Desearía dedicar esta leyenda a Aurelio, un hombre bueno que llegó desde Rumanía para cuidar la iglesia mozárabe de San Cebrián de Mazote.
ÍNDICE GENERAL: Pulsando el siguiente enlace, se llega a un índice general de leyendas: http://leyendas-de-la-mota-del-marques.blogspot.com/2023/01/indice-de-leyendas-de-la-mota-del.html
Los capítulos se desarrollan en un texto escrito en negro y se acompañan de imágenes con un amplio comentario explicativo (recogido en rojo y cuya finalidad es razonar ideas). Si desea leer el artículo entre líneas, bastará seguir las letras negrillas y las rojas destacadas.
ARRIBA: dibujo mío del castillo de Mota del Marqués y la ermita de El Salvador (iglesia cuyas ruinas fueron recientemente consolidadas). En la leyenda del "Niño Pelayo" vamos a conocer el modo en que este pueblo vallisoletano contribuyó a divulgar su culto y veneración.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Tres imágenes de la basílica y templo de San Isidoro de León (a cuyo patronato agradecemos nos permita divulgarlas). Arriba, la entrada a su iglesia. Al lado y Abajo, interior del altar mayor, en cuyo centro se halla una urna neoclásica, que alberga los restos de San Isidoro de Sevilla (Patrono, que dio nombre a este panteón real de los monarcas leoneses). Las reliquias del santo y sabio sevillano, fueron llevadas hasta León a mediados del siglo XI; ya que anteriormente, allí se guardaban las de San Pelayo. Aunque, ante las razzias de Almanzor (desde el año 988); se vieron obligados a trasladarlas a Oviedo, para salvarlas. En referencia al “niño Pelayo”, en esta leyenda mostraremos que fue un mártir que con tan solo diez años fue enviado a Córdoba (en el 920), para intercambiarlo por su tío (el obispo de Tuy). Prelado que fue apresado pocos meses antes, en la batalla de Valdejunquera. No pudiendo pagarse el rescate del clérigo cautivo, pidieron intercambiarlo por uno de sus sobrinos; llegando al reino Omeya ese muchacho, llamado Pelayo (que solo contaba algo más de nueve años de edad). Se supone que el niño esperaba que pronto reunieran el dinero, para devolverle a su hogar. Pero después de casi un lustro en la prisión, parece que los andalusíes intentaron que el chico apostatase de su fe cristiana y se incorporase al harén del califa (narrando la historia que intentaron abusar de él). Los hechos que recoge su hagiografía, dicen que fue martirizado por no ceder a los deseos de sus carceleros; siendo finalmente decapitado -en junio del 925-.
Este suceso, se conoció en toda la Península, extendiéndose la historia por Europa entera; siendo canonizado como San Pelayo, pocas décadas más tarde. Por lo que a mediados del siglo X, llevaron hasta León sus restos; que se conservaban desmembrados (la cabeza y el torso, recogidos con vehemencia por los mozárabes cordobeses). Guardados en dos iglesias de la capital Omeya; fueron llevados en el 967 a León para levantar un templo que tomó su nombre, dedicando ese monasterio a San Pelayo y San Juan. Aunque tras la llegada de los ejércitos de Almanzor, treinta años más tarde; atacando León y luego Santiago de Compostela (devastando iglesias y ciudades). Los restos del niño Pelayo fueron llevados a Oviedo, con el fin de salvaguardarlos; fundando allí el monasterio de San Pelayo. Finalmente, cuando pudo regresar la Corte cristiana a León, tan solo recuperaron desde la capital de Asturias algunos huesos del mártir. Debido a la posterior falta de reliquias en el templo leonés; a mediados del siglo XI, los reyes Fernando I y Sancha, lograron traer las de San Isidoro de Sevilla. Cambiando la advocación de San Pelayo, por la de San Isidoro; al que desde entonces está dedicada la basílica (panteón real). En cuyo altar mayor podemos ver la urna neoclásica, donde se introdujeron en el siglo XIX los restos de ese Doctor de la Iglesia (después de que las tropas napoleónicas profanasen y destruyeran la caja original, que albergaba sus huesos).
A)- INTRODUCCIÓN:
La leyenda que hoy recogemos, se relaciona plenamente con otra que hace años escribí y que se intitulaba: “Del modo en que Nuestra Señora de Castellanos inspiró uno de los palacios más bellos del islám”. Para todo aquel que desee leerla, podrá llegar a ella pulsando el siguiente enlace: https://leyendas-de-la-mota-del marques.blogspot.com/2015/07/musica-para-celebrar-los-18000-lectores.html . En esta anterior relatábamos lo que sucedió tras la victoria de Simancas, en agosto del año 939; cuando las tropas cristianas -comandadas por el rey Ramiro II- lograron vencer a las de Abderramán III. Después de que el cordobés, reuniendo unos cien mil hombres y tras declarar la Yihad, se posicionó en el alto de Portillo -a pocos kilómetros de Valladolid-. Con la intención de avanzar sobre el Pisuerga y el Duero; dando por seguro que lograría aniquilar a los católicos, después de atravesar ambos cauces. Pero, contra todo pronóstico, los andalusíes fueron derrotados por quienes les esperaban al otro lado. Lográndose un verdadero milagro, que obligó a huir apresuradamente a los ejércitos del Omeya. De tal magnitud fue el desastre de los andalusíes; que en su retirada, el califa, perdió el Corán sagrado que portaba. Llegando los cristianos arrebatar en su tienda, aquella reliquia tan preciada; que originariamente perteneció a Alí (yerno de Mahoma). Junto a ello, Abderramán dejó en el campo de batalla las ropas mas lujosas, incluyendo su armadura de plata y oro. Narrando la historia que actualmente existe un manto en la Colegiata de Covarrubias; que es el requisado al rey de Córdoba en la huida de Simancas Donde se dice que los leoneses se hicieron hasta con el halcón que el califa había llevado, para entretenerse mientras preparaba la contienda.
Como vimos en nuestra leyenda titulada “Del modo en que Nuestra Señora de Castellanos inspiró uno de los palacios más bellos del islám”. Esa derrota inexplicable sufrida por Abderramán en Simancas (durante el verano del 939); fue consecuencia de varios hechos. Entre los que se destacó la aparición histórica del ese genial estratega coronado como Ramiro II y proclamado solo ocho años antes. Cuando su hermano Alfonso IV decide dejar el trono de León, para ingresar como monje en Sahagún. Una abdicación sucedida en junio del 931, tras la muerte de su consorte; momento en que el monarca se retira y traslada el poder al fiero Ramiro. De ese modo fue entronizado aquel que los musulmanes llamaron “el diablo”, por el daño que hizo a las huestes al mando del islam; conocido en nuestra Historia como Ramiro II. Quien ya desde el año 932 comenzó a sublevar a muladíes y mozárabes, de zonas dominadas por los sarracenos; llegando a tomar Madrid y a desestabilizar Toledo (en tan tempranas fechas). Pocos meses más tarde, lograría derrotar a los cordobeses, que cada primavera subían hasta tierras próximas a Pamplona, para devastarlas y realizar sus razzias. Avances que Ramiro II corta en Osma, logrando hacer verdadero daño a los ejércitos del Omeya; parando su avanzada en este punto estratégico del Duero -que cerraba los caminos entre el Norte y el Sur peninsular-. Fue así como el propio Abderramán vino en la primavera siguiente (934), arribando con un fuerte ejército y posicionándose de nuevo en Osma. Donde no quisieron hacerle frente Ramiro II, ni Fernán González; refugiándose ambos en sus fortalezas. Ante esa actitud de los cristianos, aprovechó el cordobés para seguir su ruta hacia el Norte y dirigirse de nuevo a tierras de Pamplona; donde proseguir con sus razzias veraniegas (antes de regresar a Al-Andalus).
Viendo de ese modo el rey leonés, que Abderramán III no podía -o no deseaba- entrar en lucha con ellos; decidió prestar ayuda al emir de Zaragoza (Muhamed ibn Hasim, tambien llamado “Aboyaia”). Conformando Ramiro una liga con este y el monarca navarro. Pretendiendo liberarles del yugo del califa; logrando que el zaragozano le jurase pleitesía, en el 937 (mientras los de León aplastaban a quienes en Cesaraugusta, se negaban a admitir a su monarca, como nuevo soberano). Unos actos por los que Abderramán III consideró un traidor al emir Aboyaia; sabiendo que desde el 935 había dado su apoyo a los cristianos. Permitiendo que estos, atacasen las bases de los andalusíes en las cercanías del Ebro y de Navarra. Ante los referidos hechos, el califa reunió un enorme contingente -en verano del 938-, intentando atemorizar a cuantos se le oponían o le hacían frente en la zona zaragozana. Aunque muchos se resistieron, y meses mas tarde, los leoneses atacaron las marcas musulmanas en Badajoz y Toledo. En ese estado, el Omeya declaró la “Yihad” un año después y con decenas de miles de hombres avanzó desde Toledo a Calatayud, donde comenzó a realizar una terrible masacre, por las tierras de Aboyaia. Siguió hacia Zaragoza, obligando a ese emir ir contra aquellos con los que antes había pactado (so pena de ser aniquilados todos sus habitantes). Obedeciendo el gobernante de Cesaraugusta, llegó pronto hasta el reino de Pamplona con sus huestes, obligando a la reina Toda a claudicar; logrando que el territorio navarro se reconociese súbdito de Abderramán.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Arriba, Tordesillas y su puente sobre el Duero. En la imagen podemos observar como a esta altura del río, el cauce fluvial es de gran anchura, después de haberse unido con el Pisuerga, el Canal de Castilla y el Esgueva (entre Valladolid y Simancas). Debido a ello, el mejor paso en estas riberas, se halla a orillas de Simancas. Al lado y abajo; dos fotos de El Burgo de Osma, cerca de Osma, donde los cristianos comenzaron a derrotar a Abderramán III, desde el 932.
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: El castillo de Portillo, en Valladolid. Este fue el alto donde se situó el califa cordobés, en el verano del 939. Debido a que el lugar fue siempre el “portillo” y entrada hacia tierras del lado norte del Duero. Pudiendo vigilarse desde su cima, centenares de kilómetros a la redonda. Viéndose en días claros las cercanías de Zamora (capital), de Toro y Tordesillas. Divisándose justo al frente, Simancas y Valladolid. Mientras a la derecha, se llegan a otear: Quintanilla de Onésimo, Valbuena de Duero y Peñafiel.
Acerca de lo que sucedió después de aquellas victorias de Abderramán, en tierras de Aragón y de Pamplona; decíamos lo siguiente, en nuestra leyenda anterior (ya citada): Continúan las crónicas narrando que en julio del 939 (tras subyugar Zaragoza y Navarra) esos musulmanes que comandaba el Omeya recibieron la orden de devastar los dominios de Castilla y de León; viniendo muchos desde la conquistada Cesaraugusta y llegando los más desde Al-Ándalus (subiendo por Toledo). Unos y otros -que superaban los cien mil hombres- al mando de Abderramán decidieron reunirse en tierras vallisoletanas, con el fin de lanzarse hacia Zamora e incluso llegar a las proximidades de Asturias y Galicia (para sembrar el terror en territorio cristiano). Durante ese tórrido mes de Julio y en su camino hacia el Duero; los que provenían del Sur iban atacando las poblaciones importantes que hallaban a su paso (Olmedo o Íscar); mientras los que venían del Este, arrasaban las zonas cercanas a Soria (Berlanga o Almazán). Terminaron por encontrase todos en las cercanías de unos montes próximos a Valladolid, llamados ya por entonces de Portillo (en virtud de que era ese lugar un puerto y puerta hacia tierras musulmanas o fronterizas). La superioridad del ejército de Abderramán era tal, que nadie tenía duda de su segura victoria. Además, la fortaleza y preparación de su milicia era tanta, que quizás pensó bastaría con situarse frente a aquellas colinas vallisoletanas, para que los cristianos se rindieran y pactaran (atemorizados). Pero no fue así y muy por el contrario Ramiro logró reunir del otro lado a sus tropas, junto a las de Fernán González y las del Conde Ansur; mientras llegaban hasta las inmediaciones enormes contingentes de gallegos, asturianos y navarros (deseando enfrentarse y sin temor alguno).
Los musulmanes se vieron obligados a avanzar y a entrar en batalla; pues los enemigos les esperaban en la margen Sur del Pisuerga, junto a Simancas y a muy pocos kilómetros de Portillo (el último lugar donde habían parado los más de cien mil hombres, al mando del Cordobés). Los hechos sucedieron el primer día de agosto del 939 y se prolongaron al menos cuatro jornadas, en las que todos pelearon de forma terrible y sanguinaria. Al cuarto día parece que Abderramán se vió vencido y huyó junto a muchos de los suyos; el resto se dispersaron, aunque el califa quiso proclamar que retrocedían, porque ya habían cumplido su misión... . El éxodo del rey de Córdoba fue tan apresurado que las crónicas narran como dejó en Simancas hasta sus ropas militares (cubiertas de oro) y sus objetos más sagrados, escapando de una muerte casi segura.
El hecho más cierto, es que la batalla de Simancas modificó las fronteras del Califato de Córdoba, reduciéndolas en centenares de kilómetros (al menos durante unos cuarenta años y hasta la llegada de Almanzor a tierras castellanas). Tanto fue así, que al Oeste de León se bajó “la marca”, desde el Duero hasta el Tormes; lo que significa que la línea pasó de Zamora a Salamanca, o de Toro a Puente Congosto. Por su parte, en la zona central; la ampliación territorial trasladó la frontera que antes se hallaba en Simancas, a las cercanías de Segovia. Logrando cambiar la “marca” de Valladolid, por otras situadas en Sepúlveda y Riaza (junto al Guadarrama). Tan solo quedó la linde de Gormaz y Berlanga, como punto inestable y zona de conflictos permanentes; cuya gran fortaleza había sido tomada ya por los cristianos en el 912, pero que fue reconquistada varias veces y dominada finalmente por el sucesor de Abderramán, quien lo convierte en una enorme ciudadela casi inexpugnable. Todo ello impulsaría a que escapase un gran número de cristianos de Toledo y Zaragoza, incluso muchos cordobeses muladíes; llegaron hasta el reino de León o al condado de Castilla sabiendo que tras el Duero ya la vida era estable y tranquila (sin temerse de continuo la aparición y razzias de los musulmanes). Creándose zonas, como Mota o San Cebrián, habitadas por comunidades mozárabes y cuya utilidad era enorme; pues sus nuevos moradores conocían hasta el idioma de los súbditos de Córdoba. Estando adaptados esos mozárabes a las costumbres y maneras de los musulmanes, hablando su lengua; servirían a los cristianos para dialogar (en caso de tratados) o como espías y estrategas (en el de guerras).
Acerca de Nuestra Señora de Castellanos, históricamente no cabe la menor duda de que llegó a Mota del Marqués por mano de Fernán González; quien amplió su condado tras aquella victoria en Simancas, pues hasta entonces el reino de León llegaba más al Sur de Urueña. Debido a ello, hasta el 939 los dominios que cubrían desde Benavente al Duero, eran del rey leonés; aunque tras la derrota de Abderramán y con la ampliación de marcas, aquellos territorios pasarían a ser reclamados por Fernán González -incluidos en la futura Castilla-. Siendo así, no nos extraña el nombre de la Virgen que veneraron en Mota; ya que esas tierras que antaño fueron del monarca leonés, pasaron finalmente a ser de los “Castellanos” (después de la victoria en Simancas). Ello hace entender por qué aquel conde extiende esta advocación después del 939; dejando el mismo Fernán González, en Mota del Marqués, el pendón suyo que mostraba la efigie de María y al que llamaban Señora de Castellanos. Una historia que perfectamente han recogido varios investigadores (como Fernández-Prieto), quien nos dice textualmente: “Don Casimiro Erro Irigoyen, que fue Canónigo Magistral de Zamora, y el historiador zamorano Don Urcisinio Álvarez Martínez (hace ahora noventa y cinco años) publicaron en la revista Zamora Ilustrada dos interesantes estudios sobre la iglesia de Nuestra Señora de Castellanos de la Mota, mencionando la tradición de que ésta en sus orígenes fue un santuario votivo fundado por el Conde Fernán González, por las victorias conseguidas por éste contra los moros” (1) .
Estas mismas circunstancias podemos leerlas en la obra MEMORIAS HISTÓRICAS DE LA CIUDAD DE ZAMORA; escrita por Cesáreo Fernández Duro y editada en Madrid en 1872. Quien textualmente narra como tras haber vencido Fernán González a Abderramán (en este caso; habla de la victoria de Osma del 933); tuvo el conde que huir hasta Mota. Allí queriendo agradecer a la Virgen su vitoria, reconstruyó un santuario que los infieles habían destruido a la salida de aquella población. Así, pidiendo los motanos que el conde les dejase su estandarte, le rogaron que lo ofreciera al templo antes de regresar a Burgos. Pero no atreviéndose a depositar allí su pendón y dejar a sus soldados sin tan valiosa insignia; Fernán González mandó hacer una copia que donó al santuario reconstruido por él en Mota (2) . Una versión de Cesareo Fernández Duro que -como veremos más abajo- resulta en parte anacrónica o incongruente; pues hemos de suponer que Fernán González entregaría su estandarte y llegaría a tierras de Mota cuando venció a Abderramán en Simancas (no tras la victoria parcial en Osma)
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Imágenes de Mota. Arriba, fotografiada desde Villalbarba. Al lado, silueta de esa “mota” que primero se llamó de Santibáñez, luego de Toro y finalmente; del marqués. Abajo, atardecer en la ermita de Nuestra Señora de Castellanos, rehabilitada en el siglo XVI.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Las dos orillas del Pisuerga a su paso por Simancas. Al lado, desde la margen Sur, donde se situaron los andalusíes. Al fondo de la imagen, observamos el pueblo; sobre una colina. Abajo, vista tomada desde Simancas; con el río y la explanada donde se llevó a cabo la batalla.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: De nuevo, el Pisuerga a su paso por Simancas.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de la iglesia parroquial de El Salvador, en Simancas (a la que agradecemos nos permita divulgarlas).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Las siete doncellas de Simancas, su fiesta y su leyenda. Fotos tomadas hace unos meses (el 4 de agosto de 2024), en el claustro de la iglesia de El Salvador -agradecemos a sus participantes, al Ayuntamiento y a la parroquia, nos permitan divulgarlas-. En ella, podemos ver las siete jóvenes elegidas este año, para representar las doncellas cristianas, que los árabes exigían entregar; como partida o impuesto. Narrando la leyenda, que antes de irse con los musulmanes, prefirieron cortar sus manos (mancarse); lo que supuestamente dio el nombre de Siete-Mancas, al lugar. Hablábamos sobre este intercambio de jóvenes, en otra de nuestras leyendas; intitulada: “LAS SIETE DONCELLAS DE SANTIBÁÑEZ (de cómo ganaron la batalla de Simancas, los caballeros de Mota del Marqués).” Para llegar a ella pulsar: http://leyendas-de-la-mota-del-marques.blogspot.com.es/2017/07/las-siete-doncellas-de-santibanez-de.html
Los motivos que llevaron al triunfo de los cristianos en Simancas, a mi juicio, fueron principalmente tres: El primero y ya citado; la aparición en la Historia de dos personajes con enorme valor e inteligencia militar, como fueron Ramiro II y el conde Fernán González. El segundo, la tiranía que parece iría adquiriendo Abderramán III, tras dos décadas de continuadas victorias; en las que fue invadiendo tierras de moros o cristianos, a los que subyugaba cada vez de un modo más duro (3) . Llegando el Omeya a adquirir tal arrogancia, que en el año 929 y cuando se cumplían los 19 de su coronación; decidió implantar un califato, sin vinculación con todo otro dominio musulmán. Creando un reino independiente y ajeno al poder de Damasco. Un hecho que le restaría apoyos del exterior y que finalmente llevaría a Al-Andalus al desastre. Cuando a comienzos del primer milenio, el Sur de España se segregó en Taifas; entrando en un conflicto permanente entre los reyezuelos musulmanes (lo que promovió durante siglos, repetidas guerras civiles). Por todo ello, considero que tras esa proclamación de Córdoba como califato independiente de Damasco; los cristianos se envalentonaron al pensar que los cordobeses podrían perder adeptos. Ya que muchos de los emires musulmanes peninsulares, creyeron que Abderramán III traicionaba a sus comunes orígenes. Lo que promovió diferentes lazos hispanos para enfrentarse a ese feroz heredero de los Omeyas.
Por último, y a mi entender; la crueldad de este monarca, fue el tercer factor que propició su derrota en Simancas (durante el verano del 939). Pues creemos que se multiplicaron esas ligas (o pactos) entre los cristianos, los muladíes y los musulmanes; capaces de enfrentarse al rey andalusí. Adhesiones que ya hemos visto como se producen en numerosas ocasiones, antes del 939. Debiendo unirse los temerosos de un impío Abderramán, al conocer muchas de las atrocidades que realizaba (por sí solo o con sus ejércitos; en tiempos de paz y de guerra). Sobre lo que sabemos -por textos de la época- que había llegado a decapitar a su heredero, en el salón del trono Omeya; para que todos observasen el escarmiento. Ordenando ejecutar a su hijo, ante los principales cortesanos y en el interior del palacio, cuando descubrió una sublevación preparada por el príncipe. Acerca de esa crueldad, comenta la “crónica anónima” de Al Nasir, que era terrible con las mujeres de su harén, a las que torturaba, cortaba la cabeza o quemaba, por hacer un simple “mal gesto”. A la vez que el cronista narra como usaba leones importados desde África, para disfrutar viendo como devoraban a los condenados a muerte. Recogiendo la fuente citada (5) numerosos casos, en los que se muestra un Abderramán sanguinario. Aunque no narra uno de los episodios más duros y tristes que sucedieron en la Córdoba de aquel tiempo; como fue, lo acontecido con el niño Pelayo (quien finalmente “ascendió a los altares” como San Pelayo).
Sobre este joven mártir, nos dice la Historia, que fue mandado a la capital andalusí, cuando solo contaba los diez años de edad. Allí llegó como rehén, para sustituir en el cautiverio a su tío, obispo de Tuy; que había caído preso del califa en la batalla de ValdeJunquera (en el 920). Pues no pudiendo los cristianos pagar el rescate que los musulmanes pedían por el prelado; parece que la familia decidió mandar a Pelayo, con el fin de que liberasen pronto al clérigo. Así y mientras preparaban la cantidad solicitada por los cordobeses; fue mandado a cautiverio el infeliz, tras cambiarlo por el que cayó en manos de los Omeyas (en Valdejunquera). De tal modo, el chico esperaba ser muy pronto liberado; pero el dinero no llegó, o bien el califa no quiso ocuparse del caso. Pasaron cuatro años, en los que el pequeño se convirtió en un adolescente con un destacado semblante. Su bello aspecto fue observado por quienes le mantenían preso, haciendo llegar a palacio la noticia de que aquel niño se había transformado en un joven atractivo. Al saberlo Abderramán, dicen que le hizo llamar, ordenando le acicalasen y vistieran con las prendas más delicadas, para presentarse ante él. Pero -al parecer- cuando llegó al salón donde le esperaban; el rey cordobés quiso convertirle al islam o bien en uno de sus eunucos (quizá insinuándose). Tras rechazar el menor las proposiciones del monarca, que le prometió todas las riquezas, si se hacía musulmán y se quedaba con él, en palacio. Después de negarse públicamente Pelayo a ceder ante los deseos del rey andalusí; manifestando que no iba a apostatar de su fe cristiana. Narran las crónicas, que fue terriblemente martirizado (descuartizado); y finalmente decapitado.
Esta historia, cuya autenticidad muchos se niegan a aceptar; se sabe que sucedió en la Córdoba califal, hacia el año 925. Después de que el menor hubiera sufrido cautiverio durante algo menos de un lustro y cuando solo contaba trece años y medio de edad. Aunque sobre lo narrado en la hagiografía; no podemos tener plena certeza de que el niño fuera descuartizado, ni de que -realmente- el Omeya quiso convertirlo en su “doncel”. Pese a ello, es seguro que Pelayo sufrió martirio, cortando su cabeza; siendo probablemente cierto mucho de cuanto recogieron las crónicas acerca de su muerte. Narrando que fue condenado; quizás, por no convertirse al islam (en espera de ser rescatado); aunque también se afirma que le ejecutaron por no acceder a los deseos carnales de sus carceleros (o del mismo rey). Sea como fuese, el hecho cierto es que a los pocos años canonizaron al pequeño, cuyos restos mortales habían rescatado y guardado los mozárabes de Córdoba. Logrando tanta veneración el “niño Pelayo”, que en breve su culto se extendió por la Península entera, llegando a toda Europa. Hasta el punto de que años más tarde ya existía un relato escrito sobre su martirio (llamado “Pasión de Pelagio”, atribuido a un presbítero que lo firmó como Ragel). A su vez, pocas décadas después, se compuso en Sajonia un poema narrando la vida del niño mártir -obras que más tarde estudiaremos-. Unos hechos que creemos fueron cruciales para lograr una unión entre los cristianos, desde esas fechas; para que sin miedo y al unísono, se enfrentasen al poder califal (ya en el año 930). Siguiéndoles muchos de los musulmanes que habitaban nuestras tierras. Pudiendo haber sido el martirio del “niño Pelayo”; un fundamento de base, para lograr un frente común contra Abderramán III, lo que culminó en la batalla de Simancas. Ya que la muerte del niño sucede hacia el 925; tan solo tres lustros antes de esa contienda donde fueron vencidos los andalusíes (frente al Pisuerga y al Duero). Lo que -en parte- explicaría que al extenderse la noticia de la pasión y canonización de San Pelayo; el rey Alfonso IV decidiera ingresar en un convento y dejar el poder en manos de su fiero hermano, Ramiro. Que tras ser coronado en noviembre del 931; no cesó en presentar batalla a los cordobeses, hasta vencerles en Simancas.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Panorámica que domina el alto de Portillo, en Valladolid. Al lado, un mapa en el que se indican las poblaciones que se pueden observar desde este punto; donde se situó Abderramán III en el verano del 939. Como ya hemos dicho; desde Portillo, se llega a ver (en días claros); a la izquierda, Zamora y Toro. Al frente, Tordesillas, Simancas y Valladolid. Mientras a la derecha, la vista alcanza hasta Valbuena de Duero y Peñafiel.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, retrato imaginario de Ramiro II de León; por Rodríguez Losada (propiedad del Centro de Interpretación del Reino de León -sito en su capital-; al que agradecemos nos permita divulgarlo). Abajo, el paso del Duero por Tudela, en las faldas de las laderas de Portillo. Como observamos, el caudal que lleva es muy ancho; aunque actualmente se debe -en gran parte- a una presa próxima. Pese a ello, en en siglo X, esta de Tudela no era una ribera óptima para intentar alcanzar el norte de Valladolid. Siendo el punto mejor, aquel que eligieron los andalusíes: Las orillas del Pisuerga, junto a Boecillo.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos más de Simancas. Al lado, sus calles. Abajo, de nuevo una panorámica del lugar donde se desarrolló la batalla, entre el 1 y el 4 de agosto del 939. En los montes que vemos al fondo (detrás del puente moderno), destaca el alto de Portillo y su castillo -que hemos marcado con una flecha-.
B)- LA PASÍON DE PELAYO:
Muy pronto fue recogido por escrito el martirio de ese pobre infeliz; abandonado a su suerte en la Córdoba califal, cuando contaba menos de diez años. Redactándolo por vez primera un presbítero llamado Ragel; que se supone, lo hizo en la misma capital (antes del 967). Escribiendo unos cuarenta años más tarde, de la tortura y decapitación del infante, ese texto que fue históricamente conocido como LA PASIÓN DE SAN PELAYO. Con ello, se conoció muy pronto por toda la cristiandad el martirio del menor; tanto, que a fines del siglo X, una monja alemana llamada Hroswitha, redactó para su maestra un poema, que también narraba la muerte de San Pelayo. Aquella Roswhita o Hroswhita, habitaba en el monasterio de Gandersheim -en Sajonia- y sus versos fueron dedicados a su profesora, llamada “hermana Gerberg”. Tratándose esa maestra, de una prima del Emperador Otón I; el gran enemigo de Abderramán. Debido a ello, el poema sagrado del pequeño martirizado, se difundió rápidamente por toda Europa Central. Por lo que durante siglos, el recuerdo del “niño Pelayo” ha sido recogido repetidamente por numerosos autores; entre los que vamos a destacar los mencionados en cita (6) . Siendo los textos principales que trataron sobre el tema: los de Ambrosio de Morales (1574), Prudencio Sandoval (1610) y el del Padre Flórez (en LA ESPAÑA SAGRADA, tomo XXIII, 1799). Más modernamente, han estudiado esta “pasión del santo”, historiadores y latinistas, entre los que destacan: Manuel Díaz y Díaz, Juan Gil Fernández, Rafael M. Mérida Jiménez, Celso Rodríguez Fernández y Juan A. Estévez Solá. Cuyas obras que citamos en (7) vamos a analizar en el epígrafe “B-2”. Pues primeramente leeremos lo que escribe sobre este mártir, el inigualable Henrique Flórez.
B-1) La pasión de San Pelayo, en “La España Sagrada” del Padre Flórez:
Hemos escogido esta obra, con el fin de conocer exactamente cuanto la Iglesia y la hagiografía recuerda sobre la tortura de este menor; acerca de la conservación de sus restos y del traslado de sus reliquias (hasta León y Oviedo). Pues la impresionante obra de Enrique Flórez, es una de las grandes bases documentales para la Historia Sagrada de nuestra Península. Debido a ello y con el fin de documentarnos en fuentes fidedignas; en cita (8) resumo cuanto este insigne autor narra sobre San Pelagio -como era comúnmente nombrado el “niño”-. Donde el Padre Flórez, parte desde el texto más antiguo, redactado por el abad Ragel -que él fecha en el año 960-. Más tarde, añade datos sobre el poema de la monja sajona Hroswhita -a la que llama Roswhita y critica por sus errores-. Aportando finalmente documentación sobre las reliquias del mártir, su traslado y conservación (hasta los días en que fue publicado este tomo de La España Sagrada: año de 1766).
De tal manera, el reverendo Flórez comienza la historia de Pelayo explicando que era hijo de un rico noble galaico, y sobrino del obispo de Tuy; donde se supone que nació el niño. Pero desafortunadamente, aquel prelado de la diócesis gallega, fue hecho prisionero por Abderramán III; mientras asistía a una batalla. Por lo que el hermano del clérigo (acompañado de su hijo) tuvieron que ir hasta Córdoba, para tratar sobre el rescate. Finalmente, sin poder reunir la cantidad que solicitaban para liberar al ilustre preso, el trato fue dejar allí a Pelayo; mientras progenitor y tío, regresaban a tierras cristianas, para lograr hacerse con el total que pedían los cordobeses (8a) . De ese modo, entró en la cárcel el joven rehén; en espera de ser rescatado, tomando su estado de cautivo como un medio de purificación -tal como expresa La España Sagrada- (8b) . Pero pasaron casi cuatro años; y viendo los carceleros que se había convertido en un mozo de inmejorable aspecto, avisaron a los sirvientes del palacio, para ver si le interesaba al califa tener en su corte un muchacho como este. Sigue narrando el padre Flórez (basándose en el texto de Ragel), que para presentarle en el salón real, le lavaron, acicalaron y vistieron con las mejores ropas. Tras ello, fue llevado ante el monarca de Córdoba; aseverando las fuentes antiguas, que el Omeya quedó prendado del joven Pelayo. Así pues, se insinuó al chico; prometiendo que si apostataba de su fe y se introducía en su harén, le haría rico y poderoso (a la vez que traería a sus padres a esa Corte, para que todos disfrutasen de sus posesiones). Pero el muchacho se negó a cambiar de credo, e incluso insultó al califa, cuando este intentó tocarle (8c) .
Ante esa situación, pensando Abderramán que eran cosas de juventud, le dejó en manos de sus sirvientes, para que le convencieran. Aunque, después de un tiempo, aquel adolescente siguió en su empeño, sin querer cambiar de fe, ni dejarse abusar por nadie. Momento en que el rey cordobés, enfurecido por lo que suponía la negativa de un niño; decidió mandar que lo torturaran y decapitasen (8d) . Sigue el relato del padre Flórez, narrando que el martirio se prolongó por tres horas y sucedió el 26 de junio del 925 (que él considera, era domingo). Exponiendo que le cortaron las extremidades; para finalmente cercenarle la cabeza y arrojar sus restos al Guadalquivir (8e) . Tiraron su cuerpo desmembrado al río; pero los trozos fueron recogidos con enorme cariño por los cristianos mozárabes que habitaban en Córdoba. Quienes depositaron su cabeza en la iglesia de San Cipriano y dieron sepultura de cuanto pudieron recopilar del torso y las extremidades, en la ermita de San Ginés (sita también en la capital). Todo cuanto se ha descrito, procede de lo narrado por Ragel; tal como recoge el padre Flórez, quien fecha ese texto sobre “La Pasión de San Pelayo” en el año 960 (8f) . A continuación, el autor de La España Sagrada, pasa a comentar el poema de Roswhita, a la que culpa de cometer varios errores históricos (8g) . Posteriormente, menciona nuevamente que la cabeza del mártir se enterró en una iglesia de Córdoba (San Cipriano); y el cuerpo desmembrado, en otra (San Ginés). Lo que demostraría el tipo de tortura que sufrió; hechos que se pueden comprobar al estudiar sus reliquias, donde se observaron esos miembros cercenados y rotos (8h) .
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Portada y dos hojas del tomo XXIII de La España Sagrada de Henrique Flórez (1766); donde se trata sobre el martirio de San Pelayo (basado en el texto del presbítero Raguel).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos libros más en los que se estudió la figura del Santo Mártir. Al lado, el de Ambrosio de Morales (Diui Eulogii Cordubensis martyris, doctoris et electi archiepiscopi Toletani opera. Compluti) editado en 1574. Abajo, “Historia de las Antigüedades de Tuy” de Prudencio de Sandoval (publicado en 1610).
Sigue el Padre Flórez tratando sobre la batalla en que fue capturado el obispo de Tuy, tío de Pelayo; llegando a la conclusión de que pudo ser la de Valdejunquera. Sucedida en el 920, en ese lugar cercano a La Rioja; aunque el autor lo sitúa en las proximidades de Mondoñedo. (8i) . Finalmente, trata Enrique Flórez sobre las circunstancias del martirio, afirmando que el culto y veneración del santo se promulgó muy rápido; siendo adorados sus restos en Córdoba poco después de su muerte. Llegando a fundarse una iglesia dedicada a San Pelayo, en el año 933 (8j) . Pasará más tarde, a relatar el modo en que fueron llevados los restos del niño, desde la capital califal, hasta León. Donde los requirió el rey Sancho I (en el 959), debido a que su mujer y su hermana (Elvira) quedaron entusiasmadas con el relato del “pequeño” santo. Por cuanto se hizo todo lo posible para recuperar esas reliquias del mártir; aunque hasta la muerte de Abderramán III, nadie quiso entregarlas.
Finalmente, lo que quedaba de San Pelayo, llegó a León en el 967; cuando también había fallecido Sancho I. Por lo que esas santas huellas fueron recibidas y veneradas por Da Elvira (hermana del rey) y por la viuda de Sancho I (Teresa Ansúrez). Quienes al haber ingresado como monjas, depositaron las reliquias junto al palacio real; donde fundaron el convento de San Pelayo y San Juan, de León. Lugar que -como ya hemos dicho-, un siglo más tarde se convertiría en San Isidoro; cuando tuvieron que traer los restos de este otro Patrón; al haberse visto obligados a llevar los de Pelayo hasta Oviedo (para salvarlos de los ataques de Almanzor). Diciendo textualmente el padre Flórez, que allí (en el antiguo templo de San Pelayo de León) introdujeron una parte de sus huesos en el arca de plata, donde aún podemos verlos. Todo lo que expresa que esa urna se conservó intacta en la basílica panteón leonés, hasta que los franceses la profanaron (en 1810). Algo que constata el “arca del niño Pelayo”, que aún se muestra en el museo de San Isidoro; cuya imagen no hemos podido obtener, debido a que se prohíbe fotografiarla (8k) . Aunque he logrado una foto antigua (en blanco y negro); sobre la que he recreado una posible reconstrucción de esta urna donde se introdujeron algunas huellas de San Pelayo.
Termina el texto de La España Sagrada, refiriendo el modo en que tuvieron que llevar posteriormente las mencionadas reliquias, hasta Oviedo. Debido a que en el 988, Almanzór llegó hasta el Norte peninsular; devastando ciudades e iglesias. Lo que obligó a los clérigos y a La Corte, a huir de León; llevándose lo más sagrado. De tal modo, los restos se trasladaron a la capital de Asturias, donde fundaron un monasterio homónimo, también dedicado a la veneración del niño santo. Conservándose allí y desde entonces, la mayor parte de su cuerpo. Destacando el Padre Flórez como de este convento -llamado Las Pelayas de Oviedo- fue abadesa Teresa Ansúrez, viuda del rey Sancho I; que compartió con su cuñada Elvira (la monja) el destino y la tutela del joven príncipe. Un menor que decenios más tarde subió al trono como Ramiro III; pero que en el 966 había quedado huérfano de padre, por lo que ambas mujeres hubieron de llevar la regencia del reino (gobernando alternativamente su tía Elvira Ramírez y su madre, Teresa Ansúrez) (8l) . Todo lo narrado, lo veremos desarrollado, cuando tratemos sobre la leyenda que en este artículo recogemos. Finalmente, menciona el Padre Flórez, como desde los tiempos más remotos, en la villa de Toro existió una iglesia dedicada al culto de San Pelayo (8m) . Un hecho que más tarde también destacaremos; porque igualmente explica algunos aspectos de la historia que vamos a narrar.
SOBRE Y JUNTO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes antiguas del arca de San Pelayo y San Juan; perteneciente al monasterio y Panteón Real, San Isidoro de León. Arriba, recreación nuestra, imaginando como pudo ser esta arqueta; antes de que la expoliaran los ejércitos de Napoleón (hacia 1810). Al lado, foto en blanco y negro de esta caja llamada “arca de los marfiles”; cuya historia describe de manera magistral la página que presenta la FUNDACIÓN, SANTA MA. LA REAL -ver cita (9) -. Fechada en el año 1059, se sabe que fue un regalo al templo de los reyes Fernando I y Sancha. Quienes al traer desde Sevilla los restos de San Isidoro, también quisieron guardar en el mismo lugar algunas reliquias de San Juan y San Pelayo; que se habían llevado hasta Oviedo cincuenta años antes (trasladados huyendo de las razzias de Almanzor). Para tomar estos recuerdos de San Juan y San Pelayo, se utilizó esta arqueta (de unos 27x47 centímetros) recubierta con veinticuatro placas de marfil y adornada con oro repujado, sobre la que había incrustadas numerosas gemas. En ella, se conservaba la mandíbula de San Juan Bautista y algunos huesos del Niño Pelayo; sabiéndose que se mantuvo intacta, hasta que la expoliaron en la Guerra de la Independencia.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Tres imágenes de la iglesia de San Pelayo, en Olivares de Duero y de su retablo, dedicado al martirio del niño en Córdoba (patrón de esta población). Agradecemos a la parroquia y a sus titulares nos permitan divulgar nuestras fotos. Arriba, vista general del retablo central, que contiene más de cincuenta tablas; cuyas obras principales, recogen la historia de Pelayo. Se fecha entorno a 1530 y su autoría se atribuye en su mayoría a Juan Sureda (en imagen, me encuentro en el altar, estudiando esas magníficas obras). Al lado, entrada a la referida parroquia de San Pelayo. Abajo, detalle del retablo; en su mitad vemos la escultura del santo patrón de Olivares. Bajo ella, las dos personas que conversan (frente a las pinturas), somos el párroco y yo.
B-2) La pasión de San Pelayo en la historiografía contemporánea:
Hasta ahora, hemos estudiado el modo en que se recordaba la figura del mártir, por la Iglesia y entre las fuentes clásicas. Pero conviene repasar la visión actual del santo y la interpretación de su hagiografía, dada por los investigadores de nuestros días. Lo que haremos siguiendo los estudios mencionados anteriormente; escritos por los principales autores que han tratado el tema (a fines del siglo XX y comienzos del XXI). Nombres que ya habíamos citado y que son: Manuel Díaz y Díaz, Juan Gil Fernández, Rafael M. Mérida Jiménez, Celso Rodríguez Fernández y Juan A. Estévez Solá; cuyas obras se recogen en cita (7) y que a continuación vamos a analizar.
a): Los estudios más recientes y sus descubrimientos filológicos e históricos:
Comenzaremos por los profesores que han investigado desde un punto de vista científico La Pasión de Pelayo. Entre los que destacan el catedrático de latín Manuel Díaz y Díaz, y el filólogo Juan Estévez Solá.
a-I): Manuel Cecilio Díaz y Díaz y su interpretación de la Pasión de Pelayo:
Fue profesor de latín de la Universidad de Santiago de Compostela y experto en temas de literatura altomedieval; hasta que tristemente falleció en 2008. Sus obras, estudios y conferencias, se cuentan por cientos. En la Red Unirioja podemos consultarlas, para lo que recogemos sus datos en nuestro enlace de cita (10) . Destacando su trabajo sobre el santo que tratamos; intitulado; “LA PASIÓN DE S. PELAYO Y SU DIFUSIÓN” que en (11) resumimos. Donde podemos observar como el profesor Díaz y Díaz, realiza un análisis de los cuatro manuscritos que conservan la historia del mártir. Comentando que el más antiguo (propiedad de la Biblioteca Nacional), puede datarse en el siglo XI y procedería de un lugar próximo a Silos o San Pedro de Arlanza. Realizando un análisis profundo del texto latino y comparándolo con las copias (réplicas), que más tarde fueron apareciendo. Escribiendo al comenzar su extenso y profundo trabajo: “Quiero en estas páginas prestar atención a tan interesante Pasión, en que se mezcla cierta ingenuidad narrativa, con alguna información valiosa para nosotros, por medio de frases rebuscadas y construcciones retorcidas muy peculiares.” . Pudiendo verse en todo el opúsculo, el respeto y la profesionalidad con la que el profesor Díaz y Díaz trata el tema; que no juzga ni pretende alterar en su contenido. Deseando simplemente estudiarlo, analizarlo desde el punto de vista filológico y añadir cuantos datos considera importantes; pero sin alterar su sentido histórico. Aportando nuevas ideas y datos sobre los textos originales que existen y donde se relata la vida del santo.
a-II): Juan A. Estévez Solá y su análisis filológico (nuevo códice de Portugal):
De un modo similar a Manuel Cecilio Díaz y Díaz (investigador anterior), el profesor Estévez Solá se interna en el valor lingüístico de los manuscritos que nos han quedado, sobre esta vida del mártir. Publicando en 2017 un trabajo que titula “Más sobre la Pasión de Pelayo”, que resumimos en cita (12) . Donde descubre un original desconocido, que analiza y estudia; para conocer los añadidos y diferencias con otros. Llegando a las siguientes conclusiones sobre este nuevo texto, procedente de Alcobaça:
“Vista la colación, analicemos cuáles son sus principales características: añadidos, omisiones, trasposiciones, y acuerdos con otros manuscritos para intentar establecer cómo se relaciona con los códices conocidos” (12a) . “se trata de una copia que aporta lecturas dignas de ser valoradas al menos en su condición de testimonios de la tradición manuscrita, aunque en su inmensa mayoría éstas hayan surgido a lo largo de la transmisión por obra de copistas más o menos ilustrados, y no necesariamente descendientes del núcleo primitivo de su autor, y por tanto rechazables en principio. Con todo, el testimonio de O es apreciable para el conocimiento de la circulación del Passio en un ámbito galaicoportugués, pues aparece en el grupo de textos hagiográficos donde se incluyen algunos de los milagros de Santiago o la vida de san Antonio de Lisboa.” (12b) .
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Tres páginas del códice sobre la Pasión de San Pelayo; fotografía del ejemplar original, conservado en LA BIBLIOTECA NACIONAL (a la que agradecemos nos permita divulgarla). La imagen ha sido tomada de la página: https://rbme.patrimonionacional.es/s/rbme/item/13370#?xywh=-1853%2C0%2C5358%2C2338&cv=6
Su referencia es: Biblioteca Nacional fondos manuscrito Don Pelayo. El Escorial b.I.4, f. 127r-131r. (siglo XI- Cardeña). Autor: Presbítero Raguel. Fecha: siglo X (posterior al 925, anterior al año 967.) Incipit: Vita uel passio sancti Pelagi martyris, qui passus est Cordoua ciuitate sub Abdirrahman rege, die XXVI kalendas Iulias. Inlustre quidem cuiusque operis tunc habetur exemplum
b) Autores que añaden su opinión sobre la “pasión del mártir”:
En un apartado diferente incluimos los investigadores que en sus opúsculos prefieren manifestar una valoración personalizada, del tema. Dando a sus estudios un tono “más actualizado”; donde el análisis de los hechos, pasa a convertirse en un juicio sobre el relato. Provocándose en estas ocasiones una sentencia “a día de hoy”, acerca de lo acontecido hace más de mil años. Lo que termina por generar, una conclusión muy personal; más enraizada con ideologías, que con la ciencia o las humanidades. Donde los que así proceden, finalizan por considerar que las fuentes antiguas y cuanto en ellas se describe; suelen pecar de “pueriles”, cuando no de tendenciosas o de partidistas. Careciendo de valor histórico todo texto de la época, debido a que tan solo desean mostrar una “cara de la realidad”.
b-I: Juan Gil Fernandez y su “actualizado” análisis de San Pelayo:
Este autor realizó un extenso estudio sobre la vida del mártir; obra que resumiremos y analizaremos. Comenzando por recoger la traducción que incluye; sobre el original de la PASION DE SAN PELAYO, escrita hacia el año 960 por el presbítero Ragel (o bien, Raguel) (13) . Cuyo contenido hemos conocido en los epígrafes anteriores; principalmente cuando leímos lo descrito en la España Sagrada del Padre Flórez. Pero en este segundo apartado (b), lo que nos interesa es comprender qué sentido y veracidad se da a la historia del niño Pelayo, en nuestros días. Por lo que comenzaremos estudiando el trabajo que Juan Gil Fernández le dedica -que resumo en cita (14) -. Opúsculo donde el autor comienza narrando que: “a principios del s. X, un niño de trece años, enviado a Córdoba como rehén de su tío el obispo Hermogio, preso en el desastre de Valdejunquera, sufrió martirio por orden de Abd al-Rahman.” . Para seguir anotando “Un latinista metido a aprendiz de historiador inspira recelos, a mí el primero; y aumenta mi turbación el ver que los documentos gallegos, los únicos que quizá podrían arrojar alguna luz sobre los sucesos, aguardan con paciencia secular su publicación. (...) Así, me doy por satisfecho si he logrado que la Pasión de Pelayo no quedara del todo aislada de su contorno histórico, tan diferente al de los demás martirios mozárabes” (14a) . Frases ante las que ya observamos el criterio que va a aplicar al analizar esta “Pasión”; tratándose de una fórmula muy personal y actualizada.
Continúa Juan Gil recogiendo los hechos históricos, que rodean a la hagiografía; hablando de la batalla de Valdejunquera, sucedida en el 920 y donde Abderramán logró una de sus victorias mas importantes (sobre los leoneses y navarros). Derrotando al que llamaban “el tirano de Galicia”; como apodaban los cordobeses a Ordoño II; quien desde años atrás, venía atacando y tomando tierras dominadas por los musulmanes. Hasta el punto de haber llegado a El Algarve; después de conquistar Viseo. De tal modo, el andalusí, se propuso doblegar a Ordoño y al pamplonés Sancho Garcés; ya que habían generado enormes daños a sus ejércitos y conquistado infinidad de tierras de dominio islámico. Logrando vencerles en verano del 920, muy cerca de Estella; en el lugar llamado Valdejunquera. Donde, tras la derrota de los cristianos, las consecuencias fueron terribles, llegando a degollar a miles de ellos (refugiados en el castillo de Moez) y haciendo prisioneros a otros tantos. Entre los que cayeron en manos del cordobés, se encontraban al menos dos obispos; llamados Dulcidio y Hermogio. El segundo se dice que dirigía la diócesis de Tuy (una de las más importantes por entonces); aunque en opinión de Juan Gil Fernández no hay muchos motivos para creer en este dato. Asimismo, afirma el autor que a su parecer, al rey andalusí no le gustaba tener por mucho tiempo presos a esos prelados -quizás por razones diplomáticas-. Y debió decidir canjearlos; llegando a Córdoba un familiar muy cercano del mitrado, que le sustituyó en su cautiverio (14b) . Un niño que acompañaba a su padre, en el viaje hasta la Corte del Omeya; para intentar la liberación de su tío Hermogio.
Tras lo expuesto, continúa el libro que analizamos, con las siguientes palabras: “Pero el caso es que Pelayo, a los tres años y medio de prisión, fue condenado a muerte por Abd al-Rahman. Esto sí parece insólito. Bien es verdad que algunos mozárabes exaltados continuaban presentándose voluntariamente ante el cadí para proferir insultos contra Mahoma, en la confianza de lograr por el martirio la vida eterna. En el emirato de Abd Allah (entre 902 y 910) fue condenada a la hoguera por este motivo la cristiana Dulce, y en el 931, bajo Abd al-Rahman, fueron ajusticiados Sta. Argéntea y S. Wulfurán.” (…) “Abd al-Rahman, sin embargo, no parece haber tenido el menor interés en fomentar los martirios voluntarios tomando medidas drásticas, como indica su diplomático comportamiento con Juan de Gorze hacia el 953 (...) ¿Por qué, entonces, esa actitud intolerante con Pelayo, a quien su misma condición de prisionero le impedía la libertad de movimientos y de expresión que tenían los demás mártires?. Si atendemos a la Pasión, dos fueron las razones que enviaron a Pelayo al suplicio: en primer término, su negativa a profesar la fe musulmana, y en segundo término, su repugnancia a doblegarse a los groseros apetitos de Abd al-Rahman. No hay razón para poner en duda la prueba a que fue sometido Pelayo. Cabe sólo preguntarse si estos son motivos suficientes para ordenar que se decapite a un rehén, y no a un rehén cualquiera, sino al miembro de una de las principales familias de Galicia”.
Después de explicar Juan Gil, lo que hemos anotado; justifica los hechos basándose en el posible error (o traición) de los cristianos. Escribiendo: “Bastaba un paso en falso, una promesa fallida, un rompimiento de tregua para que el rehén corriera peligro de muerte”. (…) En este contexto cobra sentido la pasión de Pelayo. Irritado por el incumplimiento de algún tratado, es verosímil que Abd al-Rahman ordenara la ejecución del rehén cristiano, ofreciéndole la vida, como antaño Abd Allah a los cristianos refugiados en el castillo de Poley, a cambio de abjurar de su fe. Que Abd al-Rahman, atraído malsanamente por la belleza del muchacho, intentara convertirle en un fityan, en uno de los pajes, la mayoría de ellos eunucos, que pululaban por el palacio, es una prueba secundaria de la que sale victoriosa la virtud de Pelayo. Y conviene señalar que el hecho de que Pelayo sea vestido con regios atuendos no presupone ninguna intención aviesa en Abd al-Rahman, como parece creer Hroswitha.” (14c) .
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Tres imágenes de la tumba de Ordoño II, que se encuentra en la Catedral de León (a la que agradecemos nos permita divulgarlas). El sepulcro es uno de los más bellos de su época y se ha conservado casi intacto. Como hemos dicho, este rey fue uno de los más fieros y mejores estrategas de su tiempo; realizando incursiones en el Sur desde su juventud (llegando en el 910 a Sevilla). Tras ser coronado monarca de Galicia, ocupó más tarde el trono de León (en el 914), al morir su hermano. Desde ese momento, arrasó puntos vitales para los musulmanes, como lo fueron Évora, Medellín y Mérida; logrando dominar numerosas ciudades del Algarve. En el 916 venció a los árabes en Castromoro, lugar cercano a San Esteban de Gormaz; lo que le convirtió en el líder de la cristiandad, uniéndose a él, Sancho Garcés (rey de Navarra). Sus continuas victorias hicieron enfurecer a Abderramán III, que decidió dar una lección a ambos monarcas; llegando hasta Valdejunquera en el 920. Donde el cordobés humilló y derrotó de un modo terrible a sus enemigos; pasando a cuchillo a un gran número de soldados católicos, Tomando presos a muchos de sus altos mandatarios, entre los que se encontraba el obispo Hermogio; tío de San Pelayo.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos más del sepulcro de Ordoño II. En la de al lado, podemos ver el rostro de este gran monarca leonés.
Las frases del libro de Juan Gil Fernández, que hemos recogido antes de las imágenes; presuponen que el martirio de San Pelayo (tal como se narra) es una posible “farsa histórica”. Considerando el autor, que la muerte del niño se debió a que los cristianos, seguramente quebrantaron un pacto con Abderramán. Todo ello, sin base alguna y sin textos o hechos, que confirmen ese razonamiento; en el cual la culpabilidad de la muerte del chico recaería sobre sus correligionarios. Quienes habrían roto un acuerdo con el rey de Córdoba, llevando al patíbulo al niño. Siendo tan condescendiente Juan Gil Fernández con el monarca andalusí; que considera, como seguramente el rey de Córdoba, antes de ejecutar al chico le dio la oportunidad de cambiar de fe y convertirse al islam (para salvarse). Afirmando este autor, una costumbre “normal”, condenar a muerte; ante la negativa a convertirse a la fe de Alá. Un razonamiento que no deja de asombrarnos, pues las tierras andalusíes estaban llenas de mozárabes. A quienes los musulmanes aplicaban impuestos severos, obligándoles a trabajar en las labores más duras (bajo un trato muy despectivo); pero dejando que profesasen su religión. Por cuanto hemos descrito, el razonamiento del investigador nos hace pensar, que el martirio de San Pelayo tiene mucho de farsa histórica (común en las vidas de santos, de la época). Lo que Juan Gil expone, pero sin argumento alguno y tan solo pretendiendo demostrar que Abderramán era un hombre justo, incapaz de llevar al patíbulo a inocentes.
Ante lo anterior, nos gustaría recordar cuanto dicen las crónicas de Al-Nasir (historiador árabe fallecido en el 961); narrando la extrema crueldad de Abderramán III. Durísimo con los enemigos, pero también con sus súbditos; especialmente con los condenados a muerte. Para cuya ejecución traía leones desde África, promoviendo “espectáculos dantescos” que compartía con el pueblo y sus nobles (echándolos a las fieras). Asimismo, hemos de mencionar el castigo que el califa infirió a sus generales, tras la derrota en Simancas. Crucificando públicamente, en Córdoba, a los más importantes mandatarios que perdieron esa batalla; pese a que la mayoría eran grandes amigos suyos, o parientes muy cercanos. También es un hecho a destacar, la decapitación de su propio hijo; ordenada por el monarca y llevada a cabo en el salón del trono de palacio, para que toda La Corte contemplase el escarmiento. A hechos como estos, hemos de unir lo que la referida crónica Anónima de Al-Nasir recoge, acerca del trato que este rey daba a sus concubinas y a las mujeres del harén. Recordando el historiador árabe, que una de las más jóvenes y apuestas, mostró en una ocasión que no le placía mucho ser tocada por el monarca. Por lo que este ordenó que le quemasen la cara, para destruir su belleza. Al igual sucedió con una de sus preferidas; cuando aquella hizo un gesto, dejando ver que no deseaba a su señor. Mandando este pronto venir a un verdugo, que cortó la cabeza de la mujer. Regalando Abderramán III al que la ejecutó, el enorme collar de perlas que cayó al cercenarle el cuello; joya con la que aquel espadachín compró una gran villa cordobesa.
Todo lo anteriormente narrado, está recogido en las crónicas de época, del reino Omeya; lo que no puede dejar duda alguna sobre su veracidad. Pues de lo contrario, el historiador que redactó esos hechos, hubiera seguido el mismo camino que los infelices entregados a los leones. Pese a todo lo dicho, es indudable que Abderramán III fue un gran monarca y un hombre de enorme cultura e inteligencia. Lo que no significa que aplicase justicia con una terrible crueldad; ejecutando a quienes condenaba a muerte, de un modo horrible (tal como narra la Pasión de San Pelayo). Por lo que en el caso que analizamos, es inevitable recordar que este rey era implacable con quienes incumplían su voluntad. De ese modo, la opinión que Juan Gil Fernández expresa; refiriendo que la muerte de Pelayo pudo deberse a una traición de los cristianos. Sin presentar argumentos históricos que lo justifiquen; pertenece al deseo personal del autor por justificar al verdugo y no a su víctima.
Para que lo comprendamos, pondremos un ejemplo, con el fin de observar la desvirtuación que provoca añadir una ideología personal o una opinión actualizada; en el análisis de hechos históricos. Anulando el valor de los textos y fuentes antiguas, por considerar que todo lo escrito antaño pudo ser una simple pantomima, para justificar a un “bando” o a una tendencia. Así pues, tomaremos como ejemplo, el caso de quienes expresan grandes dudas, ante la historia del Doctor Cazalla y la de Fray Domingo de Rojas. Sin admitir que puedan ser considerados mártires del Protestantismo; y sin reconocer que fueron grandes humanistas, ejecutados y quemados injustamente. Torturados en la plaza de Valladolid en 1559, acusados de herejía. Presidiendo el auto de fe de Cazalla y sus seguidores, la regente Juana de Austria; mientras asistió Felipe II al de Domingo de Rojas. Rey y regente, que sin duda alguna, fueron grandes gobernantes y benéficos para sus súbditos; pese a las oscuridades de su tiempo. De tal modo; la opinión de Juan Gil, cuando afirma que la ejecución de San Pelayo es un hecho cotidiano y su “pasión” pura fantasía mozárabe -una exageración de época-. Resultaría como aseverar que el Doctor Cazalla y Francisco de Rojas no fueron humanistas; ni menos prelados de valor. Justificando su ejecución y quema, por ser eso lo que comúnmente se hacía con los herejes.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: imágenes relacionadas con los Autos de Fe del Doctor Cazalla y de Fray Domingo de Rojas. Como hemos dicho, aquellos que niegan la veracidad de los hechos recogidos en la pasión y muerte de San Pelayo; sin argumentos históricos. Pueden compararse con los que afirman que el Doctor Cazalla y Fray Domingo de Rojas, no eran humanistas, ni mártires que murieron por defender su fe. Considerando que los ejecutaron del mismo modo que se acostumbraba hacer con muchas otras gentes (como a las brujas o a quienes atacaban a la religión católica). Una opinión que hemos visto manifestar, con el fin de defender que Felipe II y su hermana, eran magníficos gobernantes. Algo que no negamos; pues en verdad este rey y Da. Juana de Austria, fueron grandes estadistas. Lo que no significa dejar de reconocer sucesos como el del Doctor Cazalla; que se producían en todas las Sociedades de la época.
En las fotografías: Arriba, la Plaza Mayor de Valladolid, donde se llevaron a cabo esos Autos de Fe, presididos por los reyes. Al lado, Miguel Delibes, que recreó la historia del Doctor Cazalla en su libro “El hereje”. Abajo, retablo esculpido por Alonso de Berruguete, que pertenece a la iglesia de Santiago (a la que agradecemos nos permita divulgar la imagen). En esta parroquia dicen que predicaba cada sábado “el hereje” Cazalla.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: al lado, portada de la novela de Miguel Delibes. Abajo, grabado con un Auto de Fe en la Plaza Mayor de Valladolid. Lámina del “Viaje de Laborde”, copiada por Verico.
Continuando con el trabajo que analizamos, de Juan Gil Fernandez; el investigador afirma que la ejecución de San Pelayo hubo de tener un motivo político o deberse a una ruptura de pactos con los familiares del decapitado. Debido a que el mencionado monarca cordobés, conservaba una actitud cívica y muy sensata con los embajadores que llegaban a su Corte. Escribiendo el autor “Y conviene señalar que el hecho de que Pelayo sea vestido con regios atuendos no presupone ninguna intención aviesa en Abd al-Rahman, como parece creer Hroswitha. (…) Cuando se concedió audiencia a Juan de Gorze al cabo de tres años de espera, unos recaderos del califa le indicaron que se cortara el cabello, se lavara y se presentara en palacio con un traje de gala; como éste se negara a ello, Abd al-Rahman pensó que no tenía muda y le envió dinero para que comprase vestidos adecuados a la dignidad de la ceremonia, advirtiéndole que no estaba permitido presentarse ante su vista con viles ropajes. Se trata, pues, de una mera cuestión de protocolo.” (14d) . Ni que decir tiene, que la embajada de Juan de Gorze sucedió al final de la vida de Abderramán (entre los años 954 y 957); cuando el califa era un anciano y había sido repetidamente vencido por los cristianos. Momento en que se prefería el acuerdo con los reinos católicos, pero principalmente con el Sacro Imperio; para lo que fue enviado Gorze a Córdoba, como emisario de Otón y cargado de regalos. En una situación que nada tenía que ver con el cautiverio del niño Pelayo; cuyo rescate nunca pudo realizarse.
Por todo lo expuesto, y quizás al verse Juan Gil Fernández sin argumentos, para justificar que el martirio de Pelayo fue una exagerada narración, promovida por los mozárabes. Escribe: “La pasión, preciso es reconocerlo, no menciona ningún quebrantamiento de paz ni yo he encontrado en estos años oscuros suceso alguno que explique de manera clara y tajante el proceder de Abd al-Rahman. No creo que esto constituya un obstáculo insalvable. A oídos de la mozarabía, poco ducha en política cristiana, sólo debió de llegar la ejemplar noticia del niño que, antes que renegar de la fe de sus mayores, prefirió sucumbir bajo el filo de la espada. Por otro lado, la historia de aquel período en el Norte se nos presenta como una maraña inextricable: Alfonso IV se corona en León el 12 de febrero del 926, García Sánchez en Santiago en abril del mismo año,. ” (14e) . Es decir, ni hubo por entonces guerras, ni parece que sucedió una ruptura de paces acordadas. Siendo los únicos sucesos importantes acontecidos, la coronación de Alfonso IV y la de García Sánchez. Aunque el investigador no repara en que estas subidas al trono suceden un año después del martirio de Pelayo. Por lo cual nada pudieron relacionarse con la ejecución del muchacho. Pese a lo dicho; Juan Gil Fernández concluye, para considerar falsificados los datos del martirio. Que la crónica original de la pasión, menciona como el día de la ejecución fue un domingo; aduciendo el investigador que tuvo que suceder en el 926 y no en el 925 (tal como se recuerda). Ya que la fecha marcada por Ragel, es el 26 de junio del 25 y esta jornada fue un lunes. Todo lo que no llegamos a comprender, pues si el 26 de junio del 925 era lunes; el 26 de junio del 926 sería martes (o miércoles, sin se trataba de año bisiesto); pero nunca domingo. Por cuanto, a mi juicio, ese domingo 26 de junio, fue del 924; año en que quizás degollaron al mártir niño. Lo que cuadra históricamente con el relato, que marca fue ejecutado a los trece años y medio, después de cuatro de cautiverio y tras haber ingresado en la cárcel en el 920 -antes de cumplir los diez- (14f) .
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: tres imágenes más, de la iglesia de San Pelayo, en Olivares de Duero (Valladolid) -a la que agradecemos nos permita divulgarlas-.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: retablo de la iglesia de San Pelayo, en Olivares de Duero (Valladolid). Dos personajes más de la predela.
En el siguiente epígrafe, Juan Gil, trata de Pelayo como mártir y sobre su veneración; hablándonos del traslado de sus restos a León en época muy temprana (solicitados por Sancho I). Explicando más tarde cuanto hemos narrado, acerca de la pronta necesidad surgida para llevarlos a Oviedo, cuando Almanzor atacó el reino, en el 988 (14g) . Analiza posteriormente el autor “la pasión” como obra literaria y religiosa; realizando un juicio de valor, donde aquel santo parece un “extraño iluminado” que se dispone y prepara en la cárcel, para sufrir martirio. Escribiendo Juan Gil: “Así, nuestro docto mozárabe no retrocede ante el hecho de suponer en Pelayo una precocidad realmente notable para el pecado, ya que de esta suerte podrá después hablarnos largo y tendido de sus virtudes. La misma sensación de tópico produce la simple lectura de las demás partes de la pasión, en las que la exageración vuelve a ser causa de contrasentidos curiosos: el niño es llevado con tanta prisa a presencia de Abd al-Rahman que se han de cortar sus cadenas ante los mismos ojos del emir, pero este alocado apresuramiento no impide que se le truequen los harapos de la cárcel por regios vestidos; en la tremebunda descripción del martirio, a Pelayo le arrancan pies y brazos, se le hiere cruelmente hasta en el cuello; pero después se hablará del cuerpo del santo sin hacer alusión a tales mutilaciones. Parece probable que, después de una tortura más o menos prolongada, a Pelayo se le cortara sólo la cabeza, la manera de ejecución corriente en aquel tiempo.” (14h) .
Siendo absolutamente lapidaria esta última frase, donde el autor dice: “Parece probable que, después de una tortura más o menos prolongada, a Pelayo se le cortara sólo la cabeza, la manera de ejecución corriente en aquel tiempo.”. Entendiendo que cuanto hicieron con el muchacho, era algo normal en la época. Todo lo que ni llegamos a entender, ni queremos hacerlo; pues de otro modo admitiríamos que por entonces, eran ejecutados cuantos no cambiaban de religión. Algo absolutamente falso, pues en tierras musulmanas habitaban los mozárabes y en las de los cristianos, los mudéjares. Estos últimos, siglos después fueron llamados moriscos; permitiéndoles vivir y trabajar en Castilla, Navarra o Aragón; al menos, hasta el siglo XVII (cuando se les expulsa). Aunque, siguiendo con el trabajo de Juan Gil; hallamos una mayor incongruencia poco después, cuando afirma no existir duda sobre que el texto de LA PASIÓN DE PELAYO, fuera redactado por un mozárabe contemporáneo del mártir (14i) . Es decir, que se trata de un relato coetáneo; por lo que aquello que recoge, debería ser considerado como cierto y bastante fehaciente. Todo lo que dejaría sin explicación cuanto venimos leyendo acerca de la falsedad de esos hechos descritos por Ragel; al tratarse de un texto histórico muy cercano. Siendo así, para contradecirlo, habría que aportar pruebas que justifiquen una nueva versión.
Podríamos extendernos, analizando más los pormenores e incongruencias de este estudio, en el que se quiere presentar a Abderramán como un ser de luz y justo. Mientras su autor considera que el martirio del niño debió ser una historia inventada, para insultar a los musulmanes. Por lo que terminaremos nuestro análisis, recogiendo lo que Juan Gil añade sobre el poema de la monja sajona, llamada Roswhinda (14j) :
“El relato de Hroswitha, dejando a un lado sus valores poéticos, es un extraña mezcla de realidad y ficción: los musulmanes adoran ídolos de oro, como Aarón, o bien estatuas de mármol, como los romanos; el califa aparece sentado en un trono; Córdoba está rodeada de un río. Pero aparte de estos fallos de ambientación, lógicos por otra parte, los demás errores —si errores pueden llamarse— proceden del informante o bien de una falsa interpretación por parte de Hroswitha. Doce condes cayeron prisioneros de Abd al- Rahman en el combate; pues bien, en el asalto al castillo de Muez fueron pasados a cuchillo algunos condes y otros sin duda fueron presos con vida en la rota de Valdejunquera. (…) La descripción del martirio, salvada la fábula de la balista (que parece un eco deformado del suplicio de las garruchas), está más acorde con la realidad de la época que la truculenta exposición de Raguel. También es real sin duda el afán de lucro de los pescadores, deseosos de vender a buen precio las reliquias del santo; es una escena que silencian por pudor todas nuestras fuentes mozárabes, pero que sin duda hubo de ocurrir a menudo. La iglesia de S. Cipriano, donde recibió sepultura el cuerpo de S. Pelayo, se halla dentro del recinto amurallado de Córdoba, como dice Hroswitha y confirma el calendario de Recemundo.” (14k) .
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: El martirio del “niño Pelayo”, tal como se representa en el retablo de la iglesia dedicada al Santo, en Olivares de Duero (a la que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). Arriba, el cautivo es llevado ante Abderramán III. Abajo, la tortura que según su hagiografía se llevó a cabo con grandes tenazas, usadas para descuartizarle.
b-II): Rafael M. Mérida Jiménez y su conclusión “posmoderna” a la vida de San Pelayo:
Este otro investigador, publicó en 2015, un opúsculo titulado “PASIONES FUNDACIONALES E INEFABLES: EN TORNO A SAN PELAGIO”; cuyo resumen podemos leer en cita (15) . De él, vamos a extraer algunas frases para conocer la opinión que Rafael Mérida expresa; añadiendo continuadamente juicios de valor. Considerando que esta Pasión de Pelayo es, fundamentalmente, un texto homófobo y en contra del mundo musulmán. Escribiendo el autor las siguientes frases, que no deseamos comentar; y donde, incluso, se entrecomilla la palabra “Reconquista”:
“La Vita y el passio sancti Pelagii de Raguel (c. 967) y el poema de Hroswitha de Gandersheim (siglo x) dedicado a Pelagio constituyen piezas clave en la creación de un espacio europeo literario y simbólico que surge en una encrucijada de pasiones religiosas, políticas y sexuales en contra de los musulmanes. Se trata de piezas fundacionales cuyo análisis nos permiten comprender las bases del primer imaginario cristiano sobre las que se sustenta la progresiva virilización de la «Reconquista», frente a la feminización y la sodomización literaria de musulmanes y de judíos (y de no pocos cristianos sospechosos para el discurso oficial) que plasmarán tantas otras obras hispánicas medievales, como ilustrarán los más diversos géneros literarios e historiográficos.” (15a)
“El deseo impuro del emir hacia el cuerpo de Pelagio se construye como antítesis del sentido que adquiere la purificación corporal para el propio mártir, cuando ordena traerle a su presencia al comienzo de un banquete: Pelagio es magistralmente transformado en manjar de lujo, hermoso incluso a pesar de las aflicciones en la cárcel, vestido regiamente, expuesto a las miradas de todos los cortesanos y, sobre todo, a la de Abderramán, quien cuantifica de inmediato su valor y le lanza la mejor de las ofertas a cambio de la peor de las renuncias, trasunto de las tentaciones de Jesús en el desierto” (15b)
“Tanto Raguel como Hroswitha de Gandersheim afrontan el tipo de deseo de Abderramán III hacia Pelagio de manera clara. Aunque más elusiva en el caso del primero, en ambas piezas se constata su naturaleza erótica y su inspiración diabólica, dos aspectos inextricablemente unidos en la Europa del siglo x con los que se conjuga un tercer factor: la fe pagana (y el inmenso poder) del emir. Estos tres ingredientes se orientan hacia una dirección obvia, de carácter político-religioso, Ésta sería, a mi juicio, la gran originalidad de los textos de Raguel y de Hroswitha de Gandersheim: la expresión de la indecibilidad como mecanismo de enaltecimiento de un ideal espiritual, pero también material, de sexualidad opuesta (la virginidad y la castidad) que, al tiempo, debe ser comprendida como metáfora política y religiosa: la muerte antes que la penetración física, corporal por territorial, consumada a través de la negación de la fe.” (15c)
“En definitiva, la Vita vel passio sancti Pelagii de Raguel debiera ser reevaluada y emplazada como pieza clave en este espacio histórico, literario y simbólico que surge en una encrucijada de pasiones religiosas, políticas y sexuales. Se trataría, por consiguiente, de una pieza fundacional cuyo eco y análisis comparativos nos ayudarán a comprender las bases del primer imaginario cristiano sobre las que se sustenta la progresiva virilización de la «Reconquista» —y la de sus héroes protagonistas—, frente a la feminización y la sodomización literaria, a veces no sólo metafórica, de musulmanes y de judíos (y de no pocos cristianos sospechosos para el discurso oficial) que plasmarán tantas otras obras hispánicas medievales, como ilustran los más diversos géneros literarios e historiográficos, en latín y en las lenguas iberorrománicas, desde el siglo XI hasta fines del siglo XV.” (15d)
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Otras dos escenas de San Pelayo, tal como veremos en el retablo de la iglesia de Olivares de Duero (a la que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). Arriba, su degollación y descuartizamiento. Abajo, el centro del retablo, con una escultura en la que aparece Pelayo victorioso, sujetando la espada con la que cortaron su cuello. A sus pies, vemos la efigie de Abderramán III, representado como un demonio.
C)- HISTORIA Y LEYENDA DEL “NIÑO PELAYO”:
La historia y la leyenda que vamos a recoger, narra dos tiempos diferentes. El primero concierne a la etapa en que el joven fue llevado hasta la capital del califato Omeya, para canjearle por su tío (el obispo de Tuy). Viviendo allí un cautiverio de unos cuatro años, que terminó con su martirio y ejecución a manos de Abderramán III. La segunda parte, trata sobre el rey que mandó recuperar los restos del santo y el modo en que se lograron llevar hasta León. Finalmente, la leyenda, recoge el modo en que se trasladaron sus reliquias desde el reino andalusí y de cuanto sucedió en este viaje. El texto que resumimos, parece que fue escrito por un monje mózarabe, llamado Aurelio Romano; a quien se atribuye la fundación del monasterio de San Cipriano, en Cebrián de Mazote (en Valladolid, muy cercano a Mota del Marqués).
C-1) Reino de Córdoba; desde el año 920 al 925:
Narra la Historia que durante el verano del 920, y en las proximidades de Estella, Abderramán III se enfrentó a dos grandes reyes cristianos; monarcas que durante años habían logrado grandes avances en la Reconquista. Los enemigos del Omeya eran: el leonés Ordoño II y el navarro Sancho Garcés; quienes finalmente fueron derrotados y humillados en ese año veinte y en el lugar llamado Valdejunquera. Tras perderse la batalla, miles de católicos fueron pasados a cuchillo; apresando los andalusíes tan solo aquellos de los que se podía recibir un suculento rescate. Así fueron llevados hasta Córdoba varios mandatarios cristianos, entre los que se hallaba el obispo de Tuy; llamado Hermogio, que destacaba por su buen porte y distinguido aspecto. Dicen que Abderramán III se interesó especialmente por aquel preso, al observar su planta y rasgos elegantes; muy poco comunes entre los prelados. Mandando un traductor hasta las mazmorras, para hablar con el cautivo Hermogio; comunicándole que no deseaba tenerle más en la cárcel, al tratarse de un obispo. Pero que, debiendo cobrar su rescate, era preciso que viniera a sustituirle un familiar (con el fin de canjearle). Solicitando el sarraceno para liberarle, que trajeran hasta Córdoba alguien joven y pariente muy cercano del clérigo; a ser posible, con un aspecto similar (distinguido y de buenas hechuras).
Tras oír las exigencias del rey andalusí, el preso escribió a su hermano; pidiendo que viniera con su hijo Pelayo hasta la capital Omeya, para relevarle en su apresamiento. Pues era la voluntad del rey, canjearle por un familiar joven; al no desear mantenerle más tiempo allí. Asegurando Hermogio, que en cuanto regresasen a su diócesis; reuniría la cantidad necesaria para liberar al chico. Por lo demás, habían dispuesto que el menor, mientras estaba en prisión relevando a su tío; tuviera una vida cómoda y hasta un traductor. Intérprete que le visitaría al menos dos veces por semana, aprovechando estas entrevistas, para enseñarle la lengua árabe. Prometiendo el obispo que el chico sería bien tratado y educado, durante ese tiempo de su obligatoria estancia en Córdoba. De ese modo llegó a la capital andalusí el hermano del prelado, llevando a su hijo; para que fuera canjeado durante el tiempo que tardaban en reunir el dinero solicitado por el rescate.
Pero pasaron los meses y Abderramán III decidió olvidarse de su cautivo; pues el deseo de ese monarca era hacer del chico un musulmán. Logrando, con el tiempo, que se convirtiera a los gustos islámicos y al estilo de vida cordobés; aprendiendo su lengua y costumbres. Tras ello, el Omeya tenía previsto fingir que le habían liberado, para que este muchacho se integrase entre los cristianos y viviera junto a ellos, como su espía y emisario. Pues al ser el joven, un noble gallego y el sobrino de quien gobernaba una de las diócesis peninsulares más importantes; podría lograr introducirse en todos los círculos de poder. De ese modo, el andalusí, deseaba que Pelayo permaneciese varios años en sus dominios; aprendiendo el idioma y los usos musulmanes. Para tal fin, dispuso que le visitase un joven de cercana edad, hijo de una hebrea llamada Raquel; que había vivido durante años en tierras del Norte (por lo que hablaba bien la lengua que decían gallega). Así, encargaron ser tutor y profesor del cautivo, a un judío tan solo diez años mayor; quien le asistía en prisión al menos tres veces cada semana. Logrando pronto que el referido Pelayo pudiera comunicarse con sus carceleros; por lo que el prisionero no tardó mucho en preguntar repetidamente, cuándo le liberarían y podría regresar a su tierra.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: fotos de la Córdoba anterior a la dominación musulmana. El templo romano; sus capiteles y columnas (reconstruidas).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Córdoba. Al lado, el Triunfo de San Rafael; monumento dedicado al Arcángel (patrón de la ciudad). Abajo, patio del Museo Arqueológico.
Los que le guardaban preso, contestaban, que tan pronto como el monarca tuviera tiempo para atender a su causa; le llamarían de palacio, para resolver la situación. Pero los meses pasaban y tras cuatro años de cautiverio, el joven cristiano comenzó a perder la esperanza por volver a su lugar de origen. En esos días, cuando ya flaqueaba la fe del muchacho en sus familiares; creyendo que se habían olvidado de él, sin preocuparse por reunir y enviar el rescate. Comunicaron a Pelayo que saldría de prisión y sería llevado al salón del trono; para lo que debería presentarse conforme el protocolo exigía. Pues ante el rey cordobés, era preciso lucir unas vestimentas de lujo y estar perfumado -tras haber pasado por los baños de palacio-. De ese modo, unos criados acicalaron al adolescente; quedando todos sorprendidos de su enorme planta y aspecto, tras cubrirle con ropajes de seda. Después, fue llevado ante Abderramán III; quien resaltando la belleza del chico, le explicó lo que deseaban hacer de él. Queriendo convertirle en uno de sus más destacados colaboradores; aunque para ello, debería apostatar de su fe y hacerse musulmán. Prometiéndole al joven cristiano (que por entonces tenía apenas trece años y medio); darle a cambio todo tipo de dones, regalos y placeres. Mostrándole mientras hablaba, cientos de joyas en oro y plata; mandando venir a decenas de mujeres casi desnudas -junto a sus eunucos- con el fin atraer los deseos del joven (que había permanecido años en prisión).
Pero ante tantas ofrendas y lujos; el chico en vez de sentirse alagado, se asustó. Pensando que si pecaba o cambiaba de fe, jamás volvería a su lugar de origen y que su familia nunca le rescataría. Por lo que se negó a apostatar, tanto como no quiso acercarse a ninguna fémina de las que le ofrecían. Lo que enojó tremendamente al califa, que se encontraba bastante ebrio; pues tenía por costumbre beber abundantemente vino, cuando recibía con alegría en el salón del trono (13) . De tal modo, estando fuera de sí y muy borracho; tiró su copa al muchacho, derramando el caldo sobre el cuerpo y vestiduras de aquel chico ya tembloroso. Pasó a darle una última oportunidad, mandando que cambiase su religión; advirtiendo que todo cuanto se había hecho durante años, fue por considerar que el pequeño Pelayo podría ser un gran colaborador del reino de Córdoba. Incluso uno de sus más cercanos amigos y ayudantes; ofreciéndole como solución final, que entrase en el harén y al servicio suyo. Pero ante esta insinuación, el pequeño mostró repugnancia y tras la negativa, el rey mandó -con gran ira- que le llevasen al serrallo; para dejarle en manos de los eunucos. Y que después, hicieran cuanto quisieran con él, sus verdugos. Sin desear saber más de él.
No conocemos lo que sucedió más tarde; pero hay certeza de que al siguiente día, el niño Pelayo fue llevado al centro de Córdoba, para ser ejecutado en público. Allí, frente a quienes se agolpaban para ver su martirio, se leyó el bando que le condenaba a muerte; explicando los motivos de su destino. Tras divulgar lo que esperaba al inocente, fueron prestos a decírselo al hijo de Raquel; porque muchos sabían que había sido tutor y maestro del reo. Quien, con horror, se acercó hasta la plaza; donde no pudo hacer nada por su defensa. Quedándose junto al pobre infeliz, pretendiendo animar al adolescente; que permanecía desnudo y atado, dispuesto a ser torturado. Pronto retiraron de su lado al que le asistía; dejándole solo en el patíbulo. Y al dar la hora séptima del día 26 de junio del año 925; comenzaron a descuartizar al pobre niño, que tardó tres largas horas en morir. Siendo decapitado a la décima; para después arrojar sus restos al Guadalquivir.
Tras ello, los mozárabes buscaron secretamente y entre las aguas, los trozos del mártir echados al cauce. Mientras el hijo de Raquel, no paraba de llorar; marchando hasta las orillas del río, pretendiendo encontrar algún consuelo. Allí, quedó compungido y lleno de pena, aunque de pronto vio como llegaba flotando, la cabeza cortada de Pelayo. Tomando con miedo esa testa de su amigo, la escondió entre la maleza, para que nadie pudiera hacerse con ella. Poco después, cuando llegó la noche; se dirigió a un camposanto situado junto a la iglesia de San Cipriano -de Córdoba- donde la enterró (17) . Días más tarde, sin dejarse ver, sacó esos restos de la tierra y los introdujo en un tarro de miel; sabiendo que así se conservarían sin pudrirse. Una vez introducida la cabeza en un frasco cerámico con miel, la devolvió al mismo sitio y tras ocultar todo, plantó varios esquejes de olivo en el lugar donde estaban los restos del mártir. Formo con ellos una cruz, que dejaba en su centro la reliquia de Pelayo (para saber exactamente, dónde la había escondido). Meses más tarde, aquel hijo de la judía Raquel, que tanto recordaba a su amigo encarcelado. Decidió convertirse al cristianismo y entrar como lego en la iglesia de San Cipriano; para vivir el resto de su vida junto al que vio martirizar. Ingresando en ese convento, cambiando su nombre hebreo por otro católico y pidiendo ser bautizado como Aurelio Romano.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: tres imágenes más de la preciosa ciudad de Córdoba, donde se desarrolla la leyenda que recogemos.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos fotos de Simancas. Al lado, el paso por el Pisuerga, por donde los musulmanes planearon cruzar, para alcanzar tierras de los cristianos. Abajo, Simancas vista desde el otro lado del río Pisuerga, donde se pueden observar los bancales que permitirían el paso de las aguas.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes más de Simancas. Al lado, las cofradías celebran la fiesta, en el claustro de la iglesia, el día de Las Doncellas. En conmemoración de la victoria contra Abderramán III; el 4 de agosto del 939. Abajo, los campos frente a la población, donde se celebró la contienda entre el 1 y el 4 de agosto.
C-2) Reinos cristianos, años 956 al 967:
La Historia nos enseña que de padres con gran inteligencia pueden nacer hijos idiotas. Pero la vida de los monarcas, muestra repetidamente, como a los grandes reyes, les suelen suceder personas muy mediocres (incluso, infames). Este fue el caso de los hijos de Ramiro II, cuya vida vamos a recordar, pues uno de ellos -llamado Sancho- sería el que mandó traer desde Córdoba, los restos de San Pelayo. Realizando una gran obra aquel Sancho I, hijo de Ramiro II; pese a tratarse de uno de los reyes menos respetables de nuestra Historia. Pues si “hasta el mejor escribano, echa un borrón”; también, todo mal dirigente tiene un acierto. Para ello, baste recordar que Fernando VII regaló la colección real de pintura; logrando que se crease el Museo del Prado (ya que nada le interesaba la cultura). Por lo que, al igual que este felón; otros muchos seres inmundos que nos han gobernado, en un extraño momento de acierto, realizaron un acto encomiable. Entre ellos, se encuentra ese Sancho (el Gordo); cuya historia vamos a resumir, ya que consiguió las reliquias del Niño Pelayo.
Comenzaremos por anotar, que el monarca llamado “Sancho el craso” estaba marcado por su obesidad y por su calidad de segundón. Al haber nacido como primogénito, pero de un segundo matrimonio de Ramiro II; que hubo de casarse con Urraca Sánchez (después de que anulasen sus primeras nupcias, por impedimento de parentesco). Urraca, era hija de los reyes de Navarra: Toda Arnáez y del famoso Sancho Garcés; que venció a Abderramán III, en Gormaz. Mientras Ramiro II, fue el heredero de Ordoño II; del que recordaremos, luchó contra el rey Omeya y junto a Sancho Garcés. Conocemos asimismo que ambos fueron derrotados en el año 920, en la famosa batalla de Valdejunquera (de donde surge toda la historia del Niño Pelayo). Por su parte, también sabemos que Ramiro II lavó el honor de su padre (Ordoño II); al lograr la victoria de Simancas, en agosto del 939. Batalla en la que muchos dicen, tuvo una presencia especial el recuerdo del Niño Pelayo; martirizado unos trece años antes. Difundiéndose por toda la cristiandad la Pasión y tortura del adolescente que había sido abusado, descuartizado y degollado (siendo luego arrojados sus restos al Guadalquivir). Unos hechos que -según se cree- unió en el deseo de vencer a Abderramán III; a todos los que profesaron fe a San Pelayo. Ya que muy pronto fue elevado a los altares y su culto se extendió por la Península en menos de un lustro tras su muerte.
Comprendidos los orígenes de este Sancho, hijo de Ramiro II, nieto de Ordoño II y de Sancho Garcés. Añadiremos que fue apodado “el gordo”, debido a que su peso no era soportado siquiera por un caballo. Asimismo y como segundón, ocupaba un puesto de suplencia frente a su hermanastro; proclamado como Ordoño III (nacido del primer matrimonio de Ramiro). Por ello, realizó varios intentos de sublevación contra ese primogénito real; sin lograr derrocarlo. Aunque al morir el heredero de Ramiro II, Sancho el gordo fue coronado, para sustituirle; subiendo al trono fortuitamente (en el 956). Pero casi nadie respetaba al monarca “craso”; nombrándolo con este mote latino, cuya traducción es: “el obeso o el rudo”. Siendo denostado por la mayoría de sus caballeros y nobles, ya que el volumen corporal le incapacitaba para cabalgar; y mucho menos podía dirigir a sus hombres en el campo de batalla. Siendo generalmente despreciado y hasta motivo de mofa; dos años después de su coronación, la aristocracia eligió a otro rey (Ordoño IV). Debiendo exiliarse Sancho “el gordo”, en Navarra; marchando junto a su abuela Toda.
Parece ser que esa reina de Pamplona, acogió con gran cariño al nieto y decidió devolverle al trono de León; estableciendo para ello contacto con Abderramán III. Pidiendo ayuda para Sancho, por ser el califa sobrino de Toda; lo que unía estrechamente ambas dinastías (pues el Omeya era nieto de Onecca, madre de la princesa navarra). De tal modo, la abuela se dirigió con el destronado “gordo” a Córdoba, llegando ambos a La Corte y solicitando que restaurasen en el trono al primo asilado. Siendo bien recibidos por el monarca andalusí; quien, primeramente puso a dieta a Sancho, mandando que lo adelgazase su médico personal (el judío Hasday ibn Saprut). Meses más tarde y tras haber perdido “el craso”, gran parte del peso sobrante. Fue enviado a recuperar el reino, con ayuda de los generales que servían al rey de Córdoba; todo a cambio de prebendas y de concesiones territoriales para los de Al-Andalus. De ese modo, “el gordo” -ya adelgazado- ayudado por el ejército musulmán, unido al de Navarra; avanzó sobre Castilla y posteriormente se internó en León. Logrando derrocar a Ordoño IV y siendo rehabilitado Sancho en el trono (el año 959). Mientras su primo, tras ser depuesto, huyó hacia Asturias y más tarde escapó a Córdoba; donde de él nunca más se supo.
Por otra parte, se dice que este “rey craso”, conoció la historia de Pelayo y de su martirio, mientras estuvo en Córdoba (durante su periodo de adelgazamiento, ese año de 958). Debido a ello, cuando Abderramán III murió (en el 961), solicitó a los andalusíes, le permitieran trasladar a León los restos del mártir; con el fin de hacer allí una basílica que honrase su memoria. No sabemos muy bien los motivos de aquella petición y por qué este monarca porfió tanto para hacerse con las reliquias; aunque acerca de ello, hay dos teorías: La primera considera que lo hizo con el fin de lavar su estigma, por haberse aliado con el propio califa, para recuperar el trono de León. La segunda, habla de que su hermana (Elvira) y su esposa (Teresa) eran mujeres muy piadosas, que veneraban a San Pelayo; deseando crear junto a su palacio, una iglesia que guardase los restos del niño. Queriendo Doña Elvira, profesar en ese monasterio, al que darían el nombre del joven martirizado por Abderramán. Sea como fuere, Sancho I envió en el 966 embajadores hasta la capital del trono Omeya, para lograr obtener lo que allí se conservaba del santo. Misión diplomática que tardó más de un año en conseguir sus fines, por lo que hasta el 967 no pudieron trasladarse estas reliquias.
Pero en ese año del 967 y mientras estaban transportando los huesos del mártir, hasta León; se produjo la muerte de Sancho el gordo. Y debido a que su heredero (Ramiro III) era todavía un niño; actuaron como regentes su hermana Elvira, junto a su viuda (Teresa Ansúrez). Quienes, además de dirigir el gobierno del reino; profesaron como monjas en el monasterio que elevaron, dedicado al Niño Pelayo. Una institución que fue llamada “San Juan y San Pelayo”; mandada construir junto al Palacio Real de León, para dejar vera constancia de la unión entre el santo y la familia del Monarca. Posiblemente con el fin de desvincular a Abderramán III, con la corona leonesa; ya que en el 959 el trono se había recuperado para Sancho, gracias a la ayuda del califa. Finalmente, en el año 988, ambas regentes tuvieron que huir a Oviedo, debido a que Almanzor atacó su reino. Por lo que, ante el temor de que las hordas andalusíes destruyesen las reliquias de Pelayo, estas fueron llevadas hasta la capital asturiana, para depositarlas en otro convento, que también advocaron al mismo mártir. Lugar donde se hallan todavía y en gran parte; aunque poco más tarde y tras poder regresar La Corte a León. Elvira y Teresa volvieron desde Oviedo, portando algunos huesos del niño santo, que de nuevo se guardaron en ese monasterio -por entonces todavía dedicado al mártir de Córdoba-. Finalmente, a mediados del siglo XI (hacia el 1060); Fernando I ordenó que se trajeran a la capital de su reino, los restos de San Isidoro, desde Sevilla. Decidiendo cambiar el nombre del templo de San Pelayo y dedicarlo finalmente a este otro Doctor de la Iglesia. Por lo se modificó la devoción y denominación de ese lugar, que pasó a ser panteón real; comenzando la construcción definitiva de lo que hoy es: San Isidoro de León.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: tres imágenes de San Isidoro de León. Arriba, entrada a su basílica. Al lado y abajo, el campanario y la zona del monasterio adosada a las murallas romanas. Su cimentación y construcción, parte desde edificios romanos de la ciudad; lo que nos habla de la antigüedad y orígenes del templo.
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: Interior de la iglesia, en San Isidoro de León.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de reyes leoneses, mencionados en la historia que narramos; tal como los muestra el Centro de Interpretación de la Historia de León (al que agradecemos nos permita divulgarlas). Al lado, Fernando I; que trasladó los restos de San Isidoro hasta León, consagrando a este santo, el antiguo templo dedicado a Pelayo. Abajo, retrato figurado de Ordoño II; pintado por Rodríguez Losada, hacia 1882.
C-3) Leyenda del Niño Pelayo y San Cebrían de Mazote:
Dice la Historia, que cuando en el año 966 llegaron a Córdoba los emisarios del rey Don Sancho I, con el fin de trasladar los restos del mártir Pelayo; nadie sabía dónde se conservaba su cabeza. Pues los mozárabes que presenciaron el martirio, tan solo recogieron del Guadalquivir restos de su cuerpo (torso y extremidades); sin haberse hallado la parte principal. Por todo ello, los embajadores del rey leonés, se dispusieron a conocer el posible destino de esa sagrada testa; sobre la que nunca hubo rastro. Extendiendo la noticia de que si alguien conocía lo sucedido con esta parte del joven decapitado, debía comunicarlo; pues en León se iba a levantar un templo para venerar sus reliquias. Fue entonces, cuando aquel hijo de Raquel, amigo y tutor de Pelayo; que se había bautizado como Aurelio Romano, para ingresar en San Cipriano. Narró a su prior, el modo en que antes de hacerse lego, había enterrado la cabeza de su amigo, en las proximidades del monasterio donde luego entró a profesar. Escondiéndola bajo tierra, tras introducirla en un tarro de miel, para que no se corrompiera; inhumándola secretamente junto a la iglesia de San Cipriano. Añadiendo ese monje llamado Aurelio, no querer todavía indicar donde había depuesto los restos, para que nadie se hiciera con ellos. Transmitiendo al superior, su deseo de transportar él mismo esta reliquia hasta León; con el fin de tener seguridad de que llegaban perfectamente hasta el lugar donde sería venerada.
Fue así, como el prior de San Cipriano de Córdoba, contactó con los enviados por el monarca leonés; narrando que se había encontrado el lugar donde podía hallarse esa testa del santo. Aunque, sabiendo que permanecía oculta en terrenos cercanos a su monasterio; para que la entregase quien la había enterrado, se debería dejar a este monje llevarla hasta su destino. Extrañados los emisarios del rey, aseveraron que si todo aquello era verdad; dejarían trasladarla al religioso que la escondió. Pero, que antes, deseaban saber si la reliquia era auténtica; ya que tan solo una persona afirmaba que ese cráneo allí depositado pertenecía al niño mártir. Ante las dudas, Aurelio Romano, guardaba con celo su secreto. Y sin desvelar dónde estaba la cabeza de su amigo; expuso que la había inhumado en un tarro de miel, por lo que apenas estaría descompuesta. Siendo así, bastaría con desenterrarla y sacarla de aquel recipiente, para comprobar sus rasgos. Tras ello, podrían contrastar el parecido físico, con alguno de los hermanos de Pelayo (o con sus sobrinos). Pues mientras el joven estuvo cautivo en Córdoba, había narrado a su amigo y traductor, que era el primogénito de una larga familia. Por cuanto, contactando con los parientes más cercanos del martirizado; se podría comprobar la similitud de este resto guardado entre mieles, con los rasgos de sus parientes. Es más, llegarían a certificar la autenticidad de esa cabeza, los mismos hermanos (si aún estaban entre nosotros). Siendo quizás todavía posible encontrarlos, al haberse cumplido solo cuarenta años desde la ejecución del santo.
Tras ello y convencidos los emisarios del rey de la veracidad de la historia; Aurelio Romano indicó con exactitud el lugar en que había escondido la cabeza del mártir. Marcando un punto central entre varios olivos que se encontraban dispuestos en forma de cruz. Donde, excavando con celo, pronto hallaron un tarro cerámico, cerrado a conciencia. Después de extraerlo del terreno, lo abrieron cuidadosamente; enseñando el monje que allí lo depositó la testa cercenada que había en su interior. Quedando compungidos todos aquellos que la vieron, ya que la miel había conservado perfectamente el rostro, comprendiéndose con delicadeza sus rasgos físicos (dejando ver que era un niño de trece años). Tras observar aquella terrible muestra del martirio, Aurelio Romano no pudo ocultar su llanto; mientras los dos embajadores de Sancho I -altamente impresionados- expresaron que iban a informar al rey, de todo lo acontecido. Fue así como se preparó el traslado de los restos de San Pelayo; y para narrar a La Corte leonesa de cuanto sucedió, salieron prestos dos de los emisarios. Partiendo al día siguiente, camino del reino cristiano, estos que asistieron a la exhumación de la cabeza; con el fin de comunicar que incluso se podría comprobar con los familiares del santo, si aquellos restos realmente eran los del niño sacrificado en Córdoba (cuatro decenios antes).
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: tres dibujos míos de botellas de vino, cultivado en la zona cercana a Valbuena; junto Olivares de Duero (próximo a Simancas). Narra la leyenda, que cuando pararon en Simancas aquellos que trasladaban la cabeza de Pelayo desde Córdoba a León. Llegaron hasta este lugar, varias comunidades mozárabes de la zona; con el fin de venerarla. Entre ellos, vinieron monjes que procedían de un lugar llamado el Valle Bueno; por sus magníficas tierras para cultivar viñedos. Allí, cuidaban con sigilo los mozárabes sus vides, ya que en ocasiones aparecían los musulmanes, a quienes enfurecía la producción del vino. Tomando represalias, destruyendo las cosechas y quemando las bodegas. Por ello, las vegas que estos cristianos laboraban, se llamaron Vega Sigilia (ya que habían de trabajarlas con mucho sigilo). El lugar fue conocido como el Valle Bueno; todo lo que, a mi juicio, claramente nos habla de Valbuena de Duero y de Vega Sicilia.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos fotografías del monasterio de Santa María, en Valbuena de Duero (al que agradecemos, nos permita divulgarlas). La leyenda menciona una comunidad de monjes mozárabes, procedentes de un lugar, llamado el Valle Bueno. Grupo que se trasladó hasta Simancas, para venerar las reliquias de San Pelayo (a su paso, camino de León). Sabemos que aquellos cristianos cultivaban sus viñas, en el Valle Bueno y en el lugar llamado Vega Sigilia; un dato que claramente habla de Vega Sicilia y de Valbuena de Duero. Finalmente, narra la leyenda que esos mozárabes fueron obsequiados en Simancas con cruces hechas con las ramas de olivo; cortadas en la tumba inicial que tuvo en Córdoba el Niño Pelayo. Cruces que tras ponerlas sobre las tierras de sus cultivos (para proteger la cosecha), prendieron como esquejes. De ellas nacieron multitud de olivos, llamando al lugar Olivares de Duero.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: otras dos fotografías más, del monasterio de Santa María, en Valbuena de Duero. En alguna de ellas, me he incluido; con el fin de poder comprender la escala del impresionante monumento cisterciense.
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS: dos imágenes más de la Iglesia de San Pelayo en Olivares de Duero (a la que agradecemos nos permita divulgarlas). Al lado, entrada a la parroquia. Abajo, la figura central del retablo del templo; donde vemos al Niño Pelayo (portando la espada con la que fue degollado). Se observa la figura de Abderramán III; que se muestra como un demonio. Narra la leyenda, que la comunidad mozárabe que viajó desde Valbuena a Simancas, para venerar las reliquias del Santo (mientras se transportaban a León). Fue obsequiada con numerosas cruces que habían hecho con ramitas cortadas, de los olivos plantados sobre la tumba cordobesa del santo. Unos escapularios, que algunos monjes clavaron en la tierra de un lugar cercano a Valbuena, con el fin de que protegieran sus cosechas. A las pocas semanas, observaron que de aquellas cruces salían hojas, convirtiéndose en esquejes. Meses más tarde, todas ellas eran pequeños olivos; que los mozárabes cuidaron y cultivaron. Creando allí un olivar sagrado, que dio nombre al lugar; hoy conocido como Olivares de Duero, cuyo patrón fue San Pelayo.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes más de la Iglesia de San Pelayo en Olivares de Duero (a la que agradecemos nos permita divulgarlas). Al lado, parte del retablo donde se representa el modo en que los mozárabes recogieron el cuerpo del río Guadalquivir. Pese a ello, la escena no concuerda con lo narrado por la hagiografía; que menciona como el joven fue troceado, tras lo que arrojaron sus restos al río. Abajo, toma general de ese lado del retablo.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes más del retablo de San Pelayo en Olivares de Duero. Al lado, nueva vista de la parte cercana a la predela. Abajo, la escena en que se figura el cautiverio del niño.
BAJO ESTAS LÍNEAS: para terminar esta serie de fotos, mostraré la última imagen que tomé de este retablo de San Pelayo, en Olivares de Duero. Cuyo enfoque y extraño círculo, no sé a qué pudo deberse. Quedando en el centro de la escena, la tabla con la degollación; y a los lados el resto de pinturas que muestran en martirio. No entendiendo bien como la cámara pudo tomar esta fotografía; la incluyo como ejemplo de cuantas cosas inexplicables y ajenas a nosotros, suceden en esta vida.
Llegaron los dos embajadores al Palacio Real leonés, solicitando rápida audiencia; con el fin de explicar al monarca que las reliquias de Pelayo serían enviadas en breve hasta sus dominios. Fueron recibidos muy pronto en el salón del trono, por Don Sancho; al que expusieron cuanto sucedió en su viaje y el deseo de los cordobeses para que el cuerpo del mártir fuera trasladado hasta León. Ante esta noticia, el rey se mostró receloso; considerando que quizás eran falsas. Ya que su primo, Abderramán III, le había narrado como toda aquella historia del chico torturado y descuartizado, era pura fantasía. Afirmando el califa que los restos que se veneraban en la iglesia de San Ginés, de Córdoba; pertenecían a un reo de muerte mozárabe, castigado por ladrón (que superaba los treinta años de edad). Por todo ello, Sancho I, tenía grandes dudas acerca de las referidas reliquias; necesitando comprobar su veracidad. Pero los emisarios venidos de Córdoba, afirmaron que se había encontrado también la cabeza; guardada en el monasterio de San Cipriano. Parte del santo que se conservó en un tarro de miel; por lo que al verla, resultaba evidente que era la de un chico muy joven, del que se distinguían perfectamente sus rasgos. Pudiendo compararse estos con los de otros familiares de Pelayo; de los que se suponía, habitaban en Tuy o en sus cercanías.
Fue entonces cuando el monarca mandó que localizasen a los sobrinos y hermanos del mártir; para que, en pocos días, se presentasen en el palacio. Llegaron hasta allí cinco parientes y el rey Sancho dispuso que diez de sus soldados se mezclasen entre ellos. Después, hizo llamar a los dos emisarios que habían visto la cabeza del Niño Pelayo (conservada en miel); para preguntarles cuales de los quince hombres que tenían frente a ellos, podrían ser familia directa del santo. Sin dudarlo, los embajadores señalaron a los dos hermanos que estaban presentes y a dos de los sobrinos; acertando cuatro de los cinco familiares que se habían mezclado con los diez soldados. Acto seguido, Don Sancho se llevó la mano al corazón. Tras ello, balbuceó levente unas palabras intangibles, para terminar pidiendo ayuda; profiriendo un doloroso -“me muero”-. Así, antes de fallecer, confesó entre sollozos al clérigo que le asistió; por qué había ordenado traer esos restos: Pensando que toda la historia del niño martirizado era falsa, tal como le habían aseverado en Córdoba, sus aliados. Con el fin de comprobar que se trataba de huesos de un reo, mayor de treinta años y condenado por robo (como le dijeron en la Corte Omeya). Pues su intención era dejar buena memoria de su primo Abderramán, por quien había logrado recuperar el trono de León. Pero al conocer la verdad, su cuerpo ya no podía soportar más; pues su conciencia mucho le pesaba, al haberse unido a quienes hicieron tan terrible acto. De este modo murió el rey Sancho I y sobre su fallecimiento se cernió un secreto absoluto; con el fin de que nadie supiera la verdad, ya que su alma en pena fue la que le impidió seguir viviendo.
Semanas más tarde salieron de Córdoba las dos comitivas con las reliquias de San Pelayo. Una desde San Ginés, con los restos del cuerpo y otra de San Cipriano, con la cabeza guardada en su tarro. Ambas, decidieron tomar caminos diferentes, por si fueran asaltados y algún sarraceno les robase. De tal modo, Aurelio Romano, que encabezaba la que procedía de San Cipriano; decidió seguir el camino tomado por Abderramán cuando subió hasta Simancas en el 939. Pero antes de partir, el monje que había conservado la testa de su amigo mártir; ordenó cortar un gran número de ramas pequeñas, de esos olivos que rodeaban el lugar donde la enterró. Mandando atarlas en forma de cruces; para convertirlas en escapularios, que regalarían a quienes se acercasen a venerar la cabeza del santo. Tras ello, se encaminaron desde Córdoba a Toledo y de esta antigua capital de los visigodos, hacia León siguiendo la vereda del río Guadarrama (tal como marcaba la calzada XXIV; descrita en el Itinerario de Antonino). Consecuentemente, después pasaron Titulcia (hoy sita entre Arroyomolinos y Carranque); donde, continuando el cauce del Guadarrama, alcanzaron el Alto de Navacerrada, para arribar a Segovia. Posteriormente fueron a Cauca (Coca) y a Nivaria (Matapozuelos), arribando a Septimancas (Simancas), donde hicieron una larga parada. Permaneciendo durante semanas en este lugar, junto al río Pisuerga; para conmemorar que allí habían vencido a Abderramán III, veintiocho años antes.
En Simancas pasaron varios días, con el fin de rememorar al niño martirizado por el califa. Donde les esperaban un gran número de mozárabes, deseosos de venerar las reliquias de Pelayo. Entre ellos, vino a rendirles honores, una congregación de monjes que habitaba en las cercanías del Valle Bueno (hoy Valbuena de Duero). Clérigos que secretamente cultivaban viñas en su zona; con gran sigilo. Para que los musulmanes no se apercibieran de que criaban vides y producían vino; evitando que tomasen duras represalias. Por ello y debido a que esta zona de Vallebueno (Valbuena) estaba aún sometida a numerosas razzias y ataques sarracenos; cuidaban de un modo sigiloso las uvas. Con mayor sigilo producían los caldos; y debido a ello, llamaban a estos cultivos la Vega Sigilia, nombre que hoy se ha conservado casi igual (18) . Asimismo, los que viajaron desde Córdoba, regalaron en Simancas numerosas cruces fabricadas con las ramas de olivo plantados junto a los restos del santo. Ofreciendo esos escapularios de San Pelayo, a los mozárabes que se acercaban a venerar sus reliquias. Tomando varias de ellas los monjes que venían del Vallebueno y que laboraban en la Vega Sigilia. Quienes, para proteger sus cosechas; las clavaron sobre la tierra. Las pusieron en una vega donde trabajaban y al poco tiempo, muchas de esas cruces prendieron como esquejes; naciendo árboles de aquellas ramitas cruzadas. Por ello en ese lugar comenzaron a cultivar aceitunas y fue llamado Olivares de Duero. Años más tarde, junto a ese olivar, elevaron una Iglesia dedicada al niño santo (19) .
Pasó esa comitiva con la cabeza de Pelayo varias semanas en Simancas; y más tarde los monjes de San Cipriano siguieron camino de León. Aunque al día siguiente pararon en el santuario donde Fernán González había depositado su estandarte (en agosto del 939 y tras la victoria contra Abderramán). Nos referimos al lugar que luego se llamó Santibáñez de Mota (hoy Mota del Marqués) y a la ermita de Nuestra Señora de Castellanos. Nacida tras la Batalla de Simancas; cuando el conde de Castilla dejó allí el pendón con la efigie de la Virgen, que había portado durante su enfrentamiento contra los cordobeses. En este punto del trayecto y rezando en ese templo, fray Aurelio Romano se percató de que sobre la miel que protegía la testa de su amigo Pelayo, flotaba lo que parecía un diente. Tras dudar qué hacer con esa muela desprendida, consideró este hecho como una “señal” y pensó en fundar un cenobio, donde guardar aquella pequeña reliquia. De ese modo, una vez terminado su viaje y tras entregar a las regentes de León (Elvira y Teresa) la cabeza del niño mártir. Narró a sus acompañantes lo sucedido con la pieza dental que había tomado de la miel; mientras regresaban hacia Córdoba. Animando a los clérigos mozárabes que le acompañaban, crear un templo donde conservar aquella reliquia.
Decidieron todos no volver a tierras andalusíes y quedarse en la zona donde el que dirigía su expedición, había encontrado el diente del santo -hoy llamada Montes Torozos-. Deseando fundar muy cerca un monasterio, al que denominarían también San Cipriano, en memoria de su lugar de origen. Así hallaron en sus cercanías los restos de un cenobio visigodo, llamado Mazote; y sobre estas ruinas levantaron su abadía. Construyendo un templo para guardar y venerar la muela del pequeño Pelayo, guardada bajo una gran pila de agua bendita, que simularía el diente del santo; para que todos le recordasen al entrar. La iglesia comenzó a levantarse en esos años y actualmente la conocemos como San Cebrián de Mazote. Allí fue donde este clérigo llamado Aurelio Romano escribió la leyenda que hemos recogido. Firmando el texto con el nombre de su madre (hijo de Raquel), por cuanto lo rubricó como: Raquel P. (Raquel Philius). De todo ello, se deduce que el creador de “La Pasión de San Pelayo”, fue el mismo presbítero; aunque en el original conservado en La Biblioteca Nacional, aparece como Raguel P. . lo que muchos han confundido como Presbítero Raguel (o Ragel). Quien, de seguro, era el hijo de la judía Raquel; que durante cuatro años fue el gran amigo cordobés del Niño Pelayo (20) . Para finalizar, concluiremos que el hecho de que el original de La Pasión de San Pelayo (fechada en el 967) se haya encontrado en las cercanías del Arlanza (Burgos). Explica que ambos textos se escribieran por la misma persona y en San Cebrián de Mazote; en la fecha que fueron entregadas las reliquias del santo en León. Debiendo firmar su autor como Raguel P. (o Raquel Philius); para no ser localizado por los andalusíes, quienes podrían haber reclamado su regreso a Córdoba, de haberlo signado con el nombre de Aurelio Romano.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Tres imágenes del interior de la iglesia mozárabe de San Cebrián de Mazote -Valladolid- (parroquia a la que agradecemos nos permita divulgar nuestras fotos).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, columna y capitel tardo romanos, reutilizados por los mozárabes, en San Cebrián de Mazote . Abajo, vista de la iglesia con la pila benditera a la entrada; tallada en forma de capitel y que recuerda el diente de San Pelayo.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: La pila de agua bendita mozárabe; creada en memoria de la pieza dental del Niño Pelayo. Reliquia que tomó Aurelio Romano, con el fin de fundar sobre ella un templo. Al parecer, la muela del mártir se guardaba bajo este capitel usado como pila.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de la ermita de Nuestra Señora de Castellanos, en Mota del Marqués. Al lado, el altar central, con la Virgen de Castellanos; cuyo origen -sabemos fue- el pendón que Fernán González dejó en este lugar (en agosto del 939). Bandera con la efigie de María, que el conde llevó en la Batalla de Simancas y que más tarde depositó en ese templo, al que luego llamaron de los Castellanos. Abajo, la iglesia de Nuestra Señora de Castellanos, en Mota; muy próxima a la A-6.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: imágenes de la pedanía de San Pelayo; junto a San Cebrián de Mazote. Dice la leyenda, que al atacar Almanzor la zona, en el año 988; los monjes cordobeses que ya habían fundado la iglesia de San Cipriano, en Mazote, se refugiaron en unas colinas al oeste de su cenobio. Allí se mantuvieron hasta que desapareció el peligro de razzia sarracena; volviendo luego a su iglesia en el actual San Cebrián de Mazote. Tras ello, elevaron un pequeño cenobio en el lugar donde se escondieron; donde hoy se halla la población de San Pelayo (Valladolid). Al lado, la fuente de San Pelayo y abajo, su iglesia.
BAJO ESTAS LÍNEAS: mapa del lugar, donde vemos marcados con un cuadrado rojo: Simancas; Mota del Marqués y el monasterio de La Santa Espina. Con una estrella roja y negra, San Cebrián de Mazote. Con una estrella roja y amarilla, San Pelayo. Se considera que la sacralización de la zona procede de los mozárabes cordobeses que allí se establecen, tras la batalla de Simancas (en el 939) y la llegada de los restos de San Pelayo (en el 967).
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CITAS:
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(1): D. Enrique Fernández-Prieto, publicado originalmente en el número 136 ( mayo-junio de 1976) de la Revista Hidalguía, en la página 379 y siguientes, titulado “Una Encomienda de la Orden de los Caballeros Teutónicos en el Territorio Castellano- Leonés”, sigue diciendo el texto: Unos hechos que fueron ratificados a su vez por: “Don Jacobo Fitz James Stuart, XVII Duque de Alba, que entre los títulos que ostentaba también el de XIX Marqués de la Mota; hizo un interesante estudio que fue publicado por la Real Academia de la Historia en 1948 bajo el título de “Documentos sobre Propiedades de la Orden de los Caballeros Teutónicos en España”, y últimamente el meritorio trabajo de J.Ferreiro Alemparte, publicado en 1971, titulado “Asentamiento y Extinción de la Orden Teutónica en España”
.
(2): Ver en el enlace:
https://books.google.es/books?isbn=8497610806
.
(3): En el artículo sobre este rey de Wikipedia, podemos leer la crónica anónima de Al Nasir, donde se resume con estas frases el reinado de Abderramán III:
“Conquistó España ciudad por ciudad, exterminó a sus defensores y los humilló, destruyó sus castillos, impuso pesados tributos a los que dejó con vida y los abatió terriblemente por medio de crueles gobernadores hasta que todas las comarcas entraron en su obediencia y se le sometieron todos los rebeldes”
“se lo tachó asimismo de inclinado a los placeres —en especial a la bebida— y dispuesto a usar de extrema crueldad para con sus enemigos”. (...)
“Cuando tenía un capricho no le importaba pisotear los derechos de sus súbditos”
VER: https://es.wikipedia.org/wiki/Abderram%C3%A1n_III
.
(4): En el artículo mencionado en cita anterior; vimos lo que se dice en la crónica anónima de Al Nasir sobre la crueldad de Abderramán III. Deseando destacar de nuevo las frases que lo describen:
-“se lo tachó asimismo de inclinado a los placeres —en especial a la bebida— y dispuesto a usar de extrema crueldad para con sus enemigos. (...)
-Cuando tenía un capricho no le importaba pisotear los derechos de sus súbditos. (...)
-Las mismas fuentes árabes se hacen eco de su crueldad. En ocasiones podía ser sanguinario y despiadado. Por ejemplo, quiso ver con sus propios ojos la muerte de su hijo sublevado Abdalá, y lo mandó ejecutar en el salón del trono, en presencia de todos los dignatarios de la corte, para escarmiento general. Según IBN HAYYAN, llegó a hacer colgar a los hijos de unos negros en la noria de su palacio como si fueran arcaduces, hasta que murieron ahogados”
-Su
brutalidad con las mujeres del harén era notoria.
Estando borracho un
día, a solas con una de sus favoritas de extraordinaria hermosura en
los jardines de Medina Azahara, quiso besarla y morderla, pero ella
se mostró esquiva e hizo un mal gesto.
Esto encolerizó al
califa, que mandó llamar a los eunucos para que la sujetaran y
quemaran la cara, de modo que perdiera su belleza.
Su verdugo Abu Imran,
que no se separaba de su amo, fue requerido por Abderramán III
cuando pasaba la velada bebiendo con una esclava en el Palacio de la
Noria.
La hermosa joven
estaba sujeta por varios eunucos y pedía clemencia mientras el
califa le contestaba con los peores insultos.
Siguiendo las órdenes
de su señor, el verdugo decapitó a la joven y recibió en premio
las perlas que se desparramaron del magnífico collar de la
concubina, con cuyo valor se compró una casa.
Ibn Hayyan remata los
ejemplos de crueldad de Abderramán contando que el califa utilizaba
los leones que le habían regalado unos nobles africanos con los
condenados a muerte, aunque al final de su vida prescindió de ellos,
matándolos”.
SIC
:
https://es.wikipedia.org/wiki/Abderram%C3%A1n_III
.
(5): Para las crónicas de Al Nasir y de el Muqtabis de Ibn Hayyan; ver: https://digital.csic.es/handle/10261/14101
.
(6): VER: https://rbme.patrimonionacional.es/s/rbme/item/13370#?xywh=-1853%2C0%2C5358%2C2338&cv=6
.
Biblioteca Nacional fondos manuscrito Don Pelayo
El Escorial b.I.4, f. 127r-131r. (s. XI- Cardeña)
Título traducido
La pasión de Pelayo
Autor
Raguel presbyter
Fecha
siglo X, posterior a 925, antes del 967.
Género
Passio
Lengua
Latín
Temática
Islam
Martirio (narrativa)
Incipit
Vita uel passio sancti Pelagi martyris, qui passus est Cordoua ciuitate sub Abdirrahman rege, die VIº kalendas Iulias. Inlustre quidem cuiusque operis tunc habetur exemplum
.
Explicit
Regnante Domino nostro Iesu Christo, qui uiuit et regnat cum Deo Patre in unitate Spiritus Sancti unus in Trinitate Deus in secula seculorum. Amen.
https://bibliotequesbh.uab.cat/bicore/publiques/obra.php?bicoreid=234
.
Morales, Ambrosio de (1574), Diui Eulogii Cordubensis martyris, doctoris et electi archiepiscopi Toletani opera. Compluti, ff. 112v-114v
.
Sandoval, Prudencio de (1610), Antigüedad de la ciudad y iglesia cathedral de Tuy. Braga, ff. 66v-75v
.
Carnandet, Ioanne (ed.) (1867), Acta Sanctorum. Iunii. Tomus VII. Paris-Roma, 185-191.
.
Flórez, Henrique (1799), España Sagrada XXIII, Madrid, 231-236.
.
-------------------------------------------------------------------
https://bvpb.mcu.es/es/consulta/registro.do?id=576809
Ambrosio de Morales
Morales, Ambrosio de (1574), Diui Eulogii Cordubensis martyris, doctoris et electi archiepiscopi Toletani opera. Compluti, ff. 112v-114v
----------------------------------------------------
https://books.google.es/books?id=g3ixALqAetoC&hl=es&pg=PA1#v=onepage&q&f=false
Tuy Antigüedades
Sandoval, Prudencio de (1610), Antigüedad de la ciudad y iglesia cathedral de Tuy. Braga, ff. 66v-75v
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Flórez, Henrique (1799), España Sagrada XXIII, Madrid, 231-236.
tomo XXIII, continuación de las memorias de la santa iglesia de Tuy y colección de los chronicones pequeños publicados e inéditos de la historia de España
https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd?id=4757
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.
(7): Díaz y Díaz, Manuel (1969), “La Pasión de san Pelayo y su difusión”. Anuario de Estudios Medievales 6, 97-116.
.
Gil Fernández, Juan (1972), “La pasión de S. Pelayo”. Habis 3, 161-202.
.
Juan A. Estévez Solá “Más sobre la Pasión de San Pelayo”
EVPHROSYNE, 45, 2017
.
PASIONES FUNDACIONALES E INEFABLES: EN TORNO A SAN PELAGIO
Rafael M. Mérida Jiménez
Universitat de Lleida
https://www.cervantesvirtual.com/obra/pasiones-fundacionales-e-inefables-en-torno-a-san-pelagio/
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Rodríguez Fenández, Celso (1991), La pasión de S. Pelayo. Edición crítica con traducción y comentarios. Santiago de Compostela, Universidad de Santiago.
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Riesco Chueca, Pilar (1995), Pasionario Hispánico. Sevilla, Universidad de Sevilla, 344-358.
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Bowman, Jeffrey. A. (2000), ‘Passio Pelagii’, en Head, Thomas (ed.), Medieval hagiography. An anthology. New York, 227-35.
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Henriet, Patrick (2010), “Raguel”, en Thomas, David; Mallett, Alexander (eds.), Christian-Muslim Relations. A Historical Bibliography, vol. II (900-1050). Leiden-Boston, Brill, 377-380.
.
(8): ESPAÑA SAGRADA, THEATRO GEOGRAPHICO-HISTORICO DE LA IGLESIA D E E S P A Ñ A .
TOMO XXIII.
Continuación de las Memorias de la Santa Iglesia de Tuy.
Enrique Flórez // EN MADRID: Por Antonio Marín. Año de MDCCLXVI
SIC: .
Pag 105 y ss
Capítulo XIV San Pelagio Mártir
(8a): Entre los Mártires de Córdoba mencionamos à este glorioso Santo , reservándole para Tuy , por quanto la provineia de Galicia, y esta presente Diócesis, le dieron la noble sangre que despues derían ó mas generosamente por la gloria de Dios, y testimonio de la Fe Catholica (...) se contentan con publicarle natural de Galicia: pero en esta solo Tuy le reconoce suyo , y desde luego le declaró Patrono , como diremos al hablar del Culto,
.
2 Su nombre fue Pelagio voz común de aquel tiempo, y en el presente reducida por mucho uso de pueblos, (...) de Pelayo , y Payo, Los Padres fueron ricos (...) el Escritor del martirio habla del santo niño como del que fue educado entre delicadezas y opulencia. El Rey que le martirizó supone que vivían los Padres, quando el hijo entró en la palestra del martirio : y era cosa muy regular, por los pocos años del niño. No sabemos el nombre que tenían: pero sí, que uno de ellos era hermano del Obispo de Tuy , el venerable Hiermoygio, tío de nuestro Santo
pag 105
4 Narra como su tío Hermoygio fue apresado en una campaña y encarcelado en Córdoba junto a otro obispo
pag 106
5 El hermano del obispo va junto a su hijo a Córdoba para tratar el rescate y lleva a su hijo de diez años. La fianza impuesta fue dejar al niño en la cárcel, mientras lograban reunir el dinero para el rescate.
Pag 106
(8b): 6 Con esto abrazó la cárcel como crisol de purificación , y lugar desocupado de negocios terrenos para entregarse firmemente à los del Cielo. En estos fijó su mente : ni enredaba como niño , ni estaba ocioso, como otros. Leia , meditaba, y su conversación era en los Cielos. Cauto en las palabras, templado en los afedos, modesto en las platicas , enemigo de las malas, excitador de las buenas , dificil para la risa, propenso à la buena doctrina, amigo de padecer, inclinado à la mortificación , firme en la angustia ,
pag 107
(8c): Vieronle casualmente en la cárcel unos criados de un principal del Palacio , y admirados de su rara hermosura, dieron al Amo cuenta, lisonjeados de que la impureza brutal remunerarla la noticia. Llegó á oidos del Rey Habderraman III y enamorado de la belleza referida, antes de ve rla , mandó estando comiendo, que tragesen al joven á su presencia.
Pag 107
Narra luego que le abrieron los grilletes, y vistieron para llevarle ante Abderramán
9 Al punto que el Rey le vió , se enamoró feamente de la hermosura : y queriendo abusar de ella con mas disolución le dijo :
"Chico , seras lleno de honras,si negando á Christo , reconocieres á Mahoma como verdadero Profeta. Ya ves quanta es la grandeza y opulencia de nuestro Reyno. Yo te colmaré de riquezas, oro , plata , galas, y joyas. T u escogerás á quien mejor te parezca de mi casa para que te sirva. Tendrás casas en que vivir , caballos para pasearte , y delicias de que gozar. Demas de esto , sacaré de la cárcel á los que tu quisieres: y si gustas de traer á tus Padres á esta Ciudad , serán llenos de honores.
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(8c): 10 Esta formidable batería, que podía arruinar el pecho mas robusto , no hizo blandear al joven, porque aunque tierno en los años, estaba edificado sobre la piedra Christo : y bien ilustrado de su fé , conoció la vanidad de las ofertas , respondiendo:
Todo eso , o Rey, es nada, Yo soy cristiano, lo fui , y lo seré nunca negaré a Christo pues quanto prometes se acaba y Christo à quien yo adoro, no tiene fin,, como no tiene principio: pues con el Padre y el Espíritu Santo es un Dios unico y verdadero , que nos crio de nada i y todo lo mantiene y gobierna con su poder!
11 Mientras tanto se acercó el Rey al hermoso joven, y queriendole tocar desonestamente, dijo el Santo: Quita perro, Juzgas que yó soy alguno de tus afeminados?, A este tiempo rompió el vestido que le habian puesto , declarándose luchador en la palestra, y resuelto à morir gloriosamente por Christo, antes que vivir torpemente con el, Diablo entre immundicias.
(8d): 12 Creyó el Rey , que esto sería alguna fogosidad de muchacho, y que luego se le pasaría: por lo que le entregó à sus confidentes pára que blandamente le fuesen persuadiendo à que negase à Christo, y abrazase la pompa de las Reales promesas. Pero fortalecido desde lo alto el castísimo joven, despreció quanto acá baio podía lisonjea el sentido, mostrándose cada dia mas firme en confesar à Jesu-Christo , y que eternamente le daría culto.
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15 Viéndose el Rey despreciado por el niño, y que todo su poder y arte no podia contrarrestar aquella fortaleza, mudado el amor en indignación , exclamó irritado de furor : -Colgadle en las garruchas de hierro, levantandole y bajandole de arriba a bajo tenazmente hasta que o niegue à Christo, ó arroje el alma del cuerpo.-
Con la irritación de el Rey prontamente se irritaron todos, y pusieron por obra la sentencia.
(8e): 14; Esta constancia del invencible Mártir estimuló al Rey à la ultima venganza, mandando cruelmente que le hiciesen tajadas , y arrojasen los trozos en el rio. Obedecieron los inhumanos ministros la barbara sentencia, cumpliéronla con espantosa crueldad. Cortaban las, purísimas carnes del inocente niño con tal ahinco y complacencia como si fueran à disponer un banquete de exquisitos manjares ; y realmente cada partícula de aquella tierna víctima
15 Empezó el sangriento combate á la hora septima, y acabó á la decima (que contando desde salir el Sol, por S. Juan corresponde desde nuestras once y media à dos y media ) día de Domingo, un 26. de Junio del año de 925
(8f): 16 Cumplieron los ministros la sentencia de arrojarle
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al río, pero los cristianos afinaron su devocion en buscar las Santísimas Reliquias, a que dieron honorífica sepultura , colocando la cabeza del Santo en la Iglesia de Si. Cipriano , y el resto en la de S. Gines.
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Tras ello habla extensamente de Ragel, cuyo texto fecha en el 960
21 Lo mismo da á' entender el num, 11. donde menciona las Iglesias de S. Ciprian , y S. Gines, sin mas explicación: y esto es muy conforme con el que escribe en Cordoba: pues otro fuera de allí , necesitaba declarar mas las Iglesias donde descansaban las Reliquias : para el Cordobés basta nombrar dos de las suyas
23 El decir Raguel que la cabeza estaba en una Iglesia, y el cuerpo en otra , hizo sospechar à Papebroquio de si estuvo bien informado quando dijo (en el num. 9. ) que le cortaron un brazo y troncharon las piernas
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(8g): Luego, el padre Flórez trata sobre el poema DE ROSWITHA , Escritora, 24, 25,26 27. Lo cierto es que Roswitha erró en muchas cosas, no solo en atribuir Ídolos de de oro à los Moros de Cordoba, sino en publicar Principe seglar, al que era obispo
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(8h): 28 Si la cabeza mostraba ser de S, Pelayo por las facciones del rostro , y por la correspondencia al cuello, no podemos admitir duda que obligase á recurrir á prueba por milagro. Ni creo que la cabeza llegase á presentarse sobre el cuello : porque en tal caso no habia fundamento para sepultarla en diversa Iglesia que el cuerpo : y confiesa Papebroquio, que afirmándolo Raguel , no es negable. El motivo de la separación dice sería por haver parecido en diversos sitios y dias el cuerpo y la cabeza, y por diversas personas: por lo que unos colocarían el cuerpo en su Iglesia, otros la cabeza en la suya. Esto es muy verosimil, y parece que aquieta.
29 Ni Raguel es unico en decir que le despedazaron
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pues el Oficio de Tuy lo expresa en la Inhcion , diciendo , membratim gladius desecuit. Tampoco hay cosa estraña en que los Christianos recogiesen el cuerpo con brazo cortado ( pues este es el que Raguel denota separado...)
(8i): ¿QUAL FUE LA BATALLA de que resultó la prisión del Obispo, tio de S, Pelayo., y en que año?
31 Papebroquio , que la derrota de los Christianos fue en Galicia cerca de Mondoñedo , donde Sampiro refiere una batalla infausta para los Christianos (Tom, 14. pag. 449.) y río en Valdejunquera.
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33 Con esta prevención pasa Raguel á la batalla , en que derrotados los Christianos, quedó prisionero el Obispo Hermoygio, Tio de S. Pelayo: y esta fue la de Valde Junquera, como expresa Sampiro. Raguel se contentó con decir ad quemdam locum, porque añadiendo la prisión de los Obispos , quedaba por nuestra desgracia bien caracterizada la batalla, aunque el Cordobés no expresase,ó no supiese, el nombre dellugar
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(8j): De algunas circunstancias del martirio
43,44.45
Pag 121 y ss
Culto, y Ticaslacíones del Santo a León, y a Oviedo
46 Antes de salir el cuerpo de S. Pelayo de Cordoba, le daba culto la Iglesia, por quien escribió Raguel
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47 Pero Ío mas notable para la pronta promulgación del culto es la Escritura mencionada por Sandoval en la historia del Monasterio de S. Millan foL 46. por la qual suena ya en el año de 933. ( ocho años después del martirio) una iglesia de San Pelayo.
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(8k): 49 El Rey D . Sancho I
Narra como fue a Córdoba para estudiar el martirio y recibir las reliquias del santo en el 959 (34 años más tarde)
Volvió sano de allí un año más tarde, ya que había recobrado su reino con la ayuda de Abderramán, el mismo que martirizó a Pelayo. La hermana y esposa de Sancho I, la Reyna D. Teresa, y de su hermana D . Elvira , Monja en León , el triunfo del Santo Niño: y como la materia era tan tierna y ellas tan devotas, se enamoraron de aquella historia. Persuadieron al rey de que rescatase las reliquias
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50 Sancho I envía embajadores a Córdoba
Embájadores á no el recibirle Cordoba para aquel santo fin: y en efecto salieron de Leon llevando en su compaña al Obispo de la Ciudad Velascó, por ser la cosa sagrada, y digna de que la autorizase un Prelado
51 en el 961 muere Abderramán y quien le sucede Alhakán, recibió a la embajada
52 le dieron el cuerpo hacia el 966, que Alhakán recibe a la embajada. Pero en 967 muere Sancho I; antes de que traigan el cuerpo el buen éxito, dicen los modernos que el Rey D. Sancho labró en León un Monasterio con titulo del mismo S. Pelayo , para colocar alli las Sagradas Reliquias
53 Vuelven de Córdoba los embajadores con el cuerpo, aunque ya había fallecido el rey; por lo que es recibido por Elvira Ramirez (su tía) y Teresa Ansúrez
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54 El Chronicon Iriense dice que fue colocado el santo en Arca cubierta de plata
TAL COMO PODEMOS VERLA
(8l): 55 Poco tiempo estuvo allí el cuerpo, pues apareció Almanzor y lo llevan a Oviedo
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56 en el año 996 ya estaban las reliquias en San Pelayo de Oviedo
57 Alli era Prelada Teresa Ansurez
Yepes dice que vinieron con ella à Oviedo las Religiosas de León.
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(8m): 62 La Ciudad de Toro tuvo Parroquia dedicada al mismo Santo y en ella se fundó el convento de mi orden, antes del medio del siglo XVI
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(9): Arqueta de los marfiles
https://www.romanicodigital.com/el-romanico/imagenes-romanico/arqueta-marfiles
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Habla de San Isidoro de León:
SIC: “No queda ningún vestigio ni constancia del período visigótico; tampoco del árabe, ni de los dos primeros siglos cristianos de la Reconquista. Es a partir de mediados del siglo X cuando comienzan a aparecer las referencias cronísticas y documentales a las iglesias de San Juan y San Pelayo que, por estas fechas, empiezan a figurar, atendidas por una comunidad de monjas y clérigos. Según la historiografía antigua y aun la de comienzos del siglo XX - Yepes, Risco, Gómez-Moreno- el rey leonés Sancho el Gordo (956-966) mandó levantar, junto a otro muy anterior, dedicado a San Juan Bautista, que Gómez-Moreno no duda en afirmar ser “fundación de Ordoño I, acaso”, (850-866), un templo en honor de San Pelayo, martirizado en Córdoba en 925, para recoger en él los restos del niño mártir, traslado que gestionaba con la corte cordobesa de la que Sancho había sido huésped. Sancho no pudo lograr sus propósitos, porque moría asesinado en 966. Su hermana Elvira, monja en el monasterio leonés de Palaz del Rey, se hizo cargo de la regencia del Reino en nombre de su sobrino Ramiro III, niño de cinco años, hijo del difunto rey Sancho. Elvira y la reina madre viuda fueron las que consiguieron la entrega de los restos del niño Pelayo y los depositaron en la nueva iglesia. Y aun se afirma que la regente Elvira, abadesa de San Salvador de Palaz del Rey, se trasladó con su comunidad al monasterio de San Pelayo, sirviendo también al templo de San Juan. Razón por la que en la documentación posterior aparezcan unidos el templo de San Juan y el de San Pelayo, con la titularidad compartida, regidos por la comunidad femenina y atendidos por otra masculina de canónigos. Las primeras noticias sobre el traslado de los restos de San Pelayo de Córdoba a León nos las proporciona el cronista Sampiro que escribía su crónica unos cincuenta años después. A Sampiro copian el Pseudo-silense, Pelayo de Oviedo y otros cronistas que les siguen, entre ellos, don Lucas de Tuy, conocedor especial del tema, como morador que había sido en León en el solar de San Pelayo. También encontramos documentos del siglo X suscritos por las monjas de San Pelayo. Sólo unos veinte años se desarrolló la vida de la comunidad de San Pelayo y San Juan. Hacia 988 avanzó sobre León Almanzor con sus tropas y destruyó la ciudad. Elvira, la primera abadesa, ya había desaparecido sin que sepamos en qué fecha. Le sucedió Teresa, la reina viuda, que había intervenido en el traslado del cuerpo de San Pelayo, antes de que Almanzor entrara en León, huyó con toda la comunidad y los restos del niño mártir a Oviedo y se acogió a un monasterio también llamado de San Juan que desde entonces cambió el título por el de San Pelayo y así sigue hasta el día de hoy. A comienzos del siglo XI ocupa el trono legionense Alfonso V, que trató de reconstruir la ciudad de León. Entre las tempranas reconstrucciones de este rey se cuentan el monasterio de San Pelayo y la iglesia de San Juan, al que trasladó casi todos los cuerpos de los reyes leoneses, sus antecesores, junto con los de sus padres, Vermudo II y Elvira. También dio sepultura en esta iglesia de San Juan a los restos de varios obispos. En torno a estos dos templos se reorganizó nuevamente la comunidad de monjas y aparece junto a ellas, y dependiendo de ellas, la comunidad de varones. Todos bajo la dependencia de la infanta Teresa, hermana de Alfonso V, que acababa de regresar de Córdoba, viuda de Almanzor. El caudillo musulmán, para humillar al rey de León, Vermudo II, había tenido el capricho de reclamarle una de las hijas para su harén cordobés. Al fin, la hizo su esposa legítima y había ordenado que, cuando él muriese, la devolvieran a León, cargada de honores y riquezas. Doña Teresa ingresó en el monasterio de San Pelayo que acababa de reconstruir su hermano, movida, sin duda, por devoción al niño mártir y para acompañar sus restos se trasladó al monasterio de San Pelayo de Oviedo, quizá en 1028 a la muerte de su hermano Alfonso V; allí falleció y allí recibió sepultura. También se constituyó en San Pelayo de León el Infantado, por traslado desde Palaz del Rey en los tiempos de doña Elvira. El Infantado leonés suele definirse como la dote de una infanta, que debe permanecer soltera, consistente en monasterios, lugares y otras posesiones, sobre las que la infanta o infantas poseedoras ejercían señorío independiente. Esta célebre institución a la que se dio el título de Infantado de San Pelayo, tenía por cabeza el monasterio de este Santo y por domina a la infanta. Después se lo atribuyó el conde Luna y perdura hoy como título de nobleza. Doña Sancha, la hija de Alfonso V, ingresó muy joven en el monasterio de San Pelayo ejerciendo como abadesa y domina del Infantado. Cuando en 1037, casada con el conde- rey de Castilla, Fernando Sánchez de Navarra, heredó el Reino de León, trató de engrandecer el monasterio de San Pelayo y convenció a su esposo Fernando para que éste eligiera para su sepultura el Panteón que ya había erigido en la iglesia leonesa de San Juan su suegro Alfonso V, donde éste estaba enterrado con sus antecesores y su hijo Vermudo III. Fernando I se olvidó de las promesas de entregar su cuerpo a los monasterios castellanos de Oña y Arlanza y ordenó tirar la iglesia de su suegro Alfonso V, construida de pobres materiales -ex luto et latere, barro y ladrillos- y levantar un nuevo templo y el contiguo Panteón de sillares, introduciendo por primera vez en sus reinos el arte románico. Dotó su iglesia con espléndidas donaciones, tanto en heredades como en joyas, algunas de las cuales han llegado hasta nosotros. Para mayor dignidad de la iglesia de San Juan, que quedó constituida en iglesia palatina, procuró dotarla de reliquias insignes. Así hizo trasladar desde Sevilla el cuerpo de San Isidoro, Doctor de las Españas, celebrando con grandes solemnidades la consagración de la iglesia y la fiesta de la traslación (21-22 de diciembre de 1063). El monasterio de San Pelayo y la iglesia de San Juan cambiaron su titularidad por la de San Isidoro, nombre con el que se conoce todo el complejo hasta el día de hoy. La hija de Fernando y Sancha, la infanta Urraca, domina del Infantado, hizo ampliar la iglesia de su padre, y también la enriqueció con extraordinarias alhajas. La infanta Urraca no logró ver terminadas las nuevas obras, que concluyeron el emperador Alfonso VII y su hermana la infanta Sancha, domina asimismo del Infantado. Para mejor atenderla trajeron del pueblo de Carvajal la comunidad de Canónigos Regulares de San Agustín para sustituir a las monjas benedictinas a las que entregaron el monasterio de Carvajal abandonado por los canónigos. En esta nueva etapa el monasterio de San Isidoro fue constituido en célebre abadía sujeta directamente a la Sede Romana”.
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(10): Manuel Díaz Díaz. https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=918799 Manuel Cecilio Díaz y Díaz; Artículos de revistas 61; Libros publicados 30; colaboraciones colecctivas 77; Tesis dirigidas 19 .
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(11): Manuel Díaz Díaz: Anuario de estudios medievales, ISSN 0066-5061, Nº 6, 1969, págs. 97-116
LA PASIÓN DE S. PELAYO Y SU DIFUSIÓN (SIC)
Manuscritos.-2. Ediciones.-3. Autor, data y origen del texto.-4. Difusión de la Pasión.-5. Edición.-Vita vel Passio Sancti Pelagii martiris qui passus est Cordoba civitate sub Adberrahaman preside die VI Kalendas Ivlias. “Entre las fuentes de nuestro siglo x ocupa lugar preeminente la Pasioón del niño Pelayo, descuartizado en Cordoba en 925 por orden de Abd al-Rahman. Quiero en estas páginas prestar atención a tan interesante Pasion, en que se mezcla cierta ingenuidad narrativa, con alguna informacion valiosa para nosotros, por medio de frases rebuscadas y construcciones retorcidas muy peculiares.
1. MANUSCRITOS Actualmente cuatro manuscritos antiguos nos conservan esta obra; y tenemos noticia al menos de otro, de paradero hoy desconocido, que todavia en los primeros años del siglo xvi sirvió de base a la primera edición; en atención a la edicidón critica que me propongo aqui ofrecer al lector, voy a describirlos y estudiarlos en lo que hace a su origen e interrelacion. Quizá el mas antiguo de los cuatro, sea el actual manuscrito Madrid Biblioteca Nacional 822 1, que remonta muy probablemente a comienzos del siglo xi. El manuscrito es actualmente miscelaneo, como formado por restos de varios codices de diversa epoca y de procedencias variadas, aunque próximas entre si. Probablemente, se han reurnido antes del siglo xvii. Una de las secciones que integran este miscelaneo (folios 29 a 59) esta constituida por parte de un Pasionario, originario indudablemente de una zona de la pro-1 Vdase la descripci6n en J. JANINI-J. SERRANO, Manuscritos litúrgico: de la Biblioteca Nacional, Madrid, 969, pigs. 16-19, que completa el Inventario General de Manuscritos de la Biblioteca Nacional, I, Madrid, 1953, pigs. 59-344. Importante A. MILLARES, Contribucidn al Corpus sa di Cddices Visigóticos, Madrid, 1931, pigs. 81-95. 7 98 MANUEL (C. DiAZ Y DIAZ viIncia de Burgos, que habríamos de localizar entre Silos', Arlanza y Albelda. Este Pasionario incomlpleto aparece estrechamente relacionado por texto y contenido con el Pasionario dc\Valdeavellano (Madrid BN 494 l'aris B. Ni. nouN-. acq. Lat. 218 () 2; del que, sin enmbargo, difiere un tanto, ya que los textos eran más numerosos y variados en c/Matritense 822 a juzgar por la porción que aun se conserva. Pero tambien ofrece numerosos puntos de contacto con el manuscrito de (Cardefia, hoy en El Escorial bI 4, corno veremos más adelante. En el actual fol. 47v. del codice 822 comienza la narración sobre Pelayo bajo el epigrafe: VITA VEL PASSIO SANCTI PIELAGII MIARTIRIS QVI PASSVS EST SVB ABDIRRAHMAN REGE DIE VIIO KALEN-DAS IVLIAS escrito alternadamente en líneas rojas y verdes. El comienzo del texto lo forma una gran I con lacerias no muy complicadas, pero elegantemente trazadas, que ocupa todo el intercolunmnio alcanzando desde el margen superior del folio al inferior por el que se extiende su serpeante rernate. El texto de la Pasión Ilega a la columna b del fol. 50 v. cuyos dos tercios quedan en blanco; después hay varios folios perdidos para continuar en el actual 51, en el que exabrupto encontramos la Vita Milarinae. A este respecto anoto que las diversas Vlitae que abarcaba este Pasionario fueron numeradas antes del siglo XIII por la parte superior de los folios; pues bien, en esta seriacion la Passio Pelagii tenia el nu'mero 65 y la Vita Mari;, ae el numero 75, sucesión que implica que el niumero de folios avulsos es elevado, un entero cuaternion por lo menos. Por aquel mismo tiempo, en la sola Pasión de S. Pelayo...”
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(12): ESTÉVEZ SOLÁ, JUAN A.
MÁS SOBRE LA PASIÓN DE SAN PELAYO
EVPHROSYNE, 45, 2017
SIC:
“La Vita vel Passio sancti Pelagii (BHL 6617) es un relato de carácter hagiográfico redactado probablemente hacia el año 967, o un poco antes, por un tal Raguel que contiene el martirio del niño Pelayo torturado a sus 13 años en la corte de Abderramán III en Córdoba. La obra representa uno de esos casos peculiares en los que la crítica ha volcado más ciencia en menos tiempo. Desde 1969, fecha de su primera edición moderna, hasta hoy ha sido editada en cuatro ocasiones: M. C. Díaz y Díaz, “La Pasión de San Pelayo y su difusión”, Anuario de Estudios Medie-vales, 6, 1969, 97-116; J. Gil, “La Pasión de San Pelayo”, Habis, 3, 1972, 161-200; C. Rodríguez Fernández, La pasión de S. Pelayo. Edición crítica, con traducción y comentarios, Santiago de Compostela, 1991; y P. Riesco Chueca, Pasionario Hispánico, Sevilla, 1995, pp. 307-3211. Y ello sin contar las veces en las que fue editada con anterioridad: otras cinco”
PAG 117
“En pocas ocasiones una obra de carácter hagiográfico y aun hispano-latina medieval ha recibido más ediciones. También ha sido objeto de investigación la posibilidad de aportar a la comunidad investigadora la existencia de nuevos manuscritos que documenten tan singular escrito. Los manuscritos sobre los que se han basado tradicionalmente las ediciones son los seis siguientes3: E = El Escorial, Real Biblioteca, b-I-4, ff. 127r-131r, s. XI procedente del monasterio de San Pedro de Cardeña. M = Madrid, Biblioteca Nacional, 822, ff. 47v-51r, s. XI in. P = Paris, Bibliothèque Nationale de France, n. a. lat. 239, ff. 68-83, s. XI, de Silos según Díaz y Díaz (loc. cit., 100) y Gil (loc. cit., 183) o del monasterio de San Pelayo de Salas de los Infantes, según P. Henriet (op. cit., p. 379). N = Paris, Bibliothèque Nationale de France, n. a. lat. 2179, ff. 187r 189v, s. XI, procedente de la abadía de Silos. To = Toledo, Catedral, 44.11, ff. 167v-169r, s. XIII, copia de E. T = Tuy, Catedral, 1, ff. 182r-184r, s. XII ex. uel XIII in.”
PAG 118
“Salvo Díaz y Díaz, que pensaba que los cuatro manuscritos citados en primer lugar procedían de un solo ejemplar relacionado con Cardeña, ningún editor elabora un estema. Gil sin embargo limita la vinculación a MEN7. Tampoco es el objeto de este artículo elaborarlo, aunque se pudieran establecer algunos errores o variantes conjuntivos.” (…) “Visto lo cual, el objeto del presente artículo es rescatar y describir un manuscrito desconocido de la mencionada pasión y valorarlo críticamente. Se trata del manuscrito Alc. 38 de la Biblioteca Nacional de Portugal, procedente del Mosteiro de Santa Maria de Alcobaça. Se corresponde con el número CCLXXXXIII del Index codicum, authorum, et tractatuum in codi-cibus contentorum bibliothecae Alcobacensis (Alcobaça, c. 1775?)”.
PAG 119
(12a): “Vista la colación, analicemos cuáles son sus principales características: añadidos, omisiones, trasposiciones, y acuerdos con otros manuscritos para intentar establecer cómo se relaciona con los códices conocidos”
PAG 128
(12b): “En definitiva, se trata de una copia que aporta lecturas dignas de ser valoradas al menos en su condición de testimonios de la tradición manuscrita, aunque en su inmensa mayoría éstas hayan surgido a lo largo de la transmisión por obra de copistas más o menos ilustrados, y no necesariamente descendientes del núcleo primitivo de su autor, y por tanto rechaza-bles en principio. Con todo, el testimonio de O es apreciable para el conocimiento de la circulación del Passio en un ámbito galaicoportugués, pues aparece en el grupo de textos hagiográficos donde se incluyen algunos de los milagros de Santiago o la vida de san Antonio de Lisboa.”
PAG 134
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(13): LA PASION DE S. PELAYO; Juan Gil Fernández
http://dx.doi.org/10.12795/Habis.1972.i03.09
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PAGS 194 a 200 SIC; traducción del texto del presbítero RAGUEL:
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VIDA Y PASION DE SAN PELAYO MARTIR, QUE PADECIO EN LA CIUDAD DE CORDOBA BAJO EL REINADO DE ABDERRAMAN, EL DIA SEXTO ANTES DE LAS CALENDAS DE JULIO
1. Se considera en verdad ilustre el ejemplo de una obra cuando el texto de su narración tiene un comienzo bien trabado, ya que es del mayor provecho para el elogio del relato subsiguiente si el final no desentona del principio, de suerte que lo que fue motivo de empezar la obra sea también ocasión de terminarla. Y aunque nuestra historia se dispone a referir el martirio de un testigo fidelísimo, no por ello queda deshilvanada en su comienzo, en el que se cernió el suplicio sobre los pueblos cristianos. Por tanto, hemos de pedir al Señor que nos conceda un comienzo de escribir en alabanza suya que, una vez acabada la obra, no presente la menor fisura, a fin de que resuene El fuera por nuestra lengua quien es inspirador
dentro de nuestra conciencia.
2. En aquellos tiempos, como se desencadenase una cruelísima tempestad contra los cristianos, aconteció que las huestes de toda Hispania se dirigiesen contra Galicia, ' para que, después de arrasada totalmente, si ello era posible, sojuzgase a todos los fieles la dominación extranjera. Pero la ayuda divina no dejó de poner freno a la temeridad de los que atacaban indebidamente a los suyos. Alllegar las huestes mencionadas a ese lugar, les salió al encuentro
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el ejército cristiano, y unos y otros trabaron batalla. Pero como es costumbre del rey de los fieles llevar consigo en sus campañas a los obispos, [sucedió que], al entablarse la lucha, el pueblo de Dios fue puesto en tan gran fuga, que cayeron prisioneros con algunos fieles hasta los propios obispos, entre los cuales se encontraba uno por nombre Hermogio, que, cargado de cadenas, fue encarcelado con los demás en las mazmorras de Córdoba.
3. Puesto que son muchos los signos divinos para quienes Dios omnipotente llama al reino de los cielos, este obispo Hermogio, quebrantado por las estrecheces de la cárcel y el peso de los hierros, dejó en rehenes a su sobrino, llamado Pelayo, abrigando la esperanza de enviar a su regreso cautivos con que poder rescatarle. Pero se presentaron los acostumbrados beneficios de Dios, que iluminaron a este Pelayo de tal modo, que la cárcel fue para él una prueba y una lima de los alimentos corporales, sin los cuales no
puede vivir la fragilidad humana; y tanto más aplicó esta prisión a purgar sus pecados cuanto que, cuando estaba antaño en su patria, no podía vivir sin los incentivos de los vicios. En efecto, es muy raro que un hombre que goza de honores agrade a Dios, ya que cada cual sólo quiere atender a lo suyo. Por esta razón dice el Señor 2 que es angosto el camino que conduce a la vida y ancho y espacioso el que conduce a la perdición. En verdad, cuanto más fácil es caer en el abismo a causa de la prosperidad, tanto más consecuente es elevarse a las alturas por lo áspero y escarpado; y aquél que le asemeja en la muerte, a ése le hace partícipe con tanta mayor razón de la corte celestial.
4. El beatísimo Pelayo, viendo que todo esto le había sido inspirado por Dios, según narran sus indicios, vivía prudentemente en la cárcel, en la que había sido encerrado a la edad de unos diez años. Cuál fue allí su comportamiento, ni lo silencian sus compañeros ni lo calla la fama. Era, en efecto, casto, sobrio, apacible, prudente, solícito en sus oraciones, muy dado a la lectura, cumplidor de los preceptos divinos, amigo de las buenas conversaciones, ajeno a las malas, de risa no fácil. Había leído que su maestro Pa-
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blo velaba para el estudio, no cesaba en sus oraciones, ayudaba en las desventuras y no desfallecía en las adversidades. Por tanto era aplicado en la lectura y aventajado en sabiduría. Tal era su manera de vida.
5. Cuando discutía, si por azar se encontraba presente algún charlatán de otra religión, salía refutado. Además, conservaba la castidad en su mente y en su cuerpo hasta tal punto, que se juzgaría que no pensaba más que en el futuro martirio, pues daba señales tales que [indicaban que] no perdería en modo alguno la dicha celestial. ¿Quién no celebraría con aplausos a tal naturaleza, a quien ya adornaba por especial gracia una belleza digna del Paraíso? Cristo era preceptor por dentro del que iluminaba por fuera, a fin de que honrase a su Maestro con su hermosura corporal quien en su mente le llevaba sin duda como digno discípulo, purificando [nuestro Señor] su cuerpo y preparando una morada en la que poco después gozase como esposo y con la que [Pelayo], tras alcanzar la palma con su sagrada sangre, se uniese a El y a sus abrazos entre la curia celestial como siervo digno de tal honor, de modo que, enriquecido copiosamente por dos coronas, la de su virginidad y la de su pasión, lograra un doble triunfo sobre el enemigo, por haber aborrecido las riquezas y no haber cedido a los vicios, y fuera coronado por el Señor por haber despreciado aquello en lo que se regocija asiduamente el diablo. En efecto, bien merece doble recompensa aquél que pisotea al cruel enemigo juntamente con sus secuaces. El santo Pelayo permanecía firme en resistir a las promesas y digno de alabanza por no ceder a los vicios. Y cuanto más trataba el antiguo enemigo de doble cresta de atraparle, ya abierta, ya solapadamente, en las redes de su perfidia, tanto más yacía impotente bajo sus pies por la voluntad de Dios, presa el desdichado en las argucias de su propia maldad, ya que es mentiroso y padre de la mentira.'
5. Habiendo tenido lugar estos hechos dignos de encomio por un espacio de tres años y medio, se dio el caso que un día se presentaron los secuaces de uno de los pajes 6 del rey con vistas a
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comprar esclavos, los cuales refirieron a su amo que la belleza del rostro del santísimo Pelayo no tenía comparación. Y no sin razón parecía bello por fuera, ya que, más bello por dentro, era bienamado de nuestro Señor Jesucristo. Y así, aquellos hombres necios y desconocedores de la verdad pensaban enfangar en el cieno de los vicios su hermosura, a la que nuestro Señor había prometido un puesto a su derecha entre los coros de los santos vírgenes, sin saber los desdichados que no se puede ir en contra de Dios, ellos, que ni siquiera pueden vol ver su cabello blanco o negro.
7 Al llegar entretanto este rumor a los oídos del rey, le produjo gran agrado, pero no honesto, que el siervo de Dios Peiayo permaneciera bello incluso en los rigores de la cárcel. Por tanto, en el transcurso de un banquete mandó a sus servidores que llevasen ante su vista a la futura víctima de Cristo. Y ya que todo es posible para el omnipotente Dios, se cumple el dicho con el hecho. A toda prisa, arrastraron consigo al siervo de Dios Pelayo con sus cadenas, de modo que, al cortarlas, rodaron por el salón del rey rechinando con gran estruendo, muy alegres, los insensatos, de ofrecer a un rey mortal a aquel con cuya alma se había desposado ya Cristo con fe indisoluble. La presentaron, pues, ante sus ojos vestido con un atuendo regio, musitando al oído del beatísimo niño que su belleza era conducida a tan gran honor.
6. El rey le dijo: «Niño, te encumbraré con grandes honores si quieres negar a Cristo y decir que nuestro profeta es verdadero. ¿No ves cuáles y cuántos reinos poseemos? Además te daré —añadió— gran cantidad de oro y plata, las mejores vestiduras, adornos preciosos. Encima escojerás para ti a quien quieras de entre estos pajes, para que te sirva a tu antojo. También te daré casas para que habites, caballos para que cabalgues, placeres para que te deleites. Asimismo, sacaré de la cárcel a cuantos pidas, y si quieres,
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llamaré a tus padres a este país y les otorgaré inmensos honores». El santo Pelayo, despreciando todas esas cosas y comprendiendo que eran dignas de irrisión, le respondió: «Esto que me muestras, oh rey, no es nada, y no negaré a Cristo. Soy cristiano, lo he sido y lo seré. Pues todas esas cosas tienen fin y pasan a su hora. En cambio, Cristo, al que yo adoro, no tiene fin porque tampoco tiene principio, ya que es El quien con el Padre y el Espíritu Santo es un solo Dios, que nos hizo de la nada y todo lo tiene bajo su poder».
7. Entretanto, como el rey quisiera tocarle en son de chanza, «Perro —le increpó el santo Pelayo--, ¿acaso crees que soy un afeminado como los tuyos?» Al punto desgarró las vestiduras que llevaba puestas y se mostró fuerte atleta en la palestra, eligiendo morir dignamente por Cristo que vivir vergonzosamente con el
diablo y mancillarse en los vicios. El rey, pensando que aún le convencería, ordenó a sus pajes que le sedujeran con persuasivos halagos, por si apostataba y cedía a tantas grandezas reales. Mas él, con la ayuda del Señor, se mantuvo firme y permaneció impertérrito, proclamando que sólo existía Cristo y diciendo que obedecería sus preceptos por los siglos de los siglos. Al ver la fogosidad de su ánimo en contra suya y dándose cuenta de que había sido despreciado en sus deseos, el rey, espoleado por la ira, dijo: «Colgadle en garruchas de hierro y tensando al máximo y elevándole en alto una y otra vez, dejadle en tierra sólo cuando exhale su alma o niegue que Cristo es Dios».
8. El beato Pelayo, soportando el tormento con fuerte ánimo, se mantenía inquebrantable, ya que no rehusaba en absoluto padecer por Cristo. El rey, al ver que su fortaleza no flaqueaba, mandó que se le despedazara miembro a miembro y se le arrojara al río. Recibida esta orden, los sayones, puñal en mano, se cebaron en él con saña tan inhumana, que se pensaría que hacían el sacrificio del que era preciso que fuera inmolado, sin que ellos lo supieran, ante la mirada de nuestro Señor Jesucristo. El que ya estaba elegido en el cielo sufría todavía cruelmente en la tierra. Uno, en efecto, le amputó de cuajo un brazo, otro le cercenó los pies, otro no dejó de herirle hasta en el cuello. El mártir, entretanto, permanecía firme, de cuyo cuerpo fluía a goterones un reguero de sangre en vez de sudor, sin invocar a nadie excepto a nuestro Señor Jesucristo, por
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quien no rehuía la pasión, diciendo: «Señor, líbrame de la mano de mis enemigos».
9. La potestad divina no le abandonó, haciéndole confesor por el tormento y glorioso mártir en el cielo por el filo de la espada. Las manos que tendía a Dios, los malvados las cortaban con la espada, mientras el beatísimo Pelayo cansado jadeaba. Y ya que no había ningún hombre que se apiadase de él, invocaba sólo a Dios. Clamaba el fortísimo atleta, pero Dios se hallaba presente en la prueba diciéndole: «Ven, recibe la corona que te prometí desde un principio». Entretanto, su espíritu partió con el Señor, su cuerpo fue arrojado a la corriente del río. Sin embargo, no por ello faltaron fieles que lo buscasen y lo condujesen con gran reverencia al sepulcro. Su cabeza la tiene el cementerio de S. Cipriano, su cuerpo la pradera de S. Ginés.
10. ¡Oh martirio digno en verdad de Dios, comenzado en la hora séptima, terminado al atardecer en ese mismo día! " ¿Quién podrá expresar con palabras tal recompensa? Por el rigor de la cárcel se le devolvió la gloria del cielo, por las angustias temporales mereció gozar los bienes celestiales, por la patria que abandonó posee el paraíso que deseó. Abandonó, sí, a sus padres y a sus hermanos, pero ahora tiene por compañeros a los ángeles. Dice la palabra divina: «Todo el que abandona a su padre y a su madre y a los demás por mi nombre, recibirá el cien doblado y poseerá la vida eterna». " Sufrió en sus miembros la espada quien ahora tiene el reino de los cielos.
11. ¡Oh beatísimo testigo Pelayo, que entre los halagos y las amenazas confiesas el nombre de Cristo y no cedes a las lisonjas, prefiriendo morir por la verdad que vivir para el siglo y carecer de
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la justicia! Aquel, a quien Cristo ya tenía en el número de sus elegidos, no quiso ceder a las promesas de los condenados. Por tanto te rogamos, santo mártir, que defiendas a la iglesia y que protejas siempre con tu ayuda a la que ves que te sirve con deferentes súplicas, a fin de que tenga ella por patrono ante Dios a quien Galicia trajo al mundo, pero Córdoba tiene [en su tierra] glorioso por la sangre del martirio. Este beatísimo Pelayo, a la edad aproximada de trece años y medio, padeció en la ciudad de Córdoba, como se
ha dicho, en el reinado de Abderramán, en Domingo, a la hora décima, el día sexto antes de las Calendas de Julio en la era 964, reinando nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, Dios uno en la Trinidad, por los siglos de los siglos. Amén.
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(14): LA PASION DE S. PELAYO
Juan Gil Fernández
http://dx.doi.org/10.12795/Habis.1972.i03.09
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INTRODUCCION
(14a): Cuenta una vieja Pasión que, a principios del s. X, un niño de trece años, enviado a Córdoba como rehén de su tío el obispo Hermogio, preso en el desastre de Valdejunquera, sufrió martirio por orden de Abd al-Rahman.
(....)
Un latinista metido a aprendiz de historiador inspira recelos, a mí el primero; y aumenta mi turbación el ver que los documentos gallegos, los únicos que quizá podrían arrojar alguna luz sobre los sucesos, aguardan con paciencia secular su publicación. (...) Así, me doy por satisfecho si he logrado que la Pasión de Pelayo no quedara del todo aislada de su contorno histórico, tan diferente al de los demás martirios mozárabes
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(14b): 1. Los hechos históricos.
Sobre la sangrienta batalla que fue causa indirecta de la pasión de S. Pelayo las fuentes tanto árabes como cristianas suministran copiosa documentación, ya que en ella Abd al-Rahman III consiguió su más resonante triunfo sobre las tropas coaligadas de leoneses y navarros. Durante los tres primeros años de su reinado (912- 915), el futuro al-Nasir, dedicado a sofocar las discordias intestinas que minaban el poder central cordobés, tuvo que ver resignado cómo Ordoño II llegaba en una de sus correrías hasta Evora y la saqueaba a sangre y fuego (913), y cómo uno o dos arios más tarde sufría la misma suerte el castillo de Alange. Pero ya desde 916 el emir decidió contraatacar, no sin varia fortuna; en el 919 los triunfos de su general Ishaq ibn Muhammad al-Qurasi le animaron a dirigir él en persona la guerra santa, por lo que comenzó a hacer los preparativos necesarios. En primavera del 920 partió de Córdoba al frente de un numeroso ejército, y tras tomar Osma, San Esteban de Gormaz y Clunia, se dirigió a Navarra, enfrentándose con las tropas aunadas de Sancho García y de Ordorio II, que había acudido en ayuda del monarca navarro, en el valle llamado Junquera (26 de julio). La batalla tuvo tan desastrosos resultados para los cristianos que incluso dos obispos, Hermogio y Dulcidio, cayeron en manos de los musulmanes. Tres días más tarde, para remachar su victoria, Abd al-Rahman se apoderó del castillo de Muez, degollando a los quinientos fugitivos —entre ellos algunos condes y caballeros— que habían buscado la protección de sus murallas, y volvió en triunfo a Córdoba a comienzos de septiembre. Sólo casi veinte años más tarde, en 939, podrían las armas cristianas tomar su desquite en la batalla de Simancas.
Los dos obispos cautivos, Dulcidio y Hermogio, son figuras bien
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conocidas en la documentación de la época.
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Dulcidio y Hermogio no sufrieron prisión largo tiempo; probablemente su cautiverio no convenía a los intereses ni de Abd al-Rahman ni de Ordorio II. Puesto que ambos obispos vuelven a figuraren la corte leonesa en el 924, su rescate hubo de tener lugar probablemente a principios del 923, si, como refiere la Pasión, Pelayo estuvo en las mazmorras de Córdoba tres años y medio antes de sufrir martirio (926).(...) Todo parece indicar que la asociación de Hermogio con Túy tulio lugar tardíamente, quizá en el s. XI, para apoyar las pretensiones de Túy de ser cuna de S. Pelayo, cuyo lugar de nacimiento silencian las fuentes más antiguas.
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El rescate consistía, por lo general, en el pago de una fuerte suma de dinero, o, en su defecto, en la entrega de rehenes.(...) La fianza de Hermogio fue su sobrino Pelayo (quizá en un primer momento el propio padre de Pelayo), primo o hermano del futuro obispo de Túy Vimarán.
(...)
(14c): Pero el caso es que Pelayo, a los tres años y medio de prisión, fue condenado a muerte por Abd al Rahman. Esto sí parece insólito. Bien es verdad que algunos mozárabes exaltados continuaban presentándose voluntariamente ante el cadí para proferir insultos contra Mahoma, en la confianza de lograr por el martirio la vida eterna. En el emirato de Abd Allah (entre 902 y 910) fue condenada a la hoguera por este motivo la cristiana Dulce, y en el 931, bajo Abd al-Rahman, fueron ajusticiados Sta. Argéntea y S. Wulfurán.
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Abd al-Rahman, sin embargo, no parece haber tenido el menor interés en fomentar los martirios voluntarios tomando medidas drásticas, como indica su diplomático comportamiento con Juan de Gorze hacia el 953 (...) ¿Por qué, entonces, esa actitud intolerante con Pelayo, a quien su misma condición de prisionero le impedía la libertad de movimientos y de expresión que tenían los demás mártires? Si atendemos a la Pasión, dos fueron las razones que enviaron a Pelayo al suplicio: en primer término, su negativa a profesar la fe musulmana, y en segundo término, su repugnancia a doblegarse a los groseros apetitos de Abd al-Rahman. No hay razón para poner en duda la prueba a que fue sometido Pelayo. Cabe sólo preguntarse si estos son motivos suficientes para ordenar que se decapite a un rehén, y no a un rehén cualquiera, sino al miembro de una de las principales familias de Galicia. Si volvemos la mirada hacia el Norte, vemos que precisamente por aquellos años un fuerte huracán político sacude los reinos cristianos. Ordoño II había fallecido en 924 y su hermano Fruela II en 925. Se disputan ahora el trono Alfonso IV, hijo de Ordoño II, y su hermano Sancho, que se mantendrá independiente en Galicia hasta su muerte (929); y aún el hijo de Fruela II, Alfonso, recaba en un primer momento para sí la corona. No parece creíble que Abd al-Rahman, en la cumbre de su poder, permaneciera al margen de estas luchas dinásticas, cuando en 958 había de apoyar a Sancho I contra Ordoño IV,
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Bastaba un paso en falso, una promesa fallida, un rompimiento de tregua para que el rehén corriera peligro de muerte.
(...)
Resulta incomprensible que el conde Garci Fernández enviara embajadores a Córdoba en el 974 para tratar de paz, y que, en plenas negociaciones, aprovechara la ausencia del general Galib para efectuar una afortunada incursión por tierras musulmanas, sin que al parecer le importara gran cosa lo que de resultas de su galopada pudiera suceder a los embajadores.
En este contexto cobra sentido la pasión de Pelayo. Irritado por el incumplimiento de algún tratado, es verosímil que Abd al-Rahman ordenara la ejecución del rehén cristiano, ofreciéndole la vida, como antaño Abd Allah a los cristianos refugiados en el castillo de Poley, a cambio de abjurar de su fe. Que Abd al-Rahman, atraído malsanamente por la belleza del muchacho, intentara convertirle en un fityan, en uno de los pajes, la mayoría de ellos eunucos, que
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pululaban por el palacio, es una prueba secundaria de la que sale victoriosa la virtud de Pelayo. Y conviene señalar que el hecho de que Pelayo sea vestido con regios atuendos no presupone ninguna intención aviesa en Abd al-Rahman, como parece creer Hroswitha.
(14d): Cuando se concedió audiencia a Juan de Gorze al cabo de tres años de espera, unos recaderos del califa le indicaron que se cortara el cabello, se lavara y se presentara en palacio con un traje de gala; como éste se negara a ello, Abd al-Rahman pensó que no tenía muda y le envió dinero para que comprase vestidos adecuados a la dignidad de la ceremonia, advirtiéndole que no estaba permitido presentarse ante su vista con viles ropajes. Se trata, pues, de una mera cuestión de protocolo.
(14e): Como recalca la pasión, la alternativa que se le presenta al mártir es morir o renegar de Cristo, y no es un azar que las primeras palabras que le dirige Abd al-Rahman estén destinadas a convencerle de las ventajas que le habría de reportar la apostasía. Es la misma escena que se ha repetido una y otra vez en al-Andalus a lo largo de casi un siglo: el cadí, el gobernador o el visir intentan persuadir al fogoso mozárabe de que se retracte de sus palabras o abrace la religión musulmana, halagándole con mil promesas; el mártir, impertérrito, sigue firme en su propósito de morir por Cristo y alcanzar de esta suerte el paraíso, sin dejarse seducir por las vanidades humanas. Parece claro que, de no apostatar, la vida de Pelayo corre peligro; pero no es un peligro arrostrado voluntariamente, como en el caso de los otros mártires, sino un peligro que viene dado por las circunstancias, que no pueden ser sino políticas. Para un cristiano, la muerte de Pelayo será un martirio glorioso; para un musulmán, una ejecución justa. Bajo esta perspectiva todo lo sucedido es coherente. La pasión, preciso es reconocerlo, no menciona ningún quebrantamiento de paz ni yo he encontrado en estos arios oscuros suceso alguno que explique de manera clara y tajante el proceder de Abd al-Rahman. No creo que esto constituya un obstáculo insalvable. A oídos de la mozarabía, poco ducha en política cristiana, sólo debió de llegar la ejemplar noticia del niño que, antes que renegar de la fe de sus mayores, prefirió sucumbir bajo el filo de la espada. Por otro lado, la historia de aquel período en el Norte se nos presenta como una maraña inextricable: Alfonso IV se corona en León el 12 de febrero del 926, García Sánchez en Santiago en abril del mismo año,.
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(14f): El día está confirmado por los calendarios mozárabes, incluido el de Recemundo; ahora bien, ese día no fue domingo, sino lunes. Por esta razón Morales, 1 ' seguido por la mayoría de los historiadores, redujo la era a 963 (año 925), en que realmente el 26 de junio incidió en lunes. (...) Es posible que Raguel sufriera confusión o que pura y simplemente fechara el martirio «digno en verdad del Señor» en domingo. Quede, pues, en pie el ario 926, si bien sujeto a todo género de reservas. Incluso las lápidas sepulcrales mozárabes incurren en errores de este tipo.
(14g): 2. Pelayo venerado como mártir.
La muerte de Pelayo, envuelta en un halo de misterio, causó
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honda impresión en el ánimo de los cristianos. Su figura no tenía las dimensiones épicas para que se entretejiera en torno a ella un cantar de gesta, (....) muy prontom empezó a recibir culto como mártir. El Cartulario de Arlanza (p. 24) menciona una ecclesia sancti Pelagii en 929, y según el Cartulario de S. Millán (p. 35) en 933 un tal Blas Braca donó a dicho monasterio ecclesia sancti Pelagii en la Rioja. Muy tempranas me parecen estas fechas para ser verdaderas. Auténtica parece, en cambio, la donación de Fernán González en 945 a S. Miguel de Pedroso
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No es de extrañar, pues, que Sancho I, incluso sin necesidad de su estancia cordobesa, pidiera de Abd al-Rahman la traslación del cuerpo del santo, como antaño Alfonso III había conseguido para Oviedo las reliquias de S. Eulogio y Sta. Leocricia. Con motivo de una embajada de orden político, el obispo leonés Velasco obtuvo en Córdoba la anuencia del califa, pero los sagrados restos no llegaron a León sino en 967, reinando ya Ramiro III. Allí recibieron digna sepultura con la presencia protocolaria de religiosos obispos, según relata Sampiro. " Por entonces debió de construirse el famoso monasterio de S. Pelayo, " con lo que se extendió su culto por todos los confines del reino;
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Cuando se abatieron sobre el reino leonés las devastadoras campañas de Almanzor, Vermudo II decidió trasladar los restos a lugar más seguro, colocándolos en la iglesia de S. Juan Bautista de Oviedo, donde profesó como monja la propia reina Teresa, mujer de Sancho I, que aparece en el 996 como abadesa de S. Juan Bautista y S. Pelayo. " En el s. XI fue muy devoto del santo Fernando I, quien, además de restaurar con magnificencia el sepulcro de Oviedo, puso de moda su culto en Castilla; no parece casual que S. Pelayo sólo sea mencionado en el monasterio de Cardeña una vez, en 1045 (p. 176) y que los notarios de Arlanza usen muy frecuentemente a partir de 1037 una nueva fórmula de invocación a los santos, a los que se añade S. Pelayo
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(14h): 3. La Pasión.
En el s. X la pasión como obra literaria está perfectamente definida, constituyendo ya de antiguo el Pasionario uno de los libros obligados en la biblioteca de todo convento.
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Esta rigidez de estructura, ajena a cualquier innovación, es la causa de que todas las pasiones, salvadas leves diferencias, sean muy parecidas entre sí. Y gracias a ello se puede escribir una pasión sin tener grandes conocimientos acerca del mártir, como sucede en el caso de S. Pelayo.
(...)
¿Qué ocurrió durante los tres años y medio que Pelayo pasó en la cárcel? De fijo, nada realmente historiable. La dificultad queda salvada con sólo aplicar tópicos manidos y trillados: Pelayo, como aquellos santos que no cesaban de meditar día y noche en la ley del Señor, se entrega a la lectura, a las buenas conversaciones, apenas ríe, refuta a los infieles; y aún hay más: él, que antes no podía resistir a las tentaciones de los vicios (obsérvese que ya incentiva uitiorum es una expresión hecha, cf. Hier. ep. 22 5, 52 3, 125 12, Th1L s.u. incentiuus c. 87329), se purifica ahora en el cautiverio preparándose
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para el futuro martirio. Así, nuestro docto mozárabe no retrocede ante el hecho de suponer en Pelayo una precocidad realmente notable para el pecado, ya que de esta suerte podrá después hablarnos largo y tendido de sus virtudes. La misma sensación de tópico produce la simple lectura de las demás partes de la pasión, en las que la exageración vuelve a ser causa de contrasentidos curiosos: el niño es llevado con tanta prisa a presencia de Abd al-Rahman que se han de cortar sus cadenas ante los mismos ojos del emir, pero este alocado apresuramiento no impide que se le truequen los harapos de la cárcel por regios vestidos; en la tremebunda descripción del martirio, a Pelayo le arrancan pies y brazos, se le hiere cruelmente hasta en el cuello; pero después se hablará del cuerpo del santo sin hacer alusión a tales mutilaciones. Parece probable que, después de una tortura más o menos prolongada, a Pelayo se le cortara sólo la cabeza, la manera de ejecución corriente en aquel tiempo.
(...)
(14i): ¿Quién escribió la Pasión de S. Pelayo? El códice Escorialense tiene al margen del f. 127' una curiosa nota Raguel presbiter doctor fuit huius passionis Cordobensis, que ha sido la base, desde época
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está fuera de duda que salió de la pluma de un cordobés contemporáneo de Pelayo; en efecto, además de mencionar a los compañeros de prisión del santo como aún vivos, habla sin especificar más de las iglesias de S. Cipriano y de S. Ginés, actitud natural sólo en un cordobés.
(....)
Quédanos por hablar muy brevemente de la misa de S. Pelayo que conserva el Liber Sacramentorum (c. 567 ss.). La fuente de la misa es la Pasión, de la que, además de la alusión a la iglesia de S. Cipriano y S. Ginés, se toman algunas frases casi al pie de la letra: (...) Pero en la misa se quisieron añadir algunos detalles más, incurriendo en un curioso disparate: como en la Pasión se dice que Pelayo vivía castamente en la cárcel, se dedujo por exclusión que los demás cautivos pasaban el día en francachelas (...) No viene a cuento insistir en la falsedad de estas interpolaciones.
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(14j): 4. El poema de Hroswitha.
La fama del santo traspasó las fronteras de España. Ya muy entrado el s. X, en el lejano monasterio de Gandersheim en Sajonia, la monja Hroswitha dedicaba a su maestra Gerberg, abadesa en dicho convento y sobrina de Otón I, su primera producción poética, consistente en cinco poemas de forma épica o elegíaca; de estos cinco poemas uno estaba consagrado a S. Pelayo. " Según confesión de la propia Hroswitha, su informante había sido un cristiano cordobés testigo principal del martirio, lo que parece verosímil dada la intensa relación diplomática que unía entonces el califato omeya con el imperio germánico. Ya antes se ha hecho mención de la embajada de S. Juan de Gorze; en 974 se tiene noticia de otra legación, esta vez de Otón II, enviada para renovar los tratados de paz firmados anteriormente. " Los emisarios cordobeses solían ser mozárabes, como consta expresamente en el caso de Recemundo, recibido por Otón I en Francfurt (956), y es natural que la corte sajona escuchara anhelante las nuevas de los martirios que tenían lugar en aquel mundo hostil a la fe, pero atractivo y exótico. No conviene olvidar tampoco que Verdún mantenía un lucrativo comercio de eunucos con Córdoba, lo que constituía otra caudalosa fuente de noticias sobre el reino andalusí.
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ASÍ NARRA LA PASIÓN
Muchos soles amanecieron sobre Córdoba, sometida largos años a los príncipes paganos, hasta que subió al trono Abderramán, hombre de peor laya aun que sus antepasados y roído por la lujuria, que, lejos de respetar el pacto establecido por sus mayores, empapó la tierra de sangre cristiana y se reputó rey de reyes, pensando, lleno de orgullo, que nadie se atrevería a hacerle frente.
Un día oyó que en una región remota, en Galicia, había un pueblo fiel a Cristo que se negaba a reconocer su dominio. Muy airado, henchido su corazón de la hiel de serpiente, convocó a los próceres de la ciudad, instándoles a extirpar de raiz la rebelión. Acto seguido, hizo venir de todas partes a su ejército y revistió de férrea loriga su muelle cuerpo. Al llegar a Galicia, las huestes musulmanas alcanzaron en la primera batalla tan gran triunfo que cayeron en manos de Abderramán doce condes y quedó sometida de un golpe la región insurrecta. Los doce condes cautivos, cargados de cadenas, obtuvieron, uno tras otro, su libertad a precio de oro; pero al duque se le dobló el precio del rescate, de modo que, aunque presentó al rey todo cuanto poseía, no logró cubrir la suma exigida. Abderramán, no tan deseoso de oro como de inferirle la muerte, se negó en redondo a liberarle. El duque tenía un hijo, Pelayo, de singular hermosura y adornado de todas las virtudes, que se encontraba ya en la primera flor de la adolescencia.
Pelayo, al advertir la crueldad del rey y la tristeza de su padre, le habló así: «Padre mío, sé que tu vida decrece por los achaques de la vejez y que tus cansados músculos no pueden soportar ya el menor trabajo. Yo soy fuerte para resistir las fatigas. Entrégame, pues, al rey como rehén hasta que logres pagar el dinero convenido, para que tus canas no sucumban ante el rigor de los hierros». El padre le respondió: «No digas eso, hijo mío. Tú eres toda mi gloria, la única esperanza del pueblo sometido.
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Antes prefiero marchar encadenado a Hispania». Con dulces palabras consiguió Pelayo convencer a su padre. Ajustado así el trato, el rey ordenó que el rehén fuera llevado consigo, y a su regreso a Córdoba lo recluyó en la mazmorra subterránea, olvidada del sol y amiga de las tinieblas. Allí, por piedad, visitaron a Pelayo los principales. Y como viesen la hermosura del joven y quedasen admirados de su inteligencia, desearon sacarle de la cárcel. Sabedores que Abderramán estaba corrompido por el vicio sodomítico, se presentaron ante él y le dijeron: «No conviene, oh rey, que castigues tan duramente a un bello muchacho; si le vieras, bien desearías que te sirviera en la corte». Con estas palabras el corazón del rey se emblandece.
A sus órdenes, Pelayo es lavado, vestido de púrpura, adornado con ajorcas y conducido a palacio. Todas las miradas se vuelven hacia él; el propio rey, prendado de su hermosura, le hace sentar en su trono y, como en serial de afecto, le echa los brazos al cuello. Mas el soldado de Cristo no permite que le toque el rey mancillado por la lujuria de la carne, y desasiéndose le dice: «No es propio de un hombre lavado por el bautismo de Cristo ofrecer el cuello a los abrazos de un infiel. Abraza más bien a quienes adoran contigo los ídolos». El rey no ceja: «Niño, ¿crees que puedes libremente despreciar mi piedad y burlarte de nuestros dioses? ¿No te conmueve la idea de morir y de dejar huérfanos a tus padres? No intentes desobedecer otra vez mis órdenes.
Y como te quiero honrar, has de sobresalir tanto entre mis servidores que tendrás tanto poder como yo en todo el reino». Así dice, atrayendo con su mano izquierda el cuello del santo para besarle. Pero Pelayo confundió sus deseos, golpeando el rostro del rey con tal puñetazo, que la sangre de la herida regó su barba. Fuera de sí, Abderramán ordenó que lanzasen a Pelayo con una balista fuera de la muralla, para que reventara al caer en el ribazo del gran río que rodea la ciudad; mas aunque inmensos peñascos recibieron al mártir en su caída, su cuerpo permaneció ileso. Rápidamente llegó a oídos del rey la noticia; y más irritado aún, viendo que había sido vencido, mandó que se le cortara la cabeza y se arrojaran sus restos al río. Pero Cristo, que había coronado a Pelayo en el cielo, no permitió que careciera de sepultura en tierra. Unos pescadores divisaron el cadáver trunco
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en el ribazo y más allá la cabeza decapitada; sabiendo que se trataba de un mártir, pues este castigo sólo estaba reservado a los mártires, colocaron la cabeza sobre los hombros y reconocieron a Pelayo. «¿No acostumbramos a vender a buen precio los cuerpos de los mártires?», se preguntan. A toda prisa, izan el cadáver a la barca, viran y se dirigen a Córdoba, donde, ya dentro de la ciudad, depositan su sagrada carga en un monasterio, recibiendo con creces la recompensa apetecida. Enterrados bajo tierra los restos, comenzaron a producirse milagros. Ante su sepultura, los enfermos recobraban la salud, pero el abad del convento dudaba de que el santo niño fuera la causa de tantos prodigios. Al fin, se decidió ponerle a prueba. Hombres y mujeres ayunaron tres días y, preparada una hoguera, rogaron al Señor: «Rey piadoso, que todo lo sabes discernir con recto juicio, permite que el mérito del santo sea probado por el fuego: si a él se deben estas curaciones, haz que las llamas no toquen su piel». Con estas súplicas arrojaron a las crepitantes llamas la cabeza, que, al cabo de una hora, apareció más resplandeciente que el oro, sin sufrir daño alguno por el calor.
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(14k): El relato de Hroswitha, dejando a un lado sus valores poéticos, es un extraña mezcla de realidad y ficción: los musulmanes adoran ídolos de oro, como Aarón, o bien estatuas de mármol, como los romanos; el califa aparece sentado en un trono; Córdoba está rodeada de un río. Pero aparte de estos fallos de ambientación, lógicos por otra parte, los demás errores —si errores pueden llamarse— proceden del informante o bien de una falsa interpretación por parte de Hroswitha. Doce condes cayeron prisioneros de Abd al- Rahman en el combate; pues bien, en el asalto al castillo de Muez fueron pasados a cuchillo algunos condes y otros sin duda fueron presos con vida en la rota de Valdejunquera. A pesar de la falsa denominación dux, todo parece indicar que Pelayo fue hijo de un gran magnate gallego. Incluso pueden acoplarse las diferentes versiones de Hroswitha y Raguel respecto al rescate: bien pudo ser que Abd al-Rahman pidiera como rehén de Hermogio no a Pelayo, sino a su padre, excusándose éste en razón de la edad y enviando a Córdoba a su hijo. Por otra parte, al lado de estas noticias más o menos dudosas, hay otros detalles muy veraces, entre ellos, la alusión a la cárcel subterránea,
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La descripción del martirio, salvada la fábula de la balista (que parece un eco deformado del suplicio de las garruchas), está más acorde con la realidad de la época que la truculenta exposición de Raguel. También es real sin duda el afán de lucro de los pescadores, deseosos de vender a buen precio las reliquias del santo; es una escena que silencian por pudor todas nuestras fuentes mozárabes, pero que sin duda hubo de ocurrir a menudo. La iglesia de S. Cipriano, donde recibió sepultura el cuerpo de S. Pelayo, se halla dentro del recinto amurallado de Córdoba, como dice Hroswitha y confirma el calendario de Recemundo.
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5. La tradición manuscrita de la Pasión.
La Pasión de S. Pelayo ha llegado hasta nosotros en cuatro manuscritos visigóticos, todos ellos tardíos:
M Matritensis BN 822 f. 48v ss., s. XI.
E Escorialensis b. I. 4., f. 127* ss., s. XI (Cardeña).
N Parisinus BN Nouv. acq. lat. 2179, f. 187* ss., s. XI (Silos).
P Parisinus BN Nouv. acq. lat. 239, saec. XI (Silos). Se trata de un códice ficticio; en la encuadernación actual, los folios están descabalados, siendo su orden real el siguiente: 74, 70, 71, 82, 75, 76, 78 y 79.
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6. Ediciones de la Pasión.
El primero en dar a la luz las actas del martirio fue Morales en su Diui Eulogii Cordubensis martyris, doctoris et electi archie piscopi Toletani opera, Compluti, 1574, f. 112' ss., a base, según nos confiesa él mismo (f. 112r ), de los códices ME y de un antiguo santoral de la iglesia de Túy. Morales, buen editor para su época, corrigió el texto de la Pasión cuando así le pareció oportuno, a fin de salvar algunas dificultades del latín.
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En 1610 volvió a publicar la Pasión Prudencio de Sandoval en su Antiguedad de la ciudad y iglesia cathedral de Tuy, impresa en Braga, edición que me ha sido inaccesible, aunque no creo que ofrezca grandes mejoras. De Morales o de Sandoval tomó el incansable Papebrochius el texto que salió a la luz en los Acta Sanctorum, V, p. 204 ss. Hasta el mismo Flórez en su ES XXIII, p. 230 ss., se limitó a seguir servilmente a Morales, introduciendo algunas correcciones de poca monta
(...)
Estando en pruebas el presente artículo, he advertido que ya M. C. Díaz había publicado críticamente este texto, acompañado de una introducción en la que se estudia la procedencia de cada manuscrito. Sin embargo, no he introducido ninguna modificación en mi original”
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(15): PASIONES FUNDACIONALES E INEFABLES: EN TORNO A SAN PELAGIO
Rafael M. Mérida Jiménez
Universitat de Lleida
https://www.cervantesvirtual.com/obra/pasiones-fundacionales-e-inefables-en-torno-a-san-pelagio/
Edición digital a partir de Actas del XVII Simposio de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, Barcelona, Universitat Pompeu Fabra ; Madrid, Sociedad Española de Literatura General y Comparada, 2010, pp. 205-215
PASIONES FUNDACIONALES E INEFABLES: EN TORNO A SAN PELAGIO
SIC:
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(15a): “RESUMEN: La Vita vel passio sancti Pelagii de Raguel (c. 967) y el poema de Hroswitha de Gandersheim (siglo x) dedicado a Pelagio constituyen piezas clave en la creación de un espacio europeo literario y simbólico que surge en una encrucijada de pasiones religiosas, políticas y sexuales en contra de los musulmanes. Se trata de piezas fundacionales cuyo análisis nos permiten comprender las bases del primer imaginario cristiano sobre las que se sustenta la progresiva virilización de la «Reconquista», frente a la feminización y la sodomización literaria de musulmanes y de judíos (y de no pocos cristianos sospechosos para el discurso oficial) que plasmarán tantas otras obras hispánicas medievales, como ilustrarán los más diversos géneros literarios e historiográficos.”
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“La Vita vel passio sancti Pelagii —o Pasión de San Pelagio— es un relato hagio- gráfico compuesto, muy probablemente, antes del año 967 por un escriba judío mozárabe conocido como Raguel, en una prosa latina muy rítmica, en donde se narra la vida, el martirio y la muerte del niño cristiano que la titula, fallecido en la corte cordobesa del emir Abderramán III a la edad de trece años y medio, en torno al año 925, como consecuencia de su negativa a abjurar de su fe y acceder a los deseos sexuales del futuro califa.1 Se trata de una pieza breve que ha ido gozando de una modesta pero permanente difusión, según confirman cuatro manuscritos del siglo xi (entre ellos, el Pasionario II de Cardeña y el Pasionario de Silos) y sendos códices del siglo xiii, así como cinco impresiones anteriores al siglo xx (de 1574, 1610, 1709, 1766 y 1893) y las ediciones más recientes, entre las que destacan las preparadas por Manuel C. Díaz y Díaz (1969), Juan Gil (1972) y, sobre todo, la de Celso Rodríguez Fernández (1991).”
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El testimonio de la Vita vel passio sancti Pelagii que parece más fiel al original perdido no sería el más antiguo de los citados, sino el códice facticio en
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formato folio mayor del primer tercio del siglo xiii, atesorado en el archivo de la catedral de Tuy. Esta circunstancia y tal ubicación serían mucho más causales que casuales, teniendo en cuenta que Ermogio, tío de Pelagio, fue obispo de dicha sede y que fue él quien, para recuperar su libertad perdida tras la batalla de Valdejuntas (920), ganada por Abderramán III, dejara al niño como rehén en las cárceles cordobesas, en donde permaneció durante tres años y medio. Según Celso Rodríguez (1991: 13, nota 4), en:
Alveos, de la diócesis de Tuy, municipio de Creciente —Pontevedra—, hay la convicción desde tiempo inmemorial de que Pelayo nació allí de unos padres hacendados y de que, a la muerte del adolescente, una de las propiedades de su f0amilia fue solar de un monasterio de benedictinas, fundado por su tío Ermogio, el obispo de Tuy, in memoriam de su sobrino, recién martirizado.
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El martirio de Pelagio gozó de un eco insólito por tierras europeas, según demuestra el poema que le dedicara la benedictina sajona Hroswitha (c. 935- c. 999)
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(15b): El deseo impuro del emir hacia el cuerpo de Pelagio se construye como antítesis del sentido que adquiere la purificación corporal para el propio mártir, cuando ordena traerle a su presencia al comienzo de un banquete: Pelagio es magistralmente transformado en manjar de lujo, hermoso incluso a pesar de las aflicciones en la cárcel, vestido regiamente, expuesto a las miradas de todos los cortesanos y, sobre todo, a la de Abderramán, quien cuantifica de inmediato su valor y le lanza la mejor de las ofertas a cambio de la peor de las renuncias, trasunto de las tentaciones de Jesús en el desierto:
Le dijo enseguida el rey: «Niño, te elevaré a los honores de un alto cargo, si qui- sieres negar a Cristo y afirmar que nuestro profeta es auténtico. ¿No ves cuáles y cuántos reinos Nos poseemos?». El cual sigue diciendo: «Además te daré una gran cantidad de oro y plata, vestidos los mejores, adornos preciosos. Recibirás, en tal caso, para ti, de estos jovencitos el tipo que eligieres, a fin de que te sirva a tu gusto, según tus principios. Y encima, te ofreceré pandillas para habitar con ellas, caballos para montar, placeres para disfrutar. Por otra parte, también sacaré de la cárcel a cuantos desees; e incluso a tus padres, si tú quieres, después de llamarlos para este país, les otorgaré honores inconmensurables».
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(15c): Tanto Raguel como Hroswitha de Gandersheim afrontan el tipo de deseo de Abderramán III hacia Pelagio de manera clara. Aunque más elusiva en el caso del primero, en ambas piezas se constata su naturaleza erótica y su inspiración diabólica, dos aspectos inextricablemente unidos en la Europa del siglo x con los que se conjuga un tercer factor: la fe pagana (y el inmenso poder) del emir. Estos tres ingredientes se orientan hacia una dirección obvia, de carácter político-religioso, relacionada con la defensa de la cristiandad durante una época en la que su fortaleza y extensión habían sido debilitadas precisamente por la familia reinante en la Córdoba musulmana a la que pertenece el depravado emir coprotagonista. Pero el carácter nefando del deseo opera como un factor adicional decisivo para que el relato del martirio adquiera un tinte mucho más peligroso, así como para forjar su estatuto fundacional.
Las narraciones del martirio de Pelagio construyeron un ataque frontal a la presencia musulmana en la península Ibérica —y, por extensión, en Europa— a través de una representación profundamente negativa, también por hipersexualizada, de su máximo representante; un otro, religioso y político, que resulta menos original por su asociación explícita a la lujuria que por la materialización de un deseo, nefando por definición, que se vincula a su expresión más esencialmente pecaminosa, la sodomía. Ésta sería, a mi juicio, la gran originalidad de los textos de Raguel y de Hroswitha de Gandersheim: la expresión de la indecibilidad como mecanismo de enaltecimiento de un ideal espiritual, pero también material, de sexualidad opuesta (la virginidad y la castidad) que, al tiempo, debe ser comprendida como metáfora política y religiosa: la muerte antes que la penetración física, corporal por territorial, consumada a través de la negación de la fe.
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(15d): “En definitiva, la Vita vel passio sancti Pelagii de Raguel debiera ser reevaluada y emplazada como pieza clave en este espacio histórico, literario y simbólico que surge en una encrucijada de pasiones religiosas, políticas y sexuales. Se trataría, por consiguiente, de una pieza fundacional cuyo eco y análisis comparativos nos ayudarán a comprender las bases del primer imaginario cristiano sobre las que se sustenta la progresiva virilización de la «Reconquista» —y la de sus héroes protagonistas—, frente a la feminización y la sodomización literaria, a veces no sólo metafórica, de musulmanes y de judíos (y de no pocos cristianos sospechosos para el discurso oficial) que plasmarán tantas otras obras hispánicas medievales, como ilustran los más diversos géneros literarios e historiográficos, en latín y en las lenguas iberorrománicas, desde el siglo xi hasta fines del siglo xv”.
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(16): Es sabido que Abderramán III (pese a ser musulmán) tenía por costumbre emborracharse de un modo casi obsceno, en las veladas y en sus salones. Narrando las crónicas en modo en que a veces se caía por embriaguez; incluso, episodios de vómitos entre él y sus invitados.
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(17): Como narran todas las crónicas, sabemos que la cabeza de San Pelayo fue enterrada en las inmediaciones de la iglesia de San Cipriano de Córdoba; mientras los restos de su cuerpo se inhumaron en la de San Ginés.
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Acerca de San Cipriano de Córdoba, se sabe que La iglesia se perdió y se volvió a levantar su culto en la sinagoga de Córdoba, tras la expulsión de los judíos,
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Nos dice Matilde Bugella Altamirano en HISTORIA Y ARQUEOLOGÍA EN LA CÓRDOBA DEL SIGLO XVIII. LA CIUDAD TARDOANTIGUA Y MOZÁRABE EN LA OBRA DE BARTOLOMÉ SÁNCHEZ DE FERIA
chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://core.ac.uk/download/pdf/157589136.pdf
Revista Anahgramas. ----- Número II. Año 2016. Bugella-Altamirano pp. 66-113
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5.3.1. Monasterio de San Ginés: Sánchez de Feria, al referir el martirio de Rodrigo y Salomón, sitúa el barrio de Tercios «al pie del Alcázar, o por baxo del, (…) y en él un monasterio dedicado a San Ginés» (…) Sitúa el autor el monasterio de San Ginés a poniente de la medina, en el entorno de las eras de la ermita de Nuestra Señora de la Salud (vid. Láms. 16 y 17). Sobre sus ruinas consideró levantado el convento de San Agustín, basándose en la donación realizada por Fernando IV al monasterio de parte del agua que baja de la Huerta de la Arruzafa:
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«Buscando pues el sitio que tuvo este Monasterio, es preciso suponerlo en lugar proporcionado para que en él se usase el agua de la Arrizafa, y registrando todos los extramuros de Córdoba no se halla otro en que aparezcan ruinas proporcionadas sino en el sitio de la Salud y Huerta de Marimón… (…) Añádese a esto que en la antigua Atagea que atraviesa desde la Albayda a la Huerta del Rey cerca de ésta se encuentra otra antigua perdida, que la atraviesa por medio, y trae su camino como de la Arrizafa, y su progreso como azia la Salud. Estoy informado de quien la havía registrado varias veces en su profundidad. Según lo cual parece que esta Atagea perdida es la que conducía el agua al Convento de San Agustín, que estaba en aquella parte occidental, extramuros de Córdoba, y luego fue trasladado al Alcázar nuevo, y al fin al sitio que hoy tiene» (PS, t.I, 192‐193).
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5.5. Arrabal y monasterio de Cuteclara, y monasterio de San Cipriano. Según San Eulogio, el arrabal y monasterio de Cuteclara no quedaban lejos de Córdoba. Sánchez de Feria no comparte el parecer de Ambrosio de Morales, quien lo identificó con el convento de mínimos de San Francisco de Paula, más conocido como monasterio de la Victoria, por situarse éste en el inmediato espacio extramuros (vid. Láms. 19 y 20). Reconociendo que «en su fábrica, profundo sitio y disposición denota la antigüedad, y ser obra del tiempo de los Árabes». (PS, t. III, 451‐452), considera que pudiera tratarse de la basílica de San Cipriano (PS, t. II, 6768), templo que el Calendario mozárabe ubica sin embargo al sur de la ciudad (Sánchez, 2006: 274).
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Se decanta el autor por situar el arrabal de Cuteclara en la dehesa de Córdoba la Vieja, nombre con el que desde la Reconquista eran conocidas las ruinas del complejo palaciego de Madinat al‐Zahra, al que confunde con un vicus cristiano: «En aquel sitio se ven varios fragmentos Arábigos: tiene en medio señales de Plaza, y cerca otras de Iglesia, Monasterio o Mezquita, y ocupa parte de la falda de la Sierra, y aún se notan señales de Aqueducto» (PS, t. II, 70‐71). R. Castejón ubicó Cuteclara en sus proximidades, «en terrenos de la Casilla del Aire, al Pago de la Albaida», aunque no hallando en el lugar, «entre los abundantísimos vestigios de habitación», restos de canteras, minas o calzadas de tipología romana, concluye que el monasterio debió encontrarse «en el lugar que ocupa la casa huerta de aquélla finca, con abundantísimo manantial y hermosa alberca» (Castejón, 1949, 66) (vid. Lám. 21).
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(18): Claramente, la leyenda habla de Valbuena de Duero y de Vega Sicilia
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(19): La leyenda narra aquí la fundación de Olivares de Duero, desde un olivar nacido de los escapularios hechos con ramas de olivo, plantados en la tumba cordobesa de San Pelayo. Cruces que se pusieron sobre la tierra, para proteger las cosechas y prendieron como esquejes. Dando lugar a un olivar que dio nombre al pueblo; donde su iglesia se dedicó al Niño Pelayo.
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(20): Parece indudable que ese P. Ragel, que escribió LA PASIÓN DE PELAYO, fue el mismo que redactó esta leyenda que hemos resumido.
Por lo tanto, el autor de esta leyenda del Niño Peayo en San Cebrián de mazote, sería el que se cita como Presbítero Ragel, aunque debiera haberse denominado: "El hijo de Raquel". Raquel Philius y no Ragel Presbyterus.
De nuevo, damos la referencia que la Biblioteca Nacional recoge sobre esta figura y su obra:
“Título traducido
La pasión de Pelayo
Autor
Raguel presbyter
Fecha
siglo X, posterior a 925, antes del 967.
Género
Passio
Lengua
Latín
Temática
Islam
Martirio (narrativa)
Incipit
Vita uel passio sancti Pelagi martyris, qui passus est Cordoua ciuitate sub Abdirrahman rege, die VIº kalendas Iulias. Inlustre quidem cuiusque operis tunc habetur exemplum"
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ADEMÁS:
Para celebrar que este blog ha superado los CIEN MIL lectores (más de 100.000 lecturas), aprovechamos incluir mi música para quienes quieran escucharla.
En primer lugar podremos oir PLÉYADES, sexto movimiento de los doce que tiene mi ballet TARTESSOS, compuesto y terminado cuanto estaba en La Mili en Sevilla, en 1982 (grabación en semidirecto en Japón 1991). PULSAR SOBRE:
https://www.youtube.com/watch?v=Nw1g-OKTqyQ
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Tras ello invito a mis lectores a oir, la primera parte de MAEBASHI (LUZ); una de mis últimas obras. Suite de guitarra que también consta de doce movimientos, compuesta entre 2010 y 2011, dedicada a la ciudad en la que vivo (en Japón). En grabación semidirecta en Japón, pueden escuchar las tres piezas de la primera parte: LUZ (Atardecer, Amanecer y Luz de Maebashi).
PULSAR SOBRE SUS ENLACES:
https://www.youtube.com/watch?v=NV8uqxKW434