charlatanes que brotaron por doquier (...) comentaba un periodista que en España "cualquiera entiende de todo. Especialmente de medicina, política y tauromaquia" (...) licoristas disfrazados de químicos prácticos, ingenieros, pero también drogueros, bodegueros, peluqueros, confiteros, tenderos de ultramarinos, y hasta curas y sacristanes, cada uno en su ámbito. Todos ellos disponían de preparados remedios infalibles, que habían demostrado su eficacia en anteriores epidemias" (...) era un lugar común considerar que los borrachos no padecían el cólera, lo que quizás tuviera un cierto aire de realidad en cuanto que apenas bebían agua, que era la principal fuente de infección" (11f) . De este modo se anunciaban como anticoléricos: El Licor Benedictine, el Anís del Mono o el Ron Negrita.


Sigue el libro que analizamos, narrando que Villalonso se dedicaba al embuchado de carnes -principalmente porcinas-, teniendo dudas acerca de si las tripas usadas pudieron transmitir la pandemia. Pese a ello, sabemos que antes de darse el primer caso en este pueblo, cinco personas ya habían muerto en Toro (11g) . Pero se piensa que en Toro estaban falseando las estadísticas y se habían ocultado otras muertes previas, por la misma causa de siempre: Para evitar el pánico y temiendo la ruina económica. Tanto fue así, que “el Norte de Castilla en su edicion del 26 de julio de 1885 dice que los mercados de Toro están sin gente, pero no por falta de salud pública, `ya que esta es inmejorable´ y que el vacío se debía solo a los acordonamientos y fumigaciones” (11h) . Igualmente “tordesillas había sido invadida el 12 de julio pero su corresponsal en el Norte escribe el 27 que la situacion es inmejorable y que los periódicos de Madrid falsean todo; pese al buen estado saludable de la zona; pero se queja de que lleguen a Tordesillas madrileños, toresanos y gente de Villalonso, culpando a ellos de los males que pudiera haber en ese pueblo cercano a Valladolid (11i) .



SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Tres imágenes de Casasola de Arión. Arriba, el cementerio visto desde su último tramo de subida; se puede observar la enorme distancia que hay hasta el pueblo, así como su situación sobre una colina, lejos del paso de ríos o pozos. Estos nuevos Camposantos se hicieron tras las epidemias del cólera del siglo XIX. Al lado, el pueblo visto desde la subida al cementerio. Abajo, la fachada del Campo Santo desde aquí pueden divisarse los castillos de Tiedra y el de Mota (al fondo en la imagen).



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotografías de Villavedimio. Al lado, detalle del interior de su ermita (agradecemos a la parroquia de la localidad nos permita divulgar nuestra imagen). Abajo, exterior del templo, también conocido como humilladero y situado a la salida del pueblo, donde se hacía bajar la cerviz a las bestias -humillar-, para beber y saludar a los santos patrones, con el fin de tener un buen camino. Junto a esta ermita hay un pequeño lago natural (apodado la charca) de donde se tomaban aguas para enviar a Villalonso durante la epidemia de 1885. En su entrada podemos ver los enormes pozos existentes, que nacen de aguas de esa charca.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de Villardondiego (próximo a Pozoantiguo); otro de los lugares vinculados a Villalonso durante el brote de cólera de 1885. Exterior de su espectacular iglesia.








Sea como fuere en el registro de septiembre 1885 de Pozo Antiguo, se habla de que el 17 de julio ya había un muerto en esa localidad por cólera y que dos meses después habían fallecido ochenta y nueve más; todo cuanto demuestra errores y falsificaciones en los datos (11j) . Asimismo parece incierta la teoría de que fueron las tripas almacenadas las que pudieron influir en la expansión del cólera en Villalonso; algo que afirmaron las autoridades y las gentes de pueblos colindantes (obligando a las autoridades a decidir quemarlas) (11k) . Desde la página 66 y siguientes, este libro habla de las pocas medidas de previsión que se tomaron, siendo tan solo Villardondiego, Tiedra y Toro, donde se adoptan algunas (como limpiar estercoleros, sin no permitiendo echar aguas a las calles y etc). Se prohibieron asimismo usar o consumir las del Duero y de los ríos colindantes a poblaciones afectadas; llegando a traer una bomba del Ferrocarril para abrir un pozo nuevo y sano en la zona de Toro. El libro que resumimos, también narra algunos hechos de los que ya hemos dado cuenta; como la creación de nuevos cementerios alejados de las casas, la obligación de fumigar y quemar los enseres y ropas de infectados; además de la existencia de “epi” o trajes de cuero con los que se protegían aquellos que tenían contacto con los infectados.


No solo fueron confinados los habitantes de Villalonso -como pudiera deducirse de cuanto hemos narrado- sino que pueblos como Tiedra, Pinilla, Toro, Morales, Villavendimio, Villardondiego, Tagarabuena, Casasola o Benafarces; sufrieron igual destino. Importante es el dato que nos da el libro acerca del botiquín enviado desde Tiedra a Villalonso; población que no tenía farmacia. Pues al parecer este cargamento médico contenía los siguientes productos: Era rico en laudano, opio, azafrán, clavo y canela y vino blanco -paliativos y astringentes-; asimismo llevaba azufre para quemar y sabemos que contenía varias arrobas de azucar. Pues conocemos el enorme consumo de azucarillos (70 kilos al dia = 8 arrobas), quizás para tomar con agua o con alguna infusión y no deshidratarse (11l) . Aunque a mi juicio pudo darse más bien un uso distinto, vertiendo el azúcar sobre aguardiente y agua, tal como se consumía en la época como un refresco común en esos días de fines del XIX: Agua, azucarillos y aguardiente.


Finalmente, el 21 de agosto de 1885 se reúne la junta de Villalonso y declara acabado el brote de “mal del Ganges”; aunque hasta el 28 no se libera el cerco de aislamiento. Entre los héroes que lograron salvar vidas, dando en muchos casos la suya; se encontraban: Niceto Ribera Romero; médico que vino a Villalonso a compartir las atreas de salvamento, con su titular (Timoteo Gonzalez Alonso). Tambien llegó al pueblo Martin Marín Sancho, y el practicante Hilario Anta; junto a un cura y seis Hermanas de la Caridad, procedentes de Zamora capital. Muriendo en la epidemia un practicante zamorano, llamado Esusebio Alonso y la monja Sor Dolores Bosquet, procedente de la misma ciudad. Para terminar, entre las conclusiones que nos presentan los autores del libro, se halla el problema del paradigma del cólera y sus pandemias, surgidas en un momento en que convivían dos teorias sobre la medicina: La antigua y basada en supercherías, que consideraba ese mal nacido de las miasmas (es decir, del mal ambiente y de la suciedad -como si se tratase se un olor-). Frente a la nueva ciencia, que por entonces nacía; basada en los microbios y que no fue aceptada hasta que estos organismos pudieron verse a través de los microscopios. Una verdadera ciencia que por entonces triunfó; gracias a figuras como Pasteur, quien generó una nueva teoría sobre la curación, por medio de las vacunas. Método que ya había seguido contra el cólera y con éxito, el doctor Ferrán en España; quien en 1885 había creado un antídoto contra el mal del Ganges, sin efectos negativos, ni secundarios. Aunque el gobierno español le impidió seguir con su sistema profiláctico, provocando tristemente centenares de miles de muertes.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos fotos de Benafarces. Al lado, su preciosa iglesia, que un día se partió por la mitad. Abajo, plaza de este pueblo; de Benafarces procede el arroyo que llega hasta el castillo Villalonso -que antes vimos en imagen- y que dista unos tres kilómetros de distancia.







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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de Tordesillas (fotos, Chiho Onozuka). Al lado, el paso del Duero por esta localidad que registró uno de los primeros contagios de la zona durante la epidemia de 1885; lo que hizo que se prohibiera muy pronto beber y utilizar las aguas de este río. Abajo, el monasterio de Las Claras, visto desde el otro lado del Duero.





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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de Tiedra. Al lado, la preciosa ermita de Nuestra Señora de Tiedra Vieja, que se alza en un cerro donde antiguamente se situaba la población antigua. Se dice que tras las epidemias de cólera, los habitantes fueron a vivir en la margen Sur del pueblo, dejando este lado tan solo para cementerio y dedicado al culto del templo. Esta maravillosa construcción, que contiene una antigua hospedería en su interior, guarda un claustro e iglesia de enorme valor. Dentro de la ermita se guardan decenas de exvotos, muchos del siglo XIX y que gratifican la ayuda recibida en los años de estos brotes de cólera. Desde Tiedra fue mandado el primer botiquín hasta Villalonso en verano de 1885; ambas localidades distan apenas unos seis kilómetros en linea recta y sus castillos se pueden comunicar hasta en días de niebla. Abajo, el claustro de la ermita.



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de Toro. Al lado, exvotos recogidos en las iglesias toresanas y expuestos en la de San Sebastían de los Caballeros (a la que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Muchos de estos cuadros votivos ofrecidos por fieles, son de los años en que el cólera azotó la zona. Abajo, el Duero a su paso por Toro, visto desde el mirador llamado “el espolón” -por parecerse a una proa de barco-. Las aguas de este río muy pronto fueron “confinadas”, prohibiendo su uso y menos beberlas, al detectarse en Toro los primeros contagios -a mediados de julio de 1885-. Aunque según los datos históricos, que el “paciente cero de comarca toresana” se localizó en Pozo Antiguo; localidad de dista unos siete kilómetros de Toro, en dirección a Villardondiego.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, imagen de la iglesia en ruinas mudéjar, de Pinilla de Toro. Sabemos que este pueblo, distante unos ocho kilómetros de Villalonso, le envió carne y víveres durante su cerco en el verano de 1885. Abajo, iglesia de Morales de Toro, población muy cercana a Toro y a Villavellid. También Morales estuvo bajo cuarentena y jugó un papel preponderante en el cerco de estos días en que el cólera asoló la zona.




III SOBRE LO SUCEDIDO EN MOTA DEL MARQUÉS: MILAGRO EN LA FUENTE DE LA CHIQUITILLA.

III – A) La desaparición del barrio del Sol y la merma de habitantes, en el partido judicial de Mota:

Quienes me transmitieron la leyenda que hoy recogemos, también nos explicaron que una gran parte población, junto a numerosas casas de esta localidad; desaparecieron durante el siglo XIX debido a las epidemias de cólera. Concretamente, los que más sufrieron esas invasiones víricas fueron los habitantes del llamado “barrio del Sol”; cuyo nombre -al parecer- se debió a estar situado en la zona sur de Mota del Marqués (al lado mediodía del pueblo). Según me dijeron, las infecciones por “mal del Ganges” sucedidas en 1833, 1854 y 1865; acabaron con innumerables vecinos de este lugar, provocando más tarde la huida de otros tantos. Todo ello llevó a la decadencia económica de una localidad que -hasta entonces- había sido cabeza de partido judicial y centro del comercio en la zona. Tanto es así, que sabemos cómo en Mota había hasta juzgados y cárcel, a comienzos del siglo XIX; aunque a mediados de esa centuria su población disminuyó de forma imparable, provocando que el pueblo comenzase un triste camino hacia la ruina económica y arquitectónica. Todo ello me lo fueron narrando, mientras paseábamos por las misteriosas calles motanas; llegando al barrio del Sol. Mostrándome más tarde la plaza, con su importante edificio que fue cárcel de la comarca. Una prisión creada por la abuela de la famosa duquesa de Alba (Ma. Teresa Cayetana de Silva) llamada Ma. Teresa de Silva; tutora del duque de Alba, Carlos Fitz James Stwart, marqués de la Mota -tal como dicta el escudo conmemorativo de esta cárcel, hoy convertida en sede de un banco-.


Como narramos, esta localidad entró en una enorme regresión después de la tres primeras epidemias de cólera en España, acontecidas sucesivamente (en 1833, 1854 y 1865.) Por esa razón, a finales del siglo XIX, tenían en Mota un enorme temor a nuevas plagas del mal del Ganges. No solo por el peligro de la mortandad que conllevaba; sino porque además, estas invasiones de cólera estaban esquilmando el número de habitantes, sumiendo en la pobreza a la comarca -de la que este pueblo era todavía cabeza judicial-. Así pues, mientras paseábamos por el barrio del Sol; me fueron explicando por qué actualmente esa zona del pueblo está en parte derruida, debido a su abandono y porque la mayoría de sus casas eran de adobe. Muros tapiales -como dicen en Castilla a las paredes de tierra- que han ido cayendo con el paso de los años, la lluvia, el viento; pero sobre todo, por carecer de pobladores. Pues el adobe es materia natural, que como el cuero, se muere si no está cuidado, utilizado y vivido. Por lo que si aquellas paredes de tierra y paja se siguen habitando y usando; pueden llegar a durar tanto como las de Babilonia. Una civilización que levantaba sus edificios en adobe y que en ese material llegó a elevar los zigurats, de los que han llegado restos hasta nuestros días -cuatro mil años después-. Pero regresando a Mota y a sus epidemias de cólera; ante la imagen de ese barrio del Sol -hoy moribundo- me narraron lo que hoy parece fue un milagro, ocurrido durante la última de las epidemias de cólera en la zona . Un hecho que -al parecer- evitó la muerte muchos de motanos, durante esa invasión infecciosa de 1885.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de Mota del Marqués. Al lado, escudo conmemorativo de la cárcel motana, construida por su marquesa en tiempos de Carlos IV. La leyenda que aparece en el interior del blasón reza: “Reinando Carlos IV, se hizo esta casa/cárcel a expensas de la Excma. Sra. Da. Ma. Teresa de Silva (Silba) y Palafox, duquesa viuda de Berwick y Liria, condesa de Ayala y de Lemos. Como madre tutora y curadora del Excmo. Sr. D. Carlos M. Stuart Fitz James Silva (Silba) y Estolberg; duque de los mismos títulos, y marqués de esta villa (billa). Siendo su administrador y apoderado, el teniente D. Lorenzo Polo. Año de 1747”. ABAJO, el edificio prisión en la plaza de Mota, levantado por la madre del marqués de la villa a mediados del siglo XVIII; debido a que esta localidad era cabeza de partido judicial, con juzgados y delegaciones gubernativas.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Otras dos imágenes de Mota. Al lado, y abajo, calles del llamado barrio del Sol, que fue abandonado durante las epidemias de cólera del siglo XIX y cuyas casas van desapareciendo (debido a que eran principalmente de adobe).




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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de Mota. Al lado, los interesantes edificios del pueblo (en tapial y piedra); muchos de ellos van desapareciendo sin retorno dejando de existir después de cientos de años. Abajo, un vecino ejemplar que ha logrado rehabilitar una de estas casas del barrio del Sol.



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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: imágenes de Mota del Marqués. Al lado y abajo, las calles del pueblo, con sus edificios construidos en tapial, adobe y piedra. Una arquitectura que en algunos casos llega tener varios siglos y que cuando se pierda, ya será irrecuperable.



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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: imágenes de Mota del Marqués. Al lado y abajo, de nuevo, las calles de la localidad, con esas casas de tapial, adobe y piedra. En muchos casos lucen escudos nobiliarios, debido a que en esta villa vivieron algunas de las familias más ilustres de Valladolid.




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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Las calles del Mota, con sus casas solariegas y de labor; unos edificios de enorme importancia arquitectónica. Tristemente, en la época que vivimos, esta arquitectura se ignora y hasta se desprecia; del mismo modo que sucede con el resto de las artes antiguas. Bastando probar la ignorancia sucinta que existe entre la población actual (capaz de dejar caer estas casas); cuando comprobamos que todos nuestros compatriotas conocen a los Beatles, los Rollings y a Madonna; pero casi nadie sabe quien fue Agrícola, Cabezón o Salinas... .


III – B) El milagro de la fuente de la chiquitilla:

Dice la leyenda, que una niña del pueblo a la que apodaban Chiquitilla, era la hija más pequeña de una familia cuyos padres se dedicaban a bordar y confeccionar capas. Vestía siempre con esos mantones que en su casa le hacían, llevándolos muy ceñidos; gustando a la pequeña lucirlas ajustadas. Debido a ello y al tamaño de aquella que siempre andaba con tan preciosas capitas, la llamaban “Chiquitilla Chaquetilla”. Lo de “Chaquetilla”, procedía del apodo de su familia; conocidos en Mota como los “Chaquetas”, porque tejían y cortaban con arte: Casacas, mantones, tocas y capas. La referida menor vivió unos hechos que parecieron milagrosos y sucedidos durante la última epidemia de cólera del siglo XIX. Un encuentro con una extraña forastera, quien le aconsejó como lograría que apenas hubiera infectados en el pueblo, por ese mal que a tantos invadía. Los hechos parece que ocurrieron al día siguiente de la festividad de Santiago del año 1885; un 26 de julio y cuando ya se había ordenado el confinamiento de varias poblaciones de la zona (en especial la de Villalonso; donde sabemos que fue esta una jornada triste y de tormenta -tal como recogió Manuel Gamazo en su diario del cólera-).


Así pues, esa tarde lluviosa y aburrida del 26 de julio de 1885, estaba prohibido a los vecinos de Mota andar por las calles y salir de sus casas; sin tener un motivo especial para ausentarse de ellas. La pobre Chiquitilla, se encontraba sola, porque sus padres se hallaban reunidos en la junta de salud y decidió ir a dar una vuelta. Pero como era menester tener un motivo suficiente para dejar el domicilio, tomó un cántaro y se dirigió hasta el caño de La Ancha (calle que luego se llamó Germán Gamazo). Llegó así hasta el final de aquella ancha vía y se sentó junto a la fuente donde había un chorro, al que llamaban el “pozo antiguo” (12) . Iba abrigada con su capita pues cuando se nubla en Mota, hace fresco; aunque sea verano. Allí se quedó, sentada en el brocal, oyendo el caer del grifo; mirando a los pájaros y siguiendo con la vista los pequeños charcos que manaban desde aquel lugar. El agua brotaba con fuerza, ya que había sido un año extraño y muy lluvioso; por lo que su sonido le impidió oír cómo se le acercaba alguien. Cuando la Chiquitilla se inclinó sobre la fuente para beber, vio en la superficie del pilón el reflejo una silueta. Se asustó y dio un brinco, pero la mujer que estaba detrás, al darse cuenta del sobresalto que había provocado; le habló con voz muy serena, diciendo:

- No te asustes Chaquetilla, pero tampoco bebas de esas aguas; porque pueden estar infectadas -.


La niña se sintió muy intranquila y temerosa; pensando que había incumplido la prohibición de abandonar el hogar. Creyó que quien se le acercaba era alguien del pueblo, llegado hasta allí para reprocharle que hubiera salido de su casa; por lo que la chica hizo ademán de salir corriendo. Pero al tomar con prisa el cántaro que traía ente sus manos, resbaló y este se rompió; cayendo dentro de la fuente. Tras ello, aquella mujer volvió a hablarle, con estas palabras:

- Esto es lo mejor que podía pasarte; pues no debes llevar estas aguas a tu casa, a menos que sea en un cántaro roto. Donde puedas echar antes cal viva y sin tener que volcarlo, para beber de ellas -


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes del caño de Germán Gamazo, en Mota del Marqués. Esta fuente se sitúa en una de las partes más llanas del pueblo, donde manan las aguas que bajan desde los montes Torozos (en especial desde la colina de La Mota). Antaño se llamaba “el pozo antiguo” porque se consideraba uno de los más viejos lugares donde se iba a por agua -desde tiempos inmemoriales-. Tras su reconstrucción en 1905 pasó a denominarse "pozo nuevo", al ser el que habilitaron en esa época, por tener las mejores aguas en verano. Recientemente ha sido restaurado gracias a la ayuda de la Asociación Arepa Mota XXI y por mano de la arquitecta Clara Justo Alonso. Recuperando el antiguo pilón y el surtidor manual, con el que se extraía agua, a través de un bombeo mecánico. La última reforma de esta fuente -anterior a la restauración actual- era de 1905; pero se había deteriorado tanto, que su estado hasta hace unos meses era ya muy preocupante (presentando partidos numerosos sillares y teniendo el pilón completamente dañado). Al lado y abajo, la fuente de este caño; llamado hoy el pozo nuevo de Mota. En este lugar se desarrollaron los hechos que recoge la leyenda.


ABAJO: Situación de la fuente, donde vemos la subida hacia la Calle La Ancha (hoy Calle Germán Gamazo) y su ubicación junto a la Avenida de Castellanos; que antaño era la antigua Nacional VI -por entonces, camino entre Madrid y Santiago-.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Otras dos imágenes del caño o el pozo nuevo, recientemente restaurado por Clara Justo Alonso, y que hoy en día cuenta con iluminación. Observemos que junto a esta fuente nace un hilo de agua que va a dar al arroyo Daruela; riachuelo que junto al arroyo Sendero de Toresanos, son dos afluentes del Bajoz.



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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de la fuente en el estado que se encontraba hasta este año, antes de restaurarse. Esta obra se realizó en 1905 por iniciativa del entonces alcalde de Mota; Blas Martín Gallego. Más abajo aportamos documentación sobre ello que nos ha enviado su nieta, Da. Gloria Hernández Martín.






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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de un arroyo que va al Daruela; riachuelo que procede de los Montes Torozos y pasa junto a esta fuente llamada “el pozo antiguo”. Observemos que en el cauce (junto a esta cuneta), existe la entrada a un huerto y un paso de aguas, con un precioso paso en piedra. Se trata de una construcción fechada en su alfeizar en 1863, por lo que es coetánea a las epidemias de cólera de las que hablamos. Quizás este muro y zócalo tuvieron como misión controlar las aguas y separarlas -de algún modo-, para que no desbordasen sobre terrenos trabajados; más que cuando se abriese su compuerta antigua (lo que hoy es una puerta).




La joven motana, no salía de su asombro y azorada vio cómo aquella mujer metía la mano en el pilón, para darle los trozos de su búcaro partido y que había quedado abierto por su parte alta. Tras ello, le explicó que en un recipiente así se podía verter cal viva, y que horas más tarde, ya ese agua encalada era segura; sin miedo a infectarse del cólera. Tomó la Chiquitilla los trozos del cantarillo que había partido y después de oír esos consejos, se atrevió a hablar más tranquila con la desconocida. Lo primero que le preguntó fue qué hacía allí una extraña; pues no era del pueblo y nadie podía acercarse a Mota, más que con autorización del alcalde. Ya que en esos días estaba prohibido viajar; más aún, entrar a estas poblaciones cercadas por motivo de las infecciones. A ello le respondió la visitante, que llegaba con su familia de pastores trashumantes; e iba camino de Valoria o de Esguevillas. La pequeña le advirtió nuevamente que había una plaga de cólera y que no se podía caminar de un pueblo a otro. Ante lo que aquella forastera afirmó con rotundidad que precisamente por eso viajaba; para ayudar en los enfermos. Raro le parecía todo esto a la pequeña; así que al no entender bien la situación, lo siguiente que preguntó fue por qué sabía su mote de Chiquitilla y Chaquetilla. Ya que al hablarle, se dirigía a ella directamente con esos apodo. A lo que la señora, dijo:

- Sí claro. Chaquetilla Chiquitilla, son tus nombres. Porque tus padres te visten con esa rebeca. Y con esa rebeca justo, vendrá otra que años más tarde también salvará muchas vidas -.


Nada comprendía la adolescente, aunque se fijó en que la visitante también llevaba una capa parecida a la suya; por lo que le preguntó si era cliente de sus padres. A la mujer le produjo risa aquella cuestión y simplemente respondió que esas eran tocas de santas, con las que se vestían a las vírgenes y las imágenes. Volviendo a expresar la extraña a modo de clave:

- Chaquetilla Chiquitilla; esa es la rebeca justo que te marcará -.

La pequeña, un tanto aburrida de escuchar tanta rareza le explicó a la mujer que no entendía sus palabras, pero la forastera volvió a responderle:

- Rebeca es lo que llevas a los hombros. Algunos le dicen toca, mantón, o poncho; normal es llamarlas capitas, capas y chaquetillas; hay quienes las denominan marsellés o abrigos. Pero así hecha, en lana y con un botón al cuello (como la que llevamos) se llama rebeca -.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: imágenes de capitas o chaquetillas del tipo que narra la leyenda y que se siguen haciendo en la zona. En este caso, las continúa bordando una artesana modista de Tordesillas, guardando el estilo y corte de los antiguos mantos castellanos (para quien desee contactar con esta bordadora, puede preguntar en el Ayuntamiento de Tordesillas).


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes relacionadas con el químico y farmacéutico que cita la leyenda. Al lado, un texto escrito a mano, donde se cita que este boticario (Francisco Montero) se casó con H. Cirajas el 7 de febrero de 1885 y que su mujer contrajo el cólera el 11 de septiembre del mismo año. Abajo, la farmacia de F. Montero en la calle Platería, de Mota; año 1900. Agradecemos a su Biznieta (Gloria Hernández Martín), nos haya hecho llegar esta documentación y fotos.



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos pliegos del libro de actas municipales de Mota, en el que se decide reconstruir el pozo que desde este momento se llamará "nuevo. Al lado y abajo las dos primeras hojas de este acta que nos envía también Gloria Hernández Martín, nieta del entonces alcalde Blas Martín Gallego. Los folios del libro de actas contienen los siguientes acuerdos (tal como nos resume Da. Gloria):

Fotos: Folios 35 anverso y reverso // Sesión de 10 de Mayo 1905. El alcalde propone que, como la calidad del agua de los 3 pozos en verano no es buena, se cubra como ensayo uno de ellos y elige el que se llama “Pozo Nuevo” y hacer un abrevadero y una noria. // El alcalde escribe al arquitecto provincial (D. Santiago Guadilla) para comunicarle  las obras que se precisan y así elabore el presupuesto. // Folio 37 reverso y 38 anverso. Sesión de 18- 07-05. El Sr Arquitecto dice que tiene terminado el proyecto de obras para el cerramiento del pozo nuevo y la construcción de un abrevadero. Sus honorarios son 148,64 pts. Se encarga de recoger el proyecto y de pagar D. Manuel Casas. // FOLIO 39 ANVERSO. SESIÓN 25-7-05. Se aprueba el presupuesto extraordinario para cubrir el Pozo Nuevo: 2955,67 pts // FOLIO 40 ANVERSO. SESIÓN DE 3-9-05. SUBASTA PARA EL DÍA 25 DE SEPTIEMBRE PARA EJECUTAR LAS OBRAS DEL POZO NUEVO POR IMPORTE DE 2814,93 PTS // FOLIO 42 ANVERSO. SESIÓN DE 19-10-05. SE DECLARA DESIERTA LA SUBASTA Y SE PROPONE NUEVA FECHA PARA EL 6 DE NOVIEMBRE. // FOLIOS 45 REVERSO Y 46 ANVERSO. SESIÓN DE 19-11-05. SE ADJUDICA LA SUBASTA A D. MANUEL MARCOS SALGADO, VECINO DE BERCERO, POR 2814 PTS // Alcalde: Blas Martín Gallego 1905.



Se produjo un silencio, pues la pequeña seguía sin entender aquel lenguaje tan críptico y entonces la niña se fijó que bajo aquel manto, la señora portaba un pequeño cántaro. Por lo que volvió a comentarle si venía también por agua, a la fuente del “pozo antiguo”. Pero la contestación de la forastera volvió a ser rara; al explicar que aquello que portaba no era un cántaro, sino una alcuza para guardar aceite. Fue en ese momento cuando la jovencita creyó que lo comprendía todo y al observar que en la otra mano portaba un cirio encendido, exclamó:

- Ya sé a que viene, buena señora. A hacer las hogueras de azufre y sulfatos; por eso trae el aceite y la vela con fuego -


Al oír aquello, a la mujer sonrió de nuevo y solo pudo explicar a la menor que esos eran sus atributos y que se debido a ellos, le apodaban “Cirila”; pues andaba con un cirio a cuestas todo el día. Así, igual que el mote de la pequeña era “Chaquetilla Chiquitilla”; a ella, todos la conocían como “la tía Cirila”. Después, siguió narrando que su misión en aquel lugar no era hacer hogueras, ni fuegos; que para nada servían a extinguir el mal del Ganges. Sino que venía a advertirles de que echaran la cal de los muertos en las fuentes y a los pozos; porque en Mota había gran cantidad de manantiales y de aguas subterráneas, de las que muchas venían cayendo desde otros pueblos más altos. Por lo que aquellas fuentes que manaban en la zona, podrían llegar infectadas desde otros lugares; para cuyo remedio valía solo verter cal. Ni hogueras, ni vino acababan con el cólera; ya que solo la cal viva era eficaz.


Muy atenta escuchaba la Chiquitilla esos consejos y al terminar el discurso, la pequeña le preguntó su nombre, interesándose de por qué sabía tanto sobre pozos o manantiales. Pues si como la mujer pedía, debía transmitir todo aquello a sus padres o al resto de los motanos; debería saber quién se expresaba con tanta seguridad, acerca de la enfermedad y sobre los las aguas... . Entonces fue cuando la mujer dijo:

- Me llamo María. María de la Cabeza; esposa de un labrador llamado Isidro e hija de un pastor que viaja por la ruta trashumante. Mi marido es pocero y especialista en aguas, riegos y ríos. Lo sabe todo sobre ellas y conoce cómo las que nacen de la tierra, a menos que sea un alto monte, vienen todas comunicadas. Porque los pozos y manantiales interiormente están unidos, como las almas de los hombres y no como piensan algunos. Vengo a decirte que hay que tener en casa un cántaro roto o una tina abierta por arriba. En ella hay que echar un puñado de cal viva y días después se podrá beber el agua; pero el recipiente ha de estar abierto y sin boca, para no tener que volcarlo, ni removerlo; ya que no es bueno tomar lo que se deposita al fondo. Aunque sobre todo, hay que verter cal en los pozos y las fuentes, para que ni las gentes, ni las bestias; tomen o usen aguas infectadas. Aquí, en Mota, todas vienen subterráneas desde el Hornija, el Bajoz y otros arroyos, procedentes desde las zonas altas de los Torozos (donde puede haber enfermos). No tiréis la cal sobre los muertos (si los hubiera), enterrarlos lejos del pueblo y usar la cal viva para verter en las aguas -.


Tras esas palabras, la mujer se esfumó y la niña no pudo dar con ella. Miraba por todas partes y no alcanzaban sus ojos ver cómo y por donde se había ido la tal Cirila. Así que decidió tomar los restos del cántaro roto y volver a su casa.


Regresó la menor a su hogar y al entrar, sus padres comenzaron a regañarle, por haber salido a la calle sin permiso. Pero la niña respondió claro y rápido, afirmando que había ido hasta el caño de La Ancha, para hablar con alguien que sabía cómo curar el cólera. Los progenitores se quedaron asombrados de lo que Chiquitilla decía y escucharon con atención las explicaciones; argumentando la menor cómo debían tratarse los pozos y las fuentes, además de los cántaros y tinas. No comprendiendo los familiares cómo podían salir esas ideas, de su cabeza adolescente, fueron a hablar con un experto farmacéutico y conocido químico llamado Montero -que vivía en la calle Platería, esquina La Pólvora-. Quien al oír el relato de la niña, quedó estupefacto, diciendo:

- Señores, esto es un milagro. Tenemos la solución al mal. En verdad, las toneladas de cal viva que nos han dejado para depositar sobre los difuntos, que el cólera pudiera provocar. Hemos de usarlas en los pozos y las fuentes, tal como dice la pequeña de los Chaquetilla. Yo puedo testificar que dando ese uso a los sacos de cal almacenados, es posible que se limpien los pozos y las aguas del pueblo -.


Llevaron luego a la pequeña ante el cura, quien le cuestionó mil cosas acerca de la mujer que se le había aparecido en el caño. Y al explicar la niña que había dicho llamarse Maria de la Cabeza y ser esposa de un labriego de nombre Isidro -que sabía todo sobre aguas y pozos-; el clérigo le preguntó qué aspecto tenía la visitante. Fue una enorme sorpresa para el párroco, escuchar que la forastera portaba un cirio y un cántaro, al que llamaba alcuza de aceite. Por cuanto le pareció al sacerdote que esa visitante podía tratarse de santa Ma. de la Cabeza, esposa de San Isidro y ser todo un milagro. Asimismo y ante la junta del ayuntamiento motano, el farmacéutico F. Montero defendió que no se usara la cal para enterrar a los muertos. Que sin más espera, se fuera vertiendo poco a poco y diariamente cal en los pozos, manantiales, pilones y todo lugar donde brotasen aguas. Exponiendo que deberían pedir más sacos de cal a Valladolid, para echarlos sobre las aguas. Argumentaba que durante los asedios y las grandes sequías de la Edad Media, también ponían cal viva en los aljibes; y por muy sucios que estuvieran los depósitos, podían beber de ellos. Al parecer, fue así como se logró que durante la epidemia de 1885 apenas hubiera muertos por el cólera en Mota del Marqués -que de los veintiocho casos de colitis que se dieron, todos fueran convalecientes de una diarrea provocada por las aguas con cal y no por cólera morbo asiático-.


Dice la leyenda que esta Cirila que apareció en Mota el 26 de julio de 1885; fue la misma persona que llegó a primeros de agosto a Esguevillas de Esgueva (a la que allí todos conocieron como “la tía Cirila”). Quien viniendo hasta ese pueblo a orillas del Esgueva, a fines de julio; permaneció desde el primero de agosto en el lazareto. Viviendo día y noche cuidado enfermos y salvando vidas, hasta que la epidemia acabó. Marchó la “tía Cirila” del lugar, al desaparecer la enfermedad; sin que nadie pudiera jamás encontrarla, ni saber más de ella. En Esguevillas de Esgueva todavía se preguntan quién fue aquella Cirila; de dónde procedía cuando vino con los pastores trashumantes, y hacia qué lugar marchó después de estar casi un mes en el lazareto -atendiendo a los infectados-. En El Cerrato aún muchos buscan datos sobre la famosa tía Cirila; pero en Mota del Marqués creen que aquella no fue otra más, que Santa Ma. de la Cabeza. La esposa de Isidro (el santo pocero y labrador) que unos días antes pasó por este pueblo motano y habló con la niña Chaquetilla, en el caño del pozo antiguo.



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes del aljibe de Cáceres, en el interior del Museo provincial (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Estas cisternas eran comunes en las edificaciones de la Edad Media; principalmente para resistir asedios. Normalmente sus aguas se usaban para lavar; pero en caso de cerco bélico y también al no poder beber de los pozos (temiendo que el enemigo los hubiera envenenado). Ea posible consumir las aguas de los aljibes, echando cal en ellas.




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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Otras dos imágenes relacionadas con el farmacéutico y químico F. Montero. Al lado, bolsas en las que a fines del siglo XIX vendía sus productos Francisco Montero en Valladolid y Mota del Marqués (agradecemos a su biznieta, nos las hiciera lelgar). Abajo, casa en la que vivía este especialista en farmacopea y enología, habitada hoy por sus biznietos. Al parecer, Montero fue amigo y discípulo de Pedro Calvo Asensio, farmacéutico y político nacido en Mota del Marqués en 1821. Este importante motano creó la primera legislación farmaceútica para España y fue uno de los mejores especialistas en el tema de su época.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: imágenes de San Isidro y de Santa Ma. de la Cabeza. Al lado, uno de los cuadros que expone del museo de San Isidro de Madrid -al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes-. Es un oleo anónimo del siglo XVII que representa la imagen de Santa Ma de la Cabeza, con sus atributos (la alcuza de aceite y el cirio o tea ardiendo en su mano). La Santa se encuentra sobre las aguas del río Jarama, evitando una crecida ante su ermita o humilladero. 







Al lado, otra imagen Santa Ma. De la Cabeza; grabado de Antonio Giovanni FALDONNI (hacia 1752). En primer plano Santa Maria de la Cabeza cruzando el Jarama, sobre una mantilla, portando sus atributos clásicos: mecha encendida en la mano derecha y alcuza en la izquierda. A su espalda, tras un árbol, San Isidro arrodillado y dos personajes de pie. Sobre la santa, dos querubines contemplan la escena. Bajo el cuadro, inscripción a ambos lados de un escudo de la villa de Madrid (SIC: descripción tomada del Museo de San Isidro). Abajo, San Isidro y el milagro de la fuente; cuadro de José Conchillos (hacia 1771), propiedad del Museo de San Isidro, en Madrid -al que agradecemos nos permita divugar nuestras imágenes-. En la escena vemos al santo haciendo brotar agua para Don Iván de Vargas (que aparece a su lado); al fondo de esta y cerca del brazo de Isidro (en el río Jarama) aparece Santa Ma. de la Cabeza -su esposa- portando la alcuza y el cirio, frente a un ángel. Sobre ella, la ermita de Santa Ma de la Cabeza.



III – C) El chozo de la tía Cirila; apariciones de la Virgen en Valoria la Buena:

Mientras redactábamos esta leyenda, tuve la esperanza de poder hacerme con algunos datos más sobre la famosa tía Cirila, en Esguevillas de Esgueva. Con esa intención me trasladé hasta esa población, cercana a Valladolid capital; donde fui un díafestivo para  preguntar a sus vecinos por la famosa benefactora -que tanto ayudó a los enfermos durante el cólera de 1885-. Los jóvenes de Esguevillas no conocían la figura, pero entre los más mayores del lugar se conservaba bien el recuerdo; tanto que uno de ellos me aseguró que aún existía el chozo donde había vivido la “tía Cirila”. Diciéndome que se trataba de pequeño aprisco en lo alto de una loma, cercana a Valoria la Buena. Afirmando que estaban en pie gran parte de esas construcciones, usadas por los pastores para vivir allí, mientras trashumaban. Aquel simpático viejecito de Esgevillas comentó que mientras él era niño algunos fieles procesionaban hasta aquel lugar llamado el chozo de tía Cirila; que se veneró durante un tiempo, porque decían que allí se aparecía La Virgen. Aunque pasados los años, parece que algún sacerdote de la zona se opuso a que se celebrasen actos religiosos en el lugar y las gentes dejaron de realizar esas pequeñas romerías. Por  que poco después, cerraron el acceso al aprisco sus propietarios; a quienes les molestaba la presencia de tantas personas en su campo de labor. De cuanto ese hombre mayor de Esguevillas, no recodaba bien dónde estaba el famoso chozo milagroso, asegurándome que en Valoria alguien me podría informar.


De ese modo fui más tarde hasta la cercana Valoria la Buena, donde volví a preguntar a unos y otros sobre aquel lugar misterioso llamado el chozo de Cirila; pero nadie me supo contestar. Tan solo una persona que encontré en el bar del antiguo palacio, me indicó que debería hablar con un personaje del pueblo, apodado “El Mochuelo”, quien seguro sabía dónde estaban esos corrales. Aquel grato vecino me advirtió no poder darme el número del Mochuelo; pero amablemente me dijo que le llamaría, para que contactásemos. Así lo hizo; y al pronto me pasó su móvil con el que conocí de voz al famoso Mochuelo del Colmenar (como le llaman). Quien tras explicarle mis motivos, se ofreció a llevarme hasta el chozo; aunque bajo dos condiciones: La primera, que yo no tomase fotos del emplazamiento, ni de su persona; y la segunda, que él condujera el coche para ir hasta el lugar. Le dí mi palabra de que así se haría y quedó en venirme a recoger al referido bar, donde estábamos. Pagué unas rondas a la persona que me puso en contacto con “El Mochuelo”, agradeciendo así su favor; y antes de que terminásemos la segunda “caña”, ya estaba en la puerta el personaje que venía a recogerme. Era un tipo con aspecto de estudioso, alto, bien vestido y con la apariencia de un profesor universitario (de esos intelectuales, con pinta de despistados). Me saludó diciendo -“soy yo el Mochuelo del Colmenar” -; indicándome el todoterreno que había aparcado en la entrada, dejando abierta su puerta. Fuimos hacia este y antes de entrar en el coche, me pidió que desconectase mi teléfono móvil. Explicando que lo hacía para que no tomase fotos de la zona que visitábamos; y me lo pedía, con el fin de que no me orientase hacia dónde íbamos (a través del geolocalizador).


Ya dentro del 4x4, comenzó a hablarme y comentó que daríamos algunas vueltas, pues no tenía intención de que la gente supiera dónde estaba el famoso chozo de la tía Cirila. Porque a los propietarios de la finca no les gustaba tanta visita; ya que décadas atrás llegaban hasta allí a realizar romerías, asistiendo cientos de personas y dejando los campos en mal estado. Por eso, ocultaban la situación del famoso aprisco que muchos consideraba sagrado; aunque para un motivo como el mío -solo escribir-, consideraba que podría enseñarse. Ello, sin indicarme el lugar del todo; para lo que comenzó a dar vueltas entre los caminos y colinas del Cerrato, comentándome mil hechos sobre las flores y plantas del lugar, lo que me hizo sospechar que se trataba de un botánico o un biólogo. Después de largo tiempo recorriendo cerros y pistas de arena -viéndome muy perdido, sin conocer ya ni el Norte-; “el Mochuelo”, de pronto, me dijo:

- Allí lo tienes. Ese es el chozo de la tía Cirila -.

El aprisco era una maravilla y los muretes se conservaban bastante bien. Bajé del coche observando con admiración el maravilloso entorno en que se hallaba el famoso chozo, al cual quise entrar. En ese habitáculo de piedras apenas cabía mi persona; y dentro de él, imaginé cómo vivían por entonces los pastores. Al salir de allí, el Mochuelo me hizo un gesto y señaló un punto encima de mí. Miré hacia donde me indicaba -la parte alta de la construcción- y antes de que él hablase, ya sabía lo que me iba a contar. Pues cómo imaginé, era arriba donde habían visto a La Virgen. Le pregunté qué aspecto tenía esa aparición y cómo la describían quienes afirmaban haberla observado; pero él desconocía más detalles. Le cuestioné si la Virgen aquella llevaba una alcuza, cirio o manto. Aunque nada más sabía El Mochuelo, quien diciéndome que me enviaría un par de fotos del lugar, hizo saber que ya era hora de irse. Volví a subirme a su todoterreno, donde nos dirigimos hasta Valoria, dando de nuevo mil vueltas por los montículos y colinas de El Cerrato. Al llegar a este pueblo, aquel extraño guía me llevó junto a mi coche y no dijo nada, ni quiso referir más datos. Prometió que me enviaría dos fotos del chozo; pero que lo haría si no aparecía en esos días mucha gente por allí. Quise que me las hiciera llegar por móvil whatsapp o mail; y expresó que las mandaría a mi blog de leyendas, y en los comentarios. Así, fue y así las recibí hace unos días; sin saber más, ni querer enterarme de quién es este Mochuelo del Colmenar, que tan amable fue conmigo.


Tras lo narrado, damos por finalizada la leyenda de hoy. Cuya moraleja debe ser que quienes verdaderamente ayudan a los demás; no piden nada a cambio, ni menos necesitan reconocimiento. Pues lo hacen porque son el bien en su esencia pura, como lo fue la tía Cirila; tal como han sido los sanitarios y las Fuerzas de Seguridad, durante este periodo en que el Coronavirus nos azota.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes tomadas en el Museo de San Isidro de Madrid (al que agradecemos nos permita divulgarlas). Al lado, pozo de la casa de D. Iván de Vargas, donde habitaba el santo. En este lugar donde vivía el labriego canonizado, se produjo un milagro cuando un niño cayó por este brocal y todos pensaron que se había ahogado. Isidro y su mujer -Ma. de la Cabeza-, se pusieron a orar junto al pozo y pronto el nivel freático subió de forma desordenada. Saliendo con fuerza agua desde él, de forma artesiana; esta devolvió al niño caído en ellas (recogido por Nicolás José de la Cruz en “Vida y milagros de San Isidro” 1970). Abajo, patio del museo de San Isidro en Madrid, en cuya galería se guardan las estatuas de ambos santos: Santa. Ma. de la Cabeza, que vemos a nuestra izquierda con una alcuza en su mano -faltándole el cirio en la otra, que se habrá roto-. A nuestra derecha, Isidro junto al pozo, salvando al niño.



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes del chozo de la tía Cirila, junto a Valoria la Buena (fotos que nos hizo llegar “El Mochuelo del Colmenar”). En este lugar dicen que se aparece La Virgen, en memoria de la buena de Cirila. Algunos creen que esa tía Cirila es Santa Ma de la Cabeza, de la que se piensa pasó por Mota del Marqués; antes de ir a Esguevillas y a Valoria, para ayudar a los enfermos en agosto de 1885.




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CITAS:

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(1): Son muchos los que piensan que cuanto escribimos los occidentales acerca de costumbres y rituales conservados por las culturas ancestrales o entre civilizaciones primitivas; no son más que invenciones y exageraciones. Así se expresaba ya fray Bartolomé de las Casas en el siglo XVI; cuando defendiendo a los amerindios, afirmaba que era falso cuanto los conquistadores cristianos relataban sobre las culturas precolombinas. Aseverando el fraile de Las Casas (y de la mentira); que los incas, ni menos los aztecas, realizaban sacrificios humanos; ni tampoco se comían a sus semejantes. Todo ello se expuso por fray Bartolomé en la Controversia de Valladolid; argumentándose como una infamia inventada por los españoles, lanzada solo para desacreditar las culturas americanas existentes a su llegada. Aunque la arqueología en los siglos XX y XXI, ha podido demostrar que era absolutamente cierto y que tan solo en Tenochtitlán (la actual capital de México) se inmolaban más de treinta mil personas al año. Sacrificándolos, sacando su corazón y devorando luego sus restos en un gran banquete. Siendo esta la forma común de sus ritos, también existía el ofrecimiento de niños, ahogados en los cenotes y lagos, para propiciar las lluvias. Tanto como el frecuente sacrificio de vírgenes, procedentes de familias que voluntariamente las entregaban; para ser lanzadas al mar y a las aguas, con el fin de que el dios de las aguas protegieran la comunidad.

Acerca de cuanto el Imperio Británico hizo en La India; solo diremos que eliminaron los sacrificios humanos en los templos y ceremonias religiosas. Entre estos se encontraba el Satí; la obligación que tenía la viuda de inmolarse viva en la pira funeraria del marido. Este rito terrible fue erradicado por los ingleses en La India de 1829; aunque en 1853 aun se mantenía en El Nepal, donde el imperio británico solo logró que no se practicase el Satí con las viudas menores de dieciséis años y las que tenían hijos por debajo de los nueve.

Recomenamos a los interesados ver:

https://es.wikipedia.org/wiki/Sat%C3%AD_(ritual)

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(2): Para esta segundo epígrafe, parte “a” (II- A), utilizaremos principalmente las siguientes fuentes:

(2a): Epidemias de cólera en España

https://es.wikipedia.org/wiki/Epidemias_de_c%C3%B3lera_en_Espa%C3%B1a

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(2b): El cólera: la gran epidemia del siglo XIX

Bernardo Ríos -7 abril, 2020

https://www.geografiainfinita.com/2020/04/el-colera-la-gran-epidemia-del-siglo-xix/

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(2c):

El cólera en el siglo XIX: de los puertos a la burguesía (3/5)

https://www.france24.com/es/20200422-el-c%C3%B3lera-en-el-siglo-xix-de-los-puertos-a-la-burgues%C3%ADa-3-5

VIDEO

https://youtu.be/i6-ctUOqW-Q

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(3): La Peste Negra

Ana Luisa Haindl U.

http://edadmedia.cl/wordpress/wp-content/uploads/2011/04/LaPesteNegra.pdf

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(4): EL NORTE DE CASTILLA: HISTORIA DE VALLADOLID A TRAVÉS DE EL NORTE DE CASTILLA

2.400 vallisoletanos fallecieron en la provincia a causa de la epidemia de 1885, mientras que en la capital murieron el 90,5% de los afectados

Indefensos ante el cólera (SIC)

https://www.elnortedecastilla.es/valladolid/el-cronista/indefensos-ante-colera-20190827175132-nt.html

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Era el sentido bando del alcalde, Félix López San Martín, fechado el 6 de agosto de 1885 y publicado en El Norte de Castilla dos días después. Ya no era posible ocultar durante más tiempo la realidad: el cólera estaba sembrando el terror entre los vallisoletanos. De hecho, el mismo día de la redacción de dicho bando se habían registrado cinco invasiones y tres defunciones entre los hijos de la viuda de Carnicer. La de 1885 era la cuarta pandemia de cólera que sufría España en el siglo XIX; apareció en el mes de marzo en Valencia y de ahí se extendió a toda la Península. En total, ascenderían a 335.986 los invadidos y a cerca de 120.000 los fallecidos.

Para evitar la propagación a los hospitales, todos los dañados por el cólera en la capital fueron conducidos al páramo de San Isidro, en cuya ermita se habilitó un hospital para coléricos y un lazareto, regidos por el médico Sisinio Fernández.

Como han escrito Elena Maza y Alberto Llorente de la Fuente, la epidemia comenzó el 12 de julio de 1885 en Tordesillas y se extendió hasta el 15 de octubre de ese mismo año, con los últimos casos registrados en Sieteiglesias. El río Esgueva no tardó en convertirse en un peligroso foco de infección para toda la provincia. Especialmente grave fue el impacto del cólera en el partido judicial de Valoria la Buena, con 1.856 invasiones y 394 muertes. El 2 de septiembre, el Ayuntamiento prohibía tajantemente la utilización de las aguas de dicho río.

En la capital, la epidemia comenzó a decrecer a mediados de septiembre: de hecho, en las actas municipales aparece como prácticamente finalizada el día 18. El 12 de octubre, una multitud acudió al tedeum celebrado en la Catedral «en acción de gracias por la terminación de la epidemia en esta ciudad».

Contaba entonces la provincia de Valladolid 247.458 habitantes. Según el Boletín Oficial de Estadística Sanitario-Demográfica, el cólera se extendió a todos los partidos judiciales, invadiendo a un total de 7.578 personas; el número de fallecidos, siempre a tenor de las cifras oficiales, fue de 2.401, es decir, un tercio de la población afectada.

Mucho más impactantes fueron los datos registrados en Valladolid capital, donde fallecieron 791 de 796 afectados, es decir, más del 90,5%. Los principales estudiosos cifran la incidencia del cólera en torno al 1,01%-1,32% de la población capitalina, mientras que el número de fallecidos oscilaría entre el 0,92% y el 1,2% de la población. El impacto fue enorme en los núcleos más insalubres y peor acondicionados (ramal sur del Esgueva, barrios de San Andrés, Santa Clara, Tenerías?), y, en términos absolutos, las calles con más víctimas fueron Panaderos, Labradores y Santa Clara.

Durante la epidemia sobresalieron, por los servicios prestados, los médicos Nicanor Remolar, catedrático de Higiene de la Facultad de Medicina, y Lucas Guerra, jefe médico del Hospital de Dementes; de igual manera, los doctores Bedoya y Ledo, miembros, respectivamente, de las Juntas Provincial y Local de Sanidad. Otros muchos destacaron por su labor caritativa y su entrega, totalmente gratuita, tanto en la ciudad como en la provincia; el mismo alcalde de la ciudad, Félix López San Martín, se encargó de repartir medicinas entre los enfermos de San Lorenzo.

La prensa remarcó asimismo la entrega de prohombres locales tan prestigiosos como el diputado por Valladolid Miguel Alonso Pesquera, que aportó sábanas y ropas para el hospital de coléricos; su colega el republicano José Muro, que hizo lo propio con 1.000 reales; Candelaria Ruiz del Árbol, con 8.000; el todopoderoso Germán Gamazo, en ese momento ministro de Ultramar, cuyo donativo ascendió a 3.000 reales, y el marqués de Santa Clara, que socorrió a los necesitados coléricos con comida, ropa y alojamiento”.

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(4b): Fuente citada por El Norte de Castilla: Elena Maza y Alberto Llorente. Idem cita anterior

VER EL ARTÍCULO SOBRE EL CÓLERA de Alberto Llorente de la Fuente en el nº 96 de la Revista de Folklore

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(5) : Nicanor Remolar, el médico que dio su vida combatiendo el cólera cuando asoló Valladolid en 1885

https://www.20minutos.es/noticia/4195804/0/nicanor-remolar-el-medico-que-dio-su-vida-combatiendo-el-colera-cuando-asolo-valladolid-en-1885/

20M EP21.03.2020 - 12:21H

Al igual que ahora, en 1885 Valladolid se encontraba también bajo la propagación de una enfermedad que afectó a numerosos vecinos de la ciudad, aunque en aquel entonces no se trató del coronavirus que ha obligado a decretar el Estado de Alarma en España, sino de una epidemia de cólera en cuya lucha destacó el nombre del doctor Nicanor Remolar García.

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(6): CERRATO INSOLITO: El cólera en el Valle del Esgueva

Por Fernando Pastor

http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:5u1VDDn05wIJ:carriondigital.com/noticia/2020-05-04-el-colera-valle-esgueva-6499&hl=es&gl=es&strip=1&vwsrc=0

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(7): "La epidemia de cólera en 1885 en Esguevillas".

LLORENTE DE LA FUENTE, Alberto

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-epidemia-de-colera-en-1885-en-esguevillas/html/

SIC:

El cólera, enfermedad endémica desde los tiempos más remotos en Asia, y más concretamente en la India (donde se conocía como «medno-neidan» o «enfermedad de los habitantes de orillas del Ganges», se considera la enfermedad que, de forma epidémica, ha asolado más amplias zonas territoriales, a pesar de que no hace su aparición en Europa hasta que, en 1817, se extendió con el Ejército inglés a Java, Borneo y Sumatra, deteniéndose en 1823 a orillas del Mar Caspio. Es ésta la primera pandemia, y la explicación de que el cólera morbo no hubiera traspasado antes sus límites territoriales debe buscarse en su corto período de incubación y la lentitud de las comunicaciones. El comercio y la mejora de las comunicaciones representaron el vehículo que extendió al vibrio del cólera por todo el mundo.

La segunda pandemia (1828-1838) fue más extensa que la primera, extendiéndose desde Bengala al Cáucaso y Afganistán, donde se dividió en dos ramas: una meridional que por el Mar Negro llegó a Constantinopla y luego a Egipto, y otra septentrional que alcanzó a Moscú y San Petersburgo, y a través de Polonia y Alemania afectó en 1832 a Inglaterra, Holanda y Francia, llegando a las Antillas. En 1833, desde Portugal, invade España y el sur de Francia, y en 1837, Italia. En España se constituyeron tres focos: Galicia, Extremadura y Andalucía. Tras unos pocos casos durante el invierno de 1833, despierta en 1834 con motivo del movimiento de tropas desde el Sur hacia el Norte, a raíz de la guerra carlista, invadiendo así Castilla, lo que produjo la aparición de casos en Valladolid.

La tercera pandemia siguió la misma ruta que la anterior, aunque con mayor rapidez, llegando por vez primera a América del Sur (muy violento fue el brote de Río de Janeiro en 1854). A España llegó, a bordo del barco «Isabel la Católica», al puerto de Vigo. El Levante español se infecta por Alicante, y en septiembre de 1855 se invade Valladolid.

La cuarta pandemia (1865-1874) llega a la península arábiga, y los peregrinos de La Meca la conducen a Egipto, desde donde se propagó rápidamente por el Mediterráneo.

La quinta pandemia se extendió a Conchinchina y Filipinas (1882). Buques procedentes de Bombay importan el cólera a Tolón y Marsella, pasando de allí a Italia, país que sufrió grandes pérdidas; sobre todo, la ciudad de Nápoles. En 1884, el vapor «Buenaventura» conduce gérmenes colerígenos a Alicante, ocurriendo algunos casos en Novelda, Beniopa, Balaguer, Elda, Monforte y Gandía. En 1884 hubo en España 989 invadidos y 592 fallecidos por cólera.

En marzo de 1885 aparece en Valencia y de allí se extiende a toda la Península, causando el brote de 1885 un total de 335.986 invadidos y 119.493 fallecidos.

Es esta quinta pandemia, como expresión de afección de casi toda España, la que en 1885 ataca la provincia de Valladolid y, entre otros pueblos, invade Esguevillas, motivo de este trabajo.

UN FOCO DE COLERA CON CENTRO EN ESGUEVILLAS

Recientemente se ha demostrado que, entre todos los partidos judiciales de la provincia de Valladolid, el más afectado por el cólera durante la epidemia de 1885 fue el de Valoria la Buena, partido donde estaba incluido el municipio de Esguevillas, con una población aproximada de 1.030 habitantes. En dicho partido se produjeron 1.856 invasiones (el 24,49 % de las 7.578 ocurridas en toda la provincia) y 394 defunciones (el 16,40 % del total de la provincia, donde sumaron 2.401).

Matizando, sin embargo, estos datos podemos comprobar que ese alto grado de afectación del partido judicial de Valoria la Buena ocurrió, sobre todo, a expensas de pueblos cercanos al cauce del Esgueva, y no de otros pueblos de dicho partido. Es sabido que el río Esgueva era muy propicio al desarrollo de gérmenes del cólera, tanto por la costumbre de lavar ropas en él y de vaciar en su cauce basuras e inmundicias, como por el hecho de que su escaso caudal no podía arrastrar dichas inmundicias, produciéndose zonas de estancamiento de aguas. De hecho, cuando a petición de la Junta Parroquial de San Pedro Regalado y la Comisión provincial, se comenzaron a analizar las aguas del Esgueva en Valladolid, se encontraron éstas «muy cargadas de microorganismos infecciosos», lo que dio lugar a que la Alcaldía de Valladolid, mediante un Bando de fecha 2 de septiembre de 1885, prohibiera el uso de las aguas del mencionado río.

A esto hay que sumar, según palabras del doctor Sierra, que «los hábitos higiénicos de los habitantes del valle del Esgueva eran especialmente deplorables».

Esguevillas, no obstante, y ante el temor de verse invadida por el cólera, se había preocupado desde el 17 de mayo del saneamiento de sus aguas.

Si tomamos un pequeño círculo de escasos kilómetros (unos 12 de radio en su parte más larga) y con centro en Esguevillas, que abarque los pueblos cercanos (Piña de Esgueva, Villanueva de los Infantes, Castrillo de Tejeriego, Villafuerte y Amusquillo), nos encontramos con que en tan pequeña extensión territorial el cólera produjo 1.022 invadidos y 138 fallecidos, lo que convierte a este círculo en el punto de toda la provincia donde el cólera golpeó con mayor crueldad. De hecho, es la afección de estos pueblos, en buena parte, lo que hace que el partido judicial de Valoria la Buena muestre tan altos índices de afectación.

Se deduce de esto que si bien Esguevillas fue el pueblo de la provincia con mayor número de invasiones (más aún que la propia capital), no debe considerarse como un fenómeno aislado, sino más bien debe pensarse que fue precisamente el centro del foco más importante de cólera en la provincia.

EVOLUCION TEMPORAL

El primer caso de cólera en Esguevillas en 1885 ocurrió el día primero de agosto. Sin embargo, bien porque el médico no estuviera convencido del diagnóstico o, más probablemente, porque las autoridades municipales se mostraran reacias a reconocer la existencia del peligroso huésped del Ganges en el pueblo, dadas las normales reacciones de pánico que esto podía suscitar entre la población y las nefastas repercusiones para el comercio y la economía que sin duda supondría, no fue hasta el día 5 de agosto que se dio a conocer oficialmente la epidemia, cuando ya el número de invadidos ascendía a 5 y probablemente fueran bastantes los contagiados asintomáticos.

Así, hasta el día 5 de agosto el alcalde de Esguevillas no se decide a enviar los partes sanitarios al señor Gobernador, quien el 22 de julio había ordenado a todos los alcaldes de los pueblos de la provincia que los partes sanitarios en las poblaciones donde había enfermos coléricos le fueran enviados diariamente.

Desde entonces la epidemia fue creciendo (véase figura 1), pero sin tomar caracteres especialmente graves, hasta que el día 23 de agosto, de manera explosiva, se invaden 136 personas; es decir, que el 12,23% de la población enfermó ese día. Ese mismo día fallecieron 6 enfermos, siendo uno de los días en que la mortalidad fue mayor, sólo superado por los 7 fallecimientos registrados el día 26 de agosto. El 23 de agosto fue un día especialmente caluroro, registrándose en el observatorio meteorológico de Valladolid una temperatura de 43 grados y una presión barométrica de 698,83 milimetros de Hg.

A partir del 23 de agosto, y durante los 8 días sucesivos, o sea, hasta el 30 de agosto, la morbilidad fue enorme, produciéndose un total de 425 invasiones y 27 defunciones, lo que significa que en tan sólo 8 días ocurrieron el 68,33 % del total de invasiones.

Debió de resultar espeluznante, durante esos ocho días del periodo más álgido de la epidemia, la imagen de un pueblo calcinado por el calor, el olor de las fogatas de azufre y el ácido fénico, que se utilizaban como desinfectantes, las hogueras para destruir las ropas usadas por los coléricos y el continuo vaivén de las carretas que conducían los cadáveres al cementerio de coléricos; todo ello mientras el 49,12% de la población se encontraba enferma o convaleciente y habían ocurrido ya 53 defunciones.

Familias enteras estaban invadidas por el cólera, y para empeorar las cosas, el médico del pueblo, Dr. D. Gencio Santillana, falleció también de cólera, dejando a su esposa y alguno de sus hijos enfermos de la misma enfermedad, y a Esguevillas, sin asistencia médica cuando más la necesitaba.

A partir del primero de septiembre el número de invadidos descendió espectacularmente, terminando la epidemia, casi con seguridad por agotamiento de susceptibles, el día 12 de septiembre.

La epidemia duró 43 días, desde su inicio el 1 de agosto, tras producir 622 invadidos y 79 muertes.

EPIDEMIOLOGIA y ESTADISTICAS SANITARIAS

Como ya he comentado, el número de invadidos fue de 622, lo que da una tasa de incidencia del 60,39 %, produciéndose 79 fallecimientos; es decir, una tasa de mortalidad del 7,67%.

(...)

MEDIDAS PREVENTIVAS

Ante una enfermedad con tan escasas posibilidades de curación como tenía el cólera, toman especial importancia las medidas higiénico-sanitarias de carácter preventivo, que se pusieron en vigor en todos los pueblos de la provincia, y también en Esguevillas: suspensión de clases y fiestas, para evitar el hacinamiento, desinfección de locales, casas y productos de coléricos con ácido fénico y cloruro de cal o azufre, sometimiento de viajeros a reconocimiento médico y fumigaciones (sólo se sometían a cuarentena los que presentaban evidentes síntomas de cólera) y medidas dietéticas (hervir el agua, mezclarla con vino, no cometer excesos...).

(...)

La Diputación se encargó de que los lactantes cuyas madres muriesen por cólera fueran lactados por nodrizas que el alcalde debía buscar en el pueblo. Se comprende la dificultad para encontrar nodriza que lacte a unos niños huérfanos debido al cólera, máxime al pensar que esa nodriza debería lactar luego a sus propios hijos, y el cólera era una enfermedad que producía verdadero terror a las gentes. En ese caso, se alimentaba al niño con leche de cabra. Es por esto que no se autorizó la admisión de niños procedentes de Esguevillas, huérfanos y sin posibilidad de encontrar nodriza para ellos, en el Hospicio de Valladolid, por temor al contagio de los otros niños asilados. De los datos epidemiológicos cabe decir, para terminar, que el cólera fue especialmente peligroso para los niños menores de 3 años, más aún si eran hembras y pertenecían a familias pobres” (SIC: Llorente de la Fuente)

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(8): EL DÍA QUE A ESGUEVILLAS LLEGÓ “EL CUARTO JINETE”

Mariano Díez Loisele

http://relatosdemarianodiezloisele.blogspot.com/2016/03/el-dia-que-esguevillas-llego-el-cuarto.html

El día que a Esguevillas llegó "El Cuarto Jinete" (SIC)

(...) Cuando llegó a Esguevillas el cuarto jinete de la Apocalipsis, en su brillante guadaña llevaba escrita la palabra “Cólera”. El cólera, esa enfermedad endémica desde tiempos remotos en la India y más concretamente a orillas del río sagrado “Ganges” (de ahí que su nombre en la lengua nativa fuera “Medno-neidan” o enfermedad de los habitantes del Ganges.

(...) De momento, a finales del 1884 parece adormecerse, pero en el mes de marzo de 1885, con los calores de la primavera, rebrota en la capital del Turia con redoblado furor y desde allí, como una mancha de aceite sobre un blanco mantel, de propaga por toda España, produciendo 120.000 fallecidos, después de haber alcanzado la enfermedad a casi medio millón de personas.

Es tal el pánico que el cólera causa que como ejemplo de ello podemos leer en la hemeroteca del Norte de Castilla de julio de 1885, en el “Correo del Ayer” en su apartado de SALUD PÚBLICA la siguiente noticia que transcribo literalmente: “El terrible y desolador huésped asiático causó verdaderos estragos en el pueblo valenciano de Vall de Gallinera. El cólera se ensañó con sus habitantes y estos, amilanados ante el peligro, huían despavoridos en busca de refugio en las casas de campo, cuevas y demás alojamientos lejanos de la población. Era tan grande el temor que se apoderó de sus gentes, que muchas personas dejaron abandonados a sus parientes si estos se encontraban invadidos por la cruel enfermedad”.

Como vemos en estas noticias, el enemigo era terrible y el miedo irresistible pero, ¿qué ocurría en nuestro Valle?.

EL VALLE ESGUEVA

El río Esgueva, a finales del siglo XIX, estaba muy mal encauzado y esto suponía que en los meses de otoño, invierno y primavera, sus aguas inundaban constantemente las tierras bajas de la vega quedando ineptas para el cultivo y siendo, al llegar el verano, un lugar propicio para la proliferación de todo tipo de insectos portadores de enfermedades. Por otro lado, al pasar dicho Río por algunos pueblos del Valle, sus habitantes lavaban en él sus ropas y menajes de cocina, al mismo tiempo que arrojaban a sus aguas los desperdicios y basuras; convirtiendo su escaso caudal veraniego en una cloaca foco de infecciones.

Esguevillas de Esgueva era, en las postrimerías del siglo XIX, una villa floreciente, con una población de más de 1000 habitantes y con abundantes negocios comerciales que, aunque medianos y pequeños, constituían juntos un centro de comercio bastante importante para todos los pueblos limítrofes. No obstante nuestro pueblo era fundamentalmente agrícola y esto conllevaba que, en la mayoría de las viviendas, el corral era el estercolero o muladar donde se juntaban las basuras del ganado de labranza, con las de los cerdos, gallinas, cabras, ovejas y como no los excrementos humanos. Esto sumado a la falta de alcantarillado, ausencia de agua corriente y la deficiente higiene personal, suponía un riesgo grave a la hora de poder contraer enfermedades. Hay que señalar que el señor alcalde de Esguevillas, D. Anastasio González, consciente del peligro que un río mal encauzado suponía, se había preocupado, ya a mediados de mayo, de limpiar su cauce, de sanear las aguas de las fuentes y arroyos aledaños y de encalar interiormente las paredes de los edificios públicos.

LLEGADA DEL CÓLERA

A pesar de todos los miedos, esfuerzos y precauciones, con los calores del verano, el cólera llegó a Valladolid y a finales de julio de 1885, el caballo del “Cuarto jinete” alcanzó con su demoledor galope los pueblos de Villanueva de los Infantes, Piña de Esgueva, Villafuerte y Amusquillo; frenando su loca carrera en Esguevillas y sometiendo a los habitantes de nuestro pueblo al más férreo, demoledor y cruel cerco que se pueda imaginar, hasta tal punto que, como veremos más adelante, fue nuestra Villa la más atacada y la que más sufrió los efectos de la enfermedad en toda la provincia de Valladolid.

El día uno de agosto algunas personas empezaron a sentir los efectos del mal y D. Alberto Valverde Bastardo, medico titular, informó a las autoridades municipales de que sospechaba que el cólera había llegado a Esguevillas, pero el Sr. Alcalde y concejales no quisieron reconocer que las sospechas del galeno eran ciertas y, dado que para la economía de la Villa podría suponer grandes pérdidas, callaron de momento esta información a pesar de que las órdenes dadas el día 22 de julio, por el señor gobernador de Valladolid D. Joaquín García Espinosa, eran tajantes y claras, pidiendo los partes sanitarios de todos los pueblos de la provincia donde hubiera enfermos por el “cólera morbo”.

El día 2 de agosto el gélido aliento de la “Parca” entró en la casa de María Parra Coloma de 70 años de edad y le arrebató la vida. Surgió el pánico cuando el mismo día murió Dora González González de 34 años; en los días 3, 4 y 5 mueren María Coloma Sanz, los hermanos Noverto y Francisco Velasco Zazo de 5 y 10 años respectivamente y Ángela Zazo López de 38 años. En estos momentos, hay bastantes habitantes invadidos y no se puede silenciar más la enfermedad empezando a mandar los partes médicos a la Capital.

El pánico se apodera de los esguevanos que no saben cómo ni de qué manera se producen los contagios; el pueblo se encuentra inmerso en los trabajos de recolección de la cosecha, con las gentes esparcidas por los campos y eras, lo que dificulta aún más el control de los infectados, pues los agosteros duermen, comen y conviven con mulos y caballos en las casetas de las eras entre los efluvios del estiércol y las moscas que, volando de las basuras al plato y viceversa, son agentes de contagio.

El médico multiplica sus esfuerzos y pone tratamientos bastante acertados para la época, como friegas en las extremidades que se quedan frías, infusiones de todo tipo, agua de arroz, teínas, revulsivos y sobre todo beber mucha agua hervida o mezclada con vino. Las infusiones no es que curasen pero como había que beber muchos líquidos y el agua de las infusiones era hervida, esto suponía evitar aguas contaminadas.

En algunos pueblos, como Renedo, se crea un hospital de coléricos o “lazareto”, y Esguevillas, más poblado, no podía ser menos y el Ayuntamiento aconsejado por el Doctor, crea un “lazareto” habilitando como “hospital de coléricos” una gran caseta de labranza a las afueras del Pueblo, siguiendo la calle de la Saliega, en lo alto de una pequeña loma ventilada a los cuatro vientos; y en ella se adecentan suelo y paredes y se colocan somieres y colchones donde instalar a los enfermos que pronto ocupan todos las plazas.

Se nombra un equipo de personas que han de transportar en carro los enfermos más graves a dicho hospital, donde el médico puede tratarlos sin tener que recorrer tantas casas. Teodoro Sardón, Nicolás Escudero y Agustín Díez, son estos hombres valientes y voluntarios que, por este trabajo y por el de enterradores reciben la sustanciosa paga de CINCO PESETAS diarias cada uno. Los habitantes de Esguevillas apodaron a estos hombres con el calificativo de "Barruntas". Se nombra también un equipo de fumigadores formado por Pio Miguel y Agapito Lázaro, con la obligación de fumigar las casas de los coléricos y sus familias, pagados también a CINCO PESETAS diarias cada uno. Se recomienda tener la máxima limpieza y quemar con azufre las ropas y enseres que hayan estado en contacto con los afectados de cólera. Se encargó a la farmacia Calvo y Cacho de Valladolid todo género de desinfectantes y útiles para poder usarlos; también se compra vino y cerveza para los enfermos pobres, encargando su distribución a D. Isidoro García, farmacéutico de la Villa.

En los archivos eclesiásticos se puede apreciar la labor religiosa y las precauciones que el señor cura D. Francisco Prieto Pérez realiza; y así se puede leer, como a todos los enfermos les administra la confesión y la extremaunción pero, dice en todos y cada uno de sus partes de defunción, no se les dio el Santo Viatico a causa de no ser aconsejable por padecer el “cólera morbo”. ¡¡¡Tan grande era el pánico al cólera, que el sacerdote no daba la comunión al moribundo!!!.

Se llenaba nuestra iglesia de madres, esposas y hermanos que, postrándose ante el altar pedían a Dios por la curación de sus enfermos. Se hizo un novenario a San Roque, protector contra las pestes, y se le sacó en procesión por las calles de nuestra Villa.

A pesar de todas estas medidas la sombra de la muerte arrebata la vida, el día 8 a Isabel Simón Elvira, el día 9 a Mariano Calvo Parra, el 10 a Tomás González Coloma, el 11 a Escolástica Montero Puerto y el día 12 y 14 se lleva la vida de dos inocentes hermanos Juliana y Juan Saiz Moretón de 6 meses la niña y 26 meses el niño. Y antes de acabar el mismo día muere, en la flor de la vida, Eulogio Calvo López de 33 años de edad. En estas fechas los invadidos por la enfermedad se cuentan por decenas.

Es muy difícil, en nuestros días, imaginarnos el panorama dantesco y aterrador en que se encontraba Esguevillas en aquellas fechas. El verano era excesivamente caluroso con tórridas temperaturas de cuarenta y más grados, el llanto unas veces contenido y otras desgarrado de madres y esposas que ven llevar en el carro a sus seres queridos, el lastimero miserere de las continuas procesiones funerarias hacia el camposanto donde se daba el último adiós a los muertos, y por las noches…,¡¡¡las claras noches de luna de nuestro agosto castellano!!!, se vieron ensombrecidas por la humareda de las hogueras donde se quemaba con azufre, ácido fénico y cal viva, las ropas que habían estado en contacto con los invadidos. Y este era otro problema, pues por desgracia el descarnado jinete de la muerte, se cebó de bestial y singular manera con las gentes humildes como jornaleros y pequeños labradores; y a estas familias, quemar sus pobres ajuares les suponía un gasto y un dolor añadidos a las terrible pérdida de la vida de sus familiares.

La peste atacó menos a artesanos, comerciantes y ricos propietarios. Al principio no se sabía el motivo pero después se comprendió ya que el “modus vivendi” y las medidas higiénicas de estos eran muy diferentes.

Llegaron los días 15 y 16 de agosto dedicados a la Virgen y a San Roque, llenándose la iglesia con el final de la novena y la procesión dedicadas a este último. Y en estos dos días, en vez de aminorarse la mortandad, el jinete de la muerte, poniendo una macabra sonrisa en su satánico rostro, parece despreciar la devoción religiosa de los esguevanos, y arrebata la vida de seis personas más: Mario Muñero Merino, Antonia Sanz Justos, Modesta Plaza Asegurado, Nicolasa Parra López, Vicenta Duque López y Ambrosio Moro Pablos. Pero el pánico aún es mayor porque se corre el rumor de que el señor Doctor puede estar contagiado y además son muy pocas las personas que quieren acudir al pobre “hospital de coléricos” a llevar víveres o ayudar al médico a cuidar los enfermos. Mas siempre ante situaciones extremas surgen personas excepcionales; y en Esguevillas fue así.

UNA MUJER O UN ÁNGEL

Habían llegado a Esguevillas, por San Pedro del año anterior, un matrimonio de pastores con el padre de la mujer que estaba viudo. Los cónyuges de ya cumplidos los cuarenta años, se dedicaban él al oficio de pastor y ella a las labores de la casa y al cuidado de su padre ya que hijos no tenían. Era una mujer extremadamente limpia y hacendosa, muy dispuesta a prestar ayuda a quienes lo necesitaban y muy cariñosa con los niños, quizás porque eran estos los que a ella le faltaban. Se hizo querer en el pueblo y todos, grandes y pequeños la conocían con el nombre de “La tía Cirila” (costumbre en los pueblos sobre todo en aquella época de poner el tío y la tía delante de los nombres propios de la gente humilde). Pues bien quiso la mala fortuna que estos días macabros de la peste, el temible cólera infectase gravemente al padre de Cirila; mas ella no se arredró, contuvo el llanto y el dolor que le desgarraba las entrañas y, siguiendo el carro que transportaba su cuerpo hasta el lazareto, se presentó en el mísero hospital decidida a cuidar de su padre y de todos los enfermos que mal atendidos necesitasen de sus cuidados. Y así se lo expuso a D. Alberto Valverde que, habiendo ya experimentado en su cuerpo los primeros síntomas del mal, la recibió con agrado pues todas la ayudas eran pocas, y aceptó que Cirila trabajase gratuitamente codo con codo con Casimira González que con una paga de CUATRO PESETAS diarias hacía de enfermera del Doctor.

La “Tía Cirila” veía con desesperación como la enfermedad se apoderaba día a día de su padre; las enormes diarreas y vómitos, las extremidades frías como el hielo en un verano caluroso, la delgadez extrema y los ojos hundidos en sus cuencas, eran el preludio de la muerte; y entonces, en una arrancada desesperada de fe, de dolor y de valentía, miró con los ojos del alma a Dios y, como si hablara cara a cara con él, igual que Moisés en el Sinaí, le pidió por su padre prometiendo cuidar de todos los enfermos, si él salvaba la vida.

Aquellos días, entre el 17 y 19 de agosto, murieron Vicenta Elvira Ruiz, Cándido González Coloma, Martina Sardón Serrano, Casimiro Callejo Martín, Lucila Olmedo Loysele, Saturnina Montero Puerto, Lucía Martín García, Eugenio Parra Ortega y Eloy Gutiérrez Villa, un niño de tres años, un ángel al que la parca se llevó llevándose también la alegría de sus padres.

La “Tía Cirila” se transformó, de la noche a la mañana, en una enfermera ejemplar; limpiaba a los enfermos, los cambiaba y lavaba las ropas de las camas, ayudaba al doctor a suministrar los medicamentos y bajaba al Pueblo en busca de alimentos para todos los infectados, pidiendo por las casas a pesar de que en algunas no se le abría la puerta y en ninguna se la dejaba pasar. La pobre Cirila se había convertido en una apestada a la que nadie quería tocar por miedo al contagio, al igual que el camino que llevaba al hospital y que sólo era recorrido por ella y por el carro que transportaba los moribundos apestados. Sin embargo ella era una mujer fuerte y sana y redoblaba sus esfuerzos en el cuidado de los coléricos; y más cuando empezó a ver que algunos de ellos se curaban y se reintegraban, aunque débiles y convalecientes, a la vida normal del Pueblo. Pronto empezó a ver señales de recuperación en su propio padre y, cuando el médico así se lo confirmó, su alma se llenó de alegría.

A pesar de todos los esfuerzos de D. Alberto que luchaba noche y día, sin abandonar su puesto, contra la enfermedad propia y la de los demás, mueren el día veinte: Cayetana López González, León Martín del Rey y Sergio Muñoz Elvira. El día 21, el Doctor cae en cama y viendo llegar el fin de su vida, manda a su esposa Dª Regina Alonso llamar al señor notario D. Cesáreo Martínez que a la sazón residía en Fombellida, para dictar su testamento. Una vez dictado éste, agrega una manda en la cual pide se le haga entierro mayor, se visite su sepultura un año por cada uno de sus tres hijos llamados Alberto, Mª Dolores y Ramón; y en sufragio de su alma se celebren 300 misas a CINCO reales cada una. D. Alberto Valverde era un hombre muy religioso y si en vida había luchado con todas sus fuerzas por salvar las vidas de los demás, a la hora de su muerte no lo fue menos al dictar con entereza y fe cristianas como serían sus funerales y las grandes limosnas que suponían las 300 misas.

El día 22 de agosto el calor es insoportable y la enfermedad alcanza su punto más álgido, muriendo ese mismo día: Bernardo Calvo Parra, Juan Moro Calvo, Romualdo Calvo Simón, Juana Coloma Sanz y Pedro Parra Maté. El “cuarto jinete de la apocalipsis” parece que está ganando la batalla, Esguevillas indefenso y sin médico se resigna ante la muerte que le cerca por todos los lados; algunos niños lactantes quedan huérfanos y no encuentran nodriza que los alimente, pues la madres que amamantan a sus propios hijos no quieren dar de mamar a los niños de madres muertas por el cólera; teniendo que alimentarlos con leche de cabra.

El amanecer del día 23 fue de un color plomizo que presagiaba un día extremadamente caluroso y, antes de salir el sol, cuando todavía humeaban las hogueras de azufre en nuestra Villa, la noticia de la muerte de D. Alberto Valverde Bastardo corrió como la pólvora de boca en boca, añadiendo más dolor al sufrimiento de nuestro Pueblo. Según consta en su acta de defunción, la muerte del Doctor ocurrió a las dos y media de la mañana, en su domicilio de la Plaza Mayor nº 15. Tenía D. Alberto 35 años y era natural de Mucientes, hijo legítimo de D. Ramón Valverde y de Dª Gregoria Bastardo, naturales de Mucientes y ya por entonces fallecidos. Ese mismo día le acompañaron en “el último Viaje”: Leandra Moro López, Ramón Gutiérrez Villa y Mateo Moro Rivas.

El entierro del Doctor fue multitudinario y con misa solemne como el mismo había dispuesto en su testamento; aunque parece ser que no todas las mandas se cumplieron ya que pasado el tiempo, D. Fernando Prieto Pérez, párroco de Esguevillas de Esgueva, dice que las 300 misas nunca se celebraron; y así lo hace constar en el margen del acta de defunción eclesiástica ya que en la civil no se menciona esto. Posiblemente Dª Regina Alonso, muerto y enterrado su marido, marchase con sus hijos a Medina de Rioseco de donde era natural, para vivir con su familia.

Estando grave D. Alberto, la Junta de Sanidad de Esguevillas insta al Sr. Alcalde a que, acompañado de D. Ángel Revilla miembro de la Junta, vaya a Valladolid en busca de un médico que se haga cargo de la gran cantidad de enfermos coléricos, que a la sazón había en Esguevillas. Después de muchas y rápidas gestiones traen a D. Gencio Santillana, con una paga de SETENTA Y CINCO pesetas diarias y 750 ptas. más como adelanto a cuenta de los días que sirviese. Pocos días sirvió, pues el día 25 del mismo mes de agosto el Doctor Santillana, manifestó que se encontraba gravemente enfermo y quería trasladarse en coche a Valladolid para ser cuidado por su familia. Y así lo hizo verificándose que a los tres días de haber llegado a Valladolid, murió víctima de la cruel enfermedad.

El mismo día 25 de agosto, se sabe por los archivos municipales, hay 120 personas invadidas por el cólera y ante tal situación se recurre a nombrar médico ese mismo día a D. Joaquín Llano, hijo de Esguevillas y Licenciado en Medicina, poniéndole de sueldo el mismo que al Dr. Santillana; además se nombra como ayudante suyo a D. Pedro González Murillo alumno aprovechado de 5º curso de la Facultad de Medicina de Valladolid. Se alojan en la calle del Carmen nº 5 y a ambos se les comunica que su servicio será para todo el vecindario de la Villa y su contrato durará hasta que decida el excelentísimo Ayuntamiento. De esta manera el Pueblo siguió teniendo médico en unos momentos tan críticos.

Parecía que el “cuarto jinete” no cesaría nunca de segar vidas con su guadaña entre los habitantes de Esguevillas; pero si el ángel de las tinieblas aleteaba sobre el Pueblo provocando la muerte, la Tía Cirila se había convertido ya en el ángel de la vida luchando con ahínco y sin descanso por salvar a todos y cada uno de los infectados; muchos de los cuales ya habían superado la enfermedad y hacían vida normal con su familia, demostrándose que quien había superado el cólera no volvía a recaer.

Su padre recuperó la salud y abandonó el lazareto, pero ella continuó cuidando de los enfermos como había prometido y recorriendo una y mil veces aquel camino, que nadie quería transitar, llevando comida, medicamentos y líquidos para infusiones. Pronto aquella mujer humilde pero heroica, pobre en bienes terrenales pero rica en valores espirituales, valiente como Juana de Arco o Agustina de Aragón, aquella mujer que se había plantado ante el peligro y había sido capaz de mirar a la muerte cara a cara, fue querida y respetada por todas personas del Pueblo y sobre todo querida por los enfermos ya curados que, habiendo sido atendidos por ella, le mostraban su agradecimiento.

Pero la muerte seguía y entre el día 24 y 25 mueren: Benigno Rey Coloma, Aquilina Velasco Zazo, Tomasa Merino Yagüe, Alejandro Fernández Ortega, Bernardo López Varona y Regina Velasco Puerto.

En estos días llega a Esguevillas una ayuda del Ministerio de la Gobernación de 150 pesetas, de las 4.000 que dicho ministerio había aprobado para todos los pueblos epidémicos de la provincia. La ayuda se emplea en medicinas para los enfermos, en ayuda a las viudas y también para los niños huérfanos, pues ni el hospicio de Valladolid quería acoger a los niños esguevanos para no contagiar a los internos residentes.

Los días 26 y 27 de agosto la mortandad es grande y podemos decir que, una vez vistos los partes médicos, entre muertos, enfermos y curados, en estas fechas, había sido afectada más del 60 por ciento de la población de Esguevillas; y aunque el consuelo era que la mayoría se curaba, en estos dos días murieron: Alipio Simón Duque, Trinidad Martín Andrés, Mauro Velasco Medrano, Rafaela López Simón, Zacarías Velasco Zazo, Inés Ortega Rodríguez, Trinidad Martín Andrés, María Gómez Camarón, Josefa Díez Valerio y Manuel Camino López. Sé que el poner en este escrito el nombre y apellidos de todos y cada uno de los muertos, puede resultar aburrido para algunos, pero es la historia de nuestro Pueblo y sus apellidos son algunos de nuestros apellidos, porque en definitiva ellos son nuestros antepasados y creo firmemente que a muchos de los que leáis estas líneas os gustará conocerlos.

Podemos imaginar que a estas alturas del mes de agosto, nuestro Pueblo parece estar maldito y que ya no puede resistir más. La mayoría de la gente viste de luto pues todos tienen muertos en sus familias, las campanas de San Torcuato no cesan de tañer llorando a los cuatro vientos por las almas de los difuntos, las tristes procesiones de los entierros que se dirigen al camposanto, hacen estremecer el aire con sus lúgubres misereres; la campanilla que el monaguillo hace sonar acompañando al sacerdote que acude a dar la extremaunción a los moribundos, hace sobrecoger el ánima de los que se cruzan en su camino, y por último las incesantes hogueras con el fétido olor a azufre, nos siguen recordando que “El Cuarto Jinete” no abandona su presa y quiere exprimir a Esguevillas hasta lo último; y el día 28 arrebata la vida de Mª Cruz Ruiz Escudero, Felipe Calvo López y un angelito de dos meses llamado Salustiano Moro Escudero.

El día 29 y 30 la mortandad es tremenda y parece no tener fin, sin embargo el número de enfermos ha disminuido enormemente y se cuentan por cientos las personas que han superado la enfermedad. Los muertos en estos días son: Felipe Calvo López, Emilia Parro, Feliciana Álvarez Fernández, Rosa Duque López, Tomás López Velasco, Pedro Calvo Arranz, Felisa Esteban Ruiz, Benilde Duque Simón y José Alba Simón.

Para alivio de los esguevanos, a partir del día 30 de agosto la muerte se ralentiza y prácticamente ya no hay nuevos contagiados, aunque todavía hay algunos que se debaten entre la vida y la muerte. De estos, el último día de agosto, muere Ángela Montero Puerto.

El mes de septiembre empieza de manera esperanzadora, aunque el día uno muere la niña Nicolasa Galindo Nieto de solamente 4 años de edad. El día dos no se produce ninguna muerte y ya hace unos días que el carro que recogía los moribundos para llevarlos al pobre e improvisado hospital de coléricos, ha dejado de hacer sonar el hierro de sus ruedas por el empedrado de las calles, entre otras razones, porque no se producen nuevos infectados. El día 3 muere Pedro Sanz Parra que estaba muy grave y había recibido, por parte del párroco D. Francisco, los sacramentos de confesión y extremaunción, aunque como dije antes, y es verdad corroborada en las actas de defunción que se guardan en el archivo catedralicio, sin recibir la comunión por tratarse del cólera morbo. Los días 4 y 5 no hay ningún fallecimiento, ¡¡¡la muerte está perdiendo la batalla!!!, el 6 y 7 mueren: Pedro Rodríguez Díaz y la niña Modesta Pérez Molinero de sólo 2 meses de edad. Y el día nueve de septiembre Guillermo López Ferrero de 72 años de edad y el niño Felipe López Esteban de 15 meses, cierran esta fatídica lista de defunciones causadas por el temible cólera, no habiendo ya más muertes ni contagios.

El Cuarto Jinete” que tanto había hecho padecer a Esguevillas, tuvo que marchar vencido y humillado por un Pueblo que sabía luchar y resistir; o ¿es que no supimos aguantar apenas 80 años atrás la opresión de las tropas napoleónicas?; las dos veces Esguevillas luchó contra enemigos cuasi invencibles, pero las dos veces sobrevivió. En esta ocasión el rival era LA PESTE, y aunque la victoria fue una “Victoria Pírrica” y, en el intento, perdieron la vida muchos hombres, mujeres y niños, antepasados nuestros, nuestro Pueblo no dio un paso atrás, nadie escapó a cuevas u otros lugares alejados de sus familias; los hombres permanecieron en sus puestos de trabajo recogiendo la cosecha, y las mujeres en sus casas cuidando de la familia. Todos ellos plantaron cara a la muerte y al final encontraron la vida; y así se puso de manifiesto cuando el domingo día 13 de septiembre de 1885, D. Francisco Prieto Pérez ofició misa solemne de acción de gracias, ya que se consideraba que el cólera había sido erradicado y arrancado a cuajo del corazón de nuestro Pueblo. D. Francisco que había realizado una labor encomiable visitando, confesando y dando la extremaunción a todos los enfermos graves y por supuesto a todos los que murieron, como he podido constatar en los archivos eclesiásticos, recordó en dicha misa a los muertos, haciendo especial mención a D. Alberto Valverde, a D. Gencio Santillana y a todas las personas que habían sufrido en sus carnes o en su familia el ataque implacable de la “Parca”.

Preguntareis ¿Qué fue de la Tía Cirila?, No lo sé, es la única parte de esta historia que no he podido constatar con documentos escritos. Como se trataba de una familia humilde de pastores que había llegado un año antes al Pueblo y al año siguiente marchó a otro lugar, no he podido seguir su rastro, ya que afortunadamente para ella Dios la había protegido y nadie de su familia murió. Detalle este último que habría permitido leer en su acta de defunción, al menos, el lugar de nacimiento suyo y de sus padres y marido. Por otra parte la gente humilde es grande hasta en estas cosas; hacen el bien y nunca esperan recompensa. Sólo sé lo que me contaron aquellos de nuestro Pueblo, que eran viejos cuando yo, que ya tengo la cabeza cubierta por la nieve de los años, era joven.

Además empezaba este relato preguntando: ¿sería una mujer o un ángel?, pues pudo ocurrir como con “El niño de la playa” de San Agustín de Hipona en el siglo IV, o la “Dama de azul” de los indios Jumanos en el siglo XVII; ambos aparecieron y desaparecieron sin dejar documento escrito, pero si dejando huella de su existencia. De la “Tía Cirila” no he podido encontrar documento escrito que atestigüe de manera fidedigna de donde vino ni a donde se fue, pero la huella de su existencia ahí está; ya que al camino sin nombre que partía de la parte alta de la calle de la Saliega y que tantísimas veces holló con sus pies, en las innumerables subidas y bajadas que hacía a diario para cuidar y servir a los enfermos, pronto recibió su nombre y ahora todavía se le conoce como el “Camino de la Tía Cirila”.

Siempre he pensado que la historia de los pueblos, es un rosario de anécdotas más o menos importantes que enlazan la parte más antigua de su existencia con nuestros días. Si estas historias y estas personas se olvidan, el pueblo es un pueblo sin pasado y un pueblo así es un pueblo muerto. Por este motivo los que amamos Esguevillas no debemos olvidar que la historia de nuestro Pueblo, la han escrito sus hombres con sus aciertos y sus fracasos, con sus alegrías y, como en esta ocasión, con sus penas. Es verdad que nuestro Pueblo sufrió el cólera más que ningún otro pueblo de la provincia, pero también es verdad que supo hacer cierta la célebre frase del gran poeta D. José María Pemán: "Saber sufrir y tener el alma recia y curtida es lo que importa saber; la ciencia del padecer, es la ciencia de la vida." Nuestros antepasados, durante el mes y medio que aproximadamente duró el ataque de la peste, supieron sufrir y llorar, pues no es de menos hombres llorar la muerte de sus seres queridos; supieron sufrir y rezar y supieron sufrir y luchar con ese espíritu recio e indomable que tiene el hombre castellano, que sólo humilla su cerviz ante Dios y que no se rinde ni dobla su rodilla ante nadie ni ante nada incluido “ El Cuarto Jinete”.

Cuentan que un veterano soldado de los tercios de Castilla del siglo XVI, curtido en cien batallas y acostumbrado a rajar, matar y maldecir; un hombre de los que pusieron a Europa a los pies de España, un hombre cuyos ojos, acostumbrados a ver los campos de batalla llenos de muertos y moribundos, ya era incapaz de tener sentimientos por nada ni por nadie, dijo un día en que se le vio quitarse el sombrero y arrodillarse cuando pasaba la procesión del Corpus : “El castellano de verdad, sólo dobla su rodilla ante Dios, pero permanece de pie frente a los hombres”. Y tenía razón pues ¿acaso el Cid no se mantuvo firme y, sin doblar su rodilla, hizo jurar en Santa Gadea de Burgos a su propio rey?; ¿acaso Padilla, Bravo y Maldonado no plantaron cara a su rey haciéndole ver que no tenía razón?. ¡¡ Estos últimos perdieron su vida pero no perdieron su honor!!, y por eso la historia los recuerda. Los esguevanos del siglo XIX supimos sufrir y luchar contra los franceses en la invasión napoleónica, y luchamos y sufrimos también contra el “Cuarto Jinete” que nos trajo el Cólera. Verdad es que, en las dos ocasiones, muchos de nuestros antepasados murieron y grandes fueron las pérdidas, pero el Pueblo sobrevivió. Por eso, mientras exista un solo esguevano de buen corazón, un descendiente de aquellos hombres y mujeres que tanto añoramos, estos hechos no quedarán en el olvido.

Hombres y mujeres de Esguevillas supimos restaurar, en el año 2012, el Viejo Cementerio donde estas personas, además de otras, duermen el sueño eterno. Cuando paséis cerca de sus muros, recordad a los allí enterrados y pensad también en los vivos que supieron devolver la dignidad a nuestro “Viejo Camposanto”.

SIC: M. Díez Loisele.

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(9): En esta zona de Castilla se denomina “panera” a lo que en otros lugares llaman: Pajar, sobrado, almacén, trasera, cobertizos y hasta hangares. Una zona amplia y cubierta, que toda casa de labor tenía, para guardar allí los enseres, realizar trabajos -como preparar la matanza- y apilar los comestibles o las herramientas.

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(10): Resumen de las páginas 259 a 265, del libro.

LA EPIDEMIA DEL CÓLERA DE 1885, EN LA COMARCA DE TORO CON SU EPICENTRO EN VILLALONSO.

Félix Alonso, Antonio Berián, Hilarión Pascual // Editado por INSTITUTO DE ESTUDIOS ZAMORANOS, Zamora Febrero de 2020.

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(11): Citas de LA EPIDEMIA DEL CÓLERA DE 1885, EN LA COMARCA DE TORO CON SU EPICENTRO EN VILLALONSO. Félix Alonso, Antonio Berián, Hilarión Pascual // Zamora Febrero de 2020.

(11a) : Idem cita anterior, página del libro 11

(11b) : Idem cita anterior, página del libro 13

(11c) : Idem cita anterior, página del libro 14 y ss

(11d) : Idem cita anterior, página del libro 19

(11e) : Idem cita anterior, página del libro 20 y 21

(11f) : Idem cita anterior, página del libro 22 y 23

(11g) : Idem cita anterior, página del libro 31 a 33

(11h) : Idem cita anterior, página del libro 34

(11i) : Idem cita anterior, página del libro 36

(11j) : Idem cita anterior, página del libro 37

(11k) : Idem cita anterior, página del libro 46 y ss

(11l) : Idem cita anterior, página del libro 69 y ss

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(12): Son estos los nombres antiguo de la fuente y de la calle que hoy se llama Germán Gamazo. Donde había antaño un brocal con un chorro, al que denominaban “pozo antiguo”. Fuente que se hallaba al final de la Calle La Ancha, que bifurcaba a la de Nuestra Señora de Castellanos, vía que iba hasta la Nacional VI (camino Madrid-Santiago). Allí, en esta fuente que recientemente se ha restaurado, paraban los viajeros de esa Nacional VI hasta no hace tanto, para tomar aguas o dar de beber a sus animales.