sábado, 6 de mayo de 2023

MARÍA DE FONSECA Y RODRIGO DÍAZ DE VIVAR MENDOZA (Romeo y Julieta en la España del Renacimiento) PARTE TERCERA: Isabel y Fernando

Esta es la tercera parte del artículo, para llegar a la primera pulsar en el enlace: https://leyendas-de-la-mota-del-marques.blogspot.com/2023/04/maria-de-fonseca-y-rodrigo-diaz-de.html

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ÍNDICE GENERAL: Pulsando el siguiente enlace, se llega a un índice general de leyendas  http://leyendas-de-la-mota-del-marques.blogspot.com/2023/01/indice-de-leyendas-de-la-mota-del.html



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Los dos reyes principales del momento en que se desarrolla la leyenda: Arriba, Isabel de Castilla, conocida como Isabel la Católica; tal como se representa en el retablo del altar mayor de la Cartuja de Burgos (a la que agradecemos nos permitan divulgar nuestra imagen). Obra encargada por la reina Isabel, para decorar el ábside de la iglesia donde se halla el sepulcro de sus padres y de su hermano Alfonsito; fue realizado principalmente por Gil de Siloé, ayudado por Diego de la Cruz. En la predela, se sitúa a la izquierda del altar Fernando II de Aragón (Fernando el Católico); y a la derecha, la Reina Católica. A mi juicio, debemos interpretar así la parte baja de este retablo; considerando que son Isabel y Fernando; aunque hay quienes afirman que se trata de Juan II y su esposa. Por lo que considero que en la predela derecha, se halla la escultura de esta reina, en estado de orante; con su madre anciana detrás (Isabel de Portugal) y el hermano pequeño que murió con catorce años (que figuraría a los pies de ambas, como un niño -o un pequeño muñeco-). Abajo, Fernando, esposo de Isabel, en la misma predela del retablo; pero en el lado opuesto. La representación es igualmente orante y detrás estaría su padre (Juan II de Aragón, que tenía una poblada barba).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, retrato de la Reina Católica (anónimo del siglo XVII, desde un modelo más antiguo); procedente de la Colección del Generalife, actualmente conservado en el Museo Casa de los Tiros (al que agradecemos nos permita divulgar la imagen). Abajo, dibujo de Álvaro de Luna, tomando como modelo su retrato conservado en la Capilla de Santiago, de la Catedral de Toledo (donde se halla su sepulcro). Obra del dibujante toledano Cecilio Pizarro, es propiedad del Museo de El Prado, al que agradecemos nos permita divulgar la imagen. Comparando sus facciones con las del cuadro anterior, veremos el enorme parecido entre el Condestable y la Reina Católica; algo que igualmente se observa en los retratos de Alfonsito, el hermano pequeño de la reina Isabel (que murió con catorce años, seguramente envenenado).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, libro sobre Juan II, de Pedro Porras Arboleda; uno de los grandes especialistas en este rey. En su portada vemos el único retrato que se identifica con el rostro de este monarca; pues la tabla que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional, parece que representa a Álvaro de Luna -como más adelante estudiaremos-. Asimismo, la cara tallada en la escultura que hay sobre el sepulcro de La Cartuja, de Burgos; parece que ser la de Juan II, pero de Aragón. El padre de Fernando el Católico y no el de Isabel; algo que nos atrevemos a afirmar porque el rostro de esta escultura de Burgos tiene casi iguales facciones a las de la tumba de Juan II de Aragón, en Poblet. Abajo, escultura del sepulcro del infante Alfonso, en el Monasterio de La Cartuja de Burgos, al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen. La talla en alabastro de Gil de Siloé, representa al hermano menor de Isabel la Católica; hijo de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal. Bajo su imagen, hemos colocado la cara de Álvaro de Luna, que creemos pudo ser el verdadero padre de Alfonsito (al igual que el la reina Isabel). Siendo esta, la trama en que se basa ese capítulo de leyenda.



ISABEL Y FERNANDO (matrimonio y supervivencia):

I) La muerte del infante Alfonsito:

Era cinco de julio de 1468 del año de Nuestro Señor y un calor de hierro se extendía por la Vieja Castilla. Al mediodía, llegó en carroza un correo escoltado por cuatro caballeros, entrando rápido en la Mota de Toro (hoy llamada Mota del Marqués). Al verse en la plaza, comunicaron alzando la voz que venían por orden del rey y buscaban al Maese Ezequiel Azanel. Del que decían, era físico especialista en ponzoñas y artífice de boticas. Pronto, los vecinos un tanto extrañados, señalaron el lugar donde aquel judío tenía su obrador, sito en la calle de Tenerías (que hoy corresponde a Platerías). De ese modo se dirigieron hacia la casona, distante apenas unos pasos de la plazuela; donde pararon a su entrada los cuatro a caballo y la pequeña carroza. Comenzaron a dar fuertes aldabonazos al portón, mientras gritaban avisando que llegaban por mandato real. Fue así como abrió una mujer temerosa, diciendo llamarse Esther y esposa del Maese; quien preguntaba si se trataba de un asunto judicial. Le respondieron adustamente que era presto y se precisaba la ayuda del físico Ezequiel Azanel; para reconocer a un fallecido -quizá por venenos-. Ante lo que aquella judía quedó parada; luego, recuperando el aliento y sin entender por qué de tanto revuelo, les explicó que el Micer Azanel se hallaba a la orilla del río Bajoz, donde solía preparar tintes y recoger inmundicias para tratar los cueros.

Fueron los soldados a la zona baja del pueblo, que la esposa del galeno les había indicado; preguntando por doquier dónde preparaba sus mezclas el físico. Señalando los guarnicioneros que solía estar en el charcal del Bajoz, la parte más honda del lugar. Le encontraron así muy pronto, nombrándole en alto; viniendo hacia ellos un hombre ataviado con largo sayal pleno de agujeros y sucio como suelo de gallinero. Quien, pidiendo perdón, les explicó estaba creando sus pócimas, para las que necesitaba llenar tinajas con heces de aves y perros -incluso usando detritus humano, que las gentes dejaban junto al río-. Viéndole en esta tesitura, el correo mucho dudó si quien de ese modo trabajaba y tenía este aspecto, podría ser el médico que solicitaban en la Corte. Pero al preguntarle detalles, para comprobar su identidad; muy pronto sintieron que respondía sin mediar error, ni duda. Por lo que reconocieron en aquel extraño viejo, al físico Maese Ezequiel Azanel; pasando a comunicarle el bando que llevaban. Transmitiendo que el rey Alfonso había muerto de forma extraña; debiéndose estudiar su cuerpo. De tal manera, sabiendo la princesa Isabel y otros, que este Micer o Maese era especialista en ponzoñas; le requerían para el examen del cadáver regio.

No se inmutó el judío, quien al oír el mensaje fue en busca de su ayudante, ordenándole que cerrase las ánforas llenas de heces; mandando que las cuidase y mantuviera secando, para preparar con ellas los ácidos de pieles. Después, le indicó al mozo que subiera a casa y comunicase a su esposa -Esther- que debía ausentarse unos días, por motivo de atención médica. Tras ello, regresó junto a la carroza, advirtiendo a los caballeros que solo podría acompañarles viajando en ella; pues estaba viejo y era sexagenario. Los emisarios respondieron que para ese fin la habían traído; pues ni el correo que allí se sentaba, ni menos el cochero que la manejaba, necesitaban viajar en vehículo de ruedas. Así fue como el físico cambió sus manchadas sayas por un jubón y tomando una manta -por si hiciera frío en las noches-, subió al elegante carro. Pero antes de partir, saliendo de aquel gran taller al exterior (pleno de ánforas y detritus); el galeno les indicó que debían cruzar el río Bajoz con cuidado. Tapando su boca y nariz, para no respirar los vapores de tintes y lociones usadas en los cueros.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Imágenes de Mota del Marqués. Arriba, el paso del Bajoz en la parte baja de la localidad; río que desde el siglo XVI atraviesa el palacio de los Ulloa. Abajo, fotografía de la misma zona, tomada en la lejanía. Se trata del lugar en que sitúa la leyenda el taller de Maese Azanel; donde hasta hace menos de un siglo estuvieron las tenerías. Ya que, tal como narra la historia que recogemos; Mota fue una localidad dedicada al tratamiento de cuero, cuyas pilas de lavado y tintes estaban en esta parte del pueblo. Siendo famosos en la zona, los curtidos motanos, por su gran calidad y fuerza. Aunque estas fábricas, suponían que las aguas del Bajoz y de los arroyos que desembocaban en estos charcales, se convertían en un verdadero peligro; debido a los ácidos y a las fórmulas para colorar las piezas de tenería. Unas técnicas de guarnicionería cuya fase inicial era tratar los cueros con palomino y detritus de animales (bien secados a la sal y mezclados con cal; lo que servía para alisar, dar elasticidad y curar las pieles).






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, fachada de la casa donde se recuerda que vivió Maese Ezequiel Azanel, en Mota del Marqués (sita en la actual Calle Platerías, antes calle Tenerías; la vemos decorada para el día del Corpus). El edificio, se reconstruyó a fines del sigo XVII y unos cien años más tarde se dividió la casa; finalmente, en el siglo XIX sus propietarios colocaron una bonita balconada con galería exterior. Abajo, nueva fotografía de Mota; en la zona donde antaño estuvieron los lavaderos de las fábricas de curtidos.





De ese modo se pusieron en camino, todos con un pañuelo sobre la cara; mientras el Maese explicaba que a las puertas de esa Mota, se unía el Bajoz con varios arroyos, convirtiendo la zona en charcas; donde se trabajaban bien las pieles, al ser una planicie rica en aguas. Aunque, cuantos por allí cruzaban y no conocían esos lavaderos de cuero; solían sufrir males de respiración, por el aire venenoso de las pilas para teñir (que podían hasta tumbar un hombre). Así marcharon charlando, los cuatro a caballo y los tres en la carroza; a los que pronto preguntó el Maese dónde se dirigían y en qué lugar había muerto el príncipe. Comunicando sus acompañantes que iban hacia Cardeñosa, en Ávila; aldea en que se hallaba el cuerpo inerte de Don Alfonso. De seguido, el correo se presentó como Gutierre de Cárdenas, caballero principal de la infanta Isabel de Castilla; quien había recomendado a su señora la presencia del médico para revisar el cadáver de su hermano (el príncipe fallecido).

Muy tarde arribaron al destino; dándoles tiempo a llegar con luz al ser pleno verano, cuando el Sol se pone después de las horas nonas. Pudieron hacer el camino en menos de media jornada, al trote y cambiando caballos cada siete leguas (en Rueda, Medina, Arévalo y Pajares). Durante aquel largo tramo, hubieron de parar cuatro Postas, aprovechando para conversar en esas Ventas de refresco, donde se ponen nuevas monturas -dando descanso y posada al viajero-. Los caballeros venían del todo cansados, pues habían iniciado viaje al amanecer; por lo que el Maese decidió entretener la marcha, contando cómo se hacían los tintes y por qué se trabajaban las pieles con heces de aves (hasta con las humanas, que desprendían terribles y mortíferos ácidos). También, les habló de su historia; narrando que era aragonés, nacido en Tarazona, pero se había trasladado a Tudela cuando su padre se convirtió en cristiano. Prefiriendo quedarse judío, ya que amaba su credo y eran más solicitados los médicos de esa religión. Además; porque la fe cristiana no permitía abrir cadáveres, ni analizar bien a los muertos; por cuanto si se bautizaba, perdería lo ganado en sus estudios.

Narró Maese Azanel, que en su juventud había sido discípulo del físico Ha-Lorquí, el médico del Papa Luna; pero al no querer convertirse, ni poder ya encontrar plaza de rabí, decidió enrolarse en el ejército del infante Don Juan. Llegando así a Castilla, cuando el Golpe de Tordesillas en el año 1420; viviendo desde entonces en este reino. Al final de tanta explicación, les preguntó si habían escuchado hablar de aquellos acontecimientos y de cuanto les contaba; pero ni unos, ni otros, acertaron a responder (quizá porque nadie le escuchaba). Pues los acompañantes oían al Maese Ezequiel como a los cascos de sus caballos; sin prestar alguna atención, aunque de cuando en cuando, se miraban con extrañeza porque el viejo no paraba de parlar. Algunos ponían cara de asco sintiendo hablar de cadáveres abiertos y otros perdían el apetito cuando relataba lo de las heces y los ácidos. Los más, terminaban por preguntarle qué ocurrió en Tordesillas y por qué se vino desde Aragón, si allí era ya físico. Sin entender que viviera en aquel pueblo de Mota, recogiendo cacas y palomino. A lo que el médico respondía, que nada daba mayor ganancia que aquello. Una profesión sin apenas riesgo y de enorme negocio. Pues, pese a que su familia no gustaba aquel destino; al fin, era el mejor, el más rico y donde más buena vida se llevaba. Ya que ni de rabino, ni de físico, se podía tener tan buena clientela. Sin protestas, ni disgustos; no como en la medicina, que todos terminaban por no pagar. Unos por haberse curado y el resto, por no sanar.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, otra imagen de Mota del Marqués, vista desde su lejanía. Abajo, de nuevo; exterior y fachada entera donde estuvo antaño el hogar del físico; también llamado: Obrador de Ezequiel Azanel. Como decimos, en el siglo XVII, se elevó allí una Casa de Familiar de la Inquisición, de la que tan solo se conserva el muro frontal, la entrada y su escudo (que vemos en primer plano). Más tarde, la parte final del edificio fue destinado a otra vivienda; cuyos balcones vemos al fondo de la imagen y que en foto anterior, teníamos en primer plano.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, una imagen más de la antigua Calle de Tenerías, hoy Platerías. Se sabe, que desde muy antiguo este pueblo de Mota fue un lugar donde se establecieron físicos y boticarios (lo que hoy llamamos químicos y farmacéuticos). Debido a que su base económica residía en fabricar curtidos; necesitando que allí vivieran fabricantes de ácidos, tintes y otros tratamientos, para las pieles. Esta costumbre llegó hasta el siglo XIX (al menos) cuando en el lugar había varios laboratorios de química y farmacia. Abajo, portada del libro “Pedro Calvo Asensio; progresista puro, escritor, romántico y periodista” (de Irene Vallejo y Pedro Ojeda -Valladolid 2002-). Calvo Asensio fue un destacado hombre de Derecho, letras y política; pero, principalmente un gran farmacéutico. Llegó a dirigir una de las primeras revistas especializadas en “botica”, publicadas en España. Nació en Mota del Marqués en la primera mitad del siglo XIX; llegando a ser uno de los principales diputados del Partido de Sagasta. Su preparación en farmacia y sus conocimientos de química, se considera que procedían por la existencia de numerosos laboratorios y estudios de físicos, desde tiempos inmemoriales; asentados en su lugar de origen (los famosos “obradores de galenos” de Mota).



II) El cadáver:

Llegaron al lugar, llamado Cardeñosa, donde pronto se distinguió el duelo real; estando plenas las calles de cabalgaduras y de curioso gentío. Una muchedumbre reunida, convertía todo rincón en mentidero, por lo que la atravesaron al galope para evitar preguntas; dirigiéndose prestos al séquito del fallecido. Allí bajaron de la carroza al Maese; dejándolo frente a una casa con anchas paredes pero de pequeño tamaño, sita en el centro de la aldea y que era posada. Abrió la puerta un capellán ayudado por varios soldados y tras atestiguar de quién se trataba, pasaron al médico hasta una estancia con subida en escalera. Accedió así a una alcoba, donde todos se volvieron al verle entrar. Quedó entonces dubitativo, sin saber qué hacer, y pidiendo tímidamente perdón, solicitó ver el cadáver. Al momento, las personas que estaban junto a la cama se fueron retirando (algunas eran mujeres de luto y con el rostro cubierto). Quedó tan solo quien afirmó era el Médico de Corte, exponiendo que no aceptaba la presencia de otro galeno en el lugar; por cuanto Maese volvió a sentirse cohibido. Pronto entró en la estancia un caballero muy joven, que decía ser uno de los “principales” de la infanta Isabel. Dijo llamarse Alonso de Quintanilla y ser junto a Gutiérre de Cárdenas quienes allí daban las órdenes; como mayordomos de la princesa y hermana del fallecido. Explicando al físico que se negaba a ser sustituido; la petición de esa infanta para traer un especialista en ponzoñas. Todo lo que podría confirmar con el otro “principal” de ella; que vendría pronto hasta la posada, ya que estaba dejando la carroza en cocheras (tras llegar junto al Maese, actuando como correo).

Después de informar al médico de Corte, el referido Alonso de Quintanilla, mandó al judío de Mota que auscultase el cadáver; ordenando apartarse al que protestaba, por ver un segundo galeno en el lugar. Se acercó finamente el Maese al muerto, viendo que se trataba de un adolescente casi imberbe; impresionándole su rostro de dolor. Revisó primero las ropas, que no se habían limpiado; comprendiendo que estaban libres de restos con heces y de vómitos (imposibles de borrar en las telas). Solicitó estar a solas con el finado y el permiso para quitarle las vestimentas; con el fin de estudiar las causas de su deceso. Pronto le concedieron la venia, aunque el segundo físico presentó sus protestas, argumentando que la muerte era natural y hasta podría tratarse de peste (por lo que habría de mantenerse cuarentena). Sintiendo lo grave de situación, Maese Ezequiel pidió que no saliera nadie de la estancia, para que vieran lo sencillo de una primera explicación; permaneciendo allí el caballero y el médico de Corte. Así abrió las ropas al joven y rápido dio un diagnóstico; pues no había bubones, ni restos de peste. Por cuanto rebatió al otro galeno sus sospechas sobre muerte de apestado. Luego solicitó destapar totalmente al joven y se percató de que el vientre se hallaba muy hinchado. Lo tocó con cautela, presionando sobre sus órganos con fuerza; tras lo que se fue hacia el caballero, pidiendo discretamente hablar a solas con él. Pronto, Alonso de Quintanilla mandó salir del cuarto al físico de Corte; quien se marchó enojado y advirtiendo al mayordomo que presentaría quejas ante las autoridades de la princesa, en Arévalo. Pues solo él, estaba autorizado para actuar como médico de príncipes.

Quedando a solas Maese Azanel y el “asistente” de la infanta (Alonso Quintanilla); el judío expresó que, en primera instancia, parecía veneno. Pero no se trataba de una ponzoña normal, sino de pócima grave y muy bien trabajada; quizás con setas y en todo caso de natura vegetal (no mineral). Tras su exposición, de la que poco entendió el mayordomo de Isabel, preguntó Azanel por los remedios que le habían dado cuando comenzaron los dolores. Explicando el caballero que el galeno de Corte, desde que llegó a Cardeñosa, insistió que se trataba de peste. Evacuó la posada y se quedó a solas con el joven príncipe, mandando a todos abandonar el lugar. No le hicieron caso, por fidelidad al infante rey y porque su hermana Isabel, dijo que era imposible estuviera apestado; culpando del malestar de don Alfonsito a unas truchas que le habían regalado en el camino (dos días antes, cuando iban desde Arévalo hacia Ávila y pararon a descansar en el río Adaja). Pese a ello, el médico llegado desde la Corte, siguió manifestando que se trataba de peste; pidiendo a todos el abandono del lugar. A lo que la princesa Isabel (con gran valor) se negó, solicitando al físico despedirse de su hermano -que llevaba ya dos jornadas agonizando-. Fue así, cuando saliendo de la alcoba muy llorosa, dijo a sus caballeros de confianza que Don Alfonsito no tenía síntomas de peste; sino de veneno. Rogado que buscasen a otro médico, para curarle. No dio tiempo a traer galeno alguno, porque el pequeño rey murió rápido, tras dos días de gran sufrimiento; sin que el físico que le acompañaba le diera remedio alguno. Siquiera consuelo; aduciendo aquel especialista de la Corte, que se trataba de la irremediable peste.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes del Museo Provincial y Arqueológico de Ávila; al que agradecemos nos permita divulgarlas. En ellas vemos los “toritos” o verracos vettones de los que nos habla la leyenda. Varios de los que se conservan en este museo, proceden del yacimiento de Las Cogotas; que se encuentra en Cardeñosa, junto al río Adaja. El punto en el que nos narra la historia, paró la comitiva del príncipe Alfonso y donde tomaron unas truchas que le ofreció un extraño vestido de fraile.






Llegó a la posada el segundo mayordomo de la princesa Isabel; Gutierre de Cárdenas. Tras haber tomado cena y encerrado en cocheras los caballos, con su carroza (donde viajó como correo, junto al Maese). Solicitó permiso para entrar en la habitación del fallecido; viendo que tan solo permanecían allí el físico judío y el otro secretario de Doña Isabel. Muy nervioso venía y al cerrar la puerta por dentro, preguntó si se trataba de venenos; como sospechaba la hermana del pequeño finado. El galeno judío afirmó que muy probablemente; además, aseguró que no era peste. Pues ni había bubones, ni menos sus síntomas (tampoco contagios en la zona). Al oír aquello, el de Cárdenas pidió mandar apresar al médico de la Corte, que durante dos días aseveró se trataba de un apestado; sin permitir dar remedios al rey Alfonso, mandando a todos alejarse de él y hasta del pueblo. Fue así como Quintanilla (el otro asistente) preocupado ante estos hechos; hizo llamar a la princesa para saber qué hacer ante la situación. Llegando pronto la Da. Isabel; explicaron que no hubo peste y parecía tratarse de envenenamiento, como ella sospechaba. Solicitando les diera órdenes sobre el médico de Corte, que no puso remedios a su hermano y lo dejó morir (casi abandonado).

La inteligente Isabel, expresó el temor de que el médico de Palacio tuviese relación con quienes echaron la ponzoña al príncipe; pidiendo a sus dos caballeros principales salir de la estancia, para hablar a solas con ellos. En lugar apartado y secretamente, les advirtió que fueran muy cautelosos; pues al fallecido no se le resucitaría ya, siendo solo posible que el envenenador no volviese a actuar. Para ese fin, mandó a sus dos mayordomos partir con el médico de Corte hacia Arévalo; acompañándole, pero sin hablar de enfermedad alguna y menos advertir sobre sospechas de veneno. Llevando al galeno hasta la villa y palacio, ordenando vigilar allí bien todos sus movimientos (por saber sus implicaciones). Además, pidió a los caballeros Cárdenas y a Quintanilla, organizar todas las exequias del pequeño rey; advirtiendo que ella se quedaría otra jornada en Cardeñosa, para saber qué más conclusiones podía ofrecer Maese Azanel.

Marcharon Alonso de Quintanilla y Gutierre de Cárdenas hacia Arévalo, llevando al físico de Corte; quien dijo iba a presentar una protesta ante los Consejeros, por haberle retirado de funciones. Quedó así en la posada de Cardeñosa el cuerpo del fallecido, junto al judío y la princesa Isabel, que había regresado a esa alcoba. Fue entonces, cuando el Maese se vio obligado a preguntarle quiénes habían acompañado al príncipe difunto en las últimas horas. Ya que era preciso saber todo entorno a sus comidas y conocer los alimentos ingeridos. Necesitando también conocer cuánto tardó en sentir dolores, desde el último almuerzo y los síntomas que sufrió. Al oír aquellas cuestiones, la joven infanta entró en llanto; narrando como pudo, que el niño Alfonso había almorzado unas truchas en las cercanías del río Adaja; a una legua aproximadamente de la posada en Cardeñosa. Explicando al Maese que ese día iban todos de viaje, saliendo de Arévalo y camino de Ávila. Habiendo partido a primera hora de la mañana; mucho antes del mediodía, decidieron parar en aquel lugar cercano a Cardeñosa. Ya que al príncipe le gustaba pescar y bañarse en verano; más aún sobre un cerro como aquel, rodeado por ruinas de la antigüedad. Donde le interesaba mucho ver unos toritos hechos en piedra, de los que había tantos en esa zona y que decían, eran obras de los gigantes.

En ese valle del río Adaja, los soldados de guardia tiraron las cañas, para entretener al pequeño rey. Pero muy pronto, apareció un pescador vestido de monje, que se les acercó ofreciendo unas viandas a los viajeros. Nadie desconfió, pues no había motivo, ya que ni propios ni extraños sabían que el séquito era del D. Afonsito y su Corte de Arévalo. Por cuanto dejaron que se acercase aquel ermitaño, portando una cazuela donde mostraba preparadas en vinagre truchas sabrosísimas. Comentaba el viejo vestido de sayo que siempre degustaba al mediodía buenos envinagrados, sobre todo, cuando iba al río a pescar. Tomando el clérigo una, la puso sobre pan, comenzando a comerla. Luego, abriendo la cazuela llena de esos escabeches; la mostró al príncipe Alfonso, quien quiso coger la siguiente. Pero con cariño y cuidado, le tapó la mano un soldado; explicando al ermitaño que el muchacho -por edad- no debía alimentarse nunca el primero. Así el centinela, pidió un corte de pan al viejo, para acompañarse y probar una de ellas. Comenzó a catarla con cuidado; mientras se sabe que dijo entre dientes: “por si acaso” -sin que casi nadie le escuchase..

Retiraron al niño rey del lugar, explicando que no debía tomar bocado de cualquier ajeno, porque podían a envenenarle. Y así fue como las comieron varios que acompañaban al pequeño, esperando que pasase el tiempo; y por ver qué cara ponía el que las trajo. De tal manera, transcurridas unas horas, en las que el príncipe se divertía pescando con aquel que parecía un fraile; le dejaron degustar estas piezas marinadas y de gran sabor. Sería antes del almuerzo cuando las comió. Por lo que poco más tarde se dejó marchar el ermitaño; despidiéndose de él y dándole buena limosna. Luego, almorzaron lo que el séquito llevaba para degustar en el viaje y el príncipe no quiso apenas tomar nada, diciendo que se había llenado con las truchas escabechadas y le dolía hasta el vientre. Pasaron la tarde en el lugar (pescando y bañándose en el Adaja) hasta cuando comenzaba a caer el Sol, que decidieron seguir, camino de Ávila. Pero antes de continuar viaje, el infante Alfonso manifestó que estaba sufriendo una fuerte tripotera y que no podía partir. Pronto entró en crisis y así tuvieron que acercarse a toda prisa hasta la posada de Cardeñosa; donde mandaron venir al médico de la Corte, que se presentó cumplida la media noche. Aquel galeno que llegó desde Arévalo, dijo que se trataba de peste; por cuanto una parte del séquito huyó horrorizado. Dos días dejó al niño casi aislado; que se retorcía de dolores y en los que tan solo vio a su hermana. Pues ella se negó a marcharse, queriendo estar junto al príncipe, del que afirmaba había sido envenenado en el río Adaja. En este trance y sin poner remedios, la segunda noche Alfonsito había expirado. Tras esta última frase, echó desesperadamente a llorar hermana del pequeño; diciendo que: “lo más extraño es que ninguno de los que probaron esas truchas, antes que el príncipe; sufrieron siquiera dolores de estómago. Por lo que algunos creen que el viejo vestido de fraile, trajo dos cacerolas y las cambió; sin que pudieran percatarse de ello, cuando las ofreció al príncipe”.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos fotos más de estos toritos vettones. Al lado, verraco o buey en piedra, de la plaza de Solosancho, tal como estaba hace unos treinta y cinco años. Abajo, uno de los toros de Guisando, en imagen de hace unos treinta y cinco años.







JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos del yacimiento de Las Cogotas, en Cardeñosa; junto al río Adaja.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes Las Cogotas, en Cardeñosa; junto al Adaja. Donde la leyenda sospecha habían podido emponzoñar al joven rey Alfonso.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos fotografías de la tumba del infante Don Alfonsito (que se proclamó como Alfonso XII en la triste Farsa de Ávila); mausoleo conservado en el Monasterio de la Cartuja de Miraflores, Burgos -al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes-. La leyenda narra como fue envenenado en 1468, cuando solo tenía catorce años. La muerte del pequeño príncipe sucedió tres años después de haberse sublevado contra su hermanastro, Enrique IV. Proclamándose rey en Ávila (1465), con la ayuda del obispo Carrillo y del Marqués de Villena; quienes ayudaron al pobre infante, con el único fin de colocarlo en el “punto de mira” durante la crisis política que se vivía. Finalmente, fue claramente asesinado, para eliminar un pretendiente a la Corona de Castilla. Dejando como únicas opciones sucesorias a Juana (la primogénita del rey, a quien todos apodaban La Beltraneja, considerada hija de Beltrán de la Cueva); y a Isabel (hermanastra de Enrique y hermana de Alfonsito; nacida del segundo matrimonio de Juan II).



III) El veneno:

Tras oír el relato de la infanta, el físico pidió permiso para volver a examinar mejor cadáver (solicitando a la hermana que no estuviera presente). Al salir Da. Isabel de la estancia, le abrió fuertemente la boca y comenzó a olerla, estudiando luego el ano y el estómago. A continuación, abrió el dormitorio, pidiendo reunirse con aquellos que le acompañaban durante la ingesta de truchas. Exponiendo que era imprescindible hablar con la guardia que había rodeado al niño en el río Adaja; preferentemente, con aquellos que habían comido del mismo escabeche; por ver sus síntomas y saber si notaron algo extraño -en el olor o en el sabor del pescado-. Se le comunicó que la escolta permanecía enteramente presa; en un calabozo habilitado en el ayuntamiento de Cardeñosa. Por lo que si deseaba consultar con ellos, habría que ir a la casa del alcalde, donde se hallaban todos encerrados en una mazmorra eventual (arrestados por mal cuidar al pequeño rey). Allí se dirigió, encontrando el físico diez hombres que manifestaban no entender nada de lo que sucedía. Afirmando ante el Maese, que ellos mismos probaron de aquellas truchas y que era falso lo de las dos cazuelas, intercambiadas. Pues vigilaron bien al supuesto fraile, que abrió solo un gran tarro; de donde todos cogieron una pieza y el ermitaño tomó dos o tres (al igual que el infante Alfonsito). Compartieron el pan que llevaba ese pescador disfrazado y pusieron sus hogazas, cuando faltaron. Así que nunca dejaron que el príncipe comiese de ello, sin que muchos hubiesen tomado lo mismo y tras varias horas de espera. Por lo demás, aseveraban que las trucha sabían a gloria y que jamás traicionarían al rey, ni menos a Isabel; pues eran tropa mandada y pagada por don Gonzalo Chacón, el hombre más fiel a la princesa y a su hermano, el rey Don Alfonso.

Quedose parado el físico al oír hablar de Gonzalo Chacón; y más aún al conocer que apoyaba con esmero la causa de los Alfonsinos, contra su hermanastro Enrique IV. Preguntando si aquel Chacón era quien tan fervientemente había servido a Don Álvaro de Luna, sufriendo hasta cárcel por ello, cuando el Condestable fue decapitado. Los soldados afirmaron que se trataba del mismo, el gran señor; quien cuidaba con esmero a los hijos del monarca Juan II. Ante lo que uno de ellos se atrevió a apostillar: “hijos del soberano o del degollado Álvaro de Luna; quizás ajusticiado por celos...”. Todos quedaron enmudecidos ante esa indiscreción; pues era vox pópuli que Isabel y Alfonsito podían ser fruto de la unión entre la reina -esposa de Juan II- y el afamado Condestable. Por cuanto el físico, no deseando hablar más sobre hechos añadidos; se limitó a preguntar si a alguno de los guardias le había sentado mal la ingesta del escabeche en el Adaja. A lo que todos respondieron que no; tras ello y cuando fue a salir, los guardias pidieron al médico que aclarase bien la situación y las causas de la muerte. Porque “aquello" seguro que no provenía de las truchas; aunque les estaban culpando por haber dejado envenenar al pequeño rey.



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes más del Castro de Las Cogotas, en Cardeñosa y junto al río Adaja. Donde sitúa la leyenda la ingesta de pescado regalado que ofreció un extraño al rey Alfonsito






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Otras dos fotografías del mausoleo del infante Alfonsito, en La Cartuja de Miraflores, de Burgos (a la que agradecemos nos permita divulgarlas). Esta tumba, fue encargada por Isabel la Católica unos veinte años más tarde de la muerte del pequeño rey; y se halla junto a los sepulcros de sus padres (Isabel de Portugal y Juan II).





IV) Necropsia:

Con todo cuanto había oído y estudiado; regresó Maese Azanel a la posada, requiriendo hablar nuevamente a solas con la hermana del fallecido. Comentando a la princesa Isabel, que -a su juicio- no había sido el escabeche, pensando que el envenenamiento parecía venir de días antes. Considerando que le habían dado la ponzoña dos o tres jornadas previas a morir. Expresó que quizá fuera una simple casualidad, la aparición del viejo ofreciendo pescado; aunque más seguro sería pensar que el verdadero envenenador mandó al que llegó regalando truchas junto al Adaja. Haciendo así ver, que este era el motivo del mal. Quitándose con ello, las sospechas; y pudiendo tratarse de alguien muy cercano al rey Alfonsito, que hubiera departido o comido con el pequeño mucho antes -incluso en La Corte-. Continuó el físico explicando a Da. Isabel, que para conocer el verdadero mal que causó la muerte a su hermano, se debía abrir el vientre del fallecido; ante lo que el judío necesitaba pedir permiso a los capellanes y a la familia. Con el fin de llevarse al muerto a un lugar donde estudiar sus entrañas (fuera de la vista y conocimiento de todos).

La princesa, no dudó en autorizar que lo hiciera; pero rogando que a nadie dijera lo que iba a realizar. Otorgándole la venia, para trasladarlo hasta unas cuadras que había junto al pozo de la posada. Asimismo, añadió que comunicaría ella misma al resto de los presentes, que allí se le estaba dando mortaja; para que nadie entrase en esos establos (mientras lavaban y vendaban a su hermano). Tras ello, mandó a dos mozos que cargasen con el cadáver del joven rey hasta el corral, donde lo dejaron sobre una mesa choricera y junto al médico. Quien pronto cerro las puertas y tomó un cuchillo, para abrir el estómago del príncipe. Viendo rápido el Maese al destriparlo, que no olía a azufre, ni había restos en forma de arroz; siquiera heces blancas (todo lo que eran síntomas normales, de venenos conocidos). Decidió sacar el estómago entero, tomando los intestinos, arrancando incluso el hígado y los riñones -con el fin de estudiarlos-. Luego, entreabriendo un poco la puerta y estando cerca los mozos de guardia, que impedían la entrada de extraño alguno. Les pidió dos tinajas medianas, con un palmo aceite de oliva dentro; ocultando la función que iba a darles. Pues al traérselas, pasó a introducir allí todas las entrañas reales; secretamente y con gran cuidado (para que nadie lo viera).

Realizado todo esto, cosió con esmero el vientre del príncipe y amortajó su cuerpo, atando bien con vendas la zona del estómago. Poco antes del amanecer ya había terminado su trabajo y el Maese pudo ir a descansar; tras limpiar de sangre la mesa choricera y el suelo del establo, escondiendo bien las tinas con los despojos a estudiar. El muerto ya estaba bien zurcido y sanamente atado, por lo que se fue a dormir tranquilo. Aunque muy pronto le despertaron, solicitando los mozos permiso para devolver al pequeño rey a su alcoba, en la posada. Antes de conceder licencia para mover al fallecido, pidió hablar nuevamente con la hermana del finado, quien con enorme interés acudió pronto hasta las puertas de la cuadra. Llorosa, Isabel, hizo ademán de entrar; aunque el físico se lo impidió, cerrando el acceso con el brazo. Expresando que no debía ver el lugar donde habían estudiado el cuerpo de su hermano, ni tampoco el cadáver recién amortajado; porque sería un fatal recuerdo. Tras ello, le explicó que según su diagnóstico, no había restos de arsénico ni de azufre en el vientre. Pese a que esas ponzoñas eran las que se suponía había ingerido el joven monarca, ya que eran las más comunes, aunque actuaban en dos o tres horas... . Las mismas que discurrieron entre la ingesta de truchas en el río y la crisis del príncipe. Pero de haber sido esta la pócima y muchos otros, los que habían probado el escabeche, estarían al menos enfermos varios. Entonces habló la hermana del muerto, cortando al Maese y recordando la existencia de una segunda cacerola; pero el físico advirtió que se fiaba de cuanto los guardias decían. Quienes afirmaban que no hubo más que una sola orza de pescado escabechado. Aunque lo más importante eran los síntomas (sin apenas vómitos, ni diarreas) y la tardanza en morir, que no pudo ser de veneno inmediato, sino muy lento y administrado días antes.

Por todo lo expuesto, no solo era la palabra de hombres fieles, lo que le llevaba a pensar así. Sino cuanto había visto en el cadáver, afirmando Maese Azanel que sospechaba, el preparado de muerte era muy sofisticado y de fabricación vegetal, nunca química (quizá hecho con setas). Explicando el físico, que ante esa situación, no había más remedio que la prueba de las alimañas. Consistente en tomar un gato, un zorro y un perro de gran tamaño; para dejarlos sin alimentos durante dos jornadas (solo con agua). Al tercer día, se les daba a comer los restos del posible envenenado y si el gato tenía recelos en ingerir el alimento o el zorro los rechazaba; posiblemente se tratase de veneno vegetal muy fuerte (con preparado micológico). En lo que se refería al gran perro, era obvio que los comería rápido (después de tres días en ayuno). Pero gracias a ello, se podrían estudiar en el can los síntomas del envenenamiento, observando cuánto tardaba en morir y el modo en que lo hacía -deduciendo el tipo y la fuerza de la ponzoña-. No habría otro remedio y si la princesa daba su visto bueno al examen, él lo seguiría adelante con lo que en una tinas guardaba. Sino fuera así, se pondrían las ánforas con lo extraído para el referido análisis, de vuelta y junto al cadáver. Advirtiendo que se hubieron de sacar los interiores, por temor a contagios y para que el muerto llegase sin descomponerse al lugar de entierro (pudiendo volver a introducirse antes de inhumarlo).

Oyendo estas palabras del judío, quedose la princesa Isabel horrorizada. Aunque pronto le respondió, con voz tan dura como dolorida; ordenando que se hiciera lo que el médico dictaba, pero que nadie más lo supiera. Pidiendo que escondiese cristianamente las entrañas, manteniéndolas en en lugar santo (cementerio o ermita); pasó a preguntar si había cosido bien el vientre del hermano, dejándolo como si estuviera todo entero. El físico aseguró que lo tuvo cerrado perfectamente, explicando cómo hizo la reparación del cuerpo y la mortaja. Tras ello, Da. Isabel no pudo evitar el llanto y así se despidió del Maese Ezequiel; al que le emplazó en secreto, para cuatro jornadas más tarde, en el castillo de Arévalo. Solicitando que tomase contacto con sus sirvientes cercanos; concertando de ese único modo una cita en la Corte de Arévalo. Para tal fin, puso en su mano un recordatorio del fallecido, que las monjas de un convento cercano a Cardeñosa habían pintado sobre un papel de trapos. Escribiendo en aquella lámina los nombres de sus criados particulares y el modo de tomar contacto a través ellos. Cerrando el pliego, la infanta se lo entregó, con un último sollozo; haciéndole saber en voz baja que necesitaba su ayuda, pues la próxima en morir podría ser ella. Finalmente, sacó una bolsa con monedas para que no le faltase dinero al físico; quien al ver que le habían dejado trescientos Reales, quedó asombrado por la generosidad de la joven princesa.




SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
tres imágenes de las Murallas de Ávila. Arriba, hace treinta y cinco años; al lado con quien escribe esta leyenda y abajo foto actual, con mi mujer en primer plano. En este lugar se llevó a cabo el día 5 de junio de 1465 la deposición del rey Enrique IV y la falsa entronización de infante Alfonsito (hermano de Isabel). Fue organizada principalmente por el marqués de Villena, con la colaboración de importantes prelados (como Carrillo, arzobispo de Toledo) y algunos grandes nobles, entre los que se encontraba el conde de Plasencia o el de Paredes. Se trató de una sublevación, llevada a cabo después de medio año de desavenencias con el rey Enrique. En las que le advertían que debía cesar a su Valido (Beltrán de la Cueva) e integrar en su gobierno a personalidades como Villena, Plasencia o Carrillo; de los que había prescindido al tomar como favorito al duque de Alburquerque. Después de seis meses reclamando al monarca un cambio en sus directrices, decidieron aprovecharse de la figura del infante Alfonsito (que tenía por entonces unos doce años). Para lo que organizaron la referida farsa, en las murallas de Ávila; reconociendo como verdadero rey al joven infante. Asimismo, tomaron un muñeco vestido de luto, al que pusieron corona y todos los símbolos reales. Tras una misa celebrada por el arzobispo Carrillo, subieron a un estrado donde estaba la efigie del rey; que ultrajaron, insultándole, destacando su homosexualidad y no ser el padre de Juana (su hija, llamada desde entonces “la Beltraneja”). Finalmente, desposeyeron al muñeco coronado de los símbolos reales y se le tiró al suelo, llamándole “puto”. Tras ello, gritaron todos los presentes “Castilla por el rey Alfonso” y comenzó una ceremonia de besamanos con el niño rey. Quien solo vivió un trienio más; pues el 5 de julio de 1468, apareció muerto aquel pobre chico al que habían coronado en La Farsa. Un joven rey del que se sirvieron para sus intereses personales, el marqués de Villena y varios nobles, que deseaban gobernar Castilla; a los que el rey Enrique no aceptaba entre sus principales. Como decimos, el infante Alfonsito murió (seguramente envenenado), justamente tres años y un mes después de La Farsa de Ávila.



BAJO ESTAS LÍNEAS: Un Real de tiempo de Enrique IV; que valía 20 Maravedís. Podemos considerar su equivalencia con unos 30 euros, ya que el kilo de garbanzos en la época, valía entre 1 y 2 Maravedíes. Ello nos lleva a tasar en unos 9000 euros, los 300 Reales dejados por la princesa Isabel, a Ezequiel Azanel (como gratificación y para que no le faltase dinero).






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes más del Adaja, donde se sitúa el yacimiento de Las Cogotas.










JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos, de este río Adaja y del lugar en que la leyenda narra los hechos.







V) La prueba de la alimaña:

Al poco de marchar el séquito con el joven monarca fallecido, pidió Maese Azanel alojarse en alguna casa de Cardeñosa, dándole las gentes aviso de que no era muy bienvenido, al pensar algunos que había peste o enfermedad contagiosa. Aunque, al no querer dormir nadie en la posada (por creerla infectada) tenía allí dispuesta estancia y comida. Aceptó precio para quedarse cuatro jornadas; y tras disponer sus enseres en una alcoba, fue a buscar al alimañero del lugar. Le llamaban El Zorrasposo, siendo famoso al atrapar vivos incluso a los osos; por cuanto el encargo que precisaba el físico, era bien sencillo. Necesitando tan solo que le guardase un zorro, un gato y un perro (tomados en monte o en calles); y que los mantuviera dos días encerrados, a sal y agua -sin darle otro alimento-. Todo ello, se lo explicó muy bien al furtivo cazador; quien no puso pegas y le aseguró que antes de la noche lo tendría preparado. Así fue, como al atardecer, le comunicó el alimañero que ya tenía dispuestas y atrapadas las presas. El Zorrasposo pidió cien maravedíes por su trabajo; a lo que Maese Ezequiel respondió que le daría una parte esa misma tarde y lo que faltase, al recibir los animales. Siempre y cuando le permitiera obrar con los ellos a solas y se los dejase bien atados, en un lugar escondido y alejado de población (preferentemente en una cueva). Después, sacando el físico dos Reales del bolso, los puso en la mano del cazador; advirtiendo que los tres que faltaban, solo se los daría al ver las piezas perfectamente atadas, sanas y dispuestas en sitio seguro (donde debía estudiarlas y sacrificarlas).

Pasaron los dos días de rigor y vino a recogerle El Zorrasposo a la posada; quien subiéndole en su mula, le llevó hasta una caverna artificial, cercana al río Adaja. En las alforjas de la acémila cargaron las tinas con los restos del príncipe, junto a la comida que necesitaba el médico; diciendo el galeno que todas ellas eran herramientas y viandas que se llevaba para pasar allí unas jornadas, analizando a los animales con fines médicos. Al poco, llegaron hasta el lugar donde el cazador tenía atados y preparados al zorro, el gato y el perro -de buen tamaño y hambrientos-. Comprobando pronto el Maese que estaban fuertes y sanos; bajó las dos orzas con los entresijos del pobre príncipe y la tercera de sus alimentos. Tras ello, le pagó los tres Reales que faltaban al de las alimañas, para completar los cien maravedíes acordados. Pidiéndole que se fuera lejos y comentando que él regresaría solo, cuando pudiese, a la aldea de Cardeñosa. Por cuanto, ya no se verían más; pero como iban a quedar allí los restos de animales, le advirtió que no los diera de comer a otro alguno, pues debía experimentar sobre venenos. Al oír aquello, El Zorrasposo comenzó a sonreír, comentando que algo de eso, ya se imaginaba. Pues tratándose de un físico y de un príncipe recién muerto, estaba seguro que para tema de emponzoñado iban a usar sus presas. Mucho se enfadó Maese Azanel al escuchar las palabras de aquel ignorante; por cuanto le advirtió que ya podría callar la boca y no decir nada de lo visto, si no quería terminar como sus alimañas. Oyendo el comentario y los gritos del médico, salió presto el cazador de la cueva; echando mil improperios, aunque totalmente atemorizado. Balbuceando de lejos, mientras salía de la caverna, que ya los enterraría él y que a nadie diría nada. Siquiera a la putas, cuando fuera al folgar esa tarde y le preguntasen por el origen de aquellos Reales. Pues visto lo visto y sabiendo que hasta el rey moría de ponzoña; más valía gastarse el dinero en putañerías, que darlo a la familia o al clero.

A solas con los animales, pudo comprobar Maese Azanel que el zorro apenas comía de los entresijos reales, cayendo enfermo y sin llegar a morir. Lo mismo sucedía con el gato, que no quiso alimentarse bien de aquellos restos; aunque probó bocado y sufrió fuertes espasmos. Mientras el perro, que a toda prisa tragó lo ofrecido; tardó casi un día en entrar en crisis, muriendo sin diarreas, ni vómitos. En ese lugar y sin alejarse de las alimañas, permaneció el físico; desde que les puso a comer las tripas del pobre rey Alfonsito, hasta que el can expiró. Día y medio en la cueva, tomando notas de todo síntoma y reflejo de enfermedad. Finalmente, cogió una de las ánforas que aún contenía restos reales y saliendo al campo -a pocas varas de la caverna- la enterró. Haciendo el hoyo con sus propias manos, ayudado con un pedazo de la otra tina (que para este fin rompió). Asimismo, se valió de aquel trozo de orza partida, con forma de pala; para tomar algo de tierra en la caverna y esparcirla sobre los animales muertos (por veneno o rematados por su mano). Después de aquello, bajó al rio Adaja, se lavó y rezó a Adonai; dando gracias por todos esos conocimientos que la vida le había regalado. Era media mañana y el Sol de Castilla quemaba como reflejo de forja. Así que tras bañarse, lavando hasta sus paños menores; mojó el resto de ropas en el río, para andar fresco el camino; partiendo a pie y solo hacia Arévalo.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de Arévalo. Arriba, grabado de S. Ysla desde un dibujo de Parcerisa, publicado a finales del siglo XIX; donde vemos en esa época, la entrada a Arévalo, llegando desde Ávila (al fondo se observa hasta el ferrocarril). En el centro de la estampa, el castillo en el lamentable estado en que se encontraba durante este tiempo. Al lado, arco de acceso hacia el antiguo palacio de Isabel de Portugal (hoy plaza del palacio o del ayuntamiento de Arévalo). Este paso, actualmente se llama Puerta de Alcocer y es donde sitúa nuestra leyenda la llegada del Maese, a la villa. Era la entrada, desde las murallas antiguas hasta una gran plaza, donde estaba el edificio que fue el antiguo palacio real; residencia de la reina Isabel (mujer de Juan II) y de sus hijos (Isabel la Católica y el infante Alfonsito). Tras la muerte de los reyes Católicos, el palacio fue regalado por Carlos V a las monjas dominicas, quienes se establecieron allí hasta el siglo XIX; cuando el convento comenzó a estar en ruinas. Finalmente, se vendió en los años setenta del pasado siglo y tristemente fue derribado, para construir en el lugar un edificio moderno de apartamentos. Abajo, foto de Don Manuel Gómez-Moreno, tomada hacia 1921, donde de nuevo vemos el castillo de Arévalo (antes de su restauración).





SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Arriba, castillo de Arévalo, tal como se encuentra en la actualidad, completamente reformado. Abajo, plaza de la Villa de Arévalo.



V) De Cardeñosa hacia Arévalo:

Unas siete leguas había entre Arévalo y Cardeñosa; menos aún desde el lugar junto al Adaja, donde partía el Maese. Por cuanto, en una jornada podía recorrerse bien esa ruta andando. Pero no se sentía tranquilo el físico por ir tan solitario, sabiendo la misión que le habían encomendado. De tal modo, cuando se cruzaba con quienes le preguntaban sobre su procedencia, dónde iba o por qué viajaba sin compañía. Decidió hacerse pasar por un choricero; respondiendo que se dirigía hacia Arévalo, para comprar en esa villa buenos pellejos. Creyó que así nadie descubriría que se trataba de un médico judío; aunque en su pecado de mentir, sufrió la penitencia. Pues al llegar a Pajares de Adaja, justo a medio camino (donde era común hacer posada o postas); decidió tomarse un descanso. Así fue como se le acercó un alguacil del lugar, queriendo saber su origen y destino; contestando Maese Azanel lo del choricero y la compra de pellejos. Ante lo que aquel corchete, entró en feliz coincidencia. Y muy contento, le comentó que su suegro era también fabricante de embutido; por lo que deseaba dárselo a probar, para conocer su opinión. Fue así como el pobre físico dijo no tener tiempo y necesitar continuar rápido su ruta; pero el alguacil afirmó que no era nada, ni debía ir a ningún lugar. Pues en las alforjas de su caballo, guardaba los chorizos blancos y negros que el padre de su esposa hacía. En eso, se fue hacia la cabalgadura el que invitaba, mientras echaba el pobre médico a correr; porque el asco que le daba a un judío probar bocado de cerdo, solo podía compararse con el que a un cristiano le producía comer rata o culebra.

Viéndole huir, subió a su montura el alguacil que pronto le dio caza; y echándole la mano al cuello haciéndole parar, preguntó por qué se escondía o qué razón había para huir. Tuvo que sincerarse el Maese y confesó que era judío; habiendo dicho aquello del choricero, por temor a ser parado en el camino, habida cuenta su credo. Tan pronto como pronunció esas palabras, fue atado de manos por el corchete y llevado hasta la casa del alcalde, donde le encerraron en una mazmorra. Al rato, llegaron algunos señores del concejo de Pajares, quienes desnudaron al prisionero, por saber si escondía algo robado. Con sorpresa, vieron que entre sus enseres guardaba el recordatorio del rey Alfonso muerto. Un pliego donde la princesa Isabel había escrito los nombres de sus criados y el modo de llegar hasta ellos, de forma reservada. Al leer ese panfleto, quienes le tenían apresado se echaron a temblar; preguntando al reo dónde había robado el documento. Viéndose ya el Maese obligado a responder, que era un físico hebreo y que venía de Cardeñosa, donde había estudiando los restos del príncipe. Debiendo acudir pronto hasta Arévalo, para entrevistarse con la infanta Isabel; con el fin de presentar las conclusiones sobre la muerte del joven rey.

Dicho esto, todos se disculparon y no dudó ninguno de los presentes en pedir mil perdones; incluso el alguacil se arrodilló, besando las manos que antes tan duramente había atado. Mientras explicaba que la actitud del médico, al salir corriendo, había sido sospechosa; lo que provocó el apresamiento. Deseando disculparse y ayudarle, le dijeron que pronto le llevarían a caballo hasta Arévalo; no sin antes, darle de almorzar y facilitar agua, para que pudiera refrescarse. Fue así, como pese a manifestar el galeno que la infanta deseaba verle de un modo discreto y sin dar aviso a la Corte; le hicieron ir obligadamente escoltado por dos soldados, en una de las mejores cabalgaduras que había en Pajares de Adaja. Llegaron muy pronto hasta el Arévalo, que se había convertido en Corte Real, desde la sublevación de Alfonsito. Allí entró el Maese y sus acompañantes, por el paso de Alcocer, que daba acceso desde la muralla al palacio. De este modo (acompañado y a caballo) fue presentado el físico Ezequiel Azanel, a las puertas reales; provocando el revuelo de muchos y el enfado de la princesa Isabel, quien había advertido al galeno que tan solo podía contactar con ella de forma discreta. No sabiendo que hacer el Maese, al encontrarse con la joven infanta tan enojada; tuvo que relatar la historia y cómo había sido hecho preso por error, en Pajares. Quienes tan solo desearon ayudar, prestándose a acompañarle al darse cuenta que se trataba de un médico reclamado en la Corte. Por lo que aquella falta de discreción, era solo la buena intención de quienes habían querido reparar un equívoco. Fue así, como la joven princesa -sin dejar su enfado-, convocó a Ezequiel Azanel en el salón de la Torre del Homenaje, para el día siguiente. Explicando por lo bajo al interesado, que le citaba no en el palacio, sino en el castillo; para que la reunión estuviera lejos de toda escucha. Rogando en voz muy alta al resto de los presentes, que tan alegres se postraban frente a las puertas del Palacio; se marchasen y regresaran a su pueblo.





SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, castillo de Arévalo, con la Torre del Homenaje, en primer plano. Lugar donde la leyenda narra que convocó la infanta Isabel al Maese Ezequiel, al día siguiente de su llegada a la villa. Arriba y abajo, dos imágenes de una maqueta que representa la antigua ciudad de Arévalo (antes de 1500). Donada por D. David Gómez en 2020, se expone en el Centro de interpretación del Mudéjar, sito en la plaza de la Villa de Arévalo -al que hemos de agradecer la gran atención recibida y las magníficas explicaciones que su directora nos ha dado-. Marcados sobre la imagen: Con una flecha roja y blanca, en un recuadro del mismo color; los lugares que menciona la leyenda: Arriba, el paso de Alcocer y la plaza donde estaba el palacio real. Abajo, la zona del castillo.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
 Dos fotografías de Arévalo. Al lado, lugar donde antaño estaba el palacio real, que fue derribado en los años setenta y convertido en este edificio de apartamentos. Abajo, una de las vistas de la misma Plaza del Palacio, hoy del ayuntamiento con la casa consistorial.




VI) En Arévalo:

Aprovechó Maese Azanel lo que quedaba de tarde y el dinero que la infanta le dio en Cardeñosa, para comprar mejores ropas y llenar su tripas vacías; pudiendo alojarse en una buena posada de la importante villa. Allí despertó muy de mañana y se acicaló debidamente, para presentarse en la puerta del castillo; donde fue conducido por dos centinelas hasta el salón de la Torre del Homenaje. En aquella enorme estancia protocolaria, se hallaba la madre del joven rey fallecido, Doña Isabel de Portugal; llorosa y expectante ante las palabras del físico. A su lado, la infanta Isabel, consolaba a su progenitora como podía; pues todos sabían que la reina madre había perdido la cabeza desde la muerte de su marido (el rey Juan II). Finalmente, entre los caballeros presentes, destacaba Don Gonzalo Chacón, al que muy pronto reconoció el galeno y al que se debía su aparición en la Corte. Pero, aún conociéndose bien, no se saludaron; evitando confusiones, para que nadie supiera que de su vieja amistad. En esta situación y frente algunos asistentes más, comenzaron las preguntas al médico, quien dijo que no podía evidenciar como obtuvo conocimiento de lo que afirmaba; pero, ante todos los presentes, daba su palabra de decir vedad. Siguió su discurso, testimoniando que el príncipe había sido envenenado; sin dar más detalles, ni añadir otra cosa.

Todos los que se hallaban en el salón de la torre, se echaron las manos a la cabeza y la madre del monarca finado comenzó a gritar de modo histérico. Quienes estaban junto a esa soberana, intentaron parar su ira; pero aquella mujer regia empezó a comportarse como loca, rompiendo jarrones, tirando lo que hallaba sobre las mesas y lanzando peligrosamente cuantos objetos encontraba a mano. En esa tesitura, su hija Isabel, la tomó por los brazos y pidiendo ayuda a unos centinelas, lograron reducirla para llevársela. Tras ello, la infanta citó en un cuarto aparte al físico. Allí entró el Maese, quedando a solas con ella; donde, en el instante, Da. Isabel comenzó a reprochar a gritos su modo de comunicar los hechos y no haberse podido presentar de forma discreta en la Corte (tal como se le había pedido). Después, mas calmada, le preguntó si había obtenido alguna conclusión bien cierta sobre la ponzoña; pues, que su hermano había sido envenenado era una evidencia ya sabida por todos. Ante tantos reproches, el médico comenzó a responder, atemorizado pero con gran cortesía; confirmando que efectivamente tenía enormes datos. El primero, que no se trataba de azufre con arsénico, ya que dos de los animales habían rechazado el alimento, mientras el perro (que lo ingirió) tardó casi un día en morir, pero sin vómito. Así pues, todos los síntomas eran de ponzoña vegetal, quizás fabricada con setas; siendo lo más probable el uso de la phalloides. Significando ello, que el envenenamiento del príncipe no tuvo lugar en las horas previas al fallecimiento; sino, dos o tres días antes y fue obra de un experimentado alquimista.

Muy pensativa quedó la princesa; preguntando por qué, entonces, apareció aquel hombre en el Adaja, ofreciendo truchas y haciendo confundirse a todos. Ante lo que el físico solo pudo contestar que probablemente para eso: Con el fin de engañarles. Quizá para hacer creer que el envenenador era ese supuesto fraile del río; y no quien realmente puso la trampa, en unas jornadas previas. Volvió a cuestionar Isabel por qué entonces no fue directamente ese pescador, quien le dio la ponzoña a su hermano. Ante lo que el galeno habló claro, afirmando que con los guardias que llevaba el príncipe, capaces de probar todo antes de que el pequeño lo ingiriese; hubiera sido imposible llegar a darle alimento con males, sin que descubrieran al envenenador. En tal cuestión y situación, la infanta afirmó con interés; que si esa era la razón de que ese fraile viniera regalando escabeches. Parecía evidente que el asesino de su hermano, sabía que la Corte iba de camino aquella mañana hasta Ávila y que pararía al mediodía junto al río Adaja, en Cardeñosa. Todo lo que tan solo conocían las personas más cercanas al pequeño monarca y quienes habían trazado el viaje, con los guardias y los caballerizos. Siendo tan solo Juan Pacheco (marqués de Villena) y Gonzalo Chacón; los que pudieron tener anticipadamente el itinerario y esas estaciones. Dos caballeros muy cercanos al rey Alfonsito; que, además, habían comido el día antes con el príncipe. Por todo cuanto se deducía que uno de ellos, o más bien los dos, eran los envenenadores.

Ante tal afirmación, Maese Ezequiel, se atrevió advertir a la princesa que no se dejara llevar por las emociones de joven, ni por conclusiones fáciles. Pues no era siquiera bueno comentar esas cosas en alto y menos ante quien no conocía bien (como, él mismo). Además, sus palabras le habían herido; pues de Don Gonzalo Chacón jamás se podía desconfiar; siendo imposible que aquel caballero justo y bueno, pudiera haber atentado contra Don Alfonsito, el hermano de la princesa. Al oír aquello, la infanta se sintió molesta; muy incómoda y hasta ultrajada. Despreciando los consejos del físico y obligándole explicar por qué se atrevía a hablarle de esa forma. Ante lo que Ezequiel Azanel hubo de sincerarse; comunicando a la infanta Isabel, que aquel que le había mandado llamar para examinar al príncipe, era precisamente Don Gonzalo Chacón. Quien deseando saber toda la verdad sobre la muerte de príncipe, había llevado al Maese hasta Cardeñosa; para conocer si alguien acabó directamente con la vida del pequeño. Levantó entonces la mirada Isabel y con cara de odio, expresó que Chacón fue el gran amigo de Don Álvaro de Luna. El Condestable que convirtió a toda La Corte en jauría de traidores, logrando volver loca a su madre y envenenado a la primera mujer de su padre (por lo que quizás, también había dado ponzoña ese grupo de Don Álvaro a su hermano). Terminando por gritarle, preguntando si era él un personaje más de toda aquella parodia, que deseaba acabar con la familia en pleno.



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes relacionadas con Don Gonzalo Chacón. Arriba, la villa de Ocaña (Toledo), su lugar de nacimiento -fotografía tomada hace unos treinta y cinco años-. Abajo, el castillo de Casarrubios del Monte, señorío que le fue entregado a Chacón en 1469. La imagen también tiene unos treinta años, y en ella vemos el penoso estado en que se hallaba este maravilloso castillo mudéjar.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotografías de Arévalo. Al lado, estatua de Isabel la Católica, en la puerta de Alcocer. Abajo, una de las vistas de sus preciosas calles.







VII) Ezequiel Azanel:

Ante el enfado de la princesa y conociendo lo que pensaba Da. Isabel sobre Chacón -creyendo podía ser uno de los asesinos de su hermano-. El Maese pidió calma, para poder explicarle hechos. De ese modo, no sabiendo muy bien cómo solucionar la situación; Azanel decidió relatar su propia historia. Para que la infanta conociera el por qué de su confianza en Don Gonzalo Chacón y que así comprendiera alguna de sus afirmaciones. De este modo, comenzó narrando que pondría su mano al fuego, ante cualquier duda sobre ese caballero. Pero, para que la princesa lo comprendiera, era preciso narrar sus orígenes, su amistad y cuanto le unía a aquel de Chacón. De este modo se inició, contando el físico su vida desde el propio nacimiento; que se produjo con el siglo y en tierras de Aragón, por lo que era un ajeno a Castilla y un viejo de sesenta y ocho años. Viniendo al Mundo en 1400 y en Tarazona, como hijo segundo del rabino de esa villa; por entonces llamado Ezequiel Azanel -igual que él-. Aunque, durante la Conferencia de Tortosa convocada por el Papa Luna (para unir las religiones judía y católica); su padre se había bautizado. Tomando el apellido de su maestro, el rabino Josúa Ha-Lorquí; quien era médico del pontífice Pedro de Luna y que al hacerse cristiano, pasó a llamarse Jerónimo de Santafé. Siendo así, en el año de 1414 su progenitor se había convertido como Esperandeo de Santafé; deseando que sus hijos y su primera mujer le siguieran en el bautismo (pero sin lograrlo). Con ese fin, también le enviaron a él de joven hasta Peñíscola; donde llegó con quince años y pudo estudiar medicina junto al mismo Josúa Ha-Lorquí. El famoso físico Jerónimo de Santafé, quien se tuvo como el mejor galeno de la época y máximo conocedor de remedios contra ponzoñas -tanto, que en ese tiempo salvó al Papa Luna de un envenenamiento, cuando el Pontífice ya tenía ochenta y siete años, logrando que viviera un lustro más-.

Pero viendo todos en Peñíscola, que el estudiante Ezequiel no se quería bautizar, le mandaron de nuevo para Tarazona; donde su padre se había vuelto a casar con una conversa (teniendo con ella otros muchos hijos; todos ellos católicos). Ante aquella situación y no queriendo hacerse cristiano, había visto el recurso de venir a Castilla, como médico de tropas; enrolándose finalmente Azanel en los batallones del infante Juan de Aragón, que acudían para socorrer al rey castellano. Así fue, como en 1420 y con solo veinte años, llegó Maese Ezequiel a este nuevo reino, en el momento del Golpe de Tordesillas; donde el infante Enrique de Aragón había secuestrado al monarca Don Juan (padre de la infanta) y lo tenía preso en Talavera. En esta frase paró un momento el físico, testimoniando que se refería al rapto que sufrió el progenitor de Doña Isabel. Instante, en el que oyendo la historia en boca del judío, ella quedó extrañada; sin entender el nexo entre Gonzalo Chacón y ese relato (pues aquel caballero, ni había nacido por aquel entonces). A lo que Azanel prosiguió, refiriendo que esperase un poco, porque luego todo se explicaba. Ya que la unión se debió al asedio de Montalbán, donde estuvo preso el progenitor de la princesa, Don Juan II. Por lo que al verse liberado el rey de Castilla, gracias las tropas de su primo, el infante Juan de Aragón; premió a cuantos allí habían llegado, para reponerle en su trono.

Da. Isabel, entonces, tomó una actitud de desinterés -muy común en las adolescentes-, mostrando que se aburría con la conversación. Pero el médico continuó describiendo el modo en que en esa ocasión y ante el castillo de Montalbán; Don Juan (progenitor de ella) celebró su rescate. Con enorme gratitud para aquellos que componían el ejército del que Azanel era galeno; porque su intervención, rompió el cerco a la fortaleza (haciendo huir a los secuestradores). Allí mismo, al día siguiente, en el patio de armas de Montalbán; realizó el monarca una ceremonia de honores. Donde fue llamando uno a uno, a cuantos aragoneses había presentes; dándoles una buena prebenda por haber logrado su liberación. Era el de Luna, quien entregaba las pagas y las fajas o méritos; que los soldados guardaban y los caballeros colgaban de sus armaduras. Entre los que premiaron, se hallaba el judío; como médico del regimiento. Quien al acercarse a Don Álvaro de Luna y mientras le entregaban los dineros, comentó que había conocido a su tío abuelo -su Santidad Benedicto XIII-. Don Álvaro, ese día lucía como gran triunfador por su victoria como libertador; pues en verdad, fue el que logró sacar al rey (padre de Isabel) de su captura en Talavera; llevándolo hasta Montalbán a la grupa. Pero al oír que el Maese había estudiado en Peñíscola y conocía a su tío, el Papa Luna; creyó que todo aquello era una señal.

Fue entonces cuando le preguntó al joven galeno su nombre; y al responder que se llamaba Ezequiel Azanel, gustó a Dón Álvaro un médico judío. Tras ello, le llamó aparte para saber sobre la salud de su tío (el viejo Pontífice). A lo que el físico pudo contestar que estaba bien y repuesto. Principalmente gracias Josua Ha-Lorquí; un gran maestro rabí, que había logrado librar al Papa de la ponzoña que le suministraron algunos de sus cardenales. Por lo que -sin encontrarse tan bien como antes del envenenamiento-, al menos su santidad permanecía en vida; ya con noventa años y por el mérito de Jerónimo de Santafé (Ha-Lorquí). Médico capaz de curar todo mal y del que Azanel había sido su discípulo, cuando estudió Peñíscola -tan solo, meses antes-. Tras esa conversación y desde aquel día; Ezequiel Azanel fue contratado por Don Álvaro de Luna. Primero trabajó como físico para sus ejércitos, aunque poco más tarde entró en el círculo de amistades del gran Valido. Convirtiéndose Maese finalmente, en galeno de las personas más cercanas al de Luna ; principalmente de Don Gonzalo Chacón. Unión que todos pudieron mantener, hasta que Don Álvaro cayó en desgracia y fue decapitado por Orden Real en 1453 (días en los que él, junto otros cercanos al favorito, sufrieron condena de prisión -sobre todo, el caballero Chacón-).




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes del castillo de Montalbán, en Toledo; son fotos tomadas hace treinta y cinco años, donde estamos mi mujer y yo. En esta fortaleza se llevó a cabo la liberación de Juan II de Castilla, en noviembre de 1420. Como ya dijimos; en verano de este año, Enrique de Aragón entró en el palacio de Tordesillas; secuestrando al monarca y a la Corte que con él viajaba. Tras lo que obligó al castellano a casarse con su hermana María; boda forzada que nunca se anuló y de la que nacieron tres hijas y un varón: el rey Enrique IV (hermanastro de Da. Isabel). También Don Enrique de Aragón, mientras les raptaba, tomó a la infanta Catalina de Castilla como esposa (una hermana del rey Juan); desposorio que no se dio como válido. Llevaron a los capturados hasta Talavera, para tenerles más aislados; pero de allí, logró escapar Álvaro de Luna, junto al rey Juan II. Subiéndolo a la grupa de su caballo y galopando hasta Montalbán, donde les refugiaron los Caballeros de Calatrava. En breve, se personaron ante las murallas los ejércitos del secuestrador, con Enrique a la cabeza; poniendo cerco al castillo. En este estado, lograron enviar los sitiados un emisario hasta las fuerzas del infante Don Juan de Aragón; que venía junto a muchos castellanos para liberar al monarca. Al poco, sabiendo Enrique que su hermano y miles de soldados reclutados en Olmedo y Cuéllar, se acercaban con el fin de acabar con el rapto real. Decidieron levantar el cerco (en noviembre de 1420), huyendo con sus hordas, para no ser capturados. De ese modo había sido liberado Juan II; quien luego fue padre de Enrique IV; y en un segundo matrimonio, de Isabel y del infante D. Alfonso (envenenado en Cardeñosa).





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes del castillo de Montalbán, en Toledo; son fotos tomadas por mi mujer hace treinta y cinco años.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes del retablo de Esperandeo de Santafé, que se conserva en el Museo Lázaro Galdiano (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Esta tabla, fue encargada por la familia de antiguo rabino de Tarazona, llamado Ezequiel Azanel (o o bien, Ezmel Azanael, debido a la transcripción desde el hebreo); quien se convirtió al cristianismo, adoptando el nombre de Esperandeo y el apellido de Santafé. Tal como dice la leyenda, fue gran amigo y seguidor de Josua Ha-Lorquí; el médico del Papa Luna, que se bautizó como Jerónimo de Santafé. Ambos, prepararon la Conferencia de Tortosa, organizada por el Papa Luna, para mostrar a todos los judíos que el Mesías había llegado, siendo Jesús de Nazaret. Bajo este argumento y después de tres años de disputas en Tortosa, la mayoría de los rabinos se convirtieron.


Ezequiel Azanel (que había sido rabí de Tarazona), al bautizarse en 1414, tomó el apellido de su maestro, Jerónimo de Santafé. Ya como Esperandeo de Santafé, regresó a Tarazona, donde se casó en segundas nupcias con otra conversa,comenzando una nueva vida como médico católico. Entre sus hijos cristianos, destacó Pedro de Santafé; trovador y amante de la reina de Aragón, María -esposa de Alfonso V el magnánimo que vivía en Nápoles y quien dejó a su mujer el reino-. Se sabe que Pedro de Santafé, después de dejar la Corte y a su amada reina, tomó por esposa a Juana de Santángel (de origen bilbilitano y tía de Luis de Santángel). Por su parte, Esperandeo de Santafé -antes llamado rabbí Ezequiel Azanel-, tuvo al menos cuatro hijos del primer matrimonio; todos habidos con mujer hebrea y bajo esta fe. Un varón y tres mujeres; cuyo primogénito no quiso convertirse (al igual que dos de sus hermanas) y del que sabemos, era el rabino de Tarazona en tiempos de Fernando el Católico (llamado Isaac Azanel). La leyenda supone que de estas primeras nupcias judías, nació un segundo varón, llamado como el padre Ezequiel, que tampoco se bautizó y vino en 1420 a Castilla. Siendo médico de las tropas del infante Juan de Aragón; que liberaron al padre de Isabel la Católica (Juan II) en el Golpe de Tordesillas. Hay que recordar sobre la reina María de Aragón; era hermana de este rey Juan II de Castilla y que finalmente se casó con Alfonso V de Aragón (hijo de Fernando I, el elegido monarca en Caspe; y por lo tanto, su primo). María y Alfonso no tuvieron descendencia ni relación, debido a que ella estaba deformada por las viruelas. Históricamente, sabemos que la reina tomó como amante al poeta y juglar Pedro de Santafé, entre otros trovadores -bajo la autorización del marido, que marchó a vivir a Italia, donde tuvo descendencia bastarda, y quienes finalmente fueron reyes de Nápoles y duques de Ferrara- . 



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos 
imágenes de la estatua de Pedro de Luna, que se conserva en el Museo Lázaro Galdiano (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Ya hemos narrado, que este Papa, era tío abuelo de Don Álvaro y convocó la Conferencia de Tortosa en el año 1412, donde se convirtieron decenas de miles de judíos. Asimismo, en igual fecha, llamó a todos los nobles aragoneses a capítulo; tras haber muerto el rey Martín sin descendencia. Convocando al Compromiso de Caspe, donde debían decidir y proclamar un nuevo monarca de Aragón. El elegido fue Fernando de Antequera; tío y regente de Juan II -que había quedado huérfano con solo un año, en 1406-. El motivo de su proclamación estuvo en el apoyo de Benedicto XIII, que D. Fernando obtuvo desde Peñíscola. Pues el Papa Luna deseaba ya unificar los territorios peninsulares y para ello, lo mejor era sentar en el Trono aragonés a un castellano.


En lo que se refiere a la historia que narramos; el Pontífice años antes, había mandado como paje a la Corte de Castilla a un adolescente, llamado Álvaro; hijo natural de un sobrino suyo al que el padre no deseaba reconocer. Por ello, el viejo Benedicto XIII lo recogió en Peñíscola, para educarle y a los quince años le ordenó trasladarse a Valladolid, como sirviente en la Corte (bajo el cuidado del cardenal primado de Toledo, otro sobrino del Papa Luna). En esas fechas, murió Enrique III de Castilla (padre de Juan II) y el paje que venía de Aragón, llamado Álvaro de Luna, fue colocado como asistente del recién nacido que había quedado huérfano. Desde entonces, Don Álvaro y Don Juan fueron como dos hermanos o como padre e hijo (totalmente inseparables); una unión que cristalizó más, cuando el aragonés logró liberarle en Talavera de la Reina..



VII) Don Gonzalo Chacón:

Al oír todo aquello, la princesa Isabel se enfadó; manifestando no desear más palabras de bobo, ni frases grandilocuentes, de galeno judío ennoblecido, con alma de soldado retirado. Exponiendo abiertamente y en voz muy alta, que Don Álvaro de Luna había sido un asesino; envenenador de la primera mujer de su padre. Quien años más tarde, hizo la vida imposible a su madre, la segunda esposa del rey Juan; siendo ese el motivo por el que su progenitora cayó en locura. Fue entonces, cuando Don Gonzalo Chacón entró en la habitación; ante la sorpresa de la princesa. Que le gritó, preguntando quién le había permitido el acceso y menos escuchar aquellas conversaciones. Sin dilación, ni duda; Chacón tuvo que comunicar a la infanta Isabel, que si quería salvar su vida, debía confiar en ellos: en Maese Azanel y en su persona. Pues el envenenador del hermano príncipe, era claramente el marqués de Villena; quien solo buscaba la confrontación y que se culpase del asesinato del Alfonsito, al rey Enrique IV. Un monarca, que estando tan débil de apoyos, como anulado de todo poder y reflexión; le bastaría con la muerte de Isabel, para caer a los pies de Villena, implorando que no le hiciese lo mismo. Logrando así pronto Pacheco, el favor real para que la primogénita Juana (a la que llaman Beltraneja) se casase con alguno de los hijos del marqués; convirtiéndose los Villena en la nueva Casa Real de Castilla.

Para nada le gustó a la joven infanta la intromisión de Don Gonzalo; y le pidió seriamente que se disculpase por aparecer así, y aún más por escuchar tras las paredes. En este trance, el caballero rogó mil perdones; pero dijo adustamente que debía continuar en sus exposiciones. Creyendo él, que Da. Isabel tenía un concepto muy equivocado de Álvaro de Luna; la persona que más quiso a su padre (el rey Juan II). Sabiendo todos, que su progenitor, el soberano de Castilla; murió de pena después de firmar la ejecución de su gran amigo y mejor vasallo. Falleciendo de tristeza o desesperación, Don Juan, solo unos meses después; y diciendo al expirar: “Dios mío; naciera yo, hijo de un aldeano y fuera fraile en el Duero” (lo que muestra el valor de su vida, tras decapitar a su favorito). Pues de Don Álvaro de Luna, solo podía decirse que obró fielmente con el progenitor de la princesa Isabel; desde su nacimiento hasta la muerte. Ya que el caballero de Luna, entró siendo un niño al servicio de La Corte y tuvo una vida tan triste como enigmática; de la que solo puede decirse, le convirtió en un hombre tan inteligente, como incomparable. Comenzando esos enigmas desde que nació en Cañete, cuando su padre no quiso siquiera reconocerle; al proceder de madre dudosa y de rara reputación. Con orígenes tan turbios, fue acogido por su tío abuelo, el Papa Luna; quien cargado de bondad y cariño le educó, para ser mandado como sirviente a la Corte de Castilla. Así llegó al palacio castellano, en los días que el monarca quedaba huérfano y apenas tenía unos meses; mientras Don Álvaro cumplía los quince años. Allí fue nombrado sirviente del pequeño soberano; que desde su cuna vivió sólo y cuya educación era exenta de todo amor y menos de cariño. Fue entonces, como viendo a un niño-rey desvalido; Don Álvaro se compadeció de él, hasta el límite de identificarse con su persona. Cuidando día y noche del que fue monarca y padre de la infanta allí presente; quien ahora tanto dudaba sobre el de Luna -tuvo que parar Gonzalo Chacón su relato; al ver que las lágrimas cubrían el rostro de la princesa; invitándola a tomar un pañuelo de seda limpio y perfumado (de los muchos que guardaba el caballero entre sus mangas)-.

Tras ese lapso y no sin pedir de nuevo disculpas; siguió el señor Don Gonzalo la exposición sobre la vida de Juan II y de su gran amigo, Don Álvaro. Narrando como jamás le importó al cuidador, que el pequeño rey no parase de llorar por las noches; tomándole de la cuna y durmiendo junto a él, para consolarle siempre. Pues aquel niño soberano se sentía solo, desamparado y sin amor. Pero tuvo en todo momento quien le quisiera y un fiel protector; pues no dejaba Don Álvaro que hicieran daño alguno al infante, como ordenaban los clérigos y los educadores; quienes al ver que era un pequeño débil y triste, manifestaban siempre que lo que precisaba eran azotes y disciplina. Así, si algún cercano o familiar castigaba al menor; pronto iba a consolarle su amigo Don Álvaro, que para el triste huérfano era su único familiar auténtico y al que consideraba un hermano mayor (pues les separaban quince años). En verdad, todos piensan que ante la falta de progenitor, aquel futuro rey tomó al de Luna como su padre y ejemplo. Tanto fue el cariño entre ambos, que la reina madre quiso apartarlos. Por lo que no se sabe si de modo intencionado, en esos días fue Don Álvaro herido en unos torneos (donde celebraban los cumpleaños del rey). Creyendo la mayoría, que aquella caída y el golpe que luego sufrió el de Luna en las referidas justas; fue un intento de acabar con él, cuando tenía poco más de treinta años. Un tiempo en que todos veían con envidia la trascendencia que sobre el monarca tenía el futuro Condestable.

Pero lo que más les unió, sucedió en 1420, cuando el séquito real estaba en Tordesillas, donde descasaban los veranos. Allí entró el infante Enrique de Aragón; matando gran parte de la guardia y raptando a toda la Corte (incluido el monarca y a su amigo Don Álvaro). Tras ello, el secuestrador quiso celebrar Cortes; aunque días más tarde, viendo que el rey podría ser liberado y que su hermano (el infante Juan de Aragón) venía presto desde el reino vecino, para ayudar a los castellanos y poner fin a esa detención. Decidió dirigirse a Talavera, donde escondió al soberano y a los suyos, obligando a la hermana del Don Juan II a desposarse con él; con el fin de pretender la Corona de Aragón y hasta la de Castilla (casándose con Catalina; tía de Da. Isabel). Llegó incluso a hacer lo mismo con el castellano, Don Juan II; que forzosamente tuvo que celebrar nupcias con la infanta de Aragón, Doña María (hermana del secuestrador, Enrique). En esta tesitura, estando los príncipes recién casados y todos bien presos -el rey, su familia y los súbditos principales-. Don Álvaro de Luna tomó una montura y logró escapar de Talavera, con el monarca a la grupa, alcanzando el castillo de Montalbán, sito en Toledo (a unas diez leguas de donde estaban prisioneros). Pero allí, pronto les dio caza el artífice del rapto (Enrique de Aragón,) rodeando la fortaleza y sitiándola; pese a que la defendían con fiereza los caballeros de Calatrava, negándose a entregar al rey. Días después, consiguieron enviar un emisario desde el interior del castillo, que se llegó hasta las tropas del infante don Juan de Aragón; quienes venían de Olmedo y paraban en Móstoles, con miles de soldados preparados para liberar al monarca (padre de la princesa Isabel). Siendo así como se levantó el asedio y se pudo acabar con el secuestro de Juan II; tras lo que la amistad entre Don Álvaro y el rey, perduró por los años de los años.



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes actuales del castillo de Montalbán. Donde podemos ver que ha empeorado en su estado. Pese a ello, el guía que en estos días lo muestra es una persona excepcional y su relato, verdaderamente genial. Por lo que recomendamos su visita, que podrán concertar poniéndose en contacto a través de internet con: OSCAR LUENGO, GUÍA OFICIAL DE LA CASA DE OSUNA Y PALACIO.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos fotos más de la fortaleza de Montalbán; en este caso, realizadas por mi mujer hace unos treinta y cinco años. En la de al lado -un tanto borrosa-, pueden verme, con la cámara en mano (en los años que recorríamos España, con el fin de promocionar su patrimonio en Japón).




VIII) Don Álvaro y su extraño destino:

Ante aquel relato, que la joven infanta conocía. Ella quiso cortar tanta palabrería, preguntando a Chacón por qué su padre terminó ordenando ejecutar a Don Álvaro; si tanto le quería, tan leal le había sido y tal era su confianza en el Valido. A cuanto respondió el noble caballero, que aquella era una larga historia que comenzaba con las continuas reyertas entre Castilla y Aragón. Donde el reino vecino no cesaba de involucrarse, intentando dañar los intereses castellanos, en cualquier momento y lugar; tanto como para haber secuestrado al rey y provocado numerosas guerras. Así pues, siendo Don Álvaro aragonés y conociendo las intrigas que venía a todas horas tramando la nobleza de aquel -su reino-. Tenía informado al monarca y a La Corte, sobre los males que llegaban desde Aragón; perjuicios e intrigas, que en gran parte se debían a las rarezas de su propio hijo, el príncipe Enrique, y a lo que deseaba provocar su esposa. Aclaró Chacón que se refería a la primera mujer del rey, madre del luego proclamado, Enrique IV; Doña María de Aragón, con la que se vio forzado Don Juan a casarse en un extraño matrimonio que nunca deshizo legalmente (como hubiera podido). Pues -tal como narró- había sido desposada con él, en pleno cautiverio real; cuando el asalto de Tordesillas, pero el marido jamás se atrevió a repudiarla, pese a estar en pleno Derecho de hacerlo. Aunque para comprender el temor del monarca a enfrentarse a sus primos de Aragón y el poder que tenía el reino vecino sobre Castilla; tendría que razonar sobre los orígenes y familia del progenitor de Doña Isabel -ante esta última frase, quedó parado Chacón; quien pronto entendió el ademán de la princesa, que con un gesto de cabeza y mano, indicó que continuase la narración, explicando por qué un soberano se sometía tanto a Don Álvaro y a los del reino vecino-.

Siguiendo así, expuso, que al morir en 1406 el padre de Juan II -que era su abuelo, Don Enrique III- fallecido cuando el primogénito heredero tan solo contaba un año. Pasó a ser el regente legal, su tío paterno, Don Fernando; llamado de Antequera (porque logró aquella ciudad). Quien no pudo hacerse apenas cargo de su sobrino huérfano (Juan), aunque sí fue un enorme estadista; además de un ilustre guerrero. Tanto, que hasta logró coronarse como soberano de Aragón, a fallecer allí el rey Martín, sin descendencia (en 1410). Momento en que el Papa Luna planteó dos cónclaves, uno para unificar el judaísmo y el cristianismo (llamado Conferencia de Tortosa 1412-15) y otro para nombrar un nuevo rey, denominado el Compromiso de Caspe (también celebrado en 1412). En esta Disputa de Caspe, se plantearon varias candidaturas para nuevo monarca aragonés, consiguiendo Fernando subir al trono gracias al apoyo del Papa Luna (que visionaba ya unificar todo el territorio peninsular).

Desde aquel momento, se coronó como Fernando I de Aragón y debió dejar la regencia del pequeño sobrino Juan II, dedicándose a fundar en sus tierras una nueva dinastía Trastámara. Pasando los hijos de aquel nuevo gobernante proclamado, a ser los famosos infantes de Aragón. Primero, Alfonso, que subió al trono como Alfonso V y llamado El Magnánimo. Luego, Juan, libertador en Montalbán del padre de Da. Isabel; que finalmente sería coronado en 1458 como Juan II de Aragón y era progenitor del príncipe Fernando. La tercera, Da. María, que contrajo matrimonio con el rey de Castilla Juan (padre de Isabel), en primeras nupcias. Además de otros tantos, cuya vida fue poco ilustre; entre los que destacó Enrique. Este último se atrevió a secuestrar en 1420 a Juan II (el castellano) y le obligó a casarse con su hermana María. Pudiéndose comprender con todo ello, el hartazgo que tenía de sus vecinos y primos, aquel soberano y progenitor de la princesa; a quien los de Aragón no hacían más que intentar dar órdenes y crear problemas. Por todo ello, siempre conservó a su lado a Don Álvaro de Luna; también de origen aragonés y que tenía lazos de interés en ese reino, además de conocimientos sobre sus familias. Gozando asimismo el de Luna, de una gran protección en la Iglesia; por ser sobrino nieto del Papa Luna, pero también sobrino y hermano de los que fueron en esos años cardenales primados en Toledo. Por todo lo que este Valido era capaz de defender a Juan II, de las continuas amenazas e intromisiones que a diario provocaban desde sus fronteras y en el interior del Estado (principalmente arengadas por su esposa, hermana de los reyes de Aragón).

En esta tesitura, se esperó que un heredero de María y de Juan II de Castilla, fuera la solución para unir ambos reinos (tal como deseaba años antes el Papa Luna). Pensando casar al primogénito del rey castellano, con una hija del Alfonso V. Pero ni el aragonés Alfonso V, tuvo descendencia; ni menos, el que nació fruto de la unión entre María y Juan en Castilla (luego llamado Enrique IV), era persona de valía y con posibilidad de reinar en un lugar vecino. Tras ese relato, que pronto comprendió la infanta; antes de seguir la narración, pidió Don Gonzalo perdón por lo que iba a expresar sobre el hermanastro de Da. Isabel. Añadiendo, que aquel varón engendrado por Doña María y su padre, era débil, enfermizo y hasta impotente. Resultando manifiesto, que el príncipe Enrique no pudo consumar su primer matrimonio con Blanca II de Navarra, siquiera en tres años (desde 1440 en adelante). Fue por entonces, cuando la rabia de su madre hirvió, haciéndose enfermiza; al enterarse de esta incapacidad de su hijo y heredero. Ya que la intención de la reina María, era anexionarse Aragón, gobernado en Pamplona. Por lo demás, en esos años, Don Álvaro de Luna se alegraba de cualquier fracaso de Doña María o de su hijo (Don Enrique); pareciendo el Valido aborrecer a todos los aragoneses. Gustando el de Luna, ir humillando a la soberana, lo que realizaba hasta en público; haciendo a todos ver de este modo su poder. Después, tras aquellos actos de vergüenza; convencía al rey Juan que no eran insultos contra su esposa, sino el deber demostrar que en la Corte de Castilla dominaban los castellanos -no gentes ajenas-. Tanto fue así que el Condestable, en 1437 obligó a la reina María entregarle el castillo de Montalbán; que ella había heredado desde su madre. Alegando el de Luna que ese fuerte era suyo, porque en él había salvado al rey Juan. Desde entonces, lo que fueron simples rencillas entre Doña María y Don Álvaro, pasó a ser un odio acérrimo. Llegando el momento en que hasta públicamente le decía “lo de la cánula”.



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Virgen de La Misericordia; tabla atribuida a Juan de Nalda, y fechada a fines del siglo XV; propiedad del Museo Arqueológico Nacional (al que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). Se considera un retrato familiar de Juan II de Castilla, debido a que en su cinturón han leído las palabras “IVan II”. Arriba, imagen de la tabla completa (sus dos lados). Al lado, detalle del cinturón, donde algunos han visto las letras “Ivan II”, identificando el cuadro con un retrato de Juan II de Castilla, junto a Isabel de Portugal y sus hijos. Aunque a mi juicio, debe leerse COMTESTABLE o bien COMTE SAN ESTEBAN GOMAZ. Abajo, detalle del lado derecho de la tabla (nuestra izquierda) donde vemos dos personajes coronados, que se identificaron con Juan II e Isabel de Portugal (padres de Isabel la Católica). Pese a ello, bastará ver otros retratos de Juan II, para observar que no hay ningún parecido. Aunque el personaje principal, sí tiene rasgos faciales muy similares a Álvaro de Luna (cuyo rostro vemos más abajo, de anciano). Pudiendo tratarse de un retrato de El Condestable, junto a su mujer y sus hijos.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
al lado, Retrato de Álvaro de Luna que se conserva en el panteón de su familia (Capilla de Santiago en la catedral de Toledo; a la que agradecemos nos permita divulgarla). Se observa un parecido muy cercano entre el retratado en este cuadro y quienes aparecen en el que se considera la familia de Juan II (por Juan de Nalda). Abajo, lado derecho (nuestra izquierda) de la tabla de Nalda, en la que vemos numerosos personajes, que vamos a intentar identificar. De izquierda a derecha: En primer lugar estaría el Papa Luna (Pedro de Luna, Benedicto XIII). A su lado un monarca, con la corona en cruz, que a mi juicio sería Martín I, rey de Aragón. A su izquierda, de nuevo Álvaro de Luna, Condestable de Castilla; coronado como conde (de San Esteban de Gormaz). A su lado, el hermano de Álvaro de Luna, que fue cardenal y prelado en Toledo; llamado Juan de Cerezuela (en las fotografías bajo este párrafo, podemos observar las identificaciones con sus retratos originales).





SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
arriba, grabado con el rostro de El Papa Luna. Al lado, Martín I de Aragón; del cuadro “Traslado de las reliquias del San Severo a Barcelona” propiedad del Museo Diocesano de Barcelona (a que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Abajo, el hermano de Álvaro de Luna, Juan de Cerezuela (que fue obispo de Osma, Sevilla y Toledo en la primera mitad del sigo XV). Está enterrado junto a él en la capilla de Santiago de la catedral toledana y sus rasgos "achinados" recuerdan perfectamente a la figura representada como cardenal en la tabla de Nalda.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Retrato analizado y con identificaciones marcadas en recuadros.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Retratos de Álvaro de Luna y de Juana Pimentel, su esposa. Al lado, la triste condesa; tabla del maestro de Los Luna (Juan de Segovia) expuesta en la capilla de Santiago de la catedral de Toledo, donde se encuentra su sepulcro y el de su marido (el Condestable). Abajo, díptico tomado de dos dibujos de Cecilio Pizarro, con los rostros de Don Álvaro y su esposa, copiados desde los modelos de la Capilla del Condestable -los originales son propiedad del Museo de El Prado, al que agradecemos nos permita divulgarlos-. Observemos el enorme parecido de El Condestable y Juana de Pimentel, con los dos personajes del lado derecho de la tabla de Juan de Nalda. Si fueran estos los dos personajes representados en la escena que analizamos; la joven que vemos junto a Juana de Pimentel, sería -a mi juicio- María de Luna y Pimentel. Hija de Álvaro de Luna y Juana, casada en 1460 con Íñigo López de Mendoza, II duque del Infantado; primogénito de Diego Hurtado de Mendoza y Suárez de Figueroa (I duque del Infantado), nieto -a su vez- de Don Íñigo López de Mendoza, el famoso marqués de Santillana. Quizás podemos intuir que quien encargó esta magnífica tabla fue Doña María de Luna y Pimentel, duquesa del Infantado y Señora del Alamín, Escalona y Villadelprado (fallecida en 1502).



IX) Per cannam auream (la cánula real):

Fue entonces cuando el galeno Azanel cambió la mirada y cortó a Don Gonzalo Chacón, advirtiendo de que “eso” no podía mencionarse. El caballero pidió perdón, pero la princesa Isabel les reprochó que no se sincerasen, ya que si deseaban hablar y convencerla de sus consejos, había que narrarlo todo. De tal modo, se vieron obligados a relatar qué era aquello de “la cánula”. Pasando a hablar Maese Ezequiel, quien -al ser médico- conocía mejor el asunto. Aunque, comenzó por preguntar a la infanta si sabía que entre la realeza y algunos nobles, existía el sistema de fecundar por cánula de oro o de plata. La joven Isabel, pese a contar ya diecisiete años, quedó perpleja; sin entender lo que estaban explicando. Ante ello, el físico siguió con cautela, exponiendo que en muchos matrimonios obligados y ante maridos que aborrecían a su esposa (o viceversa). El único método de obtener prole era extraer por medios manuales el esperma del hombre y colocarlo dentro de la mujer -denominado en medicina: per cannam auream-. Para ello, los galenos se servían de una cánula fabricada en metal precioso, con forma de canuto triangular y un fondo redondeado, abierto. A ese artilugio, se sumaba una pequeña varilla con un tope discoidal, encajado dentro de la cánula; usada para de inyectar mejor la semilla del hombre hacia el útero -una vez que el embudo áureo se hubiera colocado dentro de la esposa-.

Siendo este el medio normal de obtener descendencia, cuando el marido (fuera rey, duque o conde) no quisiera yacer con la esposa; pudiéndose concebir de modo artificial y tan solo precisando de dispensa eclesiástica. Una fórmula tan lícita como legal, porque garantizaba que una mujer noble nunca se sentiría obligada; ni menos sería forzada. Ya que si no deseaban coito, simplemente habría que inseminarse con una cánula, para consumar el matrimonio. Transmitiendo “per cannam auream” el “agua de vida” a la esposa, introduciendo el embudo y empujando con la varilla; para que la semilla tuviera mejor destino en el interior del nido de la hembra (produciéndose en numerosas ocasiones vástagos mellizos, gracias ese remedio).

Boquiabierta estaba la princesa, aunque mayor fue la sorpresa al conocer cómo se originó la gran rivalidad entre Don Álvaro de Luna y Doña María (primera mujer de su padre). Todo a cuenta de un comentario sobre las cánulas. Pues harto ya el de Luna de los asuntos de Enrique (el príncipe); y de las intrigas de su madre aragonesa. Cuando ella se quejó de que el futuro rey no consumaba el matrimonio con la de Navarra; el Valido le dijo públicamente aquello de “eso os pasa por no usar cánula, que yo tan bien os coloqué y con la que tuvisteis los cuatro del rey”. Tras lo que comenzó a gritar la soberana, advirtiendo que se vengaría de aquella afrenta. Después de este terrible episodio, la reina María rompió a llorar, narrando a los pocos en que confiaba su desgracia; antes y después. Pues en esos días, había topado con una esposa para su hijo, que no aceptaba hacer la prole “per cannulam”. Argumentando la navarra que aquello del canuto era artificial y falto de dignidad; por lo que no iba dejar a los galenos tocar para ese fin sus vergüenzas. Al poco de oír las burlas de Don Álvaro, iba Doña María llorosa e histérica, contando al rey Juan cuanto su Valido había dicho en público; pero el marido y señor no quería ni escucharla.

Aquello sucedió en el año 1444, justo cuando se pedía el divorcio entre el hermanastro de Isabel (Don Enrique) y Blanca II de Navarra; a la que el príncipe había dejado incólume e impoluta, después de tres años de matrimonio. Fue así como la guerra entre la reina y Don Álvaro se recrudeció, hasta el punto de que ella comenzó a organizar huestes para que los aragoneses entrasen en Castilla y dominasen mercados, como el de lanas en Medina y Olmedo. Harto ya el de Luna, que era tan fiel como aragonés; habló en la Corte de esas intrigas y se decidió “prescindir” de la soberana, e incluso de su hermana (para que tomasen nota los del reino vecino). Así fue como en febrero del año siguiente (1445) apareció envenenada la reina María y su hermana Leonor, por mandato del Valido y sin que nadie protestase. Todo lo que llevó a una guerra entre Aragón y Castilla, que se resolvió en la Batalla primera de Olmedo; en mayo del mismo año. Donde los castellanos salieron por fin victoriosos y creyeron que sus vecinos les iban a dejar en paz. Pero, la tranquilidad ya no volvió a la Corte castellana; pues sabiendo el príncipe Enrique que el instigador de la muerte de su madre, había sido el de Luna. Comprendió a los de Aragón y entendió el desprecio que los del reino vecino sentían por su padre (Juan II, también progenitor de Da. Isabel). Siendo entonces, cuando creció el odio del primogénito hacia este "favorito" y contra su engendrador; cambiando de un modo indescriptible (creyendo muchos que fue lo que finalmente pudrió el corazón de este joven, que luego se coronó como Enrique IV).




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
tres imágenes de Madrigal de las Altas Torres, Ávila. Lugar donde se situaba el palacio de Juan II y donde nació Isabel la Católica. Arriba, imagen desde el exterior de la bellísma localidad. Al lado, subida hacia la iglesia de San Nicolás, donde fue bautizada Isabel infanta. Abajo, hospital de Madrigal, fundado por María de Aragón (esposa de Juan II) hacia 1443.









JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, vista de la iglesia de San Nicolás en Madrigal, parroquia donde fue bautizada Isabel I de Castilla. Abajo, entrada al palacio de Juan II en Madrigal.










JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos preciosas puertas de entrada a las murallas de Madrigal.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes del palacio de Juan II, en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) –a cuyas hermanas dominicas agradecemos nos permita divulgar nuestras fotos-. En este palacio nació Isabel I de Castilla y su hermano Alfonsito.








Asustada, escuchaba doña Isabel aquellas intrigas y esas explicaciones; tanto que al oírlas, comenzó a preguntar de dónde venía ella; “de la cánula o de quién”. Entonces pidió perdón el médico, comunicando que había actuado como físico de Don Álvaro en esos años; narrando que cuanto añadían solo sería para lavar la memoria de todos. De su padre, Don Juan II; de su madre Isabel, y hasta la del Valido Luna. Exponiendo a la princesa, que al enviudar su progenitor, le buscaron nueva esposa en Portugal; aunque al llegar a la Corte su madre (Da. Isabel de Portugal) como segunda mujer del monarca, no tuvo hijos durante varios años. Pero un día, se presentó Don Álvaro en las estancias de palacio, en Madrigal y donde la reina habitaba; mostrando la cánula y expresando que el rey deseaba procrear descendencia. Añadiendo que como Don Juan era hombre virtuoso, no practicaba el acto de coito. De tal modo, le expuso el funcionamiento del embudo áureo y dijo a la nueva soberana que él -como Valido-, era él la única persona autorizada a trasladar la semilla real en aquella cánula. Pues cualquier otro podría cambiar el contenido regio de su interior; poniendo semen de raza extraña, incluso de apestado o de leproso. Siendo así, le comunicó a la madre de Da. Isabel, que desde ese día, iría una dos veces por semana hasta la alcoba de la reina; con el embudo lleno, para inseminarla a través de este artilugio. Ya que el monarca no quería trasladarse a las estancias de mujer, al ser hombre santo y sin vicios; que solo dormía bajo la vigilancia de Don Álvaro -en el único, que confiaba-.

Al finalizar el médico esta última frase; prosiguió Don Gonzalo Chacón. Narrando de un modo adusto (y enfadado), que varias veces repitieron a su señor, el Condestable de Luna, no siguiera haciendo con esta segunda esposa real, lo que hubo hecho tanto con la primera. Algo que le costó muchas antipatías de la anterior soberana. Ya que a las mujeres no les complace enseñar sus vergüenzas, ni menos que les toquen sus adentros; pues si permiten que alguien lo haga, debiera ser comadrona -y mejor, vieja-. Pero como buen aragonés, era terco y duro de mollera ese Don Álvaro, sin darse cuenta, que además ya por entonces estaba anciano. Así parece, que cada vez que asistía con la cánula a la cama de la reina (luego madre de la infanta); ella le recibía muy mal para mostrar su decencia. Empeorando con todo, la relación entre la reina y aquel “favorito”. Pero, al final, tuvo éxito la semilla transportada en el embudo -desde Don Juan a su mujer-; y de ese modo vino al mundo la infanta Isabel: Un Viernes Santo, 22 de abril y en Madrigal de las Altas Torres (todo lo que se entendió como buena señal).

Ante el relato de su nacimiento la princesa quedó absorta, preguntando si quizá su progenitora fue virgen, antes que madre. A lo que el medico aseveró que aquello no podía afirmarse, aunque era probable. Momento en que dijo el galeno, prefería fuese Don Gonzalo quien continuase narrando el resto; por lo delicado del tema. Quedó entonces llorosa Da. Isabel, reprochando que le hicieran conocer todo aquello y qué se lo narrasen de un modo tan duro. Respondiendo a la joven, con tanta pena como con rigor, el caballero Chacón; expresando que estas terribles verdades que le comunicaban, eran las armas que usaba el marqués de Villena contra su parentela, para dominar a su hermanastro Don Enrique IV. Incitando así a luchar unos contra otros, sembrando la cizaña entre la familia Real; con el fin de que se aniquilasen y para llegar a tomar la Corona él mismo -o alguno de los suyos-. Por cuanto, el único medio de que Isabel salvase su vida y conociera la situación, era saber lo sucedido y enfrentarse a ello con valor. Acabando con quienes deseaban matarla.



J


UNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: al lado, entrada al salón de embajadores, en el palacio del rey Juan II de Madrigal. Abajo, escaleras de bajada en el palacio.










JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: al lado, iglesia de San Nicolás, donde escuchaba misa el rey Juan II y en la que bautizaron a Isabel infanta. Abajo, pila bautismal de Isabel la Católica.









JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes del sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, en La Cartuja de Miraflores; Burgos (a la que agradecemos nos permita divulgarlas). Al lado, detalle de una de las esculturas que rematan la tumba. Abajo, vista general del sepulcro, con las esculturas del rey y la reina.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: al lado, libro sobre Juan II, de Pedro Porrás y Arboledas; en este caso su portada tiene la efigie del monarca en foto de su sepulcro, obra de Gil de Siloé. Abajo, detalle del rostro de Juan II de Castilla, en su tumba de La Cartuja de Miraflores; Burgos (a la que agradecemos nos permita divugarlas).






BAJO ESTAS LÍNEAS: Juan II de Aragón, en su tumba de, Monasterio de Poblet (al que agradecemos nos permita divulgar la imagen). Se trata del padre de Fernando el Católico y suegro de Isabel (hermano de Alfonso V, hijo de Fernando de Antequera y primo de Juan II de Castilla). Curiosamente, el rostro que vemos en el sepulcro de La Cartuja en Burgos y en esta tumba de Cataluña, es casi igual. Sabemos que los verdaderos rasgos de Juan II de Castilla, eran muy distintos a los que aparecen en su tumba de Burgos; por lo que quizá copiaron en La Cartuja de Burgos la cara del padre de Fernando de Aragón y no la del rey castellano (progenitor de Isabel).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos retratos de Isabel la Católica; al lado obra anónima (propiedad del Museo de El Prado) en la portada del libro de Noelia García Pérez. Abajo, la reina por Juan de Flandes, propiedad del Palacio Real de Madrid (al que agradecemos nos permita divulgar la imagen). Es innegable el parecido de Isabel y su hermano Alfonsito; aunque nada tiene que ver los rasgos de estos dos, con su hermano Enrique IV, ni con su padre Juan II.







X) La verdad:

Siguió narrando Chacón como al ir creciendo la princesa Isabel, ya recién venida al Mundo; todos vieron que apenas se parecía a su hermano Enrique de niño, ni tampoco a sus hermanastras (siquiera tenía similitud con el rey Don Juan). Ello provocó las sospechas de muchos y el mal pensamiento de algunos cortesanos; por lo que su progenitora y soberana, comenzó a tener episodios de sinrazón -un problema que desde entonces se desencadenó en la madre de la infanta, sin cesar desde el nacimiento de su primogénita-. Pero el monarca manifestó querer un segundo hijo; por lo que Don Álvaró recuperó aquellas funciones de mamporerro, de las que tanto gustaba alardear. Yendo y viniendo a las alcobas reales; con la cánula llena, para vaciarla en el interior la pobre -e infeliz- portuguesa. Quien, cada vez que enseñaba sus vergüenzas, se sentía obligada a rezar diez rosarios; aún más cuando Don Álvaro llegaba presto, sin mucha ropa y profiriendo siempre obscenidades. Debiendo relatar la señora, al rey su marido Juan; que el de Luna se venía con la cánula hasta su cama, con la intención de provocarla, diciendo en ocasiones: “abriros de nalgas señora, que os traigo buena chacina”.

Siguió contando Chacón, que fue así como la madre de la princesa Isabel quedó fecundada por segunda vez; esta de un niño, al que llamaron Alfonsito y que tristemente había sido envenenado cuatro días atrás. Pero antes de que naciera el segundo hijo, un verdadero problema surgió; cuando a todos dieron la noticia de su venida al Mundo. Pues al saber del embarazo, el soberano, Don Juan, dijo que nunca puso semen en la cánula, sino que en ella había escupido en cada ocasión; culpando de adulterio a la embarazada. La reina se defendió, jurando que jamás había yacido con nadie; por cuanto la culpa cayó sobre el Condestable, Don Álvaro. Todo ello ocurrió en abril del año 1453, cuando se proclamaba que un nuevo príncipe venía a la vida. En ese momento, Don Juan se sinceró a su esposa, explicando que ante las sospechas de paternidad sobre la hija anterior (por falta de parecido familiar); en este segundo caso, nunca dejó caer semen en el embudo de oro, sino tan solo mandó saliva. Ante la evidencia, muy pronto Don Álvaro tuvo que confesar; reconociendo que había sido él mismo, quien puso “la semilla”; justificando haberlo hecho para ayudar a la Corona. Al ser manifiesto los problemas de salud, en la sangre real; plena de enfermedades, por los repetidos casamientos entre primos, tíos y abuelos. Así el de Luna, cada vez que llevaba la cánula, se había atrevido a lavarla y rellenarla con su “aportación”; tan solo para mejorar las condiciones de la familia regia. Creyendo que aquel último hecho, iba a ser tolerado por el rey Juan (que todo le aguantaba); explicó al monarca que lo hizo para que no viniera a Mundo otro como el príncipe Enrique: impotente, insoportable, enfermizo y que pronto moriría (por bobo o debido a su mala salud).

Nunca había conocido el de Luna la ira del soberano, quien siempre le trató como un hermano o un hijo. Pero aquello que hizo el “favorito” ya excedía toda tolerancia; por cuanto, al poco, mandó apresarle en Burgos para que le llevasen hasta el castillo de Portillo. Allí pasó casi dos meses, permitiéndose a algunos de sus fieles que le visitasen; pero tan solo lo hicieron cuatro: Fernando Sesé, que se mantuvo como servidor y paje hasta el último momento. El clérigo que mandó el rey Juan, que no se apartaba ni un instante de Don Álvaro, con el deseo de obtener toda la información posible y pasarla a la Corte. Una labor de espía (más que de capellán) realizada por ese judío converso, llamado Alfonso de la Espina; quien actuó como informador, para llegar a confesor de Juan II. El tercero que subía hasta el castillo de Portillo a dar consuelo al Condestable, era el allí presente, Micer Ezequiel Azanel. De origen aragonés, como el Valido; que bien agradecido de sus prebendas y ayudas recibidas en Castilla, jamás abandonó al de Luna. Siendo por último el de Chacón (quien narraba los hechos); el que a diario iba a verle a su celda de Portillo. Donde unas veces le permitían hablar con el ilustre preso y las más, le denegaban entrar en el castillo.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
tres fotos de Toro, relacionadas con Juan II y con Isabel. Arriba, casa donde nació el rey Juan II en la villa de Toro; que actualmente se encuentra en ruinas (pese a que hasta hace veinte años estaba en buen estado). Al lado, la Colegiata, que se halla frente a la casa natal de Juan II. Abajo, La Virgen de la Mosca; cuadro probablemente de Michel Sittow que se cree representa a Isabel la Católica muy joven. Posiblemente en una escena, relacionada con la batalla de Toro; tomando como modelo a su hija Catalina -que figuraría como Santa Catalina- (la obra se fecha hacia 1515, ya muerta la reina Isabel).








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes del castillo de Portillo, donde estuvo preso durante dos meses Don Álvaro de Luna (desde abril hasta junio de 1453).







Así fue como aquel Alonso de Espina (confesor o espía), dio aviso de que debían reunirse los fieles al Condestable de Luna, en la cárcel de Portillo y un primero de junio, en 1453. Allí apareció el fraile, donde tomando al prisionero Don Álvaro, ordenó trasladarlo hasta Valladolid. Durante el camino, el siniestro frater le comunicó el veredicto de muerte que se había dictado contra el Valido (en una parodia judicial). Unas horas más tarde, encerraron al reo en la casa donde dijeron que su hijo (Juan de Luna) había asesinado con un mazo a Pérez del Vivero; el último que se opuso a los de Luna y que en verdad fue represaliado meses antes. Allí, en esa lúgubre casona, pudieron pasar la noche final, todos junto a Don Álvaro. Tan solo tres fieles se atrevieron a seguir siendo amigos: Sesé, Chacón y Azanel; quienes permanecieron hasta el último instante con el Contestable. En esas tristes habitaciones estuvieron esperando el amanecer; y previo a verse la luz, nadie quiso recibir al capellán de Espina, porque solo deseaba dar información al rey de lo que confesase el condenado. Al ver clarear el día, todos lloraron y finalmente el señor de Luna fue sacado hacia el cadalso; que situaron en la Plaza Mayor de Valladolid. Donde antes de ser decapitado, les miró con cariño; sonriendo a Sesé y Azanel, pero entregando lágrimas al ver por última vez a Chacón -en ese momento, quien relataba los hechos, se vio obligado a parar; por tener un nudo en la garganta. Tomó un pañuelo, secó su cara y bebiendo agua, prosiguió; narrando así la ejecución-.

Fuerte fue el sesgo y al caer la cabeza de un segundo golpe, rodando sobre la arena esparcida en la plaza. El bueno de Maese Ezequiel se dirigió presto hacia el patíbulo. Recogió la testa que aún giraba en el suelo y mirándola cara a cara, besó su frente; sin miedo a la sangre, como buen galeno. Al ver la escena, muchos de los presentes comenzaron a llorar y las mujeres daban gritos de lamento. Entonces, se llegaron los alguaciles, arrancando al médico de las manos ese cráneo cercenado, de su señor y amigo. Luego vinieron mas soldados, bien armados; alcanzando a quienes habían pasado la noche junto al ejecutado. Y para evitar más disturbios, les llevaron a las mazmorras, sin lograr saber ninguno de ellos, qué paso con aquella cabeza de Don Álvaro. De la que algunos dicen, se expuso en pica; y los mas, afirman que no se atrevieron a hacerlo, por temor a revueltas.

Secándose las lágrimas, narró Chacón que aquella última noche les dejó un mensaje para dar a los que había traído a este Mundo: A Isabel y a Alfonsito; de quienes era el engendrador, pero no progenitor. Pues su protector siempre sería Don Juan II; quien se comportaría como tal padre, pese a saber lo sucedido con la cánula. Siendo así, deseaba pedir perdón a los dos que había traído a la vida, añadiendo que lo hizo de ese modo, para evitar que nacieran enfermos y porque jamás pudo imaginar que alguien daría cuenta de lo sucedido en la gestación. Actuando a su juicio, por el bien de Castilla; pues los hijos anteriores del rey Juan eran enfermos, pobres de recursos y muy romos de inteligencia. Ello, debido a los repetidos casamientos entre primos y tíos de reyes; lo que terminaba por generar grandes males a la Corona y todo problema de salud a estos infelices que nacían de tanta cruz endogámica. Siendo así, en un último intento por sanar el reino, se había atrevido a poner su semilla; que sabía era sana, valiente y capaz. Ya que habiendo nacido de padre desconocido, sin apenas ayudas, ni mecenas; él llegó a dirigir un Estado durante decenios. Considerando que todo lo hecho, no era pecado, sino fue una obligación. Pedía a los dos que dejaba y que así trajo al Mundo; impidieran reinar a los sucesores de Enrique. Ya que de otro modo, Aragón se haría pronto con Castilla; o bien, Portugal, la sometería como una colonia. Para terminar aquel último mensaje del Condestable; Gonzalo Chacón añadió que esas palabras finales de Don Álvaro, ya no podría transmitirlas a don Alfonsito, pero sí a Da. Isabel.

Después de escuchar el relato, preguntó la infanta por el destino que tuvieron los más cercanos a Don Álvaro, tras la ejecución; y el por qué seguían fieles a los dos infantes. Siendo Alfonso y ella; los hijos del rey que mandó matar a su admirado Condestable y de la soberana que propició esa ejecución. Narrando el caballero Chacón, que ciertamente, después de todo aquello, Azanel y él habían sufrido casi un año de cárcel; para purgar la fidelidad con el de Luna. Aunque en ese trance, falleció el padre de Da. Isabel (el rey Don Juan); seguramente de pena, tras haber ordenado la muerte del Valido y gran amigo. Mientras su madre, perdió totalmente la cabeza; agudizándose los episodios que había sufrido antes y sin entender ya nada desde la ejecución del favorito. Por lo demás, en lo que se refería a Don Gonzalo Chacón; al salir de prisión, se vio empobrecido, sin amigos y despreciado por muchos; teniendo que comenzar de nuevo. Necesitando seguir progresando, yendo a batalla en Andalucía y jugándose la vida por defender la Corona. Donde aún continuaba luchando, poniendo en peligro su existencia. Aunque unos días atrás, se había llegado hasta Arévalo, viniendo desde las proximidades de Antequera; mientras se encontraba en campaña. Regresando pronto a Castilla, al oír que alguien deseaba atentar contra la vida de los infantes Isabel y Alfonso (sin haber podido remediar la muerte del segundo). Finalmente añadió, que al conocer el fallecimiento del infante, tuvo la sospecha de que había sido envenenado; mandando presto llamar a Maese Ezequiel. Por lo demás, si este médico lo deseaba; podría narrar cuanto le sucedió, tras la ejecución de Don Álvaro. Continuando Ezequiel Azanel el relato; contando que al salir de la cárcel debió huir de Valladolid, villa en la que tuvo hasta entonces casa. Logrando al poco, instalarse en un lugar llamado Mota de Toro; donde gracias a sus conocimientos en botica y en física, pudo abrir un obrador. Abasteciendo de sales, ácidos, jabones y tintes; a los fabricantes de curtidos del lugar. Allí, el Maese continuaba viviendo y fue de donde llegó en carroza; cuatro días antes, cuando le conocieron en Cardeñosa (viniendo, para estudiar el cadáver del infante Alfonsito).






SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: tres imágenes del castillo de Portillo, donde estuvo preso Álvaro de Luna en 1453, antes de ser llevado al cadalso en Valladolid.









JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: casa de los Zúñiga en Valladoid. La tradición conserva en el recuerdo, que Álvaro de Luna pasó su última noche en este edificio -cercano al cadalso elevado en la Plaza Mayor-. El palacete (al parecer) perteneció a Alonso Pérez del Vivero, a quien meses antes el de Luna había mandado asesinar.









JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de una procesión de Semana Santa en la Plaza Mayor de Valladolid, donde fue ejecutado Álvaro de Luna el 1 de junio de 1453.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de Semana Santa, en la Plaza del Ochavo; donde se dice que colgaron la cabeza de Álvaro de Luna (expuesta en una pica), tras decapitarle. Aunque, al parecer, no se atrevieron a hacerlo por temor a revueltas.




Al terminar de hablar el judío, prosiguió Gonzalo Chacón, explicando que lo narrado, era la verdadera historia. Por lo que pedía a la princesa Isabel, se pusiera en sus manos, para salvar su joven vida. Ya que después de morir el pequeño Alfonsito, era ella la única capaz que quedaba, como pretendiente al Trono de Castilla. Siendo así, le rogaban que siguiera sus consejos. Ante lo que la joven infanta manifestó tener enormes dudas; expresando su falta de crédito hacia parte de lo escuchado; incluso más, sin confiar apenas en esos dos que se lo habían transmitido. Al momento, Gonzalo Chacón, dijo claramente a la princesa que le bastaría para convencerse, hablar con sus consejeros privados; quienes pronto darían una justa opinión. Ante lo que ella comentó que ni Gutierre de Cárdenas, ni Alonso de Quintanilla; estaban en Arévalo. Pues al ser los caballeros de su máxima confianza, les había encomendado que organizasen las exequias del pequeño rey Alfonso. Cortó Chacón a Da. Isabel, comentando que esos dos sobrinos suyos todavía permanecían en Arévalo y que él mismo les había pedido que no salieran antes del medio día, con el fin de asistir a esta la reunión con el médico. La infanta, quedó muy asustada ante la noticia de que sus principales fueran familia de Gonzalo Chacón y le volteó el rostro, sin querer hablar más; quedando como avergonzada, mirando hacia la pared (no deseando ver ya a nadie).

Pese a ello, mandaron llamar a los dos mayordomos de la princesa, quienes al entrar pidieron perdón por haber escondido el parentesco con Gonzalo Chacón. Argumentando que así lo hicieron, ante la triste fama de su tío, por ser el mejor amigo de Don Álvaro de Luna. Explicando, claramente, que mucho del dinero que se recibía en Arévalo y la mayoría del capital que había financiado los ejércitos y guardias de esa Corte; procedían directamente de su tío Gonzalo. Por cuanto, el mantenimiento del castillo, del palacio y de los soldados que lo custodiaban; no era de ellos dos -Gutierre de Cárdenas y Alonso de Quintanilla- como todos creían. Sino venía directamente del caballero Chacón, que secretamente lo hacía llegar a través de sus dos sobrinos. Ante estas palabras, la princesa se sentó asustada sobre un escalón de ventana; y allí, trenzándose los cabellos, manifestó tener hambre... . Por lo que habrían de ir a almorzar o encargar que trajeran comidas con bebida. Tras ello, aseguró que después del almuerzo, decidirían lo que se había de hacer. A lo que Alonso de Quintanilla añadió: “lo que urge, es primero salvar la vida de la señora; pero luego, habremos de convertirla en reina”.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de Mota del Marqués. Son fotografías del palacio de los Ulloa, construido en época muy posterior a la leyenda; levantado por el primer marqués de la Mota hacia 1560. Pese a ello, un siglo antes, fue Pere Yañez de Ulloa el primer señor de la Mota de Toro (luego Mota del Marqués). Era abuelo del marqués de la Mota y hermano de Juan A. de Ulloa, esposo de Beatriz Fonseca. Este primer señor, Yáñez de Ulloa, recogió a su sobrino Alonso de Fonseca y Ulloa cuando quedó huérfano de su hermano, a los dos años de edad (hacia 1420; aunque hay quienes creen que nació póstumo). Lograron darle una esmerada educación y pronto se convirtió en prelado; llegando a ser arzobispo de Sevilla y de Compostela. Convirtiéndose finalmente Alonso de Fonseca (el viejo) en una de las persona más influyentes de su época; quien sacó de Segovia a la reina -esposa de Enrique IV-, para refugiarla en sus señoríos de Alaejos y Coca. Arriba y abajo, el palacio de los Ulloa; hoy convento de las hermanas Mater Salvatoris. Al lado, escudo de los Ulloa en la escalera de este palacio.



XI) La preñez de la reina:

Vinieron los mozos y extendieron en aquel salón del castillo varias mesas con sillas, para preparar un almuerzo. La infanta pretendió que todos fueran hasta el palacio, para probar mejor comida; pero los presentes se negaron; argumentando que en el otro edificio, las paredes tenían orejas y las puertas, bocas. Mientras en el torreón, tan solo había fieles hombres pagados por el de Chacón, que nada querían saber y menos narrar -incapaces de repetir lo que escuchasen-. Así pues, se reunieron los cuatro junto a Da. Isabel, quien permanecía asombrada de cuanto habían hablado. No comprendiendo siquiera, por qué nunca dijeron que aquel gran capital mandado hasta Arévalo; venía desde las arcas de Gonzalo Chacón y no de sus dos principales (Cárdenas y Quintanilla). Aunque todo tenía explicación, si los jóvenes mayordomos eran sus sobrinos y pensaban que Isabel odiaba a Don Álvaro, tanto como su madre. De este modo y al saber quién les enviaba la plata para sobrevivir en Arévalo; quiso la infanta agradecer las aportaciones al caballero. Ante lo que Don Gonzalo, afirmó que era bastante poco cuanto lograba reunir; para lo que en verdad necesitaban dos hijos un rey. Habiendo visto vivir a esos dos hermanos (Isabel y Alfonso), como simples zagales de pueblo y nunca como vástagos de un monarca. Ambos, prácticamente sin servidumbre, siempre de Arévalo a Madrigal, faltos de todo lujo y sin viajar hasta tierras extranjeras (tal como se educaba a los príncipes). Sintiendo enorme pena por no haber podido ayudarles más; aunque en verdad quien debería haber mandado sustento y guardias hubo de ser su hermanastro, el rey Enrique (que los tenía postergados, en esa zona de Castilla).

Fue así, como llegó el momento de confianza y la infanta Isabel se sentó con tranquilidad a compartir mesa con los cuatro, en los que finalmente que vio lealtad y cariño. Pero al comenzar el almuerzo, añadió Chacón, que todavía faltaba una sorpresa. Ante ello, la princesa de nuevo cambió su expresión, quedando con cara de incredulidad. Siguió el caballero narrando que se trataba de un asunto sobre la reina Juana (mujer de Enrique) y su esposa Clara. A quien había conocido durante las visitas que periódicamente hizo a Arévalo, para saber de los dos infantes (aportando dinero a La Corte). Pues viniendo hasta esa villa al menos dos veces al año; en uno de los viajes tomó contacto con la hija del Alcaide de la plaza, llamada Clara Alvarnáez. Tras compartir mesa y mantel en cada ocasión con aquel comendador, al que preguntaba sobre los dos hijos del rey Juan; y a quienes su hermanastro -ahora monarca Enrique- había marginado en esta villa. Por lo que, al entablar amistad con el alcaide, supo que tenía una bella hija -Da. Clara-; con quien finalmente contrajo Don Gonzalo matrimonio. Una preciosa dama, que años antes de casarse, figuraba en el séquito de Juana de Avis, la esposa de Enrique IV. Quien le servía en ocasiones de enlace con la Corte; al no haber perdido ella del todo su contacto con la reina y mujer del soberano. Siguió narrando el de Chacón, que acerca de la Da. Juana de Avis debería informarles mejor su esposa; ya que la princesa se encontraba en una grave situación. Y tras esas palabras, se dirigió a un mozo, para que hicieran llamar a su mujer, que se hallaba en su casona familiar -sita en la plaza de la Villa, a unos 300 Pasos del castillo-.

Mandaron que viniera la señora de D. Gonzalo Chacón, y tan pronto como pudo, se presentó en la sala del torreón. Al ver que aún se encontraban almorzando, les pidió perdón, saludando con pleitesía a la infanta. Mientras, su marido, le comunicó que ya habían narrado la verdad a la princesa y que tras ello, le rogaba que también contase en qué situación vivía Doña Juana de Avis, mujer de Enrique IV. Fue breve la exposición, pues sentádose en un extremo de la mesa, manifestó que habían de salvarla. Ya que desde el pasado otoño (octubre de 1467) su marido la había puesto en manos de los Fonseca. Un estado que era límite para la soberana; no sabiendo si deseaban entregarla, canjearla o bien simplemente “protegerla encarcelada”. Decisión real, que ella no aceptaba y que nadie entendía; a menos que -en breve- fuese a ser eliminada.



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Calles de Arévalo, arriba la plaza de la Villa donde la leyenda narra que tenía su palacete familiar la mujer de Gonzalo Chacón.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Calles de Alaejos. Al lado, Plaza del ayuntamiento con la iglesia de San Pedro al fondo; edificio de tipo mudéjar conocido como “la Giralda de Castilla”. Sin lugar a dudas, la influencia sevillana y mudéjar nace de que el lugar fue señorío de Alonso de Fonseca y de sus descendientes (sus sobrinos Castilla Fonseca). Abajo, escudo del Pontífice en una de los edificios de la iglesia; marcando el rango de los prelados que allí vivían. No hay que olvidar que entre los Fonseca se contaron numerosos obispos, cardenales y hasta nuncios (como su tío Pedro). Teniendo el título de Patriarcas de Alejandría.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, restos de lo que quedó del castillo de los Fonseca en Alaejos; después de que los Comuneros lo destruyeran completamente. En este lugar se produjo el episodio que narra la leyenda, quedando preñada la reina. Abajo, iglesia de San Pedro (interior del imponente templo).





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos imágenes del castillo de Coca (Segovia), primer señorío de Alonso de Fonseca (el viejo), donde el arzobispo refugió inicialmente a la reina Juana; para conducirla luego a Alaejos (el castillo fue posteriormente reformado, por quienes lo heredaron).









Fue entonces, cuando el marido (Don Gonzalo) intervino, para explicar mejor lo que sucedía; exponiendo que desde la batalla de Olmedo -en agosto de 1467-, las fuerzas reales fieles a Enrique, habían quedado muy mermadas. Tanto, que en septiembre del mismo año, el monarca se sintió cercado en Segovia y tuvo que huir; dejando dentro de la ciudad a su esposa Juana. Días más tarde, pidió parlamentar con el viejo arzobispo de Sevilla, Fonseca (llamado Alonso “el viejo”); que tenía su feudo en Coca. Mandó hasta aquel castillo un emisario real, pidiendo un acuerdo y el prelado pronto contestó, personándose ante el soberano. Al verse las caras, se reprocharon las decisiones tomadas en cada bando, por haber chocado finalmente en Olmedo; aunque pronto llegaron a reconocer que el pasado no tenía arreglo. Impedía una conversación tranquila entre ambos; la muerte dos meses antes del hermano del arzobispo, caído en Olmedo y a quien Don Beltrán de la Cueva -Valido real- había matado de un lanzazo. De las consecuencias de esa batalla, el prelado Fonseca advirtió un día antes al monarca; aconsejándole que no acudiese al campo de Olmedo. Pues él mismo, se había visto obligado mandar a su hermano Fernando, del lado de los Alfonsinos; y sabía que las fuerzas en contra del rey eran muy numerosas (no como le informaban quienes iban al mando de sus huestes). Echaba el obispo en cara al soberano, no haber tenido más temple, ni cautela; pues en Olmedo los Fonseca habían perdido a su mas querido hermano. Al igual que tras aquella lucha, el monarca se encontraba con sus ejércitos muy disminuidos, teniendo a su mujer sitiada en Segovia.

En ese momento, Enrique sacó un pañuelo y secándose las lágrimas, balbuceó algunas palabras ante el viejo clérigo; quien quedó perplejo viendo llorar a un rey. Le imploraba por la seguridad de su esposa; diciendo no saber qué hacer, ni donde protegerla -debido a que las tierras segovianas estaban infestadas de alfosinos-. Una situación que el astuto prelado resolvió presto, ofreciendo su ayuda, para que nada sucediera a la reina Juana -aunque debía restituir la promesa de hacerle señor de Olmedo, como tantas veces ofreció que daría la Corona al obispo-. Al oír aquello, el desconsolado soberano afirmó que así lo cumpliría; pidiendo al viejo Fonseca que en los días siguientes recogiese a su esposa Juana, cercada en el Alcázar de Segovia, para guardarla en lugar seguro -donde protegerla de todo mal-. De esa manera lo acordaron y tan pronto como pudo, se personó el arzobispo ante el castillo segoviano, con el fin de sacar de allí a la reina. Al enterarse ella que la ponían en manos de Don Alonso el viejo (quien había apoyado a los de Alfonsito, en múltiples ocasiones); se sintió vendida y pidió ir junto a su hija Juana -de la que hacía meses nada sabía-. Pero el emisario real que acompañaba al arzobispo, lo denegó. Mientras, a gritos, la soberana solicitaba marchar bajo el cuidado de Beltrán de la Cueva (en Cuéllar) o pasar a manos de la familia Mendoza, quienes siempre habían sido fieles a Enrique -protegiendo a su primogénita-. La negativa del que venía a trasladarla fue definitiva y muy pronto se vio la reina, sola, sin damas de compañía y subida en una carroza junto al arzobispo Fonseca. Quien únicamente le permitió llevar un pequeño equipaje, impidiendo que se trasladarse con sus perros, ni ropas de lujo (para no ser descubiertos, en caso de encontrar soldados alfonsinos, que les parasen).



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de Alaejos (Valladolid); con su famosa Giralda de Castilla.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos del castillo de Coca, en Segovia. Los señoríos de Coca y Alaejos, fueron fundados por Alonso de Fonseca (el viejo), que los legó primero a su hermano (muerto en Olmedo) y más tarde a sus sobrinos más cercanos -tras morir en 1473-.






De ese modo, salieron de Segovia, sin apenas escolta y haciendo ver que fueran un tío y su sobrina; evitando que ningún partidario de Alfonsito, los secuestrase. Pronto llegaron a Coca, que tan solo distaba de la capital segoviana unas siete Leguas. Por lo que antes de que se pusiera el Sol pudieron divisar la fortaleza, donde hizo bajar el arzobispo a la reina Juana; manifestando que estaría totalmente segura en su castillo. Días después, el prelado mandó un emisario a su hermana, hasta el palacio fuerte de Alaejos; también propiedad y feudo del arzobispo -quien lo prestaba a sus familiares de Toro-. En su carta les anunciaba que en semanas llegaría con una importante visita. Pero que por la relevancia de su acompañante, no podría dar el día exacto en que se personaría, al temer ser secuestrado; debiendo esperarle hacia finales de octubre. Siendo necesario mantener durante meses esta invitada a su cuidado. Así fue como una mañana de otoño; fría, pero con un bello cielo azul, partieron para Alaejos. Vistió de aldeana a la reina, con el fin de que nadie supiera que se trataba de la esposa de Don Enrique IV; y de ese modo, puso rumbo hacia este otro castillo, que distaba unas ocho Leguas de Coca (por cuanto se tardaba algo más media jornada en llegar, a paso de carruaje).

En la fortaleza de Alaejos, también suya y más alejada de los problemas bélicos generados tras Olmedo; el arzobispo Fonseca dejó secretamente a Doña Juana. Después de explicar a sus familiares que se trataba de una soberana a “proteger”; aunque también usó las expresiones “cautiva” y la de “posible víctima” (al referirse a ella). Mandó así a su cuñado, Pedro de Castilla, que custodiase debidamente a la esposa del monarca -como biznieto del rey castellano, que le daba nombre y apellidos-. Tras ello hizo ver a sus familiares, que aquella situación nada raro tenía; aunque todos intuyeron que era totalmente extraña. Pues nadie podía creer que Don Enrique hubiera puesto en manos del viejo arzobispo a su mujer, a menos que desease deshacerse de ella. Ya que tan solo mes y medio antes (en agosto) las huestes del rey habían matado en Olmedo a Don Fernando de Fonseca. Primogénito familiar y quien tenía heredados desde su hermano Alonso, los señoríos de Alaejos y de Coca. Por cuanto se entiende, la pobre reina se sentía prisionera y vivía absolutamente atemorizada; sin desear tratar con nadie, pensando que en cualquier momento la envenenarían. Aunque quienes “la alojaban” en el castillo de Alaejos, intentaron entablar buena relación con “su invitada”, repitiendo que ningún mal iban a hacerla. Pero la triste Juana de Avis, no confiaba en sus “anfitriones”, a los que consideraba captores. Fue así, como decidió no probar bocado y siquiera hablar. Por lo que, quienes la guardaban; temiendo que muriese de hambre o desasosiego, decidieron comunicarlo a su tío Alonso; para que contactase con persona cercana a la reina, o buscase un medio que la tranquilizase.

Escribieron al arzobispo, los señores de Castilla y Fonseca; narrando que a diario intentaban hacer ver a Da. Juana como no la mantenían en encierro alguno; pero ella se consideraba recluida. No saliendo de su habitación, ni deseando comer; la soberana apenas se comunicaba. Recomendando al final de su misiva al prelado; traer alguien para consolarla. De ese modo, el viejo zorro de la Iglesia, vio que su plan había llegado a fraguarse y para completarlo, tomó pronto contacto con Clara de Alvarnáez (hija del alcaide de Arévalo y mujer de Gonzalo Chacón -antigua dama de Dona Juana-). A quien dio noticia del estado de su señora; expresando que la mejor solución era que iniciase una nueva vida; incluso que tuviera hijos bastardos, para que otras familias la protegieran. Pues el rey Enrique poco quería saber de ella y los Fonseca no podrían hacer mucho, si alguien se empeñaba en matarla. Con estos consejos, procedentes del prelado; hicieron llamar a Doña Clara en Navidad de ese año 1467, para visitarla. Quien llegó pronto desde Arévalo a Alaejos; cruzando los fríos campos castellanos en carroza. Al ver la reina a su antigua sirvienta, la abrazó llorando y comenzó a hablar con ella, en voz muy baja y en portugués (“por si las paredes escuchaban”). Tras ello, manifestó estar horrorizada, sin saber qué sería de su hija Juana, a la que llamaban Beltraneja, difundiendo que su padre era Beltrán de la Cueva (no el rey). Una pobre niña, de la que tan solo conocía que estaba custodiada por los Mendoza; pero sin saber siquiera el lugar donde se hallaba (porque desde que nació, permanecía prácticamente escondida). Además, su marido el rey, la había dejado en manos del arzobispo Fonseca; lo que podría suponer una “venta”, o un canje por cualquier otra vida.

Tras sincerarse de ese modo con Doña Clara, volvió a llorar la reina Juana y su dama le dijo en portugués muy cerrado, que tan solo veía un remedio para salvar su vida: Quedarse embarazada del hijo de sus guardianes. Pues de esa forma, en sus entrañas llevaría un trozo de aquella familia; quienes nunca se atreverían a envenenar a la madre de sus nietos. Ya que en la situación que vivía, no debía importarle lo que nadie pensase del monarca; ni menos sobre su reputación o la del soberano. Pues en esta reclusión de Alaejos, podría ser “eliminada” en cualquier momento; incluso sufrir terrible muerte (como el ahogamiento mientras tomaba baños o caer desde las alturas, si paseaba por el exterior). Ambas mujeres sollozaron y estuvieron abrazadas durante largo tiempo, mientras se preguntaban qué hacer. Entonces, repentinamente y sin aviso previo, entró en la estancia Pedro (el hijo de los señores del castillo). Advirtiendo a Doña Clara, que debía ya regresar a Arévalo, pues de lo contrario la noche se les echaría encima durante el camino. Al despedirse, la reina le dijo a su dama que no se preocupase; pues iba a seguir sus consejos, confiando en los de Castilla y Fonseca. Principalmente en su hijo Pedro, al que no había más que ver, para saber que era un joven bien educado y bueno... . Una sonrisa entonces, le escapó a la mujer de Chacón; mientras se despedía de la reina. Y juntando su mejilla a la de la soberana, le dio secretamente la enhorabuena -por “lo que viniera”, en un futuro muy cercano-.




SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
imágenes de a iglesia de San Lorenzo en Toro (Zamora), donde tienen su sepultura Pedro de Castilla y Beatriz de Fonseca; padres de Pedro de Castilla y Fonseca, que dejó embarazada a la reina Juana de Avis en enero de 1468. Arriba y al lado, exterior del maravilloso templo mudéjar del sigo XIV. Abajo, interior de la iglesia, donde se halla la tumba de los Castilla y Fonseca.









JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes más de San Pedro de Alaejos (Valladolid); también llamada La Giralda de Castilla.








XII) Fonseca en Arévalo:

Terminaban de almorzar quienes escuchaban estos hechos por boca de Doña Clara Alvarnáez, señora de Chacón. Preguntándose qué habría sido de la reina Juana; cautiva o cautelada en Alaejos, desde el otoño anterior. Ya que estando a primeros de Julio, alguna noticia más les habría llegado sobre su situación. Tras lo que presto respondió quien narraba los hechos, explicando que tal como le habían propuesto a la soberana (para salvar la vida); muy pronto quedó preñada de su “cuidador”. Lo que sucedió en febrero, por lo que se encontraba encinta de seis meses. Las risas se apoderaron de los presentes, quienes no podían contener su hilaridad; primero, por la prontitud con la que esta mujer había logrado el embarazo y en segundo término, porque el rey Enrique volvía a ser padre. Esta vez, tras meses de cautiverio de su mujer y manteniéndose a decenas de leguas de distancia; lo que probaba que no era “Enrique el impotente” -como le llamaban sus enemigos-, sino “Enrique el indecente”... .

Cortó Don Gonzalo Chacón aquel jolgorio, en el que las risotadas llegaban a estar en boca de los sirvientes; dando un fuerte golpe en la mesa. Y levantándose muy serio, dijo que no debía hablarse de ese modo de un rey, por muy enemigo de causa que fuese; ni menos de una reina, como la señora Juana, a la que sirvió como dama, su esposa y dueña, Clara. Quedaron todos callados y tras pedir perdón a la infanta por su enfado; el caballero expresó que habrían de tomarse medidas. Primero, para salvar a la soberana; que preñada y sola en un castillo sin gran seguridad -como era el de Alaejos- podría ser asesinada por cualquiera. En segundo lugar, para poner a buen recaudo a Doña Isabel; quien tras lo sucedido con su hermano, podría sufrir un atentado o ser emponzoñada (como el rey Alfonsito). Finalmente, tendrían que urdir una trama para engañar al marqués de Villena, que a todos estaba matando. Logrando que -de una vez por todas- cesaran los envenenamientos en la Corte y que la princesa Isabel se convirtiera en reina. Para lo que habían de concertar una cita con los más ilustres y llegar a un pacto entre los principales nobles de Castilla, bajo un final acuerdo con el rey y su hermana Isabel.

Fue en aquel momento cuando mandaron salir a todo sirviente de la estancia, y cerrarla; colocando un centinela por fuera, en cada puerta (a dos varas de distancia, para que nada, ni nadie pudiera escuchar lo que dentro se decía). Allí quedaron los cinco, junto a la princesa Isabel y comenzaron a hablar sobre lo que debían hacer; comunicando entonces, el caballero Chacón, que arzobispo Fonseca había llegado a Arévalo, para celebrar las honras fúnebres del joven rey. Se encontraba almorzando con su suegro, el Alcaide, en el palacete de los Sedeño (la familia materna de Doña Clara). Señalando que todavía no conocía noticia alguna el arzobispo, acerca del envenenamiento del príncipe; y menos sobre la reunión mantenida en el torreón, esa mañana. Explicó el de Chacón que había hecho llamar y hospedar en la casa del padre de su mujer, a Don Alonso el viejo; para facilitar su asistencia a las exequias fúnebres y porque le podrían incluir entre quienes colaborasen con Doña Isabel, para hacerla reina. Asustada la princesa, no quiso darse por enterada de la propuesta; manifestando su temor por que el marqués de Villena, supiera que estaba conspirando por la Corona. De ese modo, afirmó que se negaba a hablar con el viejo Fonseca y que comenzaba a sentir verdadero miedo por cuanto allí se trataba y tramaba.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes del Palacio de los Sedeño; en Arévalo; donde narra la leyenda que se situaba la casa familiar del Alcaide Alvarnáez, suegro de Gonzalo Chacón y padre de Doña Clara (dama de honor de la reina Juana de Avis). Hemos de añadir, que desde hace años se ha dejado caer el casco histórico de Arévalo; uno de los más importantes de Castilla -y por ende, de España-. Muestra de ello, es este maravilloso palacio, del que hoy tan solo queda parte de su fachada (aunque hace treinta años, podíamos verlo casi completo, con techos, tejados y ventanas).





Tras ello, los sobrinos de Chacón, aseguraron a su señora, la princesa, que no había nada que temer con el obispo; pues se oponía de manera radical a Juana la Beltraneja, desde que murió su hermano (Don Fernando). Fallecido un año atrás y por mano de Beltrán de la Cueva, que salvajemente le mató durante la batalla de Olmedo; dándole un lanzazo en el costado, cuando se acercaba a parlamentar. Por cuanto desde entonces, Don Alonso el viejo, tan solo deseaba venganza y había jurado ante la tumba de su familiar, que jamás subiría al trono Juana, ni otro descendiente de Enrique. Por todo ello sucedió lo del asedio y la toma de la reina; incitada por el Fonseca. Pues al enterarse el prelado, en octubre, que el rey Enrique había huido de Segovia y su mujer estaba rodeada por los de Alfonso (sola y en el Alcázar). Dio orden de que no se levantase el cerco a la fortaleza; mandando al monarca un emisario, con un señuelo; comunicando que únicamente el anciano arzobispo Alonso, podría recuperar a la reina -sin mediar rescate-. Teniendo obligación Enrique de hacer algo por Da. Juana y no abandonarla (sin querer entrar en batalla, ni pagar por su liberación); pidió reunirse con aquel astuto eclesiástico. Fue entonces, cuando Fonseca le ofreció tenerla bajo su cuidado en Coca; muy cerca Cuéllar y donde podrían venir pronto a recogerla los de Don Beltrán o los Mendoza.

Pareciendo una acción muy segura, dejó el monarca que el obispo ocultase a su mujer. Aunque muy pronto el viejo zorro la mandó a Alejos; bajo el pretexto de que las tierras de Segovia estaban infestadas de partidarios de Alfonsito y podrían secuestrarla. El hecho, es que ni siquiera el rey sabía donde la había traslado; mientras Fonseca decía necesitar esconderla, sin comunicar el lugar en que la protegía, para que nadie la raptase. En esa tesitura y cuando el arzobispo se enteró de que la reina se hallaba triste y amedrentada en su fortaleza de Alaejos, donde ni siquiera probaba bocado -temiendo que la envenenasen-. Apareció en Arévalo, llegando a la casa del suegro de Chacón (el alcaide Alvarnáez) solicitando hablar privadamente con su hija. Proponiendo el viejo Alonso que Doña Clara fuese a ver a Juana de Avis, en donde estaba recluida; llegando la visitante vendada de ojos (para no reconocer el camino, ni el lugar; pues temían que eliminasen a la reina). Así fue como la dama se acercó hasta su antigua señora y llevó la recomendación de quedar embarazada en su cautiverio; una idea del arzobispo, con la que mejoraban tres situaciones: Primero, ya nadie la asesinaría, pues era doblemente difícil atentar contra una encinta. En segundo lugar, la familia Fonseca habría emparentado con la Casa Real (por vía de su sobrino Pedro de Castilla, biznieto de Pedro I) y la protegerían. Pero lo definitivamente importante, era, que tras aquella preñez; ni sus nuevos hijos, ni Juana (la Beltraneja) tendrían ya crédito para reinar. Por cuanto todos, dejarían de lado a Juana de Avis y a su primogénita; sin necesitar atentar contra ellas, para eliminar su preferencia al Trono.

Al oír todo aquello, la princesa Isabel sintió terror y se preguntaba si no resultaría peligroso conocer cuanto ya sabía; tomando por consejero aquel grupo. Aunque muy pronto se disipó toda duda, cuando llamaron a la puerta dando tres fuertes bastonazos. Desde el interior preguntaron en voz muy alta, quién deseaba entrar; respondiendo del otro lado que se trataba de un mensaje, enviado del palacio de los Sedeño. Abrieron, y apareció un joven sirviente que dijo venir con una carta para Don Gonzalo Chacón; que pronto tomó la misiva sellada al lacre, desdoblándola. La abrió para leerla, mientras el resto de los comensales se hallaban expectantes; y luego explicó que era una simple nota de Alonso de Fonseca, comunicando que ya estaba en Arévalo. Fue entonces cuando la princesa Isabel le mandó hacer venir; sin que nadie pudiera entender por qué fue tan rápida la decisión y su deseo por ver al prelado (a lo que ella apostilló, que se trataba de una intuición). Ordenando así al sirviente, ir por el arzobispo; encargando que lo trajera en carroza, con las cortinas echadas y bien cubierto; para que nadie pudiera reconocerlo por las calles.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de los Toros de Guisando; donde se confirmó en septiembre de 1468 el pacto entre Isabel y su hermanastro Enrique IV. Se trata de fotos tomadas hace más de treinta y cinco años, donde podemos ver a mi mujer y a mí.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos fotos relacionadas con Fernando de Fonseca. Al lado, imagen de su sepulcro en el interior de la iglesia de Santa María en Coca. Su tumba fue encargada por su hijo Antonio Fonseca y terminada hacia 1520, en los tiempos que se edificó también el templo. Abajo, Santa María de Coca; donde se halla el sepulcro de Fernando de Fonseca, II señor de Coca y Alaejos; junto a su segunda mujer (Teresa de Ayala). Fue este el hermano más querido del viejo Alonso (arzobispo de Sevilla) quien le legó en vida sus castillos de Coca y Alaejos. Aunque, tristemente, en agosto de 1467 y durante la batalla de Olmedo; Don Fernando murió, víctima un lanzazo que le propinó Beltrán de la Cueva. Regresó entonces el señorío de Alaejos y Coca, al clérigo; que los mantuvo bajo su posesión, hasta que murió en 1473 (dejándolos luego en herencia al primogénito de su hermano Fernando). Dice la leyenda, que ante el cuerpo yacente de su hermano Fernando, juró Alonso de Fonseca vengarse del soberano y de Don Beltrán; prometiendo lograr que jamás reinase en Castilla un descendiente del rey Enrique IV (menos aún, Juana la Beltraneja).



XIII) Toros de Guisando:

Al rato apareció Don Alonso el viejo, abriendo sus ropas de obispo, y antes de disculparse frente a la princesa; entró protestando, preguntando quién había dado la orden al mozo para cerrar las cortinas de la carroza, en pleno mes del julio castellano. Tras sus gruñidos, realizó una reverencia a la infanta y saludó a los presentes, que solicitaron perdón por las medidas tomadas para ocultarle; explicando que la reunión era más que secreta. Por cuanto se había mandado transportar así al prelado, al igual que se hablaba en el salón con las puertas cerradas y los sirvientes fuera (poniendo guardianes exteriores, a dos varas de ellas). Ya todos sentados, comenzaron por explicar al arzobispo que el príncipe Alfonsito había sido envenenado -seguramente por el marqués de Villena-; por lo que para evitar más muertes, debían preparar el pacto entre los partidarios de Enrique y los de Isabel. Buscando un acuerdo de hermanos, ratificado por la alta nobleza castellana. Pues de lo contrario, la guerras y enfrentamientos no iban a cesar, saliendo tan solo beneficiado el de Villena; que deseaba a toda costa sembrar el caos, para hacerse con el poder.

Continuaron tratando sobre aquel acuerdo a firmar, pensando primero cual sería el mejor lugar para reunirse con el rey y los que apoyaban a Da. Isabel. Ante lo que se advirtió, necesitaban un emplazamiento similar al del río Adaja, con ancianos ermitaños y toritos de piedra. Pues el marqués de Villena debía creer que los de Isabel pensaban que el envenenador de su hermano había sido ese viejo vestido de fraile, extrañamente aparecido junto al río. Por cuanto, si se pedía reunión en un lugar donde hubiera eremitas y bueyes de granito, semejante a la zona de Cardeñosa; se entendería su significado. Pareciendo que todos habían caído en el engaño y que nadie culpaba al verdadero asesino (el marqués, Pedro Pacheco). Considerando que la muerte de Alfonsito había sido solo provocada por partidarios del rey Enrique; al cual se le instaba reunirse en un lugar similar, donde dieron la ponzoña al hermano (algo de lo que tan solo se percataría Villena). Ello, permitiría obrar tomando acuerdos con el marqués -como si fuera amigo-, pero sabiendo que se trataba de un enemigo peor que el monarca. Pues no solo deseaba acabar con una facción, sino principalmente provocar el caos, para hacerse con el gobierno de reino.

La segunda norma que debía tener ese punto de encuentro, era -además- ser tierras del Condestable; para que los de Enrique supieran que a todos les unía el recuerdo de Don Álvaro de Luna. Lo que haría reflexionar muy mucho al soberano, que tanto culpaba a ese Valido por la muerte de su madre. Debiendo reconocer ahora, que el pequeño Alfonsito había sido asesinado probablemente por alguien que seguía su causa. Es decir, ya no tenía el rey argumentos para poder juzgar a nadie y menos al de Luna; siendo evidente que uno de los suyos había hecho lo mismo con su hermano menor (aunque en verdad hubiera sido Villena y no un fiel al monarca). Por último y principal, tenían que resolverse en esa reunión los dos asuntos más importantes: La sucesión de la Corona (cuando falleciera Don Enrique) y el matrimonio de la princesa Isabel. Pudiéndose forzar al rey a renunciar a muchos de sus Derechos, tras el embarazo secreto y bastardo, de su esposa. Por cuanto, habrían de hablar con los hermanos del arzobispo Fonseca, para sacar pronto de Alaejos a la reina Juana (cuidando bien de ella). No fueran a asesinarla los partidarios de Enrique y de Juana la Beltraneja, para evitar que pariera el hijo que esperaba desde febrero. Finalmente, se acordaría sobre la boda de la princesa Isabel; que ella aceptaba tomar por esposo a quien su hermano Enrique ordenase. Como medida previa y preventiva, para que nada ni nadie pudiera atentar contra la infanta. Debiendo luego cambiarse de criterio, sin que el rey lo supiera y considerando ellos que el mejor candidato a matrimonio era el príncipe Fernando de Aragón (hijo del aragonés Juan II; quien en su juventud salvó al padre de Isabel tras el rapto en Tordesillas).




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
tres imágenes relacionadas con los Toros de Guisando (San Martín de Valdeiglesias, Madrid). Arriba, el monte de Guisando que da nombre al lugar; donde algunos dicen que fueron hallados los toritos vettones. En este cerro se encuentra uno de los monasterios más antiguos de los Jerónimos, que fue fundado desde unos eremitas que vivían en las cuevas de la pedriza que envuelve su cumbre. Al lado, otra fotografía de los bueyes pétreos, tal como se encuentran en la actualidad. Abajo, pared con inscripción conmemorativa que colocó la marquesa de Castañiza, para recordar los pactos de Guisando (de septiembre de 1468).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos fotos más relacionadas con Guisando. Al lado, de nuevo los toritos, con quien redacta estas líneas (hace unos treinta y cinco años). Abajo, los señores de Castañeda, enterrados en la iglesia de San Nicolás; Madrigal de la Altas Torres -a la que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen- . Fueron antecesores del primer marqués de Castañeda), promotores de la reina Isabel en su ascenso al Trono. No es precisamente el mismo título que el marquesado de Castañiza, quienes serían propietarios en el siglo XIX, del monte de Guisando, de su monasterio y del lugar donde se situaron los toritos. Construyendo una pared conmemorativa con una inscripción en piedra, que hemos visto antes.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos fotos de Cuéllar (Segovia), donde fue llevada la reina Juana de Avis, embarazada, a primeros de septiembre de 1469. Allí la recibió su posible amante, Beltrán de la Cueva; que la protegió hasta que le ordenaron la pusiera en manos de la familia Mendoza. Quienes guardaban y educaban a la princesa Juana (hija de la reina y llamada La Beltraneja).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos fotos más de Cuéllar, en cuyo castillo fortaleza estuvo refugiada la mujer de Juan II; cuando quedó embarazada de Pedro de Castilla y tuvieron que sacarla de Alaejos secretamente. Don Beltrán de la Cueva, obtuvo como Valido, los títulos de marqués de Cuéllar y duque de Alburquerque.







BAJO ESTAS LÍNEAS: Cuéllar, fortaleza y muralla; señorío de don Beltrán de la Cueva, muy cercano a Coca y a la capital de Segovia.



Así fue como se preparó todo, un 9 de julio de 1468; logrando que antes del mes de septiembre la preñada reina Juana ya estuviera fuera del castillo de Alaejos. Sacándola a escondidas, llevándola pronto hasta Cuéllar, donde la recibiría y protegería Beltrán de la Cueva (sin importarle que viniera encinta). Así la llevaron, secretamente hasta la fortaleza del Valido; que solo pudo cuidarla durante unas semanas. Hasta que le ordenaron enviarla a Buitrago, donde los Mendoza custodiaban y educaban a su hija Juana. Pocos días después del traslado de la reina, se produjo el acuerdo de Toros de Guisando, que comenzó el 18 de septiembre en Cadalso de los Vidrios. Habían elegido los que asistían por parte de Isabel este lugar, al ser las tierras del Condestable y uno de los palacios más importantes de Don Álvaro; para que el rey Enrique se viera presionado. Aunque, también convocaron en ese lugar al monarca, por llamarse Cadalso; pues el de Luna murió en un cadalso (deseando recordar a Enrique lo duro que había sido con el Valido de su padre). Después de reunirse las dos partes en aquella localidad, tan curiosamente marcada; quedaron en verse la siguiente jornada. Emplazándose junto a los toros llamados de Guisando, frente a una explanada y bajo el cerro donde vivían eremitas, en un monasterio del mismo nombre -una zona muy similar a la de la muerte de Don Alfonsito-

Ante tal escena, quienes habían ordenado el envenenamiento del príncipe, quedaron extrañados por tanta coincidencia; mientras, los que no habían participado en el crimen, nada extraño veían. Por cuanto los asesinos pensaron que nadie sospechaba de ellos y que los partidarios de Isabel creían que fue el viejo fraile pescador, quien dio una trucha emponzoñada al pequeño. Sin saber que gracias al estudio de Maese Azanel, los de Chacón y Da. Isabel, estaban seguros de que era Villena quien puso una pócima muy elaborada, en el plato del infante. Por todos estos hechos; ante el asombro de los partidarios de Enrique y la confianza de los verdaderos envenenadores, el pacto llegó de forma sencilla. Principalmente, debido a las dudas que el escenario provocaba a todos (quienes no sabían si de algún lado del bosque, saldrían soldados, para vengar la muerte del príncipe). Participando allí como protagonista, el marqués de Villena (rodeado de los suyos); creyéndose absuelto del gran pecado y no sabiendo si alguien podría probar su fechoría. Al igual sucedía con Enrique IV, quien se encontraba en un trance donde podrían culparle de la desaparición de su hermano. Por todo ello, no muy seguros de sí mismos, finalmente permitieron que se tomasen varios acuerdos:

El primero, sobre la reina Juana de Avis; decidiendo que al haber sido preñada por un ajeno al rey, quedaba repudiada por la Corona. Admitiendo los presentes que ya no era esposa de Enrique IV. Para tal fin, asistió el viejo arzobispo Fonseca, como principal testigo; quien tras pedir perdón al monarca, aseveró que el bastardo nasciturus de la soberana, venía por obra de su sobrino Pedro de Castilla y Fonseca (al que apodaban “El mozo” por ser joven y bien parecido). Tras ello, el rey Enrique IV manifestó que era nulo su matrimonio, por Derecho natural; asimismo dijo que aquel vástago que naciese del vientre de la que “nunca fue su esposa”, carecería por siempre de Derechos al Trono. Después, intervino el marqués de Villena, admitiendo haber llegado al mejor acuerdo para el reinado de la princesa Isabel y se su sobrina Juana (hija del rey). Este sería que Isabel contrajera nupcias con Alfonso, el monarca de Portugal; y que Juana lo hiciera con su hijo Juan, el príncipe portugués (poco más tarde y al cumplir la mayoría de edad). De tal forma, el reino de Castilla primero pasaría a Isabel (que gobernaría junto a Alfonso V) y finalmente a Juana, que lo haría con Juan ya proclamado rey. Siendo el heredero de los Tronos de Castilla y Portugal (unidos) el descendiente de Juana y del príncipe Juan.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos imágenes de Cadalso de los Vidrios (Madrid), donde se reunieron el 18 de septiembre los partidarios de Enrique IV y los que apoyaban a su hermanastra Isabel. Firmando al día siguiente los llamados Pactos de Guisando, en el lugar de los toritos. Arriba y al lado, el palacio de los Villena en Cadalso (hace unos treinta y cinco años), donde se hospedó en septiembre de 1468 Isabel la Católica, junto a su séquito. El edificio y el señorío de esta zona, fue antes de Álvaro de Luna; al que también pertenecía Escalona. Tras la decapitación del Condestable, el marqués de Villena (Juan Pacheco) se hizo con las posesiones del ejecutado, logrando que le nombrase Enrique IV, marqués de Escalona. En el lugar de Cadalso de los Vidrios donde se hallaba el castillo elevado por D. Álvaro de Luna; luego Villena construyó el palacio que vemos en foto. Allí recibió a la princesa Isabel de Castilla, junto a los que le acompañaban, para llegar a los acuerdos de Guisando, el 19 de septiembre. Abajo, El castillo de Escalona, hace unos treinta y cinco años. Fue uno de los grandes señoríos de El Condestable; aunque tras su ejecución fue entragada al famoso marqués Villena (a quien la leyenda le atribuye el envenenamiento de Don Alfonsito).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos fotos de Ocaña, unos treinta y cinco años atrás -se trata de imágenes del antiguo lavadero-. En esta plaza ocultó (o atrapó) el marqués de Villena a Isabel de Castilla, tras el pacto de Guisando; esperando que se casase con quien su hermano Enrique ordenase. Pese a ello, un año más tarde (septiembre de 1469) la princesa se escapó y llegó hasta Valladolid; de seguro, con la ayuda de los Chacón, que eran originarios de Ocaña.



Todo aquello se firmó en Cadalso de los Vidrios un 18 de septiembre de 1468 y se ratificó el día después en la explanada de los Toros de Guisando, donde la hábil princesa Isabel habló con el marqués de Villena. Comunicándole que, ante el temor a morir envenenada por los de Enrique; necesitaba su protección, incluso prefería casarse con uno de sus hijos, antes que fallecer joven (como su hermano Alfonso). Pronto entendió aquellas palabras el intrigante Pacheco; pasando a comunicar a Enrique IV que se llevaría presa a su hermanastra Isabel, hasta lugar seguro; para obligarla a cumplir con los acuerdos pactados y con cuanto el monarca dictase. Todo lo que al rey mucho complació, pues viendo que Villena tenía capturada a Isabel, se disipaban problemas y desaparecía la probabilidad de una nueva guerra entre hermanastros. Fue así, como haciendo ver la infanta que incluso prefería casarse con un hijo del marqués Villena; este pensó en el modo de romper lo pactado en Guisando. Pero unos meses más tarde, cuando quiso el de Villena regresar a Ocaña, para preparar el matrimonio de Isabel; ella ya no estaba en la villa. Habiendo logrado huir, gracias a los contactos que tenía Gonzalo Chacón (nacido en esta localidad). Fue así como la princesa escapó once meses después de la firma de Guisando (a fines de septiembre de 1469). Manteniéndose escondida hasta que su primo Fernando -príncipe de Aragón- entró en Castilla vestido de mozo de Mulas. Quien llegando como un desconocido hasta Dueñas; avisó de su presencia, para que secretamente les casasen en Valladolid -un 19 de Septiembre; al cumplirse un año desde la reunión frente a los toritos de Guisando-. Después de aquello, la única pretendiente a la Corona de Castilla con fuerza y edad para heredar el Trono, era Isabel.

Pese a la inicial oposición del rey al matrimonio; finalmente Enrique IV, tuvo que claudicar en las Navidades de 1473; sintiéndose enfermo y viendo que no tenía más remedio que intentar un futuro digno para su hija. Reconociendo a boda de su hermanastra, entregando a Isabel y Fernando como regalo el Alcázar de Segovia. Todo, en espera de que a su primogénita Juana -que por entonces ya tenía once años-, le permitieran casarse con algún soberano y pudiera disfrutar de una vida principesca. Pero tan solo un doce meses después, murió el monarca (en diciembre de 1474); proclamándose reina la infanta Isabel. Quien en los primeros meses y tras subir al Trono de Castilla, no tuvo oposición; pudiendo hasta conceder derechos de gobierno a su marido, Fernando. Pero el 13 de junio de 1475 murió Juana de Avis. Falleciendo en extrañas circunstancias la repudiada mujer del rey Enrique y madre de la princesa Juana; que había parido secretamente años antes a dos gemelos bastardos (bautizados como Apóstol y Pedro Apóstol de Castilla Ávis; quienes fueron abandonados en Medina del Campo, en 1470). De nuevo acusaron de su envenenamiento a los partidarios del bando contrario, señalando a Isabel como artífice de aquella muerte; aunque todos sabían que pudo ser una de las grandes “obras” de quienes apoyaban a Juana, para provocar la guerra entre ambas pretendientes al trono. En estas circunstancias y ante la orfandad de Juana -a la que llamaban Beltraneja; que tenía ya edad núbil-; el rey de Portugal le ofreció matrimonio (para evitar que Castilla y Aragón, unidas; pudieran dañar demasiados intereses lusos). De tal modo, pese a una diferencia de más de treinta años de edad entre Juana y Alfonso V; se celebró la boda y fue proclamada en Trujillo, como Juana I de Castilla. Siendo reconocida en el país vecino, lo que originó una guerra civil (con la intervención de Portugal); que duró al menos dos años. De todo ello, trata el siguiente capítulo de la leyenda; la parte cuarta

PASA A LA CUARTA PARTE: https://leyendas-de-la-mota-del-marques.blogspot.com/2023/05/esta-es-la-cuarta-parte-del-articulo.html



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes de Buitrago de Lozoya, donde llevaron en invierno de 1468 a la reina Juana de Avis, trasladándola desde Cuéllar. Parece ser, que al verla en un estado tan avanzado, prefirieron los Mendoza sacarla de Cuéllar, no fuera a morir de sobreparto en o asesinada. Habida cuenta que los que venían al Mundo en esta ocasión, podrían ser un problema sucesorio para Juana (la primogénita de Enrique, quizá hija de Don Beltrán). Finalmente, parió dos niños en Buitrago, bajo la protección de los Mendoza; a los que llamaron Pedro Apóstol y Apóstol. Quienes fueron bautizados un año después en Medina del Campo, quedando bajo la custodia de terceros, en esta plaza. En imágenes: Al lado, grabado de la entrada a Buitrago, realizado por el sevillano José Pedraza y Ostos. Abajo, una de sus torres, fotografiada hace más de treinta y cinco años.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos imágenes más de las zonas donde fue protegida Juana la Beltraneja, por los Mendoza. Al lado, quien escribe estas líneas, hace unos cuarenta años, junto al mirador de La Muela, en Carrascosa de Henares. Al fondo, vemos lugares como Hita y Trijueque, señoríos de los Mendoza, donde guardaron con recelo a Juana (hija de Enrique IV o bien de Don Beltrán, cuñado de los Mendoza). Abajo, el paso del Henares, fotografiado desde Trijueque; con Hita, Copernal y Cogolludo al fondo. Todos estos lugares eran señoríos de los Mendoza; quienes desde el siglo XIII estaban asentados en esta parte de Guadalajara. Habiendo residido su abuelo (el I Marques de Santillana) en Cogolludo, donde más tarde los duques del Infantado construyeron el palacio.






SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Otras dos imágenes de Trijueque (Guadalajara). En este caso, vemos los restos que se conservan del castillo de los Mendoza -actualmente convertidos en una vivienda y una iglesia derruida-. En la fortaleza inexpugnable de Trijueque, guardaron durante unos años a Juana de Avis y a su hija (Juana la Beltraneja); tras el parto de los gemelos en Buitrago. Al mismo tiempo se había llegado a los acuerdos de Guisando, por lo que pronto fue llevada la madre hasta Madrid; quien ya no era reina tras ser repudiada por su esposo (Enrique IV). Quedando Juana La Betraneja en manos de los Mendoza, que la protegían como oro en paño; aunque tras saber que Enrique había reconocido derechos sobre la corona a Isabel; comenzaron a denostar al monarca, que creyeron había traicionado a su hija. Finalmente, hablaron con Isabel y gracias a las prebendas que el Vaticano prometió con la Casa de Mendoza, se logra definitivamente que no apoyasen la causa de Enrique IV (pasando el Cardenal Mendoza a ser uno de los principales consejeros de Da. Isabel).



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